Una Revolución de Luz: Propuesta de Declaración Universal de los Derechos de la Familia Humana

Todos somos llamados a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, humano, pacífico y solidario, un mundo donde resplandezca más y más la comunión, la paz y la luz, donde todos crezcan incondicional y gratuitamente amados, pues, en palabras de San Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible… si no se le revela el amor”. El camino para hacer esto posible —la misión que nos corresponde emprender— es haciendo posible que todos resplandezcan como la familia humana que todos somos llamados a ser, resplandeciendo juntos como hermanos. En palabras de Martin Luther King Jr: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos como hermanos”. Hemos de hacer vida este arte fraterno irradiando luz, haciendo posible un mundo libre de dehumanización, de desfamiliarización, de desocialización, de desfraternización, de todo tipo de odio: “La oscuridad no puede hacer desaparecer la oscuridad; solo la luz puede hacer eso. El odio no puede hacer desaparecer el odio; solo el amor puede hacer desaparecer el odio” (Martin Luther King, Jr). Hemos de hacer posible un mundo lleno de amor, creciendo juntos más y más como familia humana, creciendo juntos más y más en el amor fraterno, pues “Sin amor la humanidad no podría existir ni un día” (Erich Fromm). Hemos de procurar en todo momento, sea donde sea que estemos, resaltar la verdadera fraternidad entre todos los hombres, también con los que no piensan como nosotros, respetando las ideas contrarias, respetando a todas las personas incondicionalmente y conviviendo con plena fraternidad con todos, también con los que piensan distinto y los que tienen un estilo de vida y creencias diferentes a los nuestros, procurando construir juntos un mundo mejor, un país mejor, una familia mejor, una familia humana más y más resplandeciente en comunión… hasta hacer posible  la fraternidad de todas las razas, la paz de todas las razas. En palabras de Rigoberta Menchú, un poco parafraseadas: hemos de buscar desarrollar en todos los pueblos un consciente sentido de paz y el sentimiento de solidaridad humana, abriendo nuevas relaciones de respeto e igualdad para el próximo milenio, haciendo de este milenio el milenio de la fraternidad… haciendo vida juntos la libertad de elegir el mejor camino posible para el crecimiento y el progreso de la humanidad: el camino de la fraternidad, el camino del amor fraterno, el camino de la paz, el camino de la comunión, el camino del servicio a la vida, el camino del servicio al bien comunión, el camino de la familia humana, de crecer juntos más y  más como familia humana.

Todos somos llamados a servir al Creador, a la familia, a la nación, a la humanidad… haciendo posible un mundo más fraterno para todos, sirviendo juntos incondicionalmente a la vida al servir haciendo posible en todo momento que todos resplandezcamos como hermanos. Todos somos llamados a la belleza de vivir una vida de servicio a los demás, todos somos llamados a vivir la nobleza de una vida de servicio al bien común de la humanidad y de nuestra nación, todos somos llamados a vivir la plenitud de vivir una vida al servicio de la familia humana, haciendo posible que todos puedan crecer como la mejor persona que puedan ser, como los hermanos que somos llamados a ser conforme a la dignidad humana inalienable de toda persona. “Tras la conducta de cada uno depende el destino de todos,” dijo Alejandro Magno. Todos somos llamados a hacer el bien, todos somos llamados a hacer posible, al irradiar más y más luz, una humanidad más luminosa, fraterna y libre para todos, emprendiendo juntos la tarea de trabajar por la libertad de amor y por la libertad de hacer familia más y más humana, reconociendo que  el bienestar de cada cual solo es posible cuando reconocemos nuestra unidad y nuestra igualdad con todas las personas del mundo, sin excepción (León Tolstoi), haciendo vida la comunión fraterna. Parafraseando a Shakespeare: hemos venido a este mundo como hermanos: caminemos juntos, pues, como hermanos, dándonos la mano, en lugar de pretender caminar uno delante del otro, en lugar de pretender ser mejores o superiores que el otro… Caminemos juntos haciendo más y más vida el ideal común de la humanidad: la vida fraterna y libre, una sociedad todos resplandezcan incondicionalmente como hermanos, a los que aplica los mismos derechos humanos y civiles… una sociedad donde nadie sea esclavo ni ciudadano de segunda clase, donde nadie sea deshumanizado ni desfraternizado… una sociedad donde reconozcamos en todos a un hermano, a un prójimo, pues cuando reconocemos en el hermano a un prójimo, a un igual, entonces somos humanidad. Este es el camino de la plenitud de la humanidad: reconocernos incondicionalmente como hermanos, reconocernos incondicionalmente como familia humana, cumpliendo nuestros deberes con la humanidad y con la libertad de nuestra nación, haciendo posible que nuestro país resplandezca como tierra de la libertad al hacerla resplandecer como tierra de comunión, como tierra de fraternidad, sembrando semillas de nueva fraternidad sin cesar, convirtiendo todo odio, toda oscuridad, toda esclavitud… en resplandor de nueva vida para toda la humanidad y toda la Patria, nueva vida que resplandece en más y más comunión, declarando más y más nueva fraternidad…

Como dijo Roberto Clemente: “No existe nada malo en nuestros hogares y país que con un poco de más compasión, cuidado y amor no podamos curar. Somos todos hermanos y hermanas y debemos ayudarnos cuando es necesario”. Añade esta servidora: hemos de  ayudarnos más y más fraternalmente, creando más y más lazos, creando más y más vínculos de luz, abarcando a toda la persona y a toda persona, honrando la dignidad personal de todos incondicionalmente, ayudándonos a ser, ayudándonos a hacer, ayudándonos a crecer y ayudándonos a irradiar hasta que absolutamente todos en la humanidad resplandezcan en más y en más comunión, como la familia humana que somos llamados a ser, como humanidad viva enriquecida de más y más comunión. Ninguna otra riqueza hará que el mundo progrese más que la riqueza del amor, la riqueza de la fraternidad, la riqueza de la paz, la riqueza del crecimiento en comunión, la riqueza de lazos que nos unen como familia humana, contribuyendo juntos al progreso de la humanidad. Sí, al vivir juntos como hermanos contribuimos de la manera más valiosa y duradera posible al progreso de la humanidad. Al vivir juntos como la familia humana que somos llamados a ser hacemos posible la auténtica evolución de la humanidad. En palabras de Desmond Tutu: “Toda nuestra humanidad depende de reconocer nuestra humanidad en los demás”. Toda nuestra humanidad depende de emprender juntos la misión fraterna —la misión “irradiativa”— de ayudar a todos a crecer como la familia humana que somos llamados a ser, reconociendo juntos e incondicionalmente la dignidad humana de todos, desde la concepción hasta la muerte natural: todos somos hermanos, todos somos seres humanos, todos somos persona, todos somos familia humana. Todos somos llamados incondicional y gratuitamente a crecer en más y más comunión, a crecer más y más en el amor…

Todos somos llamados a hacer posible que todos puedan crecer como la familia humana que somos llamados a ser juntos, proponiendo y haciendo vida una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, a la usanza de la Declaración Universal de Derechos Humanos, proponiendo un camino universal que haga posible que en todos los pueblos y en todas las naciones todos pueda resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser, dando juntos “un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad” (Neil Armstrong) al hacer vida unidos el sueño de crecer juntos conforme a la dignidad humana que poseen todos, haciendo vida juntos la llamada a hacer posible que todos crezcan amados incondicionalmente, creciendo juntos incondicionalmente como hermanos, creciendo juntos en familia humana, comunidad doméstica ordenada gratuita e incondicionalmente al crecimiento más pleno posible de todos sus miembros y al desarrollo más pleno posible de toda la sociedad, reconociendo juntos la dignidad y los derechos humanos de todos, haciendo vida juntos la llamada al amor —la vocación fundamental e innata de todo ser humano— como comunión de vida, como comunión que sirve gratuita e incondicionalmente a la vida y al bien común…

Es así, resplandeciendo juntos como la familia humana que somos llamados a ser como humanidad luz, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos, que lograremos cambiar al mundo como somos llamados a cambiarlo, haciendo posible un mundo mejor para todos, sin resignarnos jamás ante ningún tipo de oscuridad, de odio, de discriminación, de inequidad, ante ningún tipo de desocialización, de desfraternización, de deshumanización, de desfamiliarización… pues solamente hay una forma de proteger a la humanidad de la destrucción deshumanizante que ya hemos conocido en ciertos momentos de la historia, como en el Holocausto: no resignándonos ante ningún tipo de oscuridad, no resignándonos ante nada que nos impida resplandecer juntos como hermanos, irradiando más y más luz ante toda violencia, ante todo odio, ante toda descomunión… hasta que toda la humanidad resplandezca como la familia humana que es llamada a ser, creyendo juntos, como lo hizo Anna Frank, que la humanidad es buena, creyendo que somos capaces de progresar juntos como hermanos. En palabras de Edwin Markham: “Existe un destino que nos hace hermanos: nadie camina solo. Todo lo que enviamos a la vida de otros regresará a nosotros”. Todos somos llamados a abrazar un destino común aceptando nuestra responsabilidad de preservar juntos la libertad y la dignidad de todos para crecer juntos en paz y en unidad, haciendo resplandecer la luz del amor fraterno y de la comunión en absolutamente todo tipo de oscuridad, a lo largo y ancho del mundo.

No hay otra forma posible de iluminar al mundo que no incluya el vivir juntos la fraternidad, haciendo posible que todos crezcan como hermanos luz, como la familia luz que somos llamaos a ser, sin asustarnos de los cambios que sea necesario emprender para hacer posible una nación luz y una humanidad luz donde se honre la dignidad humana de todos, donde todos puedan crecer en familia, conforme a la dignidad que resplandece en todos. “Podemos perdonar fácilmente a un niño que se asusta ante la oscuridad: la verdadera tragedia es cuando los hombres se asustan ante la luz” (Platón). Todos somos llamados a irradiar juntos la luz de la fraternidad, de la comunión, de la solidaridad, de la paz, del amor, de la justicia, del servicio a la vida y al bien común… de tal forma que todos podamos resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser, caminando juntos con alegría: la alegría de crecer juntos en más y más comunión, la alegría de convertirnos juntos en la luz radiantísima que somos llamados a ser, en los faros vivos de fraternidad que somos llamados a ser, en las estrellas de nueva fraternidad que somos llamados a ser, plasmando juntos una familia humana más y más fraterna, plasmando juntos un mundo más y más fraterno, unido, luminoso, pacífico, solidario, pleno, feliz… trabajando juntos más y más por la paz y la fraternidad, pues no basta con hablar de paz ni basta con hablar de fraternidad: “uno debe de creer en ella para conseguirla” (Roosevelt). En palabras  de Franklin: “O caminamos juntos por la paz o nunca la encontraremos”. O caminamos juntos por la comunión o nunca la encontraremos. O caminamos juntos por la unidad en la diversidad o nunca la encontraremos. O caminamos juntos haciendo fermentar la paz, la comunión y la fraternidad como levadura de la humanidad o nunca creceremos juntos como la familia humana que somos llamados a ser. Somos llamados a cumplir juntos la misión de iluminar al mundo con más y más unidad familiar, con más y más comunión, paz y fraternidad, haciendo posible que todos crezcan en más y más plenitud, hasta convertirnos juntos en quienes somos llamados a ser como seres humanos, haciendo posible que todos formemos la familia luz que somos llamados a ser para el bien de la humanidad y de nuestra nación. Cuando irradiar nuestra luz más brillante es ser realmente quienes somos, irradiar juntos nuestra luz más brillante es ser la humanidad familia que somos llamados a ser como humanidad luz, como Patria luz. Esa es la misión que todo ser humano está llamado a emprender: irradiar cada cual la luz única que es llamado a irradiar para plasmar familia luz, plasmando así juntos la humanidad luz que somos llamados a ser, plasmando as juntos la humanidad luz que somos llamados a ser, la nación luz que somos llamados a ser, el mundo más fraterno y humano que somos llamados a ser resplandeciendo juntos como hermanos amados, felices, plenos, iguales, dignos, consagrados, libres, llamados a una misión única… y en el caso de los cristianos, como esta servidora, también resplandeciendo como santos, reconociendo —tal cual lo dice la Evangelii Gaudium 9— que para quien quiera vivir con dignidad, la plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro como hermano y buscar su bien.

Acabo de hablar acerca de todo como ser humano es llamado a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, humano, pacífico, feliz, libre y solidario, un mundo donde todos puedan resplandecer como la familia humana que todos somos llamados a formar, resplandeciendo juntos en más y más comunión como los hermanos que somos llamados a ser. Ahora bien, ¿cómo está llamado un cristiano a vivir esta “misión irradiativa”? ¿Cómo está llamada una persona católica, como esta servidora, a hacer posible que todos resplandezcan como la familia humana que somos incondicional  y gratuitamente llamados a formar? Primero hablemos de misión eclesial como opción misionera irradiativa, aplicada en particular a los laicos.

El You Cat define misión como “la esencia de la Iglesia y el encargo de  Jesús a todos los cristianos de anunciar el Evangelio con palabras y con obras, de modo que todos los hombres puedan optar libremente por Cristo” (You Cat, pág. 18). La misión es avanzar por el camino de la conversión y la renovación, extendiendo el Reino de Dios avanzando por Su sendero de Amor, por Su sendero de comunión (Catecismo 843). Jesús mismo nos manda a ser sacramento de salvación, sacramento vivo del Amor de Dios, anunciando el Evangelio a todos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado. Y estad seguros de que Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La fuerza de esta misión eclesial es el Amor que somos incapaces de contener, Amor que necesariamente se irradia, Amor eterno de la Trinidad que desea que  todos participen de Su comunión: “El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo y Su Espíritu de Amor” (Redemptoris Missio 323). El protagonista de esta misión eclesial que todo católico es llamado a emprender, haciendo posible que todos participen de la comunión de la Trinidad, familia de Dios… es el Espíritu Santo (Redemptoris Missio 21). Todo católico, absolutamente toda la Iglesia Católica, es llamada a hacer más y más visible la comunión trinitaria de Dios Amor-con-nosotros. Absolutamente todo católico es llamado a la misión de iluminar, de amar, de servir, de hacer posible un mundo más feliz, luminoso, libre, fraterno, unido, pacífico y solidario… haciendo posible que todos  resplandezcan como la familia del Amor de Dios que somos llamados a ser, hasta que todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser. Esto lo hacemos con inmensa alegría, compartiendo la alegría de crecer juntos en comunión abierta a la vida, a la fraternidad, a la gracia, humildemente conscientes de que la vida cristiana “se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a otros. Esto es en definitiva la misión” (Documento de Aparecida  368). Parte esencial de la misión eclesial es ayudar a levantar y resplandecer, irradiando más y más nueva vida al irradiar la comunión sacramental que recibimos al recibir la Eucaristía, de tal forma que hacemos posible una sociedad nueva donde todos resplandezcan como hermanos, como familia humana donde se honra incondicionalmente la dignidad y los derechos humanos de todos, como familia humana donde se aplica el mandatum novum a todos, como familia luz donde se ayuda a resplandecer a todos en más y en más comunión: “La Iglesia es fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 40,2).

¿Cómo un católico está llamado a llevar adelante esta misión? Haciendo más y más visible la revelación fundamental cristiana: Dios es Amor (I Jn 4,8). Somos llamados a revelar ese Amor tal cual se nos es revelado a nosotros, encarnado, dejándonos convertir más y más en el ícono vivo del Amor de Dios vivo y encarnado que somos llamados a ser, de tal forma que la sociedad quede irradiada por la luz del Amor de Dios que se encarna en toda la formación personal del creyente que se deja plasmar por la comunión de la Trinidad, del creyente que se deja plenificar por la unidad de corazón a Corazón con Jesús Caridad, con la  Caridad de Dios Amor: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios Amor que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (Evangelii Gaudium 8). Emprender la misión eclesial es irradiar el Amor de Dios encarnado en la plenitud de la formación personal plasmada a imagen y semejanza de la Trinidad, emprendiendo juntos Su proyecto de Amor: que todos se conozcan personal e incondicionalmente amados por Dios Amor, que todos resplandezcan en comunión, que todos resplandezcan como hermanos, que todos resplandezcan como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, reconociendo en el prójimo el rostro de Jesús, resplandeciendo juntos con actitud de crecimiento en comunión: “Hace falta ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarnos con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias interna. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos…” (Papa Francisco). Emprender esta misión es contemplar en todo hermano el rostro de Jesús, que nos sigue diciendo hoy, como a Sus discípulos amados: “Dadles de comer” (Mt 14,16). Somos llamados a no solo saciar el hambre de pan sino también a saciar el hambre de comunión, el hambre de luz, el hambre de fraternidad, el hambre de plenitud, el hambre de dignidad… haciendo posible una sociedad donde se reconozca incondicionalmente la dignidad de todo  ser humano, construyendo juntos más y más reino de Dios al hacer resplandecer a toda la humanidad con más y más vínculos de comunión, con más y más lazos de  luz, con más y más vínculos de fraternidad, con más y más vínculo sacramental: todos somos llamados a convertirnos en sacramento vivo del Amor de Dios vivo y encarnado.

El Papa Francisco nos habla en la Evangelii Gaudium de una opción misionera: “Sueño una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii Gaudium 27). Para Jesús Caridad, esa llamada a emprender una opción misionera que evangeliza el mundo actual es una opción misionera familiar que también es opción misionera sacramental: resplandeciendo juntos, evangelizando juntos resplandeciendo como la Iglesia familia que somos llamados a ser, resplandeciendo como el sacramento del Amor de Dios que somos llamados a ser, resplandeciendo como los profetas domésticos del Amor de Dos que somos llamados a ser, resplandeciendo como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser. Esto es una renovación misionera irradiativa: proponernos irradiar más y más luz al mundo siendo Iglesia más y más familia que hace visible el Amor de Dios vivo y encarnado de tal forma que todos resplandecemos en más y más comunión, como la familia luz que somos llamados a ser, como los hermanos luz que somos llamados a ser… siendo Iglesia hogar que ayuda a crecer incondicionalmente en comunión, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y en más comunión, evangelizando siendo Iglesia hogar que acompaña el crecimiento en comunión ayudando a ser, ayudando a hacer, ayudando a crecer y ayudando a irradiar en más y más correspondencia a la Eucaristía. Esta opción misionera irradiativa no solo es una opción misionera sacramental y familiar: también es una opción misionera fraterna, pues lo propio de hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado es hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, familia donde todos resplandecemos como hermanos, familia donde todos resplandecemos como hijos de Dios, encarnando así la comunión sacramental, la Eucaristía que recibimos en misa y en la que centramos todo, encarnándola como eucaristía doméstica: haciendo familia humana, eclesial y civil que vive la comunión, que ayuda a resplandecer en comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, viviendo la fraternidad, viviendo la caridad, viviendo el mandatum novum, viviendo las obras de misericordia corporales, espirituales y sociales, viviendo la fraternidad sacramental doméstica al dejarnos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser, haciendo vida Su sacerdocio doméstico y Su sacerdocio de corazón ofrendándonos con ofrenda que es culto vivo y nuevo de comunión, culto sacramental que le adora con todo el crecimiento, no solo plasmando todo el crecimiento de la formación personal a imagen y semejanza de Su comunión trinitaria, sino también haciendo posible —con nuestro testimonio vivo de Su Amor, de Su caridad—que todos puedan resplandecer en más y en más comunión, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia de Dios que somos llamados a ser, haciendo juntos familia humana, eclesial y civil más y más sacramentalmente, irradiando más y más luz con más y más avivamiento sacramental familiar, evangelizando en la medida en que nos dejamos convertir en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser para encender al mundo entero en el fuego de Su comunión viva y fraterna, participando juntos de la comunión de la Trinidad.

Ahora bien, ¿cómo se concreta esta misión eclesial que acabo de describir, esta opción misionera irradiativa que enciende al mundo entero en más y más comunión en la medida en que hacemos más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado… concretándola como fieles católicos laicos, como lo es esta servidora? ¿Cómo se hace vida esta misión a hacer visible el Amor de Dios encarnado ordenándonos más y más a vivir la caridad, a hacer más y más vida el orden de la caridad como orden sacramental, como orden social, como orden doméstico y sobre todo como orden del corazón, como orden que consagre el corazón a vivir más y más la caridad según la vocación recibida, haciendo vida así desde el corazón la revolución del Amor, la revolución de luz, que somos llamados a ser para hacer posible que todos resplandezcamos como hermanos, que todos resplandezcamos en comunión, que todos resplandezcamos como familia del Amor? Así son las revoluciones que emprende Jesús Caridad, se emprenden desde el corazón en primer lugar, consagrando el corazón a vivir la caridad, a ser la luz que es llamado a ser: “Las revoluciones de la historia han cambiado los sistemas políticos, económicos, pero ninguna de ellas ha modificado verdaderamente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la realizó Jesucristo a través de la Resurrección. Y Benedicto XVI decía, de esta revolución, que ‘es la mutación más grande en la historia de la humanidad’. Pensemos en esto: la mayor mutación de la historia de la humanidad, es una verdadera revolución y nosotros somos revolucionarios y revolucionarias de esa revolución, porque nosotros vamos por este camino de la mayor mutación de la historia de la humanidad. Un cristiano, si no es revolucionario en este tiempo, ¡no es cristiano!” (Papa Francisco, 17 de junio de 2013).

¿Cómo es la llamada del laico a ser “revolucionario de la luz”, encendiendo más y más al mundo entero en la luz de Su comunión? ¿Cómo es la vocación del laico que concreta una y otra vez en la vida ordinaria el cómo hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado irradiando más y más luz en más y más unidad humana, eclesial y civil? Sí, hermanos, un laico también está llamado a emprender esta misión de luz, esta revolución de luz, esta misión eclesial y también humana y  civil, esta misión que es testimonio sacramental y fraterno del Amor de Dios que comienza en el corazón de la familia humana: “La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aún del gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio” (Papa Francisco, 19 de mayo de 2014).

¿Cómo le corresponde al fiel laico emprender la misión de iluminar, de amar, de servir, de hacer posible un mundo más unido, libre, feliz, solidario, fraterno, humano y pacífico, un mundo donde todos crezcan como hermanos? Según la Lumen Gentium 3: “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las cosas terrenas, de las realidades temporales, ordenándolas según Dios… A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor”. Los laicos son especialmente enviados para iluminar haciendo visible el Amor de Dios como sal y luz en medio de la sociedad: “Los laicos son enviados para comprometerse en medio de la sociedad, para que el reino de Dios pueda crecer entre los hombres” (You Cat 139). Los laicos, al testimoniar el Amor de Dios vivo y encarnado en medio de la sociedad, participan plenamente de la misión eclesial irradiando más y más en medio del mundo el don de la comunión viva, sacramental y fraterna de Jesús Caridad: “Todo laico, por los mismos dones que ha recibido, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma, ‘según la medida del don de Cristo’ (Ef 4,7)” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 33). Un laico concreta con todos sus talentos y dones la misión eclesial irradiando más y más luz a la sociedad al encarnar la comunión trinitaria de Dios Amor con todo lo que es, hace, crece e irradia, iluminando al mundo al hacer más y más vida la misión profética, la misión sacerdotal y la misión real que todo cristiano es llamado a emprender al dejarse plasmar por el Espíritu como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, transformándonos en testimonio de fe viva y encarnada en medio del mundo, en testimonio vivo y encarnado de Su luz, de Su esperanza, de Su comunión y de Su Amor para  el mundo, en testimonio de gracia encarnada en medio de la vida ordinaria, en medio del mundo, que es lo propio de un laico: en la escuela, en la universidad, en la vida profesional, en la vida social, en la vida científica, en la vida  cultural, en la vida  política, en la vida artística, en la vida económica, en la vida pública, en la vida familiar y comunitaria… Por medio de esta vocación profética, sacerdotal y real a irradiar luz laicalmente cumplimos la misión de iluminarlo todo ayudando a ser como personas de bien, ayudando a ser como ciudadanos de bien, haciendo posible una sociedad donde todos se puedan concebir como la mejor persona que puedan ser, conforme a su dignidad humana.

La misión profética del laico consiste en ser profetas  del Amor de Dios en medio del mundo, testimoniando con humildad y sencillez de corazón la verdad —Dios es Amor que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia—, testimoniando más y más la comunión y la gracia en medio del mundo: “Cristo… realiza su función profética… no solo a través de la jerarquía… sino también por medio de los laicos. El los hace Sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la Palabra” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 35). Los laicos profetizan evangelizando con testimonio vivo de la fe en medio del mundo, haciendo más y más visible la Caridad de Dios en medio del mundo: “Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la Palabra. En los laicos, esta evangelización adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 35). Al vivir esta misión eclesial laical de profetizar el Amor de Dios lo anunciamos absolutamente a toda la sociedad, transformando toda ocasión de vida social y doméstica en ocasión de enseñar con lecciones vivas la Buena Nueva y el Evangelio, en ocasión de irradiar con la vida la luz del Amor de Dios, con apostolado de la luz: “Este apostolado no consiste solo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con Su Palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles” (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem 6). Los laicos somos llamados a profetizar el Amor de Dios con toda nuestra formación personal encarnada a la luz de la Palabra, profetizando con lecciones vivas, a la usanza del Maestro, viviendo más y más la caridad, viviéndola en más y más correspondencia al Cielo, viviendo más y más la comunión, viviendo más y más la Buena Nueva que somos llamados a profetizar absolutamente a todos… profetizando con profecía viva y sacramental el cómo Dios Amor ama absolutamente a toda la humanidad  al hacer posible una sociedad donde se aprendan valores, donde se aprenda a hacer honradamente, sirviendo juntos al bien común de todos, de toda la Iglesia, de toda la Patria, de toda la humanidad.

La misión sacerdotal del laico consiste en consagrar absolutamente toda la sociedad en la que vivimos y el mundo entero al Amor de Dios vivo y encarnado, haciendo resplandecer ala humanidad entera en comunión al vivir más y más unido a la ofrenda Eucarística que hace posible que la sociedad entera resplandezca en más y más comunión, realizando todo en más y más unidad de corazón a Corazón, en más y más unidad al Espíritu, adorando más y más a Dios Amor con todo el crecimiento al realizar todo lo que se realiza en medio del mundo: “Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta santa, consagran al mundo mismo a Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 34). Al hacer vida la misión sacerdotal laical transformamos al mundo adorando más y más a Jesús Caridad con todo el crecimiento humano, sacramental y social, hasta consumar Su alianza, Su consagración, Su obra viva de Amor, Su plan, Su proyecto, Su revolución… participando más y más del sacerdocio de Cristo al ofrendar todo cuanto realizamos, ofrendándolo todo como ofrenda sacramental, familiar, viva y agradable a Sus ojos, consagrados más y más a vivir la caridad en toda circunstancia, consagrados a formar una sociedad luz y una cultura luz donde todos puedan crecer como hermanos amados, plenos, felices, santos, iguales, dignos, libres, llamados a una misión única, elegidos para hacer visible el Amor de Dios de una forma en que nadie más lo hará, consagrados a vivir más y más la caridad… consagrados a plasmar una sociedad luz y una cultura luz donde todos crezcan conforme a la dignidad de hijos del Creador, conforme a la dignidad de toda persona.. Así, los laicos consagramos el mundo al Amor de Dios vivo y encarnado al plasmar sociedad luz y cultura luz amándonos haciendo más y más vida Su ofrenda sacramental, viviendo más y más Su mandato: “Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos” (Jn 13,34).

La misión real del laico consiste en hacer vida la libertad real (la libertad regia) de los hijos de Dios, dominándonos a nosotros mismos hasta que sea Cristo Quien reine en nosotros: “Por Su obediencia hasta la muerte, Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad real (la libertad regia) para que vencieran en sí mismos, con la propia renuncia y con una vida santa, al reino del pecado” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 36). Al Cristo reinar en nosotros hacemos vida Su reino de luz al hacer visible Su Amor vivo y encarnado, de tal forma que El también pueda reinar en la sociedad al irradiar Su luz, al construir juntos una civilización del Amor, promoviendo la realización humana, eclesial y civil más plena posible al irradiar todas las estructuras sociales con la luz de Su comunión: “Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas se conviertan a las normas de la justicia y favorezcan, en vez de impedir, la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 36). Al renunciar al reino del pecado y dejar que Jesús Caridad reine en nosotros hacemos posible que al irradiar Su luz, al hacer visible a la sociedad Su Amor vivo y encarnado, El también pueda reinar en el mundo al dejarnos guiar en todo momento —también en la vida doméstica y social— por la conciencia cristiana, haciendo visible así la luz de Su Reino de Amor en todos los aspectos y ambientes de la sociedad, promoviendo el desarrollo más luminoso y plenificante posible de toda la sociedad —resplandecer juntos en más y más comunión, como familia de hermanos—, promoviendo la comunión social, promoviendo la justicia social, promoviendo una democracia plena —que afirme tanto el estado de justicia y de derecho, incluyendo el aplicar los derechos humanos a absolutamente toda persona, y que afirme también a la persona rectamente comprendida, abarcando toda su formación personal en unidad— al ayudar a irradiar a todos como la comunidad luz que somos llamados a ser, como la Patria Luz y la Iglesia luz que somos llamados a ser, como familia humana y como familia de Dios, resplandeciendo juntos como hermanos.

El You Cat 440 afirma que “Es una misión especial de los fieles laicos comprometerse en la política, en la sociedad, en la economía, según el Espíritu del Evangelio, la caridad, la verdad y la justicia…” Eso es cierto. Sin embargo, al proponer esta revolución de luz, esta opción misionera irradiativa, esta servidora propone otra misión especialísima de los laicos: hacer familia humana fraterna, hacer familia humana, eclesial y civil según el plan de Dios. El hacer familia de tal forma que todos resplandezcan como los hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible que se honre incondicionalmente la dignidad de todos y que todos crezcan incondicionalmente amados, es también misión especialísima de los laicos, llamados a hacer posible que toda la sociedad resplandezca como la familia humana que todos somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser. La dignidad humana comienza a reconocerse creciendo en familia: para que todo ser humano crezca dignamente, desde la concepción hasta la muerte natural —se sigue creciendo toda la vida, no solo somos meramente llamados a sobrevivir a lo largo de la vida, somos llamados a seguir creciendo más y más a lo largo de toda la vida, hasta el último instante, siempre creciendo y siendo fecundos—, ha de crecer en familia. Esta misión laical es misión familiar, misión sacramental y misión fraterna que se hace misión doméstica. Esto puede denominarse, usando palabras de la Evangelii Gaudium, fraternidad mística, o mística familiar: los laicos son los que hacen posible, con su espiritualidad propia, con su espiritualidad doméstica y fraterna propia, la mística de contemplar en todo prójimo un hermano cuya dignidad ha de ser honrada incondicionalmente en todo momento, desde la concepción hasta la muerte natural, haciendo posible que todos crezcan en familia, según su dignidad dada por Dios Amor. Sí, la fraternidad sacramental doméstica propia de los laicos, la fraternidad que hace vida esta fraternidad mística al dejarnos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser, haciendo más y más vida Su orden de la caridad, es camino de mística familiar. Los laicos son especialmente llamados a afirmar con profecía viva a la familia según el plan de Dios, no solo como camino de plenitud social, sino también como camino sacramental de santidad, afirmando de esta manera incondicionalmente, al vivir la fraternidad mística que es también mística familiar, la dignidad de la persona, hasta hacer posible que todos resplandezcan en más y más comunión, en más y más fraternidad, siendo auténticamente libres, olvidándonos de nosotros mismos, tomando la cruz y siguiendo al Maestro que nos envía a irradiar Su comunión, entregándonos más y más como Jesús Caridad se entrega a la Iglesia, entregándonos más y más al hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, al encontrar la propia felicidad en el bien de los demás, en el crecimiento compartido en comunión —de la misma forma que Jesús Caridad se comparte al compartir la fracción del pan, nosotros hemos de compartir también el crecimiento en comunión con toda la sociedad—, en respeto y en obediencia a lo que la fe y la dignidad humana exigen, promoviendo juntos más y más el Amor, la fraternidad y la entrega fecunda. Sí, la familia es la vía de la Iglesia (Amoris Laetitia 69), y crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión es la vía de los laicos, la misión especialísima de los laicos.

Sí, estimado hermano lector, ha leído bien: la misión laical por excelencia es consagrarse a vivir la caridad haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, haciendo posible que todos resplandezcamos juntos en más y en más comunión, comenzando por la familia doméstica, hasta hacer posible que toda la humanidad resplandezca como la familia humana y como la familia de Dios Amor que somos llamados a ser. ¿Cómo concretamos esta misión laical profética, sacerdotal y real a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, libre, feliz, luminoso, humano, pacífico y solidario, donde todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor que somos llamados a ser, como la familia luz que somos llamados a ser haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad? Ha llegado el momento de hablar de iglesia doméstica y de la misión propia de la iglesia doméstica: el proyecto de evangelización familiar, el ayudar a ser, el ayudar a hacer, el ayudar a crecer y el ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y en más comunión, resplandeciendo juntos más y más sacramentalmente, a imagen y semejanza de la Trinidad. Comencemos hablando de qué es eso de ser iglesia doméstica.

¿Qué es ser iglesia doméstica, qué es ser familia cristiana, familia formada a la luz de la Palabra y del Magisterio? La familia cristiana, la iglesia doméstica, es el proyecto de Amor más hermoso del corazón de Dios, que quiso hacer posible que el hombre pudiera crecer y ser formado a imagen y semejanza de la Trinidad, haciendo vida Su proyecto de comunión trinitaria como proyecto de comunión personal, como proyecto de comunión doméstica que irradia Su comunión trinitaria encarnada, haciéndonos así familia que es sal y luz del mundo. La familia cristiana ha sido querida por Dios Amor desde principios del mundo, cuando no quiso que el hombre estuviera solo y con el “creced y sed fecundos” del Génesis fundó a la primera familia humana, capacitando a ambos para ser signos vivos del Amor de Dios uno para el otro. La Familiaris Consortio 14 nos habla de la familia cristiana y de la iglesia doméstica como “ser para los miembros de la familia signo vivible del mismo Amor de Dios, ser sacramento vivo de la Eucaristía, signo del Amor de Jesús por la Iglesia, ser sacramento vivo de la comunión de la Trinidad, a cuya imagen y semejanza somos llamados a crecer conforme a la dignidad humana dada incondicionalmente a toda persona”. La iglesia doméstica es el reflejo vivo del Amor de Dios vivo y encarnado como comunidad doméstica que también es comunidad civil y comunidad sacramental que promueve el vivir la comunión, el vivir la caridad, el vivir la fraternidad sacramental doméstica, y el crecer juntos resplandeciendo en comunión, llenos de gracia, aprendiendo a crecer juntos en más y más libertad en la medida en que nos entregamos juntos como Jesús Caridad se entrega a la Iglesia: “La familia es la primera escuela de valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad” (Amoris Laetitia 274). En la familia aprendemos a vivir los valores humanos, cristianos y civiles de tal forma que aprendemos a socializar y a crecer juntos contemplándonos como hermanos: “La familia es el ámbito de la sociabilización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir (Amoris Laetitia 276). La iglesia doméstica no es solo comunidad doméstica, comunidad sacramental y comunidad  civil: es comunidad fraterna que hace posible que toda la humanidad resplandezca como la familia humana que es llamada a ser. La iglesia doméstica también es patria doméstica y humanidad doméstica que hace posible que toda la nación y toda la humanidad resplandezca en más y más comunión, resplandeciendo como la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, resplandeciendo como la tierra de comunión que somos llamados a ser, tierra de libertad y land of the brave que hacen posible que toda la humanidad resplandezca en más y en más comunión.

Además de ser comunidad doméstica y comunidad fraterna, la iglesia doméstica es comunidad sacramental, comunidad conyugal, comunidad matrimonial que se hace familia: comunidad conyugal entablada  sobre el consentimiento de los esposos y sobre la vida sacramental de los esposos. Sí, en la iglesia doméstica familia y sacramento van unidos, matrimonio y familia van unidos. Según el proyecto de Dios Amor, matrimonio y familia van de la mano a la luz de la Palabra —lo que Dios ha unido,que no lo separe el hombre (Mt 19,6)— como un hermoso proyecto sacramental de la Trinidad —sin la gracia no podemos emprender este proyecto, de ahí que sea “proyecto sacramental”: para realizar este proyecto necesitamos hacer vida el sacramento— que quiere hacer partícipes a los esposos no solo del don de crecer juntos en comunión, sino que también quiere hacerles partícipes del don de la fecundidad Trinitaria: dar vida a la usanza de la Trinidad, dar vida como desbordamiento de Amor que refleja la entrega de Cristo a Su Iglesia. En palabras de la Amoris Laetitia 292: “El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y Su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad”. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos, a la procreación y educación de los hijos y a la evangelización que se emprende domésticamente, sacramentalmente y fraternalmente, la que enciende a la sociedad y a la Iglesia en más y más comunión, irradiando así más y más salvación del pecado y de la dehumanización: “La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (Catecismo, 1603).

Al matrimonio y a la familia le corresponden encender al mundo en más y más comunión creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen a imagen y semejanza de la Trinidad, a imagen y semejanza de la entrega de Cristo a Su Iglesia, introduciendo a la persona humana en la familia humana y en la familia de Dios al introducirla a la comunión trinitaria, a la comunión eclesial: “En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad/maternidad, fiiación, fraternidad— mediante los cuales toda la persona humana queda introducida en la ‘familia humana’ y en la ‘familia de Dios’ que es la Iglesia” (Familiaris Consortio 15). La familia es santuario de la Trinidad, santuario de la vida, santuario de la comunión, santuario social y santuario de la gracia: “De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el Amor de Dios y vivir la vida de comunión” (Amoris Laetitia 63). La iglesia doméstica en cuanto familia humana, familia civil y familia de Dios está llamada a ser testimonio vivo del Amor de Dios que quiere que todos sus hijos crezcan conforme a su dignidad, ayudándose también a convertirse en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser. Cada cónyuge es para el otro ese sacramento vivo del Amor de Dios donde contemplan la imagen viva de Dios Amor vivo y encarnado: “Cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor, que no nos deja solos: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’ (Mt 28,70)” (Amoris Laetitia 319). Hemos de contemplar en el cónyuge la imagen viva del Amor de Dios que nos entrega a ese hermano para ayudarle a crecer conforme a Su voluntad, pues es realmente Suyo: “Hay un punto donde el Amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un Dueño mucho más importante, su único Señor” (Amoris Laetitia 320). Así funciona la entrega matrimonial sacramental entre los esposos de la iglesia doméstica: somos uno del otro porque somos del Señor primero, y es Jesús Caridad Quien hace posible que hagamos vida Su Alianza esponsal celestial entregándonos El uno al otro, entregándonos el uno al otro como instrumentos de Dios Amor, que nos llama a ayudarnos a crecer como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, como iglesia doméstica que se va convirtiendo progresivamente en más y más sacramento vivo del Amor de Dios en medio del mundo.

De hecho, al plasmarse y configurarse como iglesia doméstica los esposos no son solo llamados a contemplar el rostro de Jesús Caridad en el cónyuge: también son llamados a contemplar Su rostro en los hijos, a los cuales han de hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado una y otra vez, pues de eso se trata la fecundidad de la iglesia doméstica. Esta fecundidad no solo da nueva vida, sino que lo hace buscando una y otra vez formas de ayudarse a crecer como Amor de Dios vivo y encarnado, buscando constantemente nuevas formas para hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado, encarnando una fecundidad sacramental que “hace presente el Amor de Dios en medio de la sociedad” (Amoris Laetitia 184), comenzando en el propio hogar. Como proyecto sacramental de la Trinidad la familia cristiana, la iglesia doméstica, es necesariamente un proyecto necesariamente creativo —necesariamente fecundo— porque el Amor necesariamente crea, el Amor siempre genera nueva vida que resplandece en comunión, haciendo más y más vida la fecundidad sacramental de la Trinidad: la fecundidad de hacer visible el Amor de Dios en todo cuanto se es, en todo cuanto se hace, en todo cuanto se crece y en todo cuanto se irradia, resplandeciendo juntos en más y en más comunión. Es decir, la fecundidad sacramental que está llamada a vivir la iglesia doméstica, la fraternidad sacramental doméstica que esta llamada a vivir la iglesia doméstica, no solo comunica vida: comunica bendición,  comunica el Amor de Dios vivo y encarnado, comunica vida nueva no solo a la misma familia sino también a la sociedad entera al irradiar más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad. Ese ha de ser el modelo de la iglesia doméstica: la Trinidad, la familia de Dios Amor. Hemos de custodiar a la iglesia doméstica y a los hijos que Dios Amor nos conceda de la misma forma que Dios Padre nos ayuda a ser, como Dios Hijo nos ayuda a hacer, como Dios Espíritu Santo nos ayuda a crecer, como la Santísima Trinidad nos ayuda a irradiar, como la Iglesia nos ayuda a resplandecer juntos en más y más comunión, aceptándonos, custodiándonos y respetándonos tal cual hemos sido creados, custodiando nuestra humanidad y también nuestra llamada a la santidad, aceptando gozosamente los hijos que Dios Amor quiera dar, aceptando gozosamente la vocación que Dios Amor les quiera dar, ayudándolos a discernirla y a crecer plenamente, amándoles como la Trinidad y la Madre Iglesia les aman.

Al vivir la comunión y la fecundidad en unidad, la iglesia doméstica plasma ecología integral, ecología humana: “La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad” (Amoris Laetitia 277). Al vivir la fecundidad sacramental los hijos —en la medida de lo posible—provienen de la comunión de los padres, del amor de los padres: “Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con los hijos una familia. Dios quiere que del amor de los padres, en la medida de lo posible, procedan los hijos. Los hijos que están confiados a la protección y cuidados de sus padres tienen la misma dignidad que sus padres” (You Cat 368). Toda iglesia doméstica se perfecciona al vivir más y más la comunión y la fecundidad sacramental, que no solo se trata de  la apertura a la vida sino también de la apertura a la fraternidad y a la gracia, honrando incondicionalmente la dignidad de todos: “Lo que la Iglesia es en lo grande, la familia lo es en lo pequeño: una imagen del Amor de Dios en la comunión de personas. Todo matrimonio se perfecciona en la apertura a otros, a los niños, que son don de Dios, en la acogida mutua, en la hospitalidad, en la disponibilidad para otros” (You Cat 271). Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde vivir una acogida, tan social y humana como sacramental, que honra la dignidad de todos. Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde afirmar con más contundencia, con profecía viva y sacramental, al vivir la comunión doméstica y la fecundidad sacramental: “Cada vida es sagrada e inviolable” (You Cat 49). Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde hacer posible que cada hijo crezca según su dignidad, su llamada a crecer plenamente en familia, pues de eso se trata el estar abiertos a la vida —no solo es ayudar a concebir y ayudar a nacer, sino también ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión—, tanto de acoger la vida como de reconocer incondicionalmente la dignidad de todo hijo de Dios al hacer posible que crezca y se desarrolle conforme a esa dignidad. El vivir incondicionalmente abiertos a la vida y a la gracia es u gran don para toda la sociedad y también para toda la Iglesia: “La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 50,2). El crecimiento, el desarrollo y la santificación de cada miembro de la iglesia doméstica, tanto los cónyuges como los hijos, no solo son fruto de la apertura a la vida y a la gracia de todos los miembros de la familia, que se ayudan generosamente a crecer en más y más comunión hasta convertirse en quienes son llamados a ser: son juntos el sueño de Dios para la humanidad, pues Dios Amor no deja de soñar que todos crezcan como familia de Dios, que todos crezcan en más y más comunión, que todos crezcan en paz y unidad, que todos crezcan como hermanos, que todos crezcan como familia humana donde se honra incondicionalmente la dignidad de todos. Cada hijo y cada miembro de la iglesia doméstica es un resplandor de la luz del Amor de Dios, una estrella del Cielo llamada a iluminar de forma única, clara y hermosa a la humanidad. He aquí el sueño de Dios: que todos resplandezcamos como la luz que somos llamados a ser.

Sí, hermanos, hacer familia es realizar el sueño de Dios: “No es posible hacer una familia sin soñar…” (Amoris Laetitia 169) y no es posible hacer familia sin que Dios la sueñe primero. “Al querer formar una familia nos animamos a ser parte del sueño de Dios, animándonos a soñar con El, animándonos a construir con El, animándonos a jugarnos con El esta historia de construir un mundo donde nadie está solo… (Discurso en la Fiesta de las Familias y vigilia de oración en Filadelfia) animándonos a jugarnos con El esta historia de construir la iglesia doméstica que El, Jesús Caridad, Dios Amor-con-nosotros, sueña: una iglesia doméstica que es faro vivo de comunión, faro vivo de conversión, dejándonos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser para hacer vida Su fraternidad sacramental doméstica, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, que crean Cielo, que crean Eucaristía, que crean paz, que crean misericordia, que crean don, que crean fe, que crean esperanza, que crean caridad, que crean entrega, que crean alegría, que crean plenitud, que crean santidad, que crean nueva vida, que crean luz… La iglesia doméstica que Dios Amor sueña es una familia que elige servir a Dios sirviendo a la familia, a la Iglesia y a la Patria al servir juntos al bien común como les corresponde hacerlo, haciéndole en todo cuanto son, hacen, crecen e irradian más y más visible como Jesús Caridad que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia… siendo familia que hace más y más vida Su fraternidad sacramental doméstica obrando juntos en más y más unidad a Su Corazón, obrando en más y más unidad de ser y acto, de palabra y obrar, de manos y de corazón a Su Corazón, a Su obrar, haciendo juntos más y más familia humana, eclesial y civil según Su plan. La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña hace familia dejándose convertir en ofrenda familiar, sacramental, viva y agradable a Sus ojos, dejándose convertir en culto vivo y nuevo de comunión, en culto sacramental ofrecido por sacerdotes domésticos y sacerdotes del corazón, haciendo vida la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu con más y más avivamiento sacramental, dejándose convertir en ipse Christus que ayudan a ser, que ayudan a hacer, que ayudan a crecer y que ayudan a irradiar resplandeciendo en más y más comunión, resplandeciendo más y más sacramentalmente, a imagen y semejanza de la Trinidad.

Dios Amor sueña con una iglesia doméstica que haga más y más vida la alegría de dar a luz juntos a la Palabra, de dar a luz juntos a Jesús Caridad, de dar a luz juntos a Su pueblo-familia del nuevo albor, irradiando juntos más y más Su luz como profetas de la familia, como profetas de la caridad, como profetas de la vida, como profetas de la comunión, como profetas de la paz, como profetas de la fraternidad, como profetas de la luz, como profetas de la gracia, como profetas que profetizan con profecía viva y sacramental Su llamada a la conversión, Su llamada a la alegría, Su llamada a la nueva vida que da el Amor, Su llamada a hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan… Jesús Caridad sueña con una iglesia doméstica que haga resplandecer más y más Su nuevo albor sacramental, Su nuevo horizonte de paz, de prosperidad, de comunión, de gracia, de luz, de fraternidad, de bendición… dejándonos convertir en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser, en el pueblo alegría, en el pueblo bendición, en el pueblo paz, en el pueblo regocijo, en el pueblo comunión, en el pueblo don, en el pueblo esperanza, en el pueblo prosperidad, en el pueblo bendición… que somos llamados a ser, confiando en Sus planes que son de esperanza y de prosperidad, confiando en Su proyecto de luz que nos mueve a hacer más y más vida Su sueño plasmando más y más persona luz y familia luz, plasmando más y más cultura luz, cultura de nueva vida… plasmando más y más estado luz, estado de justicia y de derecho, estado comunión, estado del nuevo albor, estado de nueva fraternidad, estado de gracia… plasmando más y más nación luz, nación de Amor que resplandece en más y más comunión… plasmando más y más humanidad luz, humanidad unida y fraterna en la paz que viene de Su Corazón, que hace posible que todos resplandezcamos como hermanos… plasmando más y más sociedad luz, sociedad en la que todos resplandecemos como la luz que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor que somos llamados a ser, como la familia humana, eclesial y civil que somos llamados a ser…

La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña evangeliza más y más al hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado con todo el crecimiento, evangelizando adorándole con todo el crecimiento, como familia luz más y más consagrada a vivir la caridad, a hacer vida Su alianza de la caridad, a hacer vida Su sueño emprendiendo más y más Su proyecto de evangelización familiar como sueño profético que transforma todo haciendo vida Su imaginación de la caridad, liberando en la familia “Las energías de la esperanza, traduciéndolos en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad” (Amoris Laetitia 3), ingeniando todos los días nuevas formas de promover el crecimiento mutuo (Amoris Laetitia 276), de promover el crecimiento más pleno posible, de promover una Iglesia, una Patria y una humanidad más y más resplandecientes en comunión… La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña es un hogar sacramental, civil y fraterno donde sus miembros son capaces de conocer el Amor de Dios comenzando por lo vivido en la familia, haciendo así auténtica pastoral familiar, auténtica pastoral sacramental doméstica: “También en el corazón de cada familia hay que resonar el kerygma, a tiempo y a destiempo, para que ilumine el camino. Todos deberíamos ser capaces de decir, a partir de lo vivido en nuestras familias: ‘Hemos conocido el Amor que Dios nos tiene’ (1 Jn 4,16). Solo a partir de esta experiencia, la pastoral familiar podrá lograr que las familias sean a la vez iglesias domésticas y fermento evangelizador de la sociedad” (Amoris Laetitia 290). Esta pastoral familiar sacramental que Jesús Caridad sueña pinta a cada miembro de la familia como la imagen viva de Dios Amor que es llamado a ser, como el sacramento vivo del Amor de Dios que es llamado a ser, como el ícono vivo del Amor de Dios que es llamado a ser: “Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro: ‘Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones… no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo’” (Amoris Laetitia 322).

Jesús Caridad sueña con una iglesia doméstica que viva la honra experiencia de dejarse convertir en el templo doméstico del Espíritu Santo que es llamada a ser, encarnando más y más la eucaristía doméstica cultivando más y más comunión sacramental, fraternal y familiarmente, ayudándose a crecer contemplándose con los ojos de Dios, haciendo vida la mirada de Dios Amor, reconociendo a Jesús Caridad en la mirada del ser querido, afirmando así su dignidad, no solo humana y fraternalmente, sino también sacramentalmente: “Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él o ella. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permite valorar su dignidad” (Amoris Laetitia 323). Es en la familia que se afirma con mayor resplandor la dignidad sacramental de todo cristiano: la dignidad de crecer juntos en comunión, ayudándose a convertirse juntos en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, viviendo juntos más y más en El, por El y con El, como custodia viva de la Eucaristía, como custodia doméstica de la Eucaristía.

Sí, todo cristiano tiene dignidad sacramental, que es hecha vida creciendo juntos en más y más comunión, hasta convertirnos juntos en los sacramentos vivos del Amor de Dios que somos llamados a ser, encarnando juntos más y más Su comunión, Su sacramento. La iglesia doméstica tiene una espiritualidad muy particular: revelar Su comunión, revelar la comunión de la Trinidad, revelar el Amor de Dios vivo y encarnado como comunión doméstica, a la usanza de la intimidad de la Trinidad, afirmando más y más la dignidad humana, fraterna y sacramental al revelar esa comunión: “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión de la Iglesia, de la comunión eclesial —que hace vida la comunión de la Trinidad—; por eso… puede y debe decirse ‘iglesia doméstica’” (Familiaris Consortio 21). La espiritualidad de la iglesia doméstica posee en la Iglesia una importancia singular, como aparece en el Nuevo Testamento (EF 5, 21-6; Col 3, 18-20; 1 Pe 3,1-7), con un claro énfasis en dar a luz a la Palabra (Hágase en nosotros según Su Palabra; Lc 1,38), en cumplir el sueño de Dios (Una vez que despertó del sueño, José hizo como el ángel del Señor le había mandado; Mt 1,24), en ayudar a crecer en sabiduría, gracia y comunión (El niño crecía, se fortalecía y se iba llenando de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con El: Lc 2,40) y en cumplir juntos la voluntad del Padre (El les dijo: ‘Y, ¿por qué me buscan? ¿No saben que debo estar en casa de Mi Padre?’; Lc 2,49) (Pues todo el que cumpla la voluntad de Mi Padre de los Cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre; Mt13,50). El carisma sacramental de la espiritualidad doméstica es el carisma de crear hogar, Iglesia y humanidad a imagen y semejanza de la Trinidad: “En su modo y estado de vida, los esposos cristianos tienen su carisma propio en el pueblo de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 11). Este carisma de crear hogar resplandeciente en feliz comunión, evangelizando desde la vida doméstica, ha estado presente en la Iglesia desde los primeros cristianos que celebraban la Eucaristía en sus casas, junto a un ágape fraterno, plasmando así Iglesia que es Iglesia familia: “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de José y María. La Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, ‘con toda su casa’, habían llegado a ser creyentes (Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase ‘toda su casa’ (Hch 16, 38; 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente” (Catecismo 1655).

Como puede verse, la espiritualidad de los laicos debe asumir características peculiares por razón de estado de matrimonio y familia (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem 4): los laicos son especialmente llamados a revelar el Amor de Dios en familia de tal forma que toda la sociedad resplandezca en comunión, encarnando la comunión doméstica que evangeliza creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, a la usanza de los primeros cristianos, haciendo familia con vínculos de luz, con vínculos sacramentales, con lazos de fraternidad, con vínculos que hacen familia que se deja habitar más y más por el Amor de Dios, pues la espiritualidad matrimonial es la espiritualidad del vínculo habitado por el Amor Divino (Amoris Laetitia 315). El vínculo de esta espiritualidad doméstica se hace más y más viva en la medida en que se encarna más y más la Eucaristía como eucaristía doméstica: “El alimento de la Eucaristía es la fuerza y estímulo para vivir cada día la alianza matrimonial —y la vida doméstica— como ‘iglesia doméstica’” (Lumen Gentium 11). Toda la espiritualidad familiar de la iglesia doméstica ha de girar en torno a crear hogar lleno de gracia, a crear hogar donde se encarna la eucaristía doméstica, transformando así al mundo como iglesia doméstica y patria doméstica que irradia más y más comunión… Esto es todo un proyecto de gracia, crear hogar, Iglesia y humanidad que hacen más y más vida la eucaristía doméstica irradiando comunión viva en todos los ambientes, siendo reflejo de la comunión de la Trinidad en todos los ambientes, también en el ambiente social, haciendo más y más vida la eucaristía doméstica encarnada también como amor social: “El Amor social, reflejo de la Trinidad, es en realidad lo que unifica el sentido espiritual de la familia y su misión fuera de sí, porque hace presente el kerygma con todas sus exigencias comunitarias. La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar al mundo” (Amoris Laetitia 324). Esto significa que transformar al mundo con amor social, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos, como familia humana y civil que todos somos llamados a ser, es parte también de la espiritualidad laical familiar de la iglesia doméstica. No solo hacemos posible que la propia familia doméstica resplandezca en comunión, sino que también hacemos resplandecer en comunión a toda la Iglesia universal, a toda la Patria, a toda la humanidad. Somos familia, somos Iglesia. Smos familia, somos Patria. Somos familia, somos humanidad.

Esta espiritualidad laical familiar tiene un fin concreto: la santificación familiar, el ser hogar donde se enseña a vivir como ciudadanos luz, como hermanos luz, como santos: “El hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo” (Amoris Laetitia 287). Es en el hogar que aprendemos a vivir la fraternidad mística doméstica, la mística doméstica que hace camino de santificación al crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más santidad, en más y más adoración de corazón a Corazón: “Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios” (Amoris Laetitia 316). Sí, es posible llegar a las cumbres de la unión mística y de la  santificación encarnando la comunión doméstica, la comunión familiar, la eucaristía doméstica, como los pastores domésticos que somos llamados a ser: “Puesto que la persona humana tiene una innata y estructural dimensión social y la expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia, la espiritualidad se encarna en la comunión familiar. Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la  vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (Amoris Laetitia 316). La familia no solo está llamada a la santidad: es camino de santidad en sí misma, es camino místico en sí mismo, es proyecto de santidad, proyecto de nueva vida. Todo el sentido de la vida doméstica ha de ser hacer vida la eucaristía doméstica como proyecto de santidad, como proyecto de nueva vida, viviendo más y más la caridad, viviendo más y más unidos a Dios en el Amor, correspondiendo juntos a los deseos de Dios Amor, permitiendo a Dios Amor vivir en nuestra casa y en nuestra formación personal, dejando que sea Dios Amor Quien viva en nosotros hasta decir como San Pablo: “Es Cristo Quien vive en mí”. Eso es ser santos: dejar que Jesús Caridad viva Su vida en nosotros, encarnar Su mirada en nuestra mirada, encarnar Su Amor en nuestros corazones. Dios Amor nos ha creado para la santidad, así que somos llamados a santificarnos en familia, tal cual el ser humano es llamado a crecer conforme a su dignidad, creciendo en más y más unidad al Amor de Dios vivo y encarnado, reflejando la obra de Dios al santificarnos juntos creando hogar, Iglesia y humanidad que reflejan la comunión de la Trinidad: “La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa —y social— es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra —la liturgia doméstica— fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera” (Catecismo 2205). La iglesia doméstica está llamada a ser muy consciente de su misión laical de santificar creando hogar, Iglesia y humanidad resplandecientes y radiantes en comunión, a la usanza de una Nueva Jerusalén, haciendo del hogar el primer lugar de encuentro con el Amor de Dios, para así convertirnos juntos en la familia misionera que somos llamados a ser, siendo más y más familia misionera en la medida en que hacemos más y más posible el encuentro con el Amor de Dios vivo y encarnado, asumiendo el protagonismo misionero que nos corresponde asumir como laicos y como bautizados (Evangelii Gaudium 120). Hablemos, pues, de esta misión laical propia de la iglesia doméstica: el proyecto de evangelización familiar.

El proyecto de evangelización familiar hace posible que la iglesia doméstica cumpla su misión respondiendo a la llamada del Maestro a hacer visible Su Amor amando como El nos manda a hacerlo —Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos (Jn 13,34)— para así hacer vida juntos el llamado a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más feliz, libre, unido, humano, fraterno, pacífico y solidario, un mundo que resplandezca en más y más comunión, un mundo donde todos resplandezcan como hermanos, un mundo donde todos crezcan incondicionalmente amados… Toda iglesia doméstica, por los mismos dones que ha recibido, es a la misma vez testigo e instrumento vivo de la misión eclesial, participando en esa misión ‘según la medida del don de Cristo’ (Ef 4,7). La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de la iglesia doméstica, que  al cumplir su misión propia —el proyecto de evangelización familiar— hace posible que todos lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo (EF 4,13). Así, al crecer y desarrollarnos como la iglesia doméstica que somos llamados a ser, como la patria doméstica que somos llamados a ser, como la Iglesia Luz y la Patria Luz que somos llamados a ser, emprendemos nuestra misión propia como iglesia doméstica tal cual nos corresponde hacerlo, en medio del mundo, siendo faros vivos de comunión en medio del mundo, siendo faros vivos de conversión en medio del mundo, siendo faros vivos del Amor de Dios vivo y encarnado en medio del mundo, llevando en medio del mundo una vida según Cristo… apresurando así la venida del Reino de Dios, Reino de justicia, de verdad  y de paz, al emprender juntos el proyecto de evangelización familiar sin abandonar las tareas terrenas, evangelizando al cumplir todas las tareas siendo fieles al Maestro en lo cotidiano, cumpliendo con todos los deberes propios de hacer familia cristiana con rectitud, paciencia, creatividad, fecundidad, fe y amor, evangelizando al hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado comenzando con crear hogar que es “lugar donde los hijos reciben el primer anuncio de fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente ‘iglesia doméstica’, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana” (Catecismo 1666). Al cumplir su misión la iglesia doméstica plasma toda la formación personal a la luz de la Palabra, a imagen y semejanza de la Trinidad —modelo de la iglesia doméstica—, haciendo vida la entrega del Cuerpo y la Sangre de Jesús Amor al encarnar juntos la eucaristía doméstica consagrándole toda la formación personal al hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, haciendo más y más vida Su consagración a vivir la caridad, ayudando a ser, ayudando a hacer, ayudando a crecer y ayudando a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión, resplandeciendo juntos más y más sacramentalmente, a la usanza de la comunión trinitaria.

El proyecto de evangelización familiar, como misión propia de la iglesia doméstica, es también proyecto de Amor, proyecto de comunión, proyecto de fe, proyecto sacramental, proyecto creativo, proyecto de nueva vida, proyecto de luz, proyecto de gracia, proyecto social, proyecto de santidad, proyecto de fraternidad y proyecto de plenitud, evangelizando juntos como iglesia doméstica que hace más y más visible desde la formación personal —que necesariamente crece y se desarrolla en familia— el Amor de Dios vivo y encarnado. Esta misión propia de la iglesia doméstica —este proyecto de evangelización familiar— crea hogar, Iglesia y humanidad que hacen más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado al ayudar a resplandecer juntos en más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, ayudando a ser informados según la voluntad del Padre, ayudando a hacer conforme a la acción del Hijo, ayudando a crecer transformados por la realización del Espíritu Santo, ayudando a irradiar reformados por la proyección de la Trinidad, resplandeciendo en más y más comunión como familia del Amor-con-nosotros, emprendiendo así una nueva humanización, una nueva eclesialización, una nueva fraternización, una nueva evangelización… una nueva familiarización que plasma Su obra viva de Amor, Su plan, Su proyecto, Su revolución de luz. Hablemos, pues, de este proyecto de evangelización familiar que emprendemos como ministros de crecimiento en comunión, como pastores domésticos que acogen más y más Su envío doméstico y sacramental, Su misión doméstica y sacramental, Su ministerio sacramental, Su ministerio de crecimiento en comunión. Las cinco fases o énfasis del Proyecto de Evangelización Familiar (PEF) son las siguientes:

  1. Ayudar a Ser: Nueva Humanización
  2. Ayudar a Hacer: Nueva Eclesialización
  3. Ayudar a Crecer: Nueva Fraternización
  4. Ayudar a Irradiar: Nueva Evangelización
  5. Resplandeciendo Juntos en Más y Más Comunión: Nueva Familiarzación.

Hablemos de cada una de ellas.

  1. Ayudar a Ser: Nueva Humanización

El Evangelio nos cuenta que cuando a María se le preguntó si accedía a concebir a Jesús, si accedía a ayudar a ser a Jesús, ella respondió: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu Palabra” (Lc 1,26). Como iglesia doméstica somos llamados a ayudar a ser de la misma forma en que lo hizo María: dejando que la Palabra de Dios sea en toda nuestra formación personal, plasmando todo cuanto somos a la luz de la Palabra —tal cual lo hace el modelo de formación personal integractivo—, dejándonos informar —formar desde dentro— juntos por la Palabra, por la voluntad del Padre. En la medida en que aprendemos a recibirlo todo del Padre somos capaces de ayudar a ser dando cuanto nos corresponde dar según Su voluntad, dando también vida, amando y sirviendo como nos corresponde hacerlo. Al informarnos totalmente según la Palabra y de acuerdo a la encarnación de Jesús —revelación viva de la voluntad del Padre— encarnamos más y más la Palabra en toda nuestra formación personal, ofreciendo quienes somos humamente, eclesialmente y fraternalmente a la familia que somos llamados a formar, a los hermanos que somos llamados a santificar según la voluntad del Padre, acogiendo toda vida que viene de El. En la medida en que aprendemos a amar a Dios con todo nuestro ser, amando como Jesús ama, aprendemos a ayudar a ser como iglesia doméstica que afirma la vida, la formación y la fraternidad de toda persona, comenzando con la propia iglesia doméstica, afirmándola según el Amor de Dios, según el Amor de Jesús Caridad, encarnando Su eucaristía doméstica.

¿Cómo somos capaces de ayudar a ser como Dios Padre nos ayuda a ser? Antes de preguntarle a María la pregunta que le hace, el ángel la llama “llena de gracia”. Para concebir a la Palabra de Dios en toda la formación personal, de tal forma que ayudemos a ser como Dios Amor ayuda a ser —encarnando la Palabra— tenemos que estar llenos de gracia, tenemos que ser familia llena de gracia. Esto comienza con recibir y vivir el bautismo, con vivir los sacramentos, con escuchar juntos la Palabra y vivirla a la luz de la voluntad del Padre… Este es el comienzo del proyecto de evangelización familiar, su primer énfasis: ayudar a ser viviendo juntos los sacramentos, encarnando juntos la Palabra, de tal forma que tengamos la gracia para ayudar a concebir la vida según Su voluntad, haciendo posible juntos que todos puedan convertirse en la mejor persona que puedan ser, haciendo posible que todos puedan ser la persona que el Padre les llama a ser, que todos puedan descubrir y encarnar Su llamada, haciendo posible que nazcamos no solo a la vida natural, sino también que nazcamos a la nueva vida en el Espíritu, a la vida sobrenatural… aceptando en esta misión natural de la iglesia doméstica la voluntad del Padre como brújula creativa del ser de la formación personal, ser que se revela a la imagen y semejanza de la encarnación del Hijo, aprendiendo a ser como Jesús Caridad, nuestro modelo de forma de ser: “Durante toda su vida Jesús se muestra como nuestro modelo (Rm 15,5; Flp 2,5): El es el hombre perfecto que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (Jn 13,15); con su oración atrae a la oración (Lc 11,1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (Mt 5, 11-12)” (Catecismo 520; Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 38). Hemos de ser iglesia doméstica que ayuda a ser viviendo la Palabra encarnada que se modela en Jesús Caridad: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo con El y que El lo viva en nosotros. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo a todo hombre. Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con El; nos hace comulgar en cuanto miembros de Su Cuerpo, en lo que El vivió en Su carne por nosotros y como modelo nuestro” (Catecismo 521; Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 2). Es ser como el Maestro lo que da la plenitud perfecta a la formación personal y al ser quienes somos.

Al ayudar a ser informados según la voluntad del Padre no solo cumplimos con la misión natural de la iglesia doméstica —ayudar a vivir, ayudar a concebir la vida tal cual la concebimos, ayudar a nacer, también a la nueva vida del Espíritu—. Al ayudar a ser informados según la voluntad del Padre emprendemos también una nueva humanización que afirma a toda la persona conforme a la dignidad dada por el Padre y que afirma la dignidad de toda persona conforme a la voluntad del Padre —tal cual lo hace el modelo integractivo de la formación personal— reconociendo a todos como hermanos, reconociendo a todos como personas, reconociendo a todos como la luz que son llamados a ser… Al emprender esta nueva humanización, reconocemos que toda vida es sagrada, desde la concepción hasta la muerte natural, reconociendo incondicionalmente los derechos humanos de todos, incluyendo los de los niños no nacidos, pues el Padre nos llama desde el vientre materno (Is 49, 1-6) y como cristianos somos llamados a reconocer incondicionalmente los derechos humanos de todos, estamos llamados a ayudar a ser a absolutamente todos como seres humanos: “La defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada  etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de  turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, ‘toda violación de la dignidad personal del ser humano grita  venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador’” (Evangelii Gaudium 213).

Esta es la forma en que la iglesia doméstica está llamada a ayudar a ser: haciendo posible que todos sean a imagen y semejanza de Dios Amor, ayudando a concebir la vida según la voluntad del Padre, emprendiendo así una nueva humanización que honra incondicionalmente la dignidad de todos al concebir a toda persona y a toda la persona según la dignidad dada por El a todo ser humano, de tal forma que se ayude a ser abarcando todas las dimensiones de la naturaleza de la formación personal —somos cuerpo vivo (dimensión orgánica); somos entidad racional (dimensión ontológica); somos sujeto social (dimensión filial)— informadas según la voluntad del Padre, haciendo familia que crea hogar, Iglesia y humanidad que al honrar la dignidad de la persona honra a la persona tal cual es según la voluntad del Padre, hasta hacer posible que absolutamente todos —comenzando por la iglesia doméstica— resplandezcan como las personas luz que somos llamados a ser, como las personas felices, amadas, plenas, santas, iguales, dignas, libres, llamadas, elegidas, consagradas que somos llamados a ser, como la luz viva que somos llamados a ser, como los seres humanos que somos llamaos a ser…

Una gran herramienta para ayudar a ser honrando incondicionalmente los derechos humanos de todos y la dignidad humana de todos, viviendo juntos más y más el mandatum novum, son las obras de misericordia, que imitan la forma en que Jesús ama y es, pues El es misericordia. Hemos de ser misericordiosos de la misma forma que Jesús Amor es la misericordia misma, de tal forma que al ser misericordiosos honramos la dignidad de todos haciendo visible incondicionalmente el Amor de Dios vivo y encarnado, siendo iglesia doméstica que vive la misericordia, que hace vida las obras de misericordia incondicionalmente, de tal forma que todos pueden ser según su dignidad inalienable. Hay tres tipos de obra de misericordia: las obras de misericordia corporales, las obras de misericordia espirituales y las obras de misericordia sociales.

Las obras de misericordia corporales son:

  1. Alimentar a los hambrientos.
  2. Dar de beber a los sedientos.
  3. Refugiar a los que no tienen techo.
  4. Visitar a los enfermos.
  5. Visitar a los presos.
  6. Enterrar a los muertos.
  7. Dar limosna a los necesitados.

Las obras de misericordia espirituales son:

  1. Dar buen consejo.
  2. Instruir al que no sabe.
  3. Corregir al pecador.
  4. Consolar a los afligidos.
  5. Perdonar injurias.
  6. Ser paciente ante los errores.
  7. Rezar por vivos y difuntos.

Las obras de misericordia sociales son:

  1. Afirmar a la familia según el plan de Dios.
  2. Afirmar la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
  3. Honrar todos los derechos humanos de todos.
  4. Ayudar a crecer incondicionalmente en comunión.
  5. Ayudar a los más vulnerables.
  6. Trabajar por la paz.
  7. Cuidar la creación

No lo olvidemos: “Somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (Evangelii Gaudium 264). Así hemos de ayudar a ser: humanizando, ayudando a llevar una vida nueva, emprendiendo una nueva humanización que haga posible hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado al honrar la dignidad de todos y al honrar la dignidad de toda la persona según la voluntad del Padre, humanizando haciendo más y más vida Su caridad, comunicando más y más Su luz, Su comunión, Su paz, Su plenitud, Su creatividad.

  • Ayudar a Hacer: Nueva Eclesialización

El Evangelio nos dice que cuando María se percató de que en las bodas de Caná les faltaba el vino, ella les dijo a los sirvientes: “Haced lo que El os diga” (Jn 2,5). Eso es lo que tenemos que hacer en nuestra vida ordinaria doméstica, en nuestra celebración ordinaria de comunión doméstica como formadores de crecimiento en comunión, en orden a ayudar a hacer: hacer juntos lo que Jesús Amor nos diga. ¿Qué nos dice Jesús Caridad que hagamos? Lo podemos descubrir y aprender en la última cena, en la ley del Amor: “Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos” (Jn 13:34). Jesús nos manda a hacerlo todo amando como El ama. ¿Cómo nos amó Jesús? Nos amó humanamente, sacramentalmente y fraternalmente hasta el fin, hasta el extremo, conformándonos según Su memoria en todo cuanto nos enseñó a hacer: “Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Este es Mi Cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía’” (Lc 27,19). Vivir para hacer vida Su memoria, vivir para amar como El ama, es vivir litúrgicamente, de tal forma que al vivir litúrgicamente —a la usanza de una liturgia doméstica— hacemos visible el Amor de Dios encarnado litúrgicamente también en el hogar, haciendo de la vida doméstica y de la formación personal una ofrenda viva, sacramental, familiar y agradable a Sus ojos. Somos llamados a ayudar a hacer de este modo, encarnando Su memoria en todo cuanto hacemos, encarnando Su memoria en toda la vida doméstica, encarnando Su eucaristía doméstica en toda la acción de la formación personal y en toda la vida doméstica, de tal forma que aprendemos a hacerlo todo como El lo hace, haciendo visible el Amor de Dios con toda la acción de la formación personal conformada según la acción del Hijo. Somos llamados a ayudar a hacer haciendo lo que El nos enseña a hacer: actuar eucarísticamente, eucaristizando toda nuestra formación personal hasta convertirnos en pan doméstico para nuestros hermanos al actuar de la misma forma que actúa Jesús Caridad al hacerse comunión viva para nosotros, plasmando juntos más y más Su memorial al ofrendar todo cuanto hacemos y todos nuestros actos a Dios Amor, tal cual Jesús Caridad lo pide al decirnos “Hagan esto en memoria Mía”.

Cuando ayudamos a hacer somos llamados a afirmar toda la formación personal —todo su crecimiento y desarrollo—actuando como Jesús Caridad actúa, actuando conforme a la imagen y semejanza a Dios Amor, actuando conforme a como El nos ama. Cuando ayudamos a hacer de esta forma somos llamados a convertirnos en modelos de fe que ayudan a discernir pensamientos, emociones, aptitudes y talentos de acuerdo a la mirada de Jesús, ayudando a actuar como El actuaría. Cuando ayudamos a hacer somos llamados a amar a Dios Amor con toda nuestra mente, origen de toda acción: hemos de tomar cada pensamiento y someterlo todo a Cristo (2 Cor 10,5). Hemos de educar par actuar como Cristo, ordenando la acción a hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado. Este es el segundo énfasis, la segunda fase del proyecto de evangelización familiar: conformar nuestra acción eucarísticamente, según la acción del Hijo, ayudando a hacer al desarrollar todos los factores y expresiones de la acción personal a la luz de la Palabra. No podemos permitir que nuestras mentes, y por lo tanto también nuestra acción, se mundanicen y se desacralicen —la formación personal es templo doméstico del Espíritu Santo, por lo tanto la mundanización de la acción es desacralizar ese templo, esto es desacralización personal—. Tenemos que ofrendar la mente y desarrollar la acción para el Amor de Dios, en orden a hacer visible Su Amor, en orden a vivir más y más la caridad en más y más correspondencia al Cielo.

Para conformar nuestra mente y nuestra acción ayudando a actuar conforme a la acción del Hijo necesitamos una intensa formación educativa en todo el sentido de la palabra: educación humana —educación en valores que hagan posible que nos convirtamos en personas de bien—, educación escolar y profesional —educación que desarrolla el intelecto y nos brinda un oficio para sostenernos y aportar a la sociedad como ciudadanos de bien— y, por supuesto, también educación en la fe —educación que nos enseñe a actuar viviendo la fe, actuando como Jesús Caridad actúa, plasmando liturgia de la luz—. Esta misión educativa es la misión profética de la iglesia doméstica, que ha de emprenderla haciendo posible que a nadie falte la educación necesaria para convertirse en un ser humano de luz, en un cristiano luz, en un ciudadano luz, comenzando por la misma iglesia doméstica. El ayudar a hacer conforme a la acción del Hijo — que es Maestro— no solo eucaristiza la acción: también irradia oportuniddes y posibilidades de aprendizaje y formación para todos en la sociedad, en la nación y en la humanidad, tal cual lo hizo Jesús al dedicarse a enseñar y a anunciar el Evangelio a todos, contemplando a todos como hijos del Padre. Al ayudar a hacer la iglesia doméstica profetiza con lecciones vivas, con profecía viva y sacramental, modelando lo que enseña con ayuda del Espíritu Santo, cumpliendo Su misión profética enseñando como Jesús Caridad enseña, profetizando el Amor de Dios vivo y encarnado con lecciones vivas, plasmado en la formación personal misma, siendo iglesia doméstica que es formadora de discípulos del Maestro.

Los padres y los miembros de la familia han de ser modelos de vida y modelos de fe que enseñan con lecciones vivas el cómo conformar toda la acción según la acción humana, sacramental y fraterna del Hijo, aprendiendo así desde el hogar a hacer vida la alegría del Magnificat, la alegría de servir juntos y de ofrendar la propia vida para hacer vida el sueño de Dios: “El hogar es la primera escuela de vida cristiana y escuela del más rico humanismo (Concilio Vaticano II, Gaudium et Sper 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo 1657). La catequesis familiar ha de ser parte fundamental de cumplir la misión profética de la iglesia doméstica, parte fundamental de la educación familiar en la fe: “La educación en la fe debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana, y de acuerdo con el Evangelio la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza en la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 11). Hemos de hacer de la vida sacramental y de la catequesis familiar el centro de ayudar a hacer, de tal forma que los hijos aprendan a discernir la acción al aprender a actuar como cristianos en primer lugar en la familia.

Para esta catequesis familiar se ha de crear por las autoridades eclesiales competentes un catecismo familiar, un catecismo doméstico, un Fam Cat, a la usanza del Do Cat y del You Cat, pero diseñado especialmente para que las iglesias domésticas puedan cumplir su misión profética, usando ese catecismo familiar, ese Fam Cat, para impartir catequesis familiar diaria —un tiempo diario de compartir la fe en familia, en el mismo hogar— que en el lapso de un año aborde las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica y también de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Mientras el Do Cat y el You Cat están creados para leerse en preguntas aleatorias, el Fam Cat ha de ser diseñado de tal forma que hayan unas pocas preguntas diarias relacionadas, preguntas que apliquen tanto el contenido del Catecismo de la Iglesia Católica como el de la Doctrina de la Iglesia Católica en cada día del año, preguntas que la iglesia doméstica usará a modo de currículo doméstico para impartir la catequesis doméstica cada día. También se puede complementar el contenido diario con breves citas de valores humanos y cívicos relacionados con lo que se lea, o con citas de documentos eclesiales relacionados, tal cual lo hacen el Do Cat y el You Cat en los bordes de las páginas y al final de los capítulos. Es decir: cualquiera que lea el Fam Cat diariamente en el lapso de un año habrá tenido acceso a los principios fundamentales del Catecismo de la Iglesia Católica y de la Doctrina de la Iglesia Católica. El Fam Cat no es para leerse secuencialmente alrededor de temas, sino para leerse diariamente a lo largo del año —-su lectura no debería tomar más de 15 0 20 minutos diarios, para que la familia también tenga el tiempo de rezar el rosario y de meditar las lecturas de la misa diaria— de tal forma que se pueda profundizar el Magisterio de la Iglesia de una forma amena y familiar, complementando la catequesis parroquial de tal forma que se aprenda a profetizar a la luz de la verdad y del Amor, encarnando más y más el Amor de Dios al anunciar juntos a Cristo resucitado con el testimonio vivo de la Palabra y del Magisterio, con el testimonio de vida, comunión y de fraternidad aprendido en el hogar.

Al ayudar a hacer la iglesia doméstica emprende su misión profética como misión profunda y apasionadamente educativa y formadora: la familia ha de ser la primera escuela, la que conforme la acción del cristiano como escuela de valores, como escuela vocacional —donde se descubre qué hacer con la propia vida de acuerdo a la llamada de Cristo— y como escuela de fe. Los padres —y los hijos también, en la medida que crecen y maduran en la fe— han de educar en el hogar como hombres y mujeres cabales, con actitud de servicio y de entrega, dando lo mejor que tienen con virtud y fe. Al ayudar a hacer se ayuda a actuar conforme a valores e ideales evangélicos, humanos y fraternos que engrandecen a la persona, viviendo juntos más y más la caridad, viviendo juntos más y más el mandatum novum, de tal forma que al ayudar a hacer también se emprende una nueva eclesialización en toda la Iglesia, formando una Iglesia viva que profetiza encarnando el Amor de Dios en toda la formación personal, dando testimonio vivo del Amor de Dios en todo cuanto hacen, formando una Iglesia viva de cristianos que profetizan viviendo lo que Jesús Caridad enseña, adorándole juntos con todo el crecimiento y con todo crecimiento, eucaristizando todo cuanto se hace, emprendiendo una renovación eclesial que hace vida la opción misionera de la Evangelii Gaudium como opción misionera irradiativa que comienza en la formación personal, que comienza en el hogar, haciendo Iglesia familia que ayude a crecer incondicionalmente en más y en más comunión, haciendo Iglesia más y más doméstica, más y más familia, más y más resplandeciente en comunión, a la usanza de la Eucaristía, una Iglesia más y más resplandeciente en medio de la sociedad como sal y luz del mundo, como Iglesia de estrellas del Cielo que plasman vida doméstica que es también vida sacramental y vida fraterna, formando juntos iglesias doméstica que encarnan más y más la Eucaristía como eucaristía doméstica, como memorial sacramental, fraterno y doméstico que hace vida Su memorial también en el altar doméstico, formando pastores domésticos que encarnan Su fraternidad sacramental doméstica como sacerdotes domésticos y sacerdotes del corazón que hacen vida la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu al crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, que crean Cielo, que crean Reino, que crean Eucaristía, que crean fe, que crean esperanza, que crean caridad, que crean paz, que crean luz, que crean entrega, que crean don, que crean misericordia, que crean alegría, que crean plenitud, que crean santidad, que crean justicia, que crean nueva vida…

Esta nueva eclesialización afirma a una Iglesia universal que es más y más doméstica, integrando en toda la estructura eclesial una formación eclesial más y más familiar y una formación familiar más y más eclesial, edificando parroquias que son más y más iglesia doméstica, edificando en cada diócesis un santuario de la vida que coordine el apoyo parroquial a la formación de las iglesias domésticas como corresponde, llevando adelante una formación de iglesias domésticas más y más eucaristizadas al brindar atención formativa eclesial enfocada en el matrimonio y la familia —esto ha de incluir formación teológica, formación sacramental, formación humana, formación psicológica… abarcando tareas como la atención pastoral a la formación de novios al matrimonio, la atención pastora; a matrimonios en crisis y procesos de nulidad matrimonial, la atención pastoral a casos de violencia doméstica, la atención pastoral a jóvenes que aún no conocen a la persona con la que se van a casar pero que se preparan para la vocación matrimonial…—. También se han de integrar matrimonios consagrados —también ha de existir la vocación a la castidad consagrada— en los distintos órganos de gobierno eclesial —por ejemplo: incluir a un matrimonio consagrado en la Congregación de Doctrina de la Fe— y en la gobernanza y servicios eclesiales de parroquias, incluso haciendo posible la administración de parroquias por matrimonios consagrados. Hay que emprender juntos, con parresía, una nueva eclesialización que recupere el sentido de iglesia familia de los primeros cristianos, haciendo resplandecer a la Iglesia viva como Iglesia doméstica, como Iglesia hogar, como Iglesia que busca ayudar a crecer a todos sus hijos, haciendo posible que todos aprendan a encarnar los sacramentos que reciben y a encarnar la fe, dando formación eclesial familiar que haga posible la formación de auténticas iglesias domésticas que resplandezcan como faros de comunión en medio del mundo, encarnando la Eucaristía del altar también en el altar doméstico, haciendo juntos familia humana, eclesial y civil de la misma forma que un sacerdote consagra en el altar la Eucaristía, haciendo vida en el hogar Su envío y Su misión como envío doméstico y sacramental, como misión doméstica y sacramental, haciendo más y más vida juntos Su ministerio de crecimiento en comunión como ministerio sacramental, como ministerio de luz, como ministerio de eucaristía doméstica, como ministerio de buena esperanza, como ministerio de gracia, como ministerio de misericordia, como ministerio de nueva vida… como ministerio de sacerdocio doméstico y sacerdocio del corazón, de pastores domésticos que obran —que hacen— todo en unidad a Su ofrenda, en unidad de manos y de corazón, de ser y de acto, de palabra y de obrar a Su obrar, haciendo vida juntos Su orden de la caridad como orden del corazón que también es orden sacramental, orden doméstico, orden social y orden eclesial…

Sí, emprender nueva eclesialización es emprender un orden de la caridad que ordene todo el cuerpo eclesial más y más a vivir la caridad haciendo posible que todos crezcan en más y más comunión, encarnando así la Eucaristía sacramental como sacramento doméstico, convirtiendo del hogar en sacramento vivo del Amor de Dios, en sacramento vivo de la comunión Trinitaria, comenzando con la conversión del corazón, raíz de toda revolución, consagrando más y más el corazón a vivir la caridad para así consagrar a la familia a vivir la caridad, emprendiendo una formación eclesial que haga posible hacer familia que es templo vivo de eucaristía doméstica, templo doméstico del Espíritu Santo, hasta transformar a toda la sociedad y al mundo entero al hacer posible —desde la encarnación de la Eucaristía y desde la eucaristización familiar del cuerpo eclesial que se hace más y más Iglesia doméstica que irradia más y más comunión en medio del mundo— una sociedad donde todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser, como la luz que somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, familia colmada de profetas de la luz, de profetas de la familia, de profetas de la paz, de profetas de la vida, de profetas de la alegría, de profetas de la comunión, de profetas que profetizan a toda la humanidad Su llamada a la conversión, la nueva vida que da el Amor, Su llamada a hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan… Su llamada a profetizar emprendiendo familiar y eclesialmente una misión educativa que abarque a toda la persona: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar juntos en más y más comunión, como el sacramento vivo de la Eucaristía que somos llamados a ser juntos, obrando juntos como Jesús mismo lo hace…

  • Ayudar a Crecer: Nueva Fraternización

El evangelio nos cuenta que cuando la Sagrada Familia cumplió las prescripciones de la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, donde el Niño Amor creció y se hizo fuerte, colmado de sabiduría y gracia, y el favor de Dios Amor estaba con El (Lc 2, 39-40). La iglesia doméstica, también está llamada a ayudar a crecer en gracia, en edad, en madurez, en comunión y en sabiduría, obedeciendo juntos los mandatos del Señor como nos corresponde obedecerlo. Quiero decir: solamente obedecer al Señor no es suficiente, pues hasta los demonios le obedecen. Hemos de obedecerle juntos por correspondencia, por corresponder más y más a Su Amor al amarnos como hermanos y hermanas. No hemos de asumir la vida espiritual doméstica como un mero “deber de obedecer” que lleva al cansancio, al aburrimiento e incluso a la rebeldía. La verdadera obediencia al Espíritu Santo nos enseña a amar a Dios Amor según Su Caridad, no enseña a obedecer creativamente por corresponder más y más a ese Amor tan grande, amándole y amando como El lo pide, como El lo desea: con todas las fuerzas, con todo el ser, con toda la vida, con toda la mente, con todo el crecimiento… dejándonos santificar más y más por ese Amor.

¿Cómo ayudamos a crecer de tal forma que se generan causas para realizarnos plenamente, dejándonos transformar más y más por el Espíritu? A través del apostolado, ayudándonos a crecer como apóstoles del Amor que hacen más y más posible que todos crezcan como hermanos plenos, ofrendando todo nuestro crecimiento y toda nuestra voluntad fiel y obedientemente, obedeciendo con más y más humildad, creatividad y asombro al Espíritu Santo que no deja de mostrarnos con Su fecundidad a afirmar el crecimiento de toda la persona y de toda persona a imagen y semejanza de Dios Amor que se hace comunión encarnada y eucaristía doméstica. El apostolado, lo que nos hace crecer como iglesia doméstica y como Iglesia familia, ha de ser algo ordinario de toda iglesia doméstica, comenzando con el apostolado con los propios miembros de la familia, pues cuando nos encontramos con Jesús Amor, con Jesús Eucaristía, encontrándonos con El en el sacramento y también en el servicio al prójimo, no podemos evitar vivir el apostolado, el querer que todos conozcan ese Amor tan grande al que no podemos evitar corresponder, Amor que no podemos contener para nosotros mismos, sino que tenemos que necesariamente darlo, pues ese Amor necesariamente crece. El apostolado doméstico es la realización del crecimiento que hace visible a Dios Amor como ministerio familiar que evangeliza manifestando el carisma sacramental que no enseña Jesús Caridad, Jesús Sacerdote: ayudar al hermano a crecer hasta convertirse en el sacramento vivo del Amor de Dios que es llamado a ser, en el sacramento vivo de Su Eucaristía que es llamado a ser, en el sacramento vivo de la Trinidad que es llamado a ser. Este apostolado doméstico es generado por medio de tres causas que realizan la formación personal de toda la iglesia doméstica: crear comunión, crear familia y crear comunidad. El apostolado doméstico crea comunión, crea familia y crea comunidad de acuerdo a la voluntad de Dios Amor, en obediencia al Espíritu que no deja de ayudar a crecer a la familia, a la humanidad y a la Iglesia. El apostolado doméstico nos transforma juntos en la luz de gracia del Espíritu, en la luz de Su unidad, creando hogar, Iglesia y humanidad donde todos crecen como hermanos, como familia de Dios. El apostolado doméstico es discipulado que nos transforma no solo a nosotros como iglesia doméstica, sino también a la sociedad, haciéndola sociedad más fraterna. Esta transformación no es mero fruto de manejo de datos o de modificación de conductas, o de cambios de imagen. Esta transformación es fruto de un discipulado familiar, de encarnar a Jesús Caridad y a la Palabra en toda nuestra formación familiar, creciendo juntos de tal forma que al vivir el apostolado doméstico “domesticamos” también a la sociedad, creando lazos y vínculos de luz, creando cultura del encuentro con el hermano, consumando juntos el crecimiento en el Amor de Dios como crecimiento en el Amor a los hermanos, como crecimiento en el Amor social.

Este discipulado doméstico crea fraternidad humana, sacramental y civil, ayudando a crecer en una cultura de Amor, una cultura de luz, cautivando a todos —con ayuda de la gracia— con el atractivo de una vida que vive para vivir la caridad, para hacer crecer más y más el Amor de Dios, plasmando más y más todo el crecimiento y todo crecimiento —también el crecimiento social— a imagen y semejanza de Cristo y Su comunión. Este apostolado doméstico confronta con el Amor de Dios otras formas de amor que no son ni tan grandes ni tan verdaderas, ayudando a crecer a todos más y más  unidos a ese Amor tan grande que nos supera y nos colma de alegría ante la grandeza del Señor y Su comunión, que nos colma la vida de entrega, de plenitud, de sentido. En el apostolado doméstico aprendemos a crecer juntos como apóstoles que evangelizan viviendo más y más el Amor: nada que contradiga el Amor de Dios vale la pena, ni mucho menos la vida. Este apostolado doméstico requiere obediencia a la Palabra y al Espíritu que nos mueve a crecer en más y más fraternidad y comunión, y también requiere un profundo discernimiento de como concretar en el día a día las formas con las que hacemos visible el Amor de Dios vivo y encarnado: todo tiene que hacerse según el Espíritu.

Ayudar a crecer realizándonos según la voluntad de Dios Amor es una de las características básicas de la familia de Jesús: “He aquí Mi madre y Mis hermanos, pues quien cumple la voluntad de Dios es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre” (Mc 3, 34-35). Cualquier actividad que ayuda a crecer haciendo visible el Amor de Dios y que es realizada para ayudar a crecer en plenitud al hermano puede convertirse en apostolado doméstico cuando elegimos realizarla en correspondencia a Su voluntad. Esta es la tercera fase, el tercer énfasis, del proyecto de evangelización familiar: ayudar a crecer transformando nuestra realización personal apostólicamente, creciendo en constante realización apostólica, ayudando a crecer como apóstoles que crean comunión, que crean familia y que crean comunidad de acuerdo a Su voluntad, plasmando más y más persona luz, familia luz y comunidad luz. El apostolado doméstico no es una llamada extraordinaria ni es un acto de generosidad fortuita derivada de un mero impulso personal: es una manifestación del carisma sacramental que se nos da en el bautismo que realiza nuestra participación en el ministerio sacerdotal de Jesús, en el llamado a la misión sacerdotal de la iglesia doméstica, en el llamado a consagrar la iglesia doméstica y de la sociedad al Amor de Dios vivo y encarnado, a vivir más y más la caridad hasta hacer posible que todos crezcan resplandeciendo en más y en más comunión. Al concretar esta misión sacerdotal hacemos más y más vida Su consagración sacramental consumada como comunión personal trinitaria: somos enviados por el Padre, somos uno con Jesús y somos vivificados por el Espíritu. El apostolado doméstico solo puede consumarse si ayuda a crecer más y más en el Amor Trinitario, en la unidad del Espíritu, en Su comunión de Amor. A través del apostolado doméstico bendecimos a los hermanos y a la iglesia doméstica con los dones, vínculos y valores que se nos conceden al crecer en Su comunión, dejándonos convertir en don del Espíritu, dando gratuitamente lo que gratuitamente se nos ha dado.

Este ayudar a crecer viviendo el apostolado doméstico es la misión sacerdotal de la iglesia doméstica: ayudar a crecer consagrando toda la formación personal, transubstanciarnos en Su Cuerpo y en Su Sangre —transconsagrar el corazón— al coonvertirnos juntos en los apóstoles que somos llamados a ser, en los discípulos domésticos que somos llamados a ser, ayudando a crecer al transformarnos juntos en la realización del Espíritu que se nos ha dado para crear comunión, para crear familia y para crear comunidad que resplandecen a imagen y semejanza de la Trinidad, acogiendo más y más al Espíritu que se nos ha dado para acompañar a la Iglesia hasta el fin de los tiempos, acogiendo más y más en el Espíritu el envío de Jesús Caridad, caminando juntos hacia el Cielo dando mucho fruto apostólico… Hemos de realizarnos transformados en el Espíritu hasta convertirnos en los santos que somos llamados a ser, en la familia de santos que somos llamados a ser, en la comunidad de santos que somos llamados a ser: “De manera particular, los padres participan de la misión de santificación impregnando de Espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos” (Catecismo 902). La iglesia doméstica está llamada a ser manantial de santidad, manantial de laboriosidad apostólica y de espíritu misionero, manantial de caridad y de luz en medio del mundo, ejercitando de manera privilegiada su misión sacerdotal, su misión apostólica: “Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre y madre de familia, en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el Amor que se traduce en obras” (Lumen Gentium 10). Ese “Amor que se traduce en obras” es el ministerio familiar que fundamenta el apostolado familiar de tal forma que al crecer juntos es Cristo Quien crece en cada miembro de la iglesia doméstica, haciendo vida las palabras de Juan el Bautista: “Conviene que El crezca y que yo disminuya”.

No puede haber apostolado doméstico ni se puede ayudar a crecer como apóstoles domésticos sin una sólida vida interior. En el libro El alma de todo apostolado J.B. Chautard nos habla de cómo todo apostolado —también el apostolado doméstico— siempre va unido a una sólida vida interior para así dar frutos apostólicos y fraternos abundantes: “Los esposos cristianos que se consideren como obligados el uno para con el otro a un apostolado que a su vez ejercen sobre sus hijos con el fin de formarlos en amor e imitación al Salvador —imitando Su ofrendar, imitando en la vida doméstica Su entrega—… ¡Ojalá comprendan mejor la necesidad de una vida, no solamente piadosa, sino también interior, para hacer eficaz su celo y embalsamar sus hogares con el Espíritu de Jesucristo y con esa paz inalterable que, a pesar de las pruebas y trabajos, continuará siendo siempre el patrimonio de las familias verdaderamente cristianas” (Final del capítulo 1, El alma de todo apostolado, J.B. Chautard). Para fomentar la vida interior de la iglesia doméstica, haciendo posible así el hacer vida la misión sacerdotal con un apostolado doméstico fecundo que consagre a toda la formación, a toda la familia y a toda la sociedad al Amor de Dios, se ha de hacer posible un ministerio familiar que se encarne como liturgia doméstica: una liturgia para el hogar cuyo obrar cotidiano impregne la vida doméstica de profunda unidad a Jesús Caridad y de profunda vida interior, convirtiendo toda la vida doméstica en ofrenda viva, familiar, sacramental y agradable a Sus ojos, viviendo en el hogar una vida de Espíritu cristiano, verdadero patrimonio de la iglesia doméstica.

Esta liturgia doméstica ha de profundizar la misión sacerdotal de la iglesia doméstica imitando la misa en la vida doméstica, encarnando la misa en la vida familiar, haciendo de la vida doméstica una ofrenda a Dios Amor, plasmando misa doméstica en el hogar al vivir ciertos rituales domésticos —a la usanza de los rituales de la misa en el altar— que hacen vida Su memoria, que hacen visible el Amor de Dios vivo y encarnado de la misma forma que lo hacen los rituales de la misa dominical, el ritual de Su memorial, consagrando así a la familia y a la vida doméstica a vivir el Amor de Dios, a vivir la caridad haciendo visible sacramental, humana y fraternalmente el Amor de Dios. Esta liturgia doméstica impregna la vida cotidiana de la familia de comunión sacramental viva, plasmando misa doméstica que colma a la iglesia doméstica de presencia de Dios Amor con rituales vivos como la lectura y meditación en familia de las lecturas de la misa diaria, estudio bíblico semanal, estudio en familia diario del Fam Cat, rezo diario del rosario en familia, bendiciones para el momento de comer, o dormir, o despertarse, besar una cruz doméstica al entrar y salir de la casa, tener un altar doméstico con devociones familiares, entre otras costumbres que fomentan la vida doméstica que verdaderamente encarna la fe, costumbres como ratos de oración en silencio o ayudados de un libro apropiado, tener una habitación adecuada para usar como altar doméstico, fomentar las devociones a santos…

Cada pareja de esposos ha de componer una liturgia doméstica que encarne la ofrenda de misa y la acción de dar gracias dela misa en la vida doméstica cotidiana, haciendo de la convivencia familiar un constante ayudar a crecer en la gracia del Espíritu, un constante ayudar a crecer que realice más y más la transformación del Espíritu en cada miembro de la familia, creando comunión, creando familia y creando comunidad que transforme todo —también al mundo y a la sociedad—- al hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado. Las obras de misericordia sociales, espirituales y corporales, y las obras de caridad, también han de ser parte de la liturgia doméstica, promoviendo un ministerio familiar que haga visible a toda la sociedad el Amor de Dios vivo y encarnado al hacer posible un hogar, una Iglesia y una humanidad donde todos crezcan como hijos de Dios y como hermanos dignos, iguales, libres, amados, plenos, felices, santos, llamados, elegidos, consagrados… ¡Cuánto podemos transformar al mundo irradiando juntos más y más la realización del Espíritu Santo, la acción del Paráclito, haciendo más y más vida el ministerio familiar que somos llamados a emprender, el apostolado doméstico que somos llamados a encarnar como pastores domésticos que hacen más y más vida Su fraternidad sacramental doméstica al emprender su misión sacerdotal como sacerdotes del corazón y sacerdotes domésticos que hacen vida el sacerdocio de Jesús Caridad en la vida doméstica, haciendo visible la acción de Dios Amor de la misma forma que lo hace un sacerdote en el altar, encarnando Su comunión sacramental como eucaristía doméstica en la vida familiar, como misa doméstica, como ministerio de crecimiento en comunión que acoge con más y más fecundidad sacramental la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu!

De esta forma, se emprende la misión sacerdotal de la iglesia doméstica como misión apostólica cuyo ministerio familiar hace vida la transformación del Espíritu transformando a todos los miembros de la iglesia doméstica en los íconos vivos del Amor de Dios que son llamados a ser, en las personas santas que son llamados a ser, ofrendando todo —no solo la vida doméstica, sino también el trabajo y la vida social— a la usanza de una misa doméstica, a la usanza de la Eucaristía. La iglesia doméstica ha de santificar a todas las personas que la componen, formando apóstoles que al ayudar a crecer irradian más y más la luz del Amor de Dios que se encarna en toda la formación personal, de tal forma que el matrimonio y la familia se convierten en auténtico camino de comunión, de santidad, de fraternidad, procurando juntos la perfección de vida y la plenitud, haciendo posible que todos crezcan como hermanos plenos, como personas plenas, como santos… Es así, ayudando a crecer incondicionalmente en más y más comunión, ayudando a crecer como personas luz, como hermanos luz, como cristianos luz, como ciudadanos luz… que se emprende una nueva fraternización: fraternizar a toda la familia y a toda la sociedad consagrándola al Amor de Dios, consagrándola como apóstoles domésticos consagrados a vivir la caridad haciendo posible que todos crezcan como hermanos, viviendo el apostolado como redes de caridad encarnada con las que se pesca reconociendo a todos como hermanos, plasmando Iglesia más y más familia y plasmando también humanidad más y más familia, plasmando nación más y más familia al hacer posible una sociedad donde se ayuda a crecer a todos incondicionalmente como hermanos, movidos más y más por la realización del Espíritu Santo que al realizar plenamente a la persona y a la iglesia doméstica —a la patria doméstica— con sus dones y frutos también hace posible la realización más plena de la sociedad, plasmando juntos una cultura luz, una cultura de Amor, una cultura de comunión, una cultura de nueva vida, una cultura de encuentro… que hace vida el culto vivo y nuevo de comunión de la iglesia doméstica, ofrecido por ella como culto sacramental que consuma la eucaristía doméstica como ministerio familiar que repercute en una transformación cultura, plasmando juntos cultura luz que ayuda a crecer a todos incondicionalmente en más y más comunión, según la dignidad que el Creador da a todo hermano, a todo hijo de Dios…

Así, la iglesia doméstica plasma cultura luz que ayuda a crecer a todos en fraternidad social, como los hermanos que somos llamados a ser, como la sociedad familia que somos llamados a ser, como la ciudad de santos que somos llamados a ser…. plasmando juntos cultura luz que crea más y más comunión de luz, que crea más y más familia luz, que crea más y más comunidad de luz. Esta es la misión apostólica de la iglesia doméstica, la misión sacerdotal de la iglesia doméstica: ayudar a crecer transformando todo en la realización del Espíritu, plasmando así no solo familia más y más santa, sino también cultura más y más resplandeciente en comunión, cultura más y más fraterna, haciendo vida un ministerio familiar que es también ministerio de crecimiento en más y en más comunión, acogiendo incondicionalmente la vida y la gracia, reconociendo incondicionalmente la dignidad de todos, reconociendo incondicionalmente la luz que todos son llamados a ser.

  • Ayudar a Irradiar: Nueva Evangelización

Además del bautismo de Jesús, donde toda la familia Trinitaria del Amor de Dios es revelada, hay otra lectura de la Biblia en la cual la voz del Padre es escuchada:

“Seis días después, tomó Jesús consigo a Pablo, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Tomó Pedro la palabra y dijo a Jesús: ‘Rabbi, está bien que nos quedemos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’ —es que no sabía qué responder, pues estaban atemorizados—. Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra, y llegó una voz desde la nube: ‘Este es Mi Hijo Amado, escuchadle’. Al momento miraron en derredor y ya no vieron a nadie, más que a Jesús con ellos” (Mc 9, 2-8).

La iglesia doméstica está constantemente reformando su proyección —su proyecto de nueva vida— de acuerdo al proyecto de la Trinidad, de acuerdo a su escucha a Jesús Caridad, a través de la escucha de la Palabra, de la vida sacramental y de la vida interior doméstica. Los miembros de la iglesia doméstica están siendo constantemente trasfigurados, reformándose con más y más precisión, con más y más fidelidad y correspondencia a la obra viva de Amor que somos llamados a ser. Cuando acometemos este proceso de reformación de nuestra proyección, escuchando más y más al Hijo Amado, encarnando progresivamente más y más la comunión de la Trinidad, somos progresivamente transfigurados en los testigos de la resurrección que somos llamados a ser, en testigos de la nueva vida que da el Amor, en testigos que testimonian a toda la sociedad la luz viva de la resurrección a la usanza de María Magdalena, primera testigo de la resurrección según el Evangelio: “María Magdalena fue y anunció a los discípulos: ‘He visto al Señor,’ diciéndoles lo que El les dijo” (Jn 20,18). Noten que este testimonio se fundamenta en el encuentro personal con el Resucitado, en el encuentro personal con Dios Amor vivo y encarnado, con Jesús Caridad vivo y resucitado. Al ser iglesia doméstica que reforma toda la proyección de acuerdo al proyecto dado por el Padre (ayudar a ser), por el Hijo (ayudar a hacer) y por el Espíritu Santo (ayudar a crecer) damos testimonio de la resurrección por medio de la conversión personal constante y progresiva en la obra viva de Amor que somos llamados a ser para ayudar a irradiar la luz de la comunión trinitaria: nos hemos encontrado con Jesús Caridad, lo hemos visto y tocado, nos hemos convertido en Su Amor, por Su Amor y con Su Amor. La luz transfiguradora de esa experiencia pascual nos reforma una y otra vez, conmemorando la luz recibida en el bautismo a lo largo de toda la vida, una y otra vez, cada vez con un poco de más correspondencia al proyecto de la Trinidad, a Su proyecto para irradiar más y más Amor, hasta plasmar a toda la sociedad irradiativamente —irradiando la comunión de la Trinidad al testimoniar la nueva vida que da el Amor— como sociedad luz, como sociedad comunión, como civilización del Amor. Por medio de esta constante reformación aprendemos a irradiar más y más luz amando como Jesús ama a la Iglesia y a la humanidad, ofrendando todo cuanto somos, haciendo más y más vida el poder de la luz.

¿Cómo ayudamos a irradiar plasmando el Amor de Dios de tal forma que se hace proyección viva que abarca todas las claves de nuestra obración, de nuestro proceso de convertirnos en la obra viva de Amor que somos llamados a ser? Reformando absolutamente toda nuestra proyección, todo nuestro proyecto de nueva vida, de tal forma que todo se ordene a dejarnos plasmar como la obra viva de Amor que somos llamados a ser juntos como iglesia doméstica que es Iglesia viva fiel al Divino Esposo, Rey del Universo y de nuestras vidas. Hemos de dejar que Dios Amor transfigure nuestra vocación vital, nuestra plenitud vital, nuestra comunicación vital, nuestra identidad Vidal, como obra encarnada en constante proceso de reformación a lo largo de la vida, en constante proceso de re-conversión a Dios Amor y a Su designio, a Su voluntad. Podremos luchar contra el pecado, la acaridad y la afraternidad, incluso nos podremos distraer y encontrar difícil amar como nos corresponde amar, pero igual perseveraremos en el propósito de reconvertirnos al Amor, igual seguimos acogiendo la llamada a dejarnos convertir una y otra vez en Su Amor, eligiendo convertirnos una y otra vez, reformándonos más y más a lo largo de la vida, reformando más y más nuestra proyección de acuerdo al proyecto de nueva vida de la Trinidad, convirtiéndonos pascualmente en quienes somos llamados a ser hoy a hoy y para siempre: hijos e hijas resucitados de Dios Amor, pueblo transfigurado de Dios Amor.

Esta es la cuarta fase del proyecto de evangelización familiar, su cuarto énfasis: ayudar a irradiar reformando nuestra obración pascualmente, ayudando a irradiar proyectando la vocación vital, la identidad vital, la comunicación vital y la plenitud vital de acuerdo a la Trinidad, como testimonio vivo de la resurrección, como testimonio vivo de la nueva vida que da el Amor, como testimonio vivo del encuentro vivo y personal con el Amor de Dios que nos cambia la vida, que nos transfigura, irradiando así más y más comunión a toda la sociedad. Esta vida es una constante reformación, una reconversión permanente, una conversión continua, un continuo ayudar a irradiar en más y más unidad a la Trinidad, una preparación para nuestra vida eterna, una constante irradiación de la luz de la resurrección que lo convierte todo, no solo a nosotros mismos como iglesia doméstica, sino también a la sociedad… pues al vivir como resucitados también plasmamos nueva creación en toda la sociedad.

La misión real de la iglesia doméstica hace vida ese proceso de conversión constante al hacer vida la libertad real de elegir —más y más desprendidos de nosotros mismos— dar más y más testimonio vivo de la presencia de Dios Amor vivo y encarnado en nuestros corazones y en el mundo, revelando ese Amor encarnado en toda la formación personal que en la iglesia doméstica se plasma a imagen y semejanza de la Trinidad, como obra viva de Amor, pues es en la iglesia doméstica que aprendemos a vivir encontrándonos constantemente con el Amor de Dios vivo y encarnado, con Jesús Caridad vivo y resucitado. Ese encuentro no nos deja indiferentes, nos mueve a ayudar a irradiar más y más luz al mundo, nos mueve a responder a Su Amor con un proceso de conversión personal, que se da al irradiar juntos en comunión, al irradiar juntos en la iglesia doméstica —donde todos se ayudan a convertirse en la obra viva de Amor que son llamados a ser—. Ese encuentro con Jesús Caridad nos mueve a responderle con testimonio vivo de Su Amor a toda la sociedad, haciendo más y más presente Su reino en toda la sociedad, al estilo de María Magdalena, testimoniando más y más la nueva vida que da el Amor, irradiando más y más la luz de la resurrección que plasma nueva creación, nueva sociedad. Es así como se es cristiano. No se es cristiano –ni mucho menos iglesia doméstica— por creer en una idea o fe abstracta. Nuestra fe es una fe personal, una fe viva, una fe encarnada. Creemos en una Persona con la que nos relacionamos y a la misma vez nos enseña a relacionarnos de forma nueva al encontrarnos una y otra vez con El, que nos cambia la vida con Su Amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que crean tengan vida eterna’ (Jn 3,16)” (Deus Caritas Est 1).

Es en este nuevo horizonte que se abre con el encuentro con Jesús Caridad, resplandeciendo como Iglesia más y más viva, que hacemos vida la misión real de la iglesia doméstica descubriéndonos como príncipes y princesas del Cielo, encarnando la misión real como familia de sacerdotes, profetas y reyes en los que Jesús Caridad reina, dejando que El reine en la iglesia doméstica en la medida en que encarnamos más y más la eucaristía doméstica, haciendo del irradiar la comunión trinitaria todo un proyecto de nueva vida, toda una proyección viva que irradia a la sociedad entera de más y más comunión, irradiando más y más la luz del Amor de Dios encarnada en la formación personal, transparentada por la iglesia doméstica que se transfigura en faro vivo de comunión en medio del mundo, plasmando así todo un proyecto de crecimiento en comunión que es tanto misión real como misión social de la iglesia doméstica: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar haciendo posible que todos resplandezcan en más y en más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, plasmando más y más nueva sociedad con mística fraterna que hace vida la comunión trinitaria en toda la sociedad.

Sí, la mística fraterna de la eucaristía doméstica también es mística social, también tiene un eminente carácter social. Quien se encuentra con el Amor de Dios no puede evitar irradiarlo a los demás, y quien queda irradiado por el Amor de Dios no puede evitar ayudar a otros a irradiar también. Al ayudar a irradiar encarnando humana, fraternal y sacramentalmente la eucaristía doméstica como proyecto de nueva vida, como proyecto de comunión, como proyecto de crecimiento en comunión, no podemos evitar Su luz y comunión a la sociedad al crecer juntos a imagen y semejanza de la Trinidad, sacramentalizando así a la sociedad, haciéndola resplandecer como el sacramento vivo de la Trinidad que es llamado a ser, sociedad donde todos irradian resplandeciendo en comunión, plasmando así Reino de Dios en el mundo, plasmando así reino de comunión al dar más y más testimonio vivo de nuestro encuentro con el Amor de Dios vivo y resucitado con el que nos encontramos en primer lugar en la iglesia doméstica.

Es en la iglesia doméstica que aprendemos a reconocer a Jesús Caridad en cada prójimo, donde aprendemos a reconocer a Dios Amor vivo y encarnado en todo hermano. Así también aprendemos a reconocernos como sociedad luz, como sociedad en la que todos son llamados a irradiar, ayudando a irradiar plasmando juntos civilización de Amor en la medida en que hacemos vida en toda la sociedad —en todos los ambientes sociales— la revelación del Amor cristiano que nos mueva a ayudar a irradiar más y más la luz de Su comunión, plasmando Su obra viva de Amor no solo en toda la formación personal y en toda la iglesia doméstica, sino también en toda la sociedad, cumpliendo más y más con nuestra misión social como iglesia doméstica al testimoniar juntos más y más el Evangelio vivo y encarnado, al afirmar más y más a toda la persona y a toda persona conforme a la dignidad dada por Dios Amor, comprendiendo así con más y más profundidad las leyes de la vida social: “La revelación cristiana… nos conduce a una comprensión más profunda de las leyes de la vida social (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 23,1). La Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conforme a la sabiduría divina” (Catecismo 2419).

Sí, al hacer vida la misión real de la iglesia doméstica como vocación a plasmar un proyecto de vida que también es proyecto de crecimiento en comunión —proyecto que plasma reino de comunión, civilización del Amor—-, descubrimos también la misión social de la iglesia doméstica como vocación a irradiar comunión personal, ayudando a irradiar a toda la sociedad al irradiarle el esplendor de la nueva vida en Cristo, plasmando nueva creación como iglesia doméstica que ayudar a irradiar en la luz de la resurrección que plasma más y más civilización de Amor que resplandece en más y más comunión. Para llevar adelante esta misión social de la iglesia doméstica e ha de emprender una nueva pastoral familiar en todas las parroquias y diócesis del mundo, coordinadas por los santuarios de la vida: una pastoral familiar donde las parroquias alienten y fomenten el crecimiento en comunión de las iglesias domésticas y de la misma parroquia como familia de familias, asignándole a esta pastoral parroquial todo lo referente a formación familiar parroquial, incluyendo la preparación remota y próxima al sacramento del matrimonio, la preparación de medios formativos para la familia, la coordinación de catequesis familiar… Esta pastoral ha de ser tan importante como cualquier otro ministerio de la parroquia —ministerio de liturgia, ministerio de catequesis, pastoral juvenil, ministerio de música, ministerio de ministros extraordinarios de la comunión, etc…—, enfocándose esta pastoral en promover el crecimiento en más y más comunión de toda la parroquia y de todas las iglesias domésticas, el promover el crecimiento de toda la parroquia como parroquia más y más familia, haciendo posible el crecimiento de todos a imagen y semejanza de la Trinidad. Desde la pastoral familiar parroquial —que ha de ser llevada adelante por pastores domésticos, por ministros de crecimiento en comunión— se ha de animar el ministerio familiar de todas las iglesias domésticas, el ministerio familiar descrito al hablar de ayudar a crecer, plasmando así una Iglesia más y más familia que hace resplandecer a toda la sociedad en más y en más comunión, a la usanza de la Trinidad. Esto es todo un proyecto de crecimiento humano, eclesial y sacramental en más y en más comunión: hacer posible el crecimiento de familias —hacer posible el crecimiento de la sociedad— donde todos resplandezcan en comunión, donde se reconozca la llamada a irradiar de todos, donde se reconozca la dignidad de todos. Misión real y misión social van de la mano en la iglesia doméstica: ella cumple su misión real al dejar que Dios Amor reine en la familia, al dejar que El delinee el proyecto de irradiación familiar como proyecto de crecimiento en comunión, de tal forma que así Dios Amor también reina en la sociedad, que resplandece más y más como sociedad luz, como sociedad comunión, como sociedad fraterna.

Esta es la misión real de la iglesia doméstica, misión que es necesariamente misión social: ayudar a irradiar reformados según la proyección de la Trinidad, emprendiendo un proyecto de crecimiento en comunión que al plasmar familia que crece en comunión también plasma sociedad que crece en más y en más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, encarnando así la relación viva de Dios Amor-con-nosotros como irradiación doméstica, eclesial y social de comunión. Así se emprende una nueva evangelización desde la iglesia doméstica: irradiando a la familia, a la Iglesia y a la sociedad de más y más comunión, plasmando más y más familia comunión, Iglesia comunión y Patria comunión, desde la conversión personal en la obra viva de Amor que somos llamados a ser juntos, conversión personal que es fruto del encuentro personal con Jesús Caridad vivo y resucitado que nos cambia la vida que se hace relación de Amor personal que se irradia como proyecto de nueva vida, como proyecto de crecimiento en comunión que irradia más y más a la sociedad de nueva vida que resplandece en comunión de Amor, hasta convertirnos juntos en la civilización de Amor que somos llamados a ser, a imagen y semejanza de la comunión de la Trinidad.

Desde la pastoral familiar se han de hacer y emprender iniciativas comunitarias que no solo fomenten una Iglesia más y más comunión sino también una sociedad más y más comunión, iniciativas que ayuden a irradiar a todos en más y más comunión, creciendo juntos en familia, a la luz de la comunión trinitaria, ayudando a irradiar más y más comunión en todo ambiente social. Ejemplos de actividades sociales de esta pastoral familiar que plasma más y más Iglesia familia y más y más sociedad familia pueden ser: cursos de formación familiar impartidos en la parroquia a los que pueda asistir cualquier matrimonio del barrio; cursos de derechos humanos impartidos en la parroquia para facilitar que todos en la comunidad se contemplen como hermanos, tanto desde la fe como desde la fraternidad civil; ágapes fraternos donde familias de la comunidad y de la parroquia se reúnan e intercambien experiencias del ministerio familiar; pasadías familiares donde se promueva la sana convivencia de todas las familias de la comunidad; retiros familiares donde se encomie a las  familias a una sana espiritualidad familiar, invitando también a familias de la comunidad…

Desde la mirada de Jesús Caridad se emprende nueva evangelización plasmando iglesia doméstica cuya pastoral familiar también es misión social, sirviendo a la Iglesia y a la sociedad desde la iglesia doméstica que irradia más y más comunión, haciendo más y más vida la proyección de la  Trinidad, hasta convertir a toda la sociedad en civilización de Amor, haciendo vida así el proyecto de comunión de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: que todos resplandezcan feliz, plena, fraternal y santamente a imagen y semejanza de la comunión trinitaria, plasmando Iglesia, sociedad y familia donde todos irradien la luz que somos llamados a irradiar, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, viviendo más y más como familia las obras de misericordia y las obras de caridad de tal forma que en toda la sociedad se reconozca la dignidad de todos… plasmando así Reino de Dios en este mundo al emprender juntos una nueva evangelización que va de la mano al desarrollo propio de una nueva familiarización: el ayudar a ser, el ayudar a hacer, el ayudar a crecer y el ayudar a irradiar que también ayuda a la vez a todos a resplandecer en más y más comunión, plasmando así humanidad que resplandece como humanidad luz, como humanidad familia, como familia luz.

  • Resplandecer Juntos en Más y Más Comunión: Nueva Familiarización

En Apocalipsis 21,5 la Biblia nos dice: “Voy a hacer nuevas todas las cosas”. Jesús Caridad —que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia— nos exhorta como iglesia doméstica a crear un mundo nuevo, una humanidad nueva, donde todos resplandecen en más y más comunión, donde todos resplandecemos como una luz única que cambia a la humanidad, donde todos resplandecemos como estrellas del Cielo, resplandeciendo a la luz de la Estrella de la Mañana (Ap 22,16). Ya hablé de la misión natural de la iglesia doméstica, y también ya hablé de la misión profética, sacerdotal y real de la iglesia doméstica. Ahora hablemos de una última misión de la iglesia doméstica: la misión fraterna, la de hacer posible que toda la nación y toda la humanidad —toda la sociedad civil— resplandezca en más y más comunión, como la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, como la humanidad familia que somos llamados a ser. Esta misión también puede denominarse la misión civil de la iglesia doméstica: hacer posible una sociedad civil donde todos crezcamos como la familia humana que somos llamados a ser, resplandeciendo juntos en más y más comunión como las estrellas vivas, las estrellas de nueva fraternidad y las estrellas del Cielo que somos llamados a ser, declarando juntos nueva fraternidad —todos hemos de considerarnos hermanos y hemos de tratarnos como hermanos incondicionalmente, honrando los derechos humanos de todos, sanando en nuestra historia todo lo que nos impida resplandecer y caminar juntos como hermanos— y declarando también nueva adoración —hemos de adorar juntos a Dios Amor con todo el crecimiento y con todo crecimiento, no solo plasmando todo el crecimiento de la formación personal a imagen y semejanza de la Trinidad, sino también haciendo posible el crecimiento más pleno posible de todos en la sociedad civil—. Declarar nueva adoración y nueva fraternidad repercute en una nueva historia: una historia de la salvación que se sigue haciendo vida en nuestros días como historia de Amor, una historia de Amor que irradia de la comunión de la Trinidad a absolutamente toda la nación y a toda la humanidad, convirtiéndonos juntos en el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, en el ícono vivo de Jesús Caridad que somos llamados a ser.

La vida de toda nación y de todo estado depende de la familia. En palabras del Do Cat 119: “La familia es ante todo el lugar donde se perpetúa la sociedad… en ella se imparten virtudes, valores y tradiciones de índole cultural, ética, social e intelectual y religiosa que son esenciales para todo hombre libre y responsable… a la familia se le encomienda también el deber de mantener a todos sus miembros y de garantizarles un espacio de protección, desarrollo y descanso privado… en la familia encuentran amor y sustento todos aquellos miembros de la casa que estén enfermos o que tengan minusvalías o pocos recursos…” La pobreza social más desgarradora es la falta de familia, la falta de amor. Es en una familia que se hace vida la riqueza más básica: el crecer incondicionalmente amados. La iglesia doméstica tiene la misión fraterna de hacer posible con todo tipo de iniciativas que todo hijo del Creador, que todos en la sociedad civil, que todos en la nación, que todos en la humanidad… crezcan conforme a su dignidad, crezcan en familia, resplandeciendo juntos en más y más comunión, conscientes de ser incondicionalmente amados, en primer lugar por Dios Amor. La iglesia doméstica tiene la misión fraterna de hacer posible que todo ser humano —comenzando por la familia doméstica y los más cercanos a ella— resplandezca en más y más comunión, resplandeciendo juntos como familia humana, conforme a la dignidad de todo ser humano, haciendo resplandecer la belleza de la comunión fraterna y del Amor de Dios que se hace fraternidad incondicional, de tal forma que nadie está sin familia en este mundo: “Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están cansados y fatigados (Mt 11,28)” (Familiaris Consortio 85). Hemos de hacer posible que absolutamente todos puedan crecer como la familia humana que somos llamados a ser, como la sociedad civil fraterna que somos llamados a ser, recordando que “la tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio” (Redemptoris Missio 55).

Esta es la quinta fase, el quinto énfasis, del proyecto de evangelización familiar: hacer resplandecer a la sociedad civil —al pueblo, al estado, a la nación, a la humanidad— como la familia humana que es llamada a ser, como la familia luz que somos llamados a ser, haciendo posible que todos resplandezcan en más y más comunión, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos. Así, emprendemos juntos un proyecto de luz: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión, plasmando juntos persona luz y familia luz; plasmando juntos cultura luz, cultura de nueva vida; plasmando juntos estado luz, estado de comunión, estado de justicia y derecho, estado del nuevo albor, estado de nueva fraternidad; plasmando juntos nación luz, nación de Amor que resplandece en comunión; plasmando juntos humanidad luz, humanidad unida y fraterna que resplandece en paz que viene de Dios Amor, la paz que hace posible que todos resplandezcamos como hermanos; plasmando juntos sociedad luz donde todos resplandecemos como la luz que somos llamados a ser, como la familia que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser… Esta misión fraterna es la misión propia del servicio al bien común de la iglesia doméstica, que emprende este proyecto de luz como servicio al bien común que al servir hace más y más visible al mundo el Amor de Dios vivo y encarnado, de tal forma que toda la nación, todo el pueblo, todo el estado y toda la humanidad —todo el hogar común— resplandecen como la familia civil que somos llamados a ser, como la familia de hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible que todos crezcan en comunión fraterna, haciendo posible que todos crezcan en familia, haciendo posible el desarrollo civil más pleno posible y una promoción humana donde se honre incondicionalmente la dignidad humana de todos como familia humana en la que todos resplandecemos juntos en más y más comunión: “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que El mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás…” (Evangelii Gaudium 178). La misión fraterna de la iglesia doméstica desea, busca y cuida el bien de toda la familia humana haciendo posible una sociedad civil en la que todo ser humano se desarrolle lo más plenamente posible, haciendo posible un desarrollo donde todos crezcan en familia, como los hermanos que son llamados a ser, como la mejor persona que puedan ser, haciendo vida el “sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se fundamenta toda sociedad civil” (Laudato Si 23).

Para hacer posible una sociedad civil que resplandezca en más y más comunión no solo hace falta la colaboración de todos como hermanos: en primer lugar hace falta gracia. Por eso, parte de esta misión fraterna de la iglesia doméstica y de la Iglesia como Familia de familias es consagrar a toda la nación —a todo Estados Unidos, incluyendo a Puerto Rico— a Jesús Caridad, consagrando a toda la nación y a cada iglesia doméstica a vivir la caridad, consagrándonos a vivir la caridad haciendo posible que todos resplandezcamos en comunión, haciendo posible que todos resplandezcamos como hermanos. Cualquiera —no solo los católicos— puede consagrarse a vivir la caridad, pues hacer posible que todos resplandezcan como hermanos ha de ser misión fraterna de todos. Todos somos llamados a vivir la caridad: “El amor –‘caritas’- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (Caritas in Veritate 1). Es solo viviendo juntos la caridad, consagrándos a vivir la caridad haciendo posible que todos resplandezcan en más y más comunión, que hacemos posible el auténtico desarrollo del que habla la Populorum Progressio, un desarrollo que “debe ser integral, que debe promover a todos los hombres y a todo el hombre” (Caritas in Veritate 17). Nos corresponde como cristianos hacer posible un auténtico desarrollo: “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor” (Caritas In Veritate 79).

Al consagrarnos a vivir la caridad, al consagrar a Estados Unidos y a la iglesia doméstica a vivir la caridad, no solo hacemos vida el sueño de Dios, que todos resplandezcamos juntos en más y más comunión, como la familia nación que somos llamados a ser, como la sociedad civil fraterna que somos llamados a ser. En la medida en que consagramos cada nación a vivir la caridad hacemos posible que toda la humanidad resplandezca como la familia humana que somos llamados a ser, como la familia de hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible la paz que viene de Dios, la paz que hace posible que todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser… En la medida que nos consagramos más y más a vivir a caridad emprendemos juntos una revolución de luz, revolucionando al mundo al hacer posible que absolutamente todos crezcan conforma su dignidad, como la familia humana que todos somos llamados a formar, cada cual haciendo posible desde su trinchera que todos crezcan como la familia civil que somos llamados a ser, familia donde se honran todos los derechos humanos de todos, hasta plasmar juntos una nueva humanidad que resplandece de tal forma que todos crecen incondicionalmente amados, resplandeciendo juntos en más y más comunión, más y más colmados de luz, más y más colmados de fraternidad, de paz, de libertad, de servicio a la vida y al bien común, de Amor, de solidaridad. Cada cual —cada iglesia doméstica— está llamada a aportar un rayo de luz único, resplandeciendo juntos como estrellas del Cielo, para hacer posible juntos una humanidad luz que resplandezca más y más como familia viva, como humanidad viva, como Patria viva. ¡Esta revolución de luz es todo un proyecto de fraternidad humana!

Tengo claro cual es el rayo de luz que me corresponde irradiar en este momento como iglesia doméstica —soy iglesia doméstica en unidad a la Trinidad— para hacer posible una humanidad más y más luminosa, para emprender juntos una revolución de luz: me corresponde proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, proponiendo la redacción de una declaración de derechos básicos de toda familia a lo largo y ancho del mundo, de tal forma que podamos hacer posible, todos juntos, en todos los pueblos y naciones del mundo, que todos resplandezcamos como humanidad más y más enriquecida de comunión, como humanidad más y más familia, haciendo posible que absolutamente todo ser humano crezca resplandeciendo en más y más comunión, haciendo posible una sociedad civil donde todos crezcan como hermanos, en familia, incondicionalmente amados.

Luego de haber afirmado la misión de todo ser humano, la misión eclesial de todo cristiano, la misión de todo laico y la misión de toda iglesia doméstica a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más libre, feliz, unido, fraterno, humano, pacífico y solidario, un mundo que resplandezca en más y más comunión, donde todos crezcan como hermanos, incondicional y gratuitamente amados, creciendo juntos honrando la dignidad de todos… propongo una revolución de luz que no solo es misión fraterna de la iglesia doméstica sino que es misión fraterna de toda persona de buena voluntad en todo pueblo y nación: proponer juntos una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, sirviendo juntos al bien común de tal forma que todos podamos resplandecer como hermanos dignos, libres, iguales, amados, felices, plenos, llamados, elegidos, consagrados… y en el caso de los cristianos, también santos, resplandeciendo juntos en más y más comunión fraterna emprendiendo juntos una nueva familiarización que abarque a toda la humanidad, de tal forma que todos resplandezcamos como la familia humana que somos llamados a ser, siendo revolucionarios que encienden al mundo en más y más comunión.

            Emprendamos, pues, esta propuesta como nos corresponde hacerlo.

Una Revolución de Luz: Propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana

Literalmente he derramado sangre, una y otra vez, por afirmar a la iglesia doméstica como lo estoy haciendo. Literalmente estoy siendo torturada en estos momentos, mientras escribo estas líneas, por elegir hacer familia humana, eclesial y civil según el plan de Dios Amor. Sin embargo, con toda esta pasión sacramental que se me ha concedido para profetizar el como hemos de hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan no solo estoy llamada a hacer vida el matrimonio y la familia según la visión de Su mirada: también estoy llamada a hacer posible que absolutamente todo ser humano pueda hacer familia según su denominación religiosa, sus creencias y su conciencia. En palabras del You Cat 296: “Nadie puede ser obligado a actuar en contra de su conciencia —nadie puede ser impedido de hacer familia según su conciencia— mientras su acción se sitúe dentro de los límites del bien común. Quien pasa por alto la conciencia de un hombre, la ignora y la presiona, atenta contra su dignidad. Pocas cosas hacen más hombre al hombre que el don de poder distinguir por sí mismo el bien del mal y poder elegir entre ellos. Esto es válido incluso cuando la decisión, vista desde la luz de la Verdad, es errónea. Si una conciencia se formó rectamente, la voz interior habla en coincidencia con lo que es razonable, justo y bueno ante Dios”. Esto significa que nada justifica que se impida a ser humano alguno hacer familia según su propia conciencia y valores, incluyendo su propia fe religiosa. Un hermano judío, un hermano musulmán, un hermano budista… tienen exactamente el mismo derecho que tengo yo a hacer familia según mi fe. Todo ser humano ha de tener la libertad para hacer familia conforme a su fe, valores y creencias. Ningún estado, pueblo o nación puede atentar contra ese derecho humano: “La familia es elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, art 16, sec 3). Todo ser humano tiene derecho a crecer en familia a lo largo de su vida, desde la concepción hasta la muerte natural —sin importar las circunstancias de su concepción—, conforme a su dignidad humana inalienable. Nadie puede impedir a un ser humano vivir y crecer en familia. La familia, célula básica de toda sociedad, ha de ser honrada incondicionalmente.

Proponer esta revolución de luz no se trata de que solo los católicos afirmen el matrimonio y la familia según el plan de Dios Amor, transformando a toda la Iglesia en Iglesia más y más familia en ese proceso de opción misionera irradiativa: también se  trata de hacer posible una sociedad donde absolutamente todo ser humano pueda crecer como parte de una familia humana, tal cual definí familia humana al inicio de este texto: comunidad doméstica ordenada gratuita e incondicionalmente al crecimiento más pleno posible de todos sus miembros y al desarrollo más pleno de toda la sociedad, reconociendo juntos la dignidad y los derechos humanos de  todos, haciendo vida juntos la llamada al amor —vocación fundamental e innata de todo ser humano— como comunión de vida, como comunión que sirve gratuita e incondicionalmente a la vida y al bien común. Esta definición de familia, contemplada en sueños con Jesús Caridad, abarca todo rango de situaciones familiares posibles en la sociedad civil, no solo a familias de madre y padre sino también a familias de madres solteras, a familias de abuelos que crían a nietos, a familias de tíos que crían a sobrinos, a niños que viven en foster care, a ancianos que viven en cuidos… esta definición abarca incluso a comunidades religiosas. Hemos de servir al bien común de toda la sociedad haciendo posible una sociedad civil donde absolutamente todo ser humano pueda crecer en familia, incluso si son solo familias de unión civil —o sea: no son familias sacramentales, como está llamado a serlo toda iglesia doméstica—. Aunque las uniones civiles no sigan el modelo de familia sacramental en sí mismas —un matrimonio sacramental es una unión civil, pero no solo es una unión civil— como católica no estoy llamada a “imponer civilmente” —ni de ninguna otra manera, dicho sea de paso— el modelo de matrimonio y familia bíblico: el matrimonio y la familia sacramentales son una vocación que solo los llamados pueden vivir. Como católica defiendo una sociedad civil en la que todos, absolutamente todos, puedan hacer familia según su fe, creencias y recta conciencia, incluso cuando por razones de fe no esté de acuerdo o incluso cuando son solo uniones civiles, o incluso si son de otra religión. Tal cual puede notarse en este texto, tengo muy claro el cómo soy llamada a emprender esta revolución de luz como católica, desde mi fe… tengo muy claro el cómo soy llamada a plasmar iglesia doméstica y patria doméstica, el cómo soy llamada a vivir mi vocación de hacer matrimonio y familia según Su plan, sacramentalmente… pero también soy llamada a emprender una revolución de luz civil, afirmando una sociedad civil que resplandece como sociedad familia, como sociedad donde todos pueden hacer familia según si fe, valores, creencia y recta conciencia, una sociedad de Amor donde todos resplandecen en más y más comunión, conforme a la libertad humana que ha de ser respetada en toda persona. Sí, esto también es revolución de luz: no es solo afirmar como católica el matrimonio y la familia sacramental y una Iglesia más y más familia, tal cual lo he hecho al hablar de la misión de todo ser humano, de todo cristiano, de todo laico y de toda iglesia doméstica… sino que también he de afirmar una humanidad, una nación y una sociedad civil donde todos, absolutamente todos, puedan crecer en familia, conforme a su dignidad humana inalienable. Esto no lo digo solo por mí, que he derramado sangre y he sido torturada por años —también mientras escribo estas líneas— por afirmar el matrimonio y la familia según el plan de Dios Amor. La realidad es que hay un sinfín de naciones en las que se prohíbe contraer matrimonio cristiano o se obstaculiza, haciéndolo de facto sumamente difícil, especialmente en naciones que se rigen por la ley Sharia. Hay muchísimas naciones en las que se fuerza a niñas a casarse siendo niñas. Hay muchísimas naciones en las que las mujeres son forzadas a casarse por acuerdos nupciales, sin consentimiento de su parte. Hay muchísimas naciones en las que hay parejas de jóvenes que no pueden casarse por la pobreza. La verdad es que hay aún mucho lugares en el mundo en los cuales no todo ser humano puede hacer familia conforme a sus valores, su fe, sus creencias y su recta conciencia, viviendo su vocación inalienable al amor, en pleno ejercicio de su libertad humana. Esto tiene que cambiar. Hemos de hacer posible, juntos, que toda persona en toda la humanidad pueda crecer en familia conforme a sus valores, fe, creencias, libertad humana y recta conciencia. Esto es todo un proyecto de crecimiento de crecimiento familiar. Esto es todo un proyecto de crecimiento en comunión. Esto es todo un proyecto de fraternidad humana. Esto es todo un proyecto de luz. Esto es toda una revolución de luz.

Para emprender esta revolución de luz hemos de proponer juntos una Declaración de Derechos Universales que haga posible que todos, absolutamente todos, en todo pueblo y nación, puedan crecer en familia, conforme a su dignidad, creciendo incondicionalmente amados. En esto es algo que la Declaración Universal de Derechos Humanos se queda corta: en toda la declaración no se menciona la palabra “amor’ ni una sola vez, negando al ser humano el reconocimiento del derecho familiar universal fundamental de crecer incondicionalmente amado, tal cual es propio crecer en una familia humana, tal cual es propio a la dignidad de  todo ser humano. Una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana subsanaría esa omisión de la Declaración de Derechos Humanos, a la usanza de una “declaración de amor universal” a la humanidad. Cuando se construya el Santuario del Divino Amor en Los Angeles esta Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana ha de estar en algún lugar, pues las iglesias domésticas también han de ser consideradas parte de esa declaración, de la misma forma que una familia budista, una familia musulmana, una familia judía… hasta hacer posible que todo el mundo resplandezca en Amor civil, no solo en amor sacramental.

Para emprender juntos esta revolución de luz propongo que todos los interesados en emprenderla también hagan su propia propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia humana, exponiendo —tal cual lo ha hecho esta servidora— el cómo son llamados en sus circunstancias y desde sus respectivas creencias y recta conciencia, valores y denominación religiosa, a hacer posible que todos crezcan en familia, exponiendo también el como son llamados a hacer familia y el como esos derechos universales también han de aplicar a su familia, para luego proponer una lista de derechos concretos que han de aplicarse absolutamente a toda familia humana a lo largo y ancho del mundo, de tal forma que entre todos —uniendo propuestas de todo el mundo, denominaciones, creencias, valores…— redactemos una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana que aplique literalmente a toda familia humana, en todo pueblo y nación, haciendo posible así una humanidad luz que resplandezca como humanidad más y más familia, donde todos crezcan conforme a su dignidad humana, donde todos crezcan incondicionalmente amados, como los hermanos que todos somos llamados a ser, como la humanidad familia que todos somos llamados a ser. No hay otro camino a la dignidad humana y a la fraternidad humana plenas, a la paz plena, a la comunión plena, a la solidaridad plena… que no sea el erradicar de la faz de la tierra toda pobreza de familia —el hacer posible que todos crezcan en familia—, la peor de las pobrezas sociales, haciendo posible el erradicar eventualmente toda pobreza de dignidad, toda pobreza de paz, toda pobreza de equidad, toda pobreza de comunión, toda pobreza de fraternidad… No hay otro camino a la plenitud de la humanidad que no sea el camino de aprender a crecer juntos como familia humana.

Solamente hay dos requisitos para redactar y proponer una propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana:

  1. Que se honren todos los derechos humanos de todos.
  2. Que se busque servir al bien común de toda la nación o pueblo al que se pertenezca, y también al bien común de toda la humanidad.

En el caso de quienes lo hagan desde la fe, como esta servidora, también han de servir al bien común de su denominación religiosa, de la misma forma que yo estoy sirviendo al bien común de la Iglesia Católica al proponer esta revolución de luz.

Pondré un ejemplo claro de lo que quiero decir con esos dos puntos: es imposible justificar el acceso al aborto como un derecho universal de toda familia humana porque se está violando el derecho de la vida del niño no nacido. Insisto: para proponer una propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana es necesario honrar en primer lugar todos los derechos humanos de todos al proponerla. Ambas declaraciones —la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana— van de la mano: una habla de la naturaleza humana y otra habla del desarrollo humano –crecimiento en el Amor—, y tanto el ser humano como la familia humana son entidades universales que no pertenecen a ningún estado, pueblo o nación, son patrimonio social de toda la humanidad, no responden a ninguna ideología ni partidismo o denominación particular, sino que ha de responder al bien común. Entiéndase bien común como “el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permitan a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes). Trabajar juntos por el bien común de todas las familias quiere decir asumir responsabilidades para que todos crezcan conforme a su dignidad, para que todos puedan crecer en familia. Esto tiene todo que ver con justicia social: “La justicia social se construye allí donde se respeta la dignidad inviolable de cada ser humano y se garantizan y ponen en práctica los derechos que se derivan de ella, sin ninguna restricción. A ello pertenece también el derecho a la participación activa en la vida política, económica y cultural de la sociedad. La base de toda justicia es el respeto a la dignidad inviolable del hombre, que ‘nos ha sido confiada por el Creador, y de la que son rigurosa  y responsablemente deudores los hombres y mujeres de cada coyuntura de la historia’ (San Juan Pablo, Sollicitudo Rei Socialis). De la dignidad humana se derivan directamente los derechos humanos —y también se han de derivar los derechos de la familia humana— que no puede abolir o cambiar ningún Estado. Los Estados y las autoridades que pisotean estos derechos son regímenes injustos y pierden su autoridad. Pero una sociedad no se perfecciona mediante leyes, sino mediante el amor al prójimo, que, ‘sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como otro yo’ (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 27,1)” (You Cat 329). Es decir: al hacer posible que todos crezcan en familia también construimos auténtica justicia social, pues hacemos posible que todos crezcan conforme a su plena dignidad humana. Al proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana que afirme al ser humano como llamado a crecer incondicionalmente amado y que afirme a la familia como el recurso más auténtico y profundo de la vida social, de la política, de la economía, de la educación, de la salud… también construimos justicia social, también construimos una humanidad más luminosa, justa, unida, fraterna, feliz, solidaria, pacífica… una humanidad más plena para todos, una humanidad más viva para todos.

Dicho lo dicho, solo me resta proponer mi lista de derechos universales de la familia humana, propuestos desde mi fe, honrando todos los derechos humanos de todos y sirviendo al bien común de la humanidad, de mi nación —Estados Unidos—, de mi pueblo —Puerto Rico—, de mi Iglesia —la Iglesia Católica— y también sirviendo al bien común de la futura iglesia doméstica y patria doméstica que soy llamada a formar:

  1. Todo ser humano tiene derecho a crecer en familia, incondicionalmente amado, conforme a su dignidad, sin importar las circunstancias de origen, concepción, nacimiento o cualquier otra circunstancia.
  2. Nadie puede impedir a ser humano alguno crecer en familia y formar una familia en correspondencia a sus valores, derechos humanos, recta conciencia y creencias.
  3. Toda familia tiene derecho a existir y a progresar como familia. Todo ser humano, especialmente aún siendo pobre, tiene derecho a fundar una familia y a tener los medios apropiados para sostenerla.
  4. Toda familia tiene derecho a ejercer su responsabilidad en el campo de la transmisión de la vida y educación de los hijos.
  5. Toda familia tiene derecho a la protección de la estabilidad familia y de la intimidad familiar.
  6. Toda familia tiene derecho a la estabilidad del vínculo y de la institución familiar.
  7. Toda familia tiene derecho a creer y profesar la propia fe y difundirla.
  8. Toda familia tiene derecho a educar a sus hijos de acuerdo con las propias tradiciones y valores, también valores religiosos y culturales, con los instrumentos, medios e instituciones necesarios.
  9. Toda familia tiene derecho a obtener la seguridad física, social, política y económica, especialmente para los pobres y enfermos.
  10. Toda familia tiene derecho a una vivienda adecuada, para una vida familiar digna.
  11. Toda familia tiene derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa y a tener un trabajo o sustento.
  12. Toda familia tiene derecho a la atención médica —incluyendo cuidado prenatal y cuidados paliativos—, a la asistencia a personas ancianas, a la asistencia al cuidado de niños e infantes, a la asistencia a miembros de la familia que estén discapacitados, y a los subsidios familiares.
  13. Toda familia tiene derecho a la libre comunicación doméstica —correo, internet, celulares— y a la libre expresión.
  14. Toda familia tiene derecho a la protección de la seguridad, especialmente del peligros como el narcotráfico, la pornografía, el tráfico humano, los crímenes de odio, el alcoholismo…
  15. Toda familia tiene el derecho de expresión y representación ante las autoridades públicas, económicas, sociales, culturales y cualquier otra, tanto por sí misma como por medio de asociaciones.
  16. Toda familia tiene derecho a crear asociaciones con otras familias e instituciones para cumplir adecuada y esmeradamente su función.
  17. Toda familia tiene derecho a proteger a los menores y dependientes vulnerables mediante instituciones y leyes adecuadas, protegiéndolos de los vicios, de los medicamentos y hormonas perjudiciales, de la pornografía, el alcoholismo, etc…
  18. Toda familia tiene derecho a un justo tiempo libre que favorezca a la vez a los valores de la familia.
  19. Toda familia tiene derecho a recibir asistencia para cuidar a niños, ancianos y enfermos de tal forma que se pueda tener una vida profesional compatible con la vida familiar.
  20. Toda familia tiene derecho a la libertad de emigrar como familia, para buscar mejores condiciones de vida.
  21. Toda familia tiene derecho a recibir todos los medios necesarios para hacer posible una sana compatibilidad de vida familiar y vida profesional. Por ejemplo: recibir acomodo razonable familiar y espacio para atender gestiones y emergencias familiares sin amenaza de despido, recibir compensación económica por baja de maternidad y paternidad —ya sea  dada por el patrono laboral o por la seguridad social del Estado—, cuido de niños accesibles a la zona de trabajo, tiempo de lactancia en el trabajo, tiempo para asistir a la escuela de los hijos…
  22. Toda familia que sea víctima de violencia doméstica por parte de uno de los tutores o progenitores tiene derecho a recibir toda la asistencia necesaria para garantizar la seguridad e integridad de todos los miembros familiares agredidos o amenazados.
  23. Toda familia tiene derecho a tener acceso a servicios de planificación familiar compatibles con los derechos humanos y con los valores de la familia. Por ejemplo: los ginecólogos no han de imponer el uso de anticonceptivos a personas que somos católicas y creemos en la planificación familiar natural. Los ginecólogos y profesionales han estar entrenados para orientar según la preferencia de planificación familiar de la familia.
  24. Toda familia tiene derecho a poder tener mascotas con seguridad e integridad.

En relación a la estructura de la Declaración Universal de los Derechos de la Familia Humana, también tengo una sugerencia concreta. Los Derechos Universales de la Familia Humana (DDFF) serán parte del modelo de formación personal integractivo que mencioné al hablar de ayudar a ser: un modelo de formación personal que abarca a toda la persona de tal forma que sea posible reconocer la dignidad dada por Dios Amor absolutamente a todos y para que sea posible plasmar toda la formación personal a la luz de la Palabra. Para integrarlos a ese modelo tienen que ser 14 artículos, así que esbocé la declaración en 14 artículos que abarcan todos los derechos concretos posibles de toda familia humana.

La estructura general de la Declaración de Derechos Universales de la  Familia Humana es esta:

Preámbulo: Principio de Filiación Familiar Universal (Todos son llamados a crecer en familia, a nadie se le ha de impedir vivir y crecer en familia, todos han de crecer incondicionalmente amados conforme a su dignidad humana)

Artículo 1: Institución Familiar (Definición de Familia Humana)

Artículo 2: Planificación Familiar

Artículo 3: Crianza Familiar (Hijos y Menores de edad)

Artículo 4: Dependientes Familiares (Ancianos, Discapacitados y Adultos No Independizados)

Artículo 5: Vivienda Familiar

Artículo 6: Educación Familiar

Artículo 7: Salud Familiar

Artículo 8: Economía Familiar (Sustento Familiar, Trabajo, Subsidios Familiares)

Artículo 9: Libertad Familiar (Libertad Civil, Libertad Religiosa, Libertad de Expresión, Libertad de Emigración)

Artículo 10: Convivencia Familiar (Intimidad Doméstica, Vida Social, Vida Cultural, Comunicación Doméstica)

Artículo 11: Integridad Familiar (Seguridad de todos los miembros de la familia, incluyendo mascotas; garantizar la seguridad de víctimas de violencia doméstica, incluyendo menores de edad y mujeres vulnerables)

Artículo 12: Patrimonio Familiar (Propiedad Privada y Herencias)

Artículo 13: Política Familiar (Asociaciones y Representación Familiar)

Artículo 14: Aplicación Universal de estos Derechos (Conclusión: estos derechos han de aplicarse a toda familia, indiferentemente cual sea su raza, denominación religiosa, nacionalidad, etc…)

En palabras de Nelson Mandela: “Ser libre no es solo romper tus cadenas, sino vivir respetando y mejorando la libertad de los demás”. Este 4 de julio de 2021, día de la independencia de mi nación, Estados Unidos, día de la libertad, lo celebro haciendo posible para todos la libertad de hacer familia en correspondencia a sus valores, fe y recta conciencia. Este 4 de julio lo celebro haciendo posible un mundo y una nación donde todos crezcan en familia, todos crezcan incondicionalmente amados: “Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte” (Fratelli Tutti 87). Este 4 de julio lo celebro haciendo posible un mundo y una nación donde todos crezcan como hermanos, soñando juntos: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli Tutti 8). Este 4 de julio lo celebro haciendo vida para el mundo y para mi nación grandes valores de fraternidad, haciendo vida el sueño de plasmar una humanidad más familia para todos: “En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva a una especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este camino de la desilusión o de la decepción. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí” (Fratelli Tutti 30). Este 4 de julio lo celebro consagrando mi nación a vivir la caridad, viviendo juntos un auténtico amor social, yendo al encuentro de los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión… buscando más y más la paz con más y más amor social: “A partir del «amor social» es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos” (Fratelli Tutti 183).

Este 4 de julio lo celebro haciendo posible una nación y un mundo donde todos puedan iluminar, amar, servir… en una humanidad y nación más fraterna, libre, feliz, humana, unida, justa, pacífica y solidaria, en una humanidad y una nación más familia, donde todos crezcan como la familia luz que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser, creciendo juntos en más y más comunión, más y más consagrados a vivir la caridad, más y más consagrados a hacer posible que todos resplandezcan en más y más comunión, honrando incondicionalmente la dignidad de todos, haciendo posible que todos crezcan domésticamente, humanamente. Nos cuenta el zorro del Principito: “Domesticar significa ‘crear lazos’. Para mí todavía no eres más que un niño parecido a cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me domesticas nos necesitaremos el uno al otro” (El Principito, Antoine de Saint-Exupery). Sí, este 4 de julio celebro la libertad de crear lazos, de tal forma que creamos juntos como la Patria luz y la Iglesia Luz que somos llamados a ser, como Patria más y más doméstica, como Iglesia más y más doméstica, como humanidad más y más doméstica, como mundo más y más colmado de lazos de luz, de declaraciones de amor, donde todos resplandecen como la familia humana que somos llamados a ser, donde todos resplandecen como la luz que somos llamados a ser, emprendiendo juntos esta revolución de luz, cada cual afirmando a la familia desde su trinchera, desde su corazón abierto al amor incondicional, hasta resplandecer juntos como la Patria familia que somos llamados a ser, como la Iglesia familia que somos llamados a ser, como la humanidad familia que somos llamados a ser, pues nos necesitamos unos a otros para convertirnos juntos en la familia humana plena que somos llamados a ser.

Este 4 de julio lo celebro profetizando más y más la llamada de Jesús Caridad a resplandecer no solo como la iglesia doméstica y la patria doméstica que somos llamados a ser, sino también como la Patria Familia, la Iglesia Familia y la humanidad familia que somos llamados a ser, profetizando más y más Su llamada a la nueva vida que da el Amor. Somos hombres en una única y sola familia, dijo Juan XXIII Todos somos llamados a caminar, a crecer y a resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser juntos. ¡Esta revolución de luz es para todos!

Y tú, ¿qué propones como propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana?

¡Emprendamos juntos esta revolución de luz!

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