All Lives Matter, All Loves Matter: Una Revolución de Luz

I. Misión Universal de Todo Ser Humano


Todos somos llamados a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, humano, pacífico y solidario, un mundo donde resplandezca más y más la comunión, la paz y la luz, donde todos crezcan incondicional y gratuitamente amados, pues, en palabras de San Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible… si no se le revela el amor”. El camino para hacer esto posible —la misión que nos corresponde emprender— es haciendo posible que todos resplandezcan como la familia humana que todos somos llamados a ser, resplandeciendo juntos como hermanos. En palabras de Martin Luther King Jr: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos como hermanos”. Hemos de hacer vida este arte fraterno irradiando luz, haciendo posible un mundo libre de dehumanización, de desfamiliarización, de desocialización, de desfraternización, de todo tipo de odio: “La oscuridad no puede hacer desaparecer la oscuridad; solo la luz puede hacer eso. El odio no puede hacer desaparecer el odio; solo el amor puede hacer desaparecer el odio” (Martin Luther King, Jr). Hemos de hacer posible un mundo lleno de amor, creciendo juntos más y más como familia humana, creciendo juntos más y más en el amor fraterno, pues “Sin amor la humanidad no podría existir ni un día” (Erich Fromm). Hemos de procurar en todo momento, sea donde sea que estemos, resaltar la verdadera fraternidad entre todos los hombres, también con los que no piensan como nosotros, respetando las ideas contrarias, respetando a todas las personas incondicionalmente y conviviendo con plena fraternidad con todos, también con los que piensan distinto y los que tienen un estilo de vida y creencias diferentes a los nuestros, procurando construir juntos un mundo mejor, un país mejor, una familia mejor, una familia humana más y más resplandeciente en comunión… hasta hacer posible la fraternidad de todas las razas, la paz de todas las razas. En palabras de Rigoberta Menchú, un poco parafraseadas: hemos de buscar desarrollar en todos los pueblos un consciente sentido de paz y el sentimiento de solidaridad humana, abriendo nuevas relaciones de respeto e igualdad para el próximo milenio, haciendo de este milenio el milenio de la fraternidad… haciendo vida juntos la libertad de elegir el mejor camino posible para el crecimiento y el progreso de la humanidad: el camino de la fraternidad, el camino del amor fraterno, el camino de la paz, el camino de la comunión, el camino del servicio a la vida, el camino del servicio al bien comunión, el camino de la familia humana, de crecer juntos más y más como familia humana.

Todos somos llamados a servir al Creador, a la familia, a la nación, a la humanidad… haciendo posible un mundo más fraterno para todos, sirviendo juntos incondicionalmente a la vida al servir haciendo posible en todo momento que todos resplandezcamos como hermanos. Todos somos llamados a la belleza de vivir una vida de servicio a los demás, todos somos llamados a vivir la nobleza de una vida de servicio al bien común de la humanidad y de nuestra nación, todos somos llamados a vivir la plenitud de vivir una vida al servicio de la familia humana, haciendo posible que todos puedan crecer como la mejor persona que puedan ser, como los hermanos que somos llamados a ser conforme a la dignidad humana inalienable de toda persona. “Tras la conducta de cada uno depende el destino de todos,” dijo Alejandro Magno. Todos somos llamados a hacer el bien, todos somos llamados a hacer posible, al irradiar más y más luz, una humanidad más luminosa, fraterna y libre para todos, emprendiendo juntos la tarea de trabajar por la libertad de amor y por la libertad de hacer familia más y más humana, reconociendo que el bienestar de cada cual solo es posible cuando reconocemos nuestra unidad y nuestra igualdad con todas las personas del mundo, sin excepción (León Tolstoi), haciendo vida la comunión fraterna. Parafraseando a Shakespeare: hemos venido a este mundo como hermanos: caminemos juntos, pues, como hermanos, dándonos la mano, en lugar de pretender caminar uno delante del otro, en lugar de pretender ser mejores o superiores que el otro… Caminemos juntos haciendo más y más vida el ideal común de la humanidad: la vida fraterna y libre, una sociedad todos resplandezcan incondicionalmente como hermanos, a los que aplica los mismos derechos humanos y civiles… una sociedad donde nadie sea esclavo ni ciudadano de segunda clase, donde nadie sea deshumanizado ni desfraternizado… una sociedad donde reconozcamos en todos a un hermano, a un prójimo, pues cuando reconocemos en el hermano a un prójimo, a un igual, entonces somos humanidad. Este es el camino de la plenitud de la humanidad: reconocernos incondicionalmente como hermanos, reconocernos incondicionalmente como familia humana, cumpliendo nuestros deberes con la humanidad y con la libertad de nuestra nación, haciendo posible que nuestro país resplandezca como tierra de la libertad al hacerla resplandecer como tierra de comunión, como tierra de fraternidad, sembrando semillas de nueva fraternidad sin cesar, convirtiendo todo odio, toda oscuridad, toda esclavitud… en resplandor de nueva vida para toda la humanidad y toda la Patria, nueva vida que resplandece en más y más comunión, declarando más y más nueva fraternidad…

Como dijo Roberto Clemente: “No existe nada malo en nuestros hogares y país que con un poco de más compasión, cuidado y amor no podamos curar. Somos todos hermanos y hermanas y debemos ayudarnos cuando es necesario”. Añade esta servidora: hemos de ayudarnos más y más fraternalmente, creando más y más lazos, creando más y más vínculos de luz, abarcando a toda la persona y a toda persona, honrando la dignidad personal de todos incondicionalmente, ayudándonos a ser, ayudándonos a hacer, ayudándonos a crecer y ayudándonos a irradiar hasta que absolutamente todos en la humanidad resplandezcan en más y en más comunión, como la familia humana que somos llamados a ser, como humanidad viva enriquecida de más y más comunión. Ninguna otra riqueza hará que el mundo progrese más que la riqueza del amor, la riqueza de la fraternidad, la riqueza de la paz, la riqueza del crecimiento en comunión, la riqueza de lazos que nos unen como familia humana, contribuyendo juntos al progreso de la humanidad. Sí, al vivir juntos como hermanos contribuimos de la manera más valiosa y duradera posible al progreso de la humanidad. Al vivir juntos como la familia humana que somos llamados a ser hacemos posible la auténtica evolución de la humanidad. En palabras de Desmond Tutu: “Toda nuestra humanidad depende de reconocer nuestra humanidad en los demás”. Toda nuestra humanidad depende de emprender juntos la misión fraterna —la misión “irradiativa”— de ayudar a todos a crecer como la familia humana que somos llamados a ser, reconociendo juntos e incondicionalmente la dignidad humana de todos, desde la concepción hasta la muerte natural: todos somos hermanos, todos somos seres humanos, todos somos persona, todos somos familia humana. Todos somos llamados incondicional y gratuitamente a crecer en más y más comunión, a crecer más y más en el amor…

Todos somos llamados a hacer posible que todos puedan crecer como la familia humana que somos llamados a ser juntos, proponiendo y haciendo vida una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, a la usanza de la Declaración Universal de Derechos Humanos, proponiendo un camino universal que haga posible que en todos los pueblos y en todas las naciones todos pueda resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser, dando juntos “un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad” (Neil Armstrong) al hacer vida unidos el sueño de crecer juntos conforme a la dignidad humana que poseen todos, haciendo vida juntos la llamada a hacer posible que todos crezcan amados incondicionalmente, creciendo juntos incondicionalmente como hermanos, creciendo juntos en familia humana, comunidad doméstica ordenada gratuita e incondicionalmente al crecimiento más pleno posible de todos sus miembros y al desarrollo más pleno posible de toda la sociedad, reconociendo juntos la dignidad y los derechos humanos de todos, haciendo vida juntos la llamada al amor —la vocación fundamental e innata de todo ser humano— como comunión de vida, como comunión que sirve gratuita e incondicionalmente a la vida y al bien común…


Es así, resplandeciendo juntos como la familia humana que somos llamados a ser como humanidad luz, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos, que lograremos cambiar al mundo como somos llamados a cambiarlo, haciendo posible un mundo mejor para todos, sin resignarnos jamás ante ningún tipo de oscuridad, de odio, de discriminación, de inequidad, ante ningún tipo de desocialización, de desfraternización, de deshumanización, de desfamiliarización… pues solamente hay una forma de proteger a la humanidad de la destrucción deshumanizante que ya hemos conocido en ciertos momentos de la historia, como en el Holocausto: no resignándonos ante ningún tipo de oscuridad, no resignándonos ante nada que nos impida resplandecer juntos como hermanos, irradiando más y más luz ante toda violencia, ante todo odio, ante toda descomunión… hasta que toda la humanidad resplandezca como la familia humana que es llamada a ser, creyendo juntos, como lo hizo Anna Frank, que la humanidad es buena, creyendo que somos capaces de progresar juntos como hermanos, creyendo juntos que hay que respetar en toda circunstancia la dignidad ajena, porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, viene de Dios, hay efectivamente en todos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias y que exige que se les trate como hermanos (Fratelli Tutti 213). En palabras de Edwin Markham: “Existe un destino que nos hace hermanos: nadie camina solo. Todo lo que enviamos a la vida de otros regresará a nosotros”. Todos somos llamados a abrazar un destino común aceptando nuestra responsabilidad de preservar juntos la libertad y la dignidad de todos para crecer juntos en paz y en unidad, haciendo resplandecer la luz del amor fraterno y de la comunión en absolutamente todo tipo de oscuridad, a lo largo y ancho del mundo.

No hay otra forma posible de iluminar al mundo que no incluya el vivir juntos la fraternidad, haciendo posible que todos crezcan como hermanos luz, como la familia luz que somos llamaos a ser, sin asustarnos de los cambios que sea necesario emprender para hacer posible una nación luz y una humanidad luz donde se honre la dignidad humana de todos, donde todos puedan crecer en familia, conforme a la dignidad que resplandece en todos. “Podemos perdonar fácilmente a un niño que se asusta ante la oscuridad: la verdadera tragedia es cuando los hombres se asustan ante la luz” (Platón). Todos somos llamados a irradiar juntos la luz de la fraternidad, de la comunión, de la solidaridad, de la paz, del amor, de la justicia, del servicio a la vida y al bien común… de tal forma que todos podamos resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser, caminando juntos con alegría: la alegría de crecer juntos en más y más comunión, la alegría de convertirnos juntos en la luz radiantísima que somos llamados a ser, en los faros vivos de fraternidad que somos llamados a ser, en las estrellas de nueva fraternidad que somos llamados a ser, plasmando juntos una familia humana más y más fraterna, plasmando juntos un mundo más y más fraterno, unido, luminoso, pacífico, solidario, pleno, feliz… trabajando juntos más y más por la paz y la fraternidad, pues no basta con hablar de paz ni basta con hablar de fraternidad: “uno debe de creer en ella para conseguirla” (Roosevelt). En palabras de Franklin: “O caminamos juntos por la paz o nunca la encontraremos”. O caminamos juntos por la comunión o nunca la encontraremos. O caminamos juntos por la unidad en la diversidad o nunca la encontraremos. O caminamos juntos haciendo fermentar la paz, la comunión y la fraternidad como levadura de la humanidad o nunca creceremos juntos como la familia humana que somos llamados a ser. Somos llamados a cumplir juntos la misión de iluminar al mundo con más y más unidad familiar, con más y más comunión, paz y fraternidad, haciendo posible que todos crezcan en más y más plenitud, hasta convertirnos juntos en quienes somos llamados a ser como seres humanos, haciendo posible que todos formemos la familia luz que somos llamados a ser para el bien de la humanidad y de nuestra nación. Cuando irradiar nuestra luz más brillante es ser realmente quienes somos, irradiar juntos nuestra luz más brillante es ser la humanidad familia que somos llamados a ser como humanidad luz, como Patria luz. Esa es la misión que todo ser humano está llamado a emprender: irradiar cada cual la luz única que es llamado a irradiar para plasmar familia luz, plasmando así juntos la humanidad luz que somos llamados a ser, plasmando as juntos la humanidad luz que somos llamados a ser, la nación luz que somos llamados a ser, el mundo más fraterno y humano que somos llamados a ser resplandeciendo juntos como hermanos amados, felices, plenos, iguales, dignos, consagrados, libres, llamados a una misión única… y en el caso de los cristianos, como esta servidora, también resplandeciendo como santos, reconociendo —tal cual lo dice la Evangelii Gaudium 9— que para quien quiera vivir con dignidad, la plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro como hermano y buscar su bien.

Acabo de hablar acerca de todo como ser humano es llamado a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, humano, pacífico, feliz, libre y solidario, un mundo donde todos puedan resplandecer como la familia humana que todos somos llamados a formar, resplandeciendo juntos en más y más comunión como los hermanos que somos llamados a ser. Ahora bien, ¿cómo está llamado un cristiano a vivir esta “misión irradiativa”? ¿Cómo está llamada una persona católica, como esta servidora, a hacer posible que todos resplandezcan como la familia humana que somos incondicional y gratuitamente llamados a formar? Primero hablemos de misión eclesial como opción misionera irradiativa, aplicada en particular a los laicos.


II. Misión Eclesial

El You Cat define misión como “la esencia de la Iglesia y el encargo de Jesús a todos los cristianos de anunciar el Evangelio con palabras y con obras, de modo que todos los hombres puedan optar libremente por Cristo” (You Cat, pág. 18). La misión es avanzar por el camino de la conversión y la renovación, extendiendo el Reino de Dios avanzando por Su sendero de Amor, por Su sendero de comunión (Catecismo 843). Jesús mismo nos manda a ser sacramento de salvación, sacramento vivo del Amor de Dios, anunciando el Evangelio a todos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado. Y estad seguros de que Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Al ser sacramento de salvación irradiamos una salvación que viene de El, somos instrumentos de una salvación que comienza con la apertura a algo que nos precede, a un don originario que afirma la via y protege la existencia. Solo abriéndonos a este origen y reconociéndolo, es posible ser transformados, dejando que la salvación obre en nosotros y haga fecunda la vida, llena de buenos frutos eclesiales y fraternos. Ser instrumentos de salvación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios Amor, el primado de la gracia, como bien resume San Pablo: ‘En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios’ (Ef 2,8) (Lumen Fidei 19). Al irradiar la salvación vivimos una fe que sabe que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros, que Cristo nos ha dado un gran don, una gran gracia, que nos cambia la vida, que nos transforma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano, del crecimiento humano (Lumen Fidei 20). Al vivir una fe del encuentro personal nos ensanchamos, hasta hacer de la información en el Amor, de la conformación en el Amor, de la transformación en el Amor y de la reformación en el Amor toda una misión eclesial que se emprende dejándonos habitar más y más por el Amor de Dios vivo y encarnado, convirtiendo el ‘yo’ en nosotros, convirtiendo el ‘yo’ en familia en el Amor: “En la fe, el ‘yo’ del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano puede tener los ojos en Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de Su Amor, que es el Espíritu, Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor” (Lumen Fidei 21). En primer lugar, la misión eclesial es confesar que Dios es Amor con toda la vida, con toda la formación personal, irradiando más y más Su comunión.

La fuerza de esta misión eclesial es el Amor que somos incapaces de contener, Amor que es gracia que necesariamente se irradia, Amor eterno de la Trinidad que desea que todos se salven, que desea que todos participen de Su comunión: “El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo y Su Espíritu de Amor” (Redemptoris Missio 323). El protagonista de esta misión eclesial que todo católico es llamado a emprender, haciendo posible que todos participen de la comunión de la Trinidad, familia de Dios… es el Espíritu Santo (Redemptoris Missio 21). Todo católico, absolutamente toda la Iglesia Católica, es llamada a hacer más y más visible la comunión trinitaria de Dios Amor-con-nosotros. Absolutamente todo católico es llamado a la misión de iluminar, de amar, de servir, de hacer posible un mundo más feliz, luminoso, libre, fraterno, unido, pacífico y solidario… haciendo posible que todos resplandezcan como la familia del Amor de Dios que somos llamados a ser, hasta que todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser. Esto lo hacemos con inmensa alegría, compartiendo la alegría de crecer juntos en comunión abierta a la vida, a la fraternidad, a la gracia, humildemente conscientes de que la vida cristiana “se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a otros. Esto es en definitiva la misión” (Documento de Aparecida 368). Parte esencial de la misión eclesial es ayudar a levantar y resplandecer, irradiando más y más nueva vida al irradiar la comunión sacramental que recibimos al recibir la Eucaristía, de tal forma que hacemos posible una sociedad nueva donde todos resplandezcan como hermanos, como familia humana donde se honra incondicionalmente la dignidad y los derechos humanos de todos, como familia humana donde se aplica el mandatum novum a todos, como familia luz donde se ayuda a resplandecer a todos en más y en más comunión: “La Iglesia es fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 40,2). Esta misión no puede evitar dar testimonio público de la fe, un testimonio que nace de la escucha del Amor de Dios vivo y encarnado que se nos revela como luz, como nueva visión, como nueva forma de ver la vida que hace anuncio vivo que da a conocer a todos a Dios Amor: “La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio. En efecto, ‘¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de El sin nadie que anuncie?’ (Rm 10,14). La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (cf Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos” (Lumen Fidei 22).

¿Cómo un católico está llamado a llevar adelante esta misión? Haciendo más y más visible la revelación fundamental cristiana, la luz fundamental que ilumina la visión cristiana: Dios es Amor (1 Jn 4,8). Al emprender la misión que Jesús Caridad nos encomienda somos llamados a revelar ese Amor tal cual se nos es revelado a nosotros, como Amor encarnado, dejándonos convertir más y más en el ícono vivo del Amor de Dios vivo y encarnado que somos llamados a ser, de tal forma que la sociedad quede irradiada por la luz del Amor de Dios que se encarna en toda la formación personal del creyente que se deja plasmar por la comunión de la Trinidad, del creyente que se deja plenificar por la unidad de corazón a Corazón con Jesús Caridad, con la Caridad de Dios Amor: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios Amor que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (Evangelii Gaudium 8). Emprender la misión eclesial es irradiar el Amor de Dios encarnado en la plenitud de la formación personal plasmada a imagen y semejanza de la Trinidad, emprendiendo juntos Su proyecto de Amor: que todos se conozcan personal e incondicionalmente amados por Dios Amor, que todos resplandezcan en comunión, que todos resplandezcan como hermanos, que todos resplandezcan como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, reconociendo en el prójimo el rostro de Jesús, resplandeciendo juntos con actitud de crecimiento en comunión: “Hace falta ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarnos con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias interna. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos…” (Papa Francisco). Emprender esta misión es contemplar en todo hermano el rostro de Jesús, que nos sigue diciendo hoy, como a Sus discípulos amados: “Dadles de comer” (Mt 14,16). Somos llamados a no solo saciar el hambre de pan sino también a saciar el hambre de comunión, el hambre de luz, el hambre de fraternidad, el hambre de plenitud, el hambre de dignidad… haciendo posible una sociedad donde se reconozca incondicionalmente la dignidad de todo ser humano, construyendo juntos más y más reino de Dios al hacer resplandecer a toda la humanidad con más y más vínculos de comunión, con más y más lazos de luz, con más y más vínculos de fraternidad, con más y más vínculo sacramental: todos somos llamados a convertirnos en sacramento vivo del Amor de Dios vivo y encarnado, condenando todo lo que nos impida vivir una fe auténtica que honra la dignidad de todos incondicionalmente. Todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener un sentido crítico frente a estas tendencias —frente a cualquier tendencia que atente contra la dignidad de la familia humana— y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse… haciendo más y más vida el sentido social y la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos, de hacer posible que todos crezcan en familia (Fratelli Tutti 86), emprendiendo juntos una misión fraterna que es también misión familiar.


El Papa Francisco nos habla en la Evangelii Gaudium de una opción misionera: “Sueño una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii Gaudium 27). Para Jesús Caridad, esa llamada a emprender una opción misionera que evangeliza el mundo actual es una opción misionera irradiativa, una opción misionera familiar que también es opción misionera sacramental: resplandeciendo juntos, evangelizando juntos resplandeciendo como la Iglesia familia que somos llamados a ser, resplandeciendo como el sacramento del Amor de Dios que somos llamados a ser, resplandeciendo como los profetas domésticos del Amor de Dos que somos llamados a ser, resplandeciendo como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser. Esto es una renovación misionera irradiativa: proponernos irradiar más y más luz al mundo siendo Iglesia más y más familia que hace visible el Amor de Dios vivo y encarnado de tal forma que todos resplandecemos en más y más comunión, de tal forma que todos resplandecen creciendo a todos conforme a su dignidad inalienable, como la familia luz que somos llamados a ser, como los hermanos luz que somos llamados a ser… siendo Iglesia hogar que ayuda a crecer incondicionalmente en comunión, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y en más comunión, evangelizando siendo Iglesia hogar que acompaña el crecimiento en comunión ayudando a ser, ayudando a hacer, ayudando a crecer y ayudando a irradiar en más y más correspondencia a la Eucaristía. Esta opción misionera irradiativa no solo es una opción misionera sacramental y familiar: también es una opción misionera fraterna, pues lo propio de hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado es hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, familia donde todos resplandecemos como hermanos, familia donde todos resplandecemos como hijos de Dios, encarnando así la comunión sacramental, la Eucaristía que recibimos en misa y en la que centramos todo, encarnándola como eucaristía doméstica: como eucaristía encarnada que hace familia humana, eclesial y civil que vive la comunión, que ayuda a resplandecer en comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, viviendo la fraternidad, viviendo la caridad, viviendo el mandatum novum, viviendo las obras de misericordia corporales, espirituales y sociales, viviendo la fraternidad sacramental doméstica al dejarnos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser, haciendo vida Su sacerdocio doméstico y Su sacerdocio de corazón ofrendándonos con ofrenda que es culto vivo y nuevo de comunión, culto sacramental que le adora con todo el crecimiento, no solo plasmando todo el crecimiento de la formación personal a imagen y semejanza de Su comunión trinitaria, sino también haciendo posible —con nuestro testimonio vivo de Su Amor, de Su caridad—que todos puedan resplandecer en más y en más comunión, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia de Dios que somos llamados a ser, haciendo juntos familia humana, eclesial y civil más y más sacramentalmente, irradiando más y más luz con más y más avivamiento sacramental familiar, evangelizando en la medida en que nos dejamos convertir en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser para encender al mundo entero en el fuego de Su comunión viva y fraterna, participando juntos de la comunión de la Trinidad.


Ahora bien, ¿cómo se concreta esta misión eclesial que acabo de describir, esta opción misionera irradiativa que enciende al mundo entero en más y más comunión en la medida en que hacemos más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado… concretándola como fieles católicos laicos, como lo es esta servidora? ¿Cómo se hace vida esta misión irradiativa, esta llamada a hacer visible el Amor de Dios encarnado ordenándonos más y más a vivir la caridad, a hacer más y más vida el orden de la caridad como orden sacramental, como orden social, como orden doméstico y sobre todo como orden del corazón, como orden que consagre el corazón a vivir más y más la caridad según la vocación recibida? Jesús Caridad nos enseña a emprender esta misión irradiativa haciendo vida en primer lugar desde el corazón una revolución del Amor, una revolución de luz, una revolución que haga posible que todos resplandezcamos como la familia del Amor que somos llamados a ser, que todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser, que todos resplandezcamos en comunión, que todos resplandezcamos como familia de la Trinidad-con-nosotros. Así son las revoluciones que emprende Jesús Caridad, se emprenden desde el corazón en primer lugar, consagrando el corazón a vivir la caridad, a convertirse en la luz que es llamado a ser: “Las revoluciones de la historia han cambiado los sistemas políticos, económicos, pero ninguna de ellas ha modificado verdaderamente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la realizó Jesucristo a través de la Resurrección. Y Benedicto XVI decía, de esta revolución, que ‘es la mutación más grande en la historia de la humanidad’. Pensemos en esto: la mayor mutación de la historia de la humanidad, es una verdadera revolución y nosotros somos revolucionarios y revolucionarias de esa revolución, porque nosotros vamos por este camino de la mayor mutación de la historia de la humanidad. Un cristiano, si no es revolucionario en este tiempo, ¡no es cristiano!” (Papa Francisco, 17 de junio de 2013).


Jesús Caridad me ha enseñado a emprender esta revolución de luz desde una teología de la luz que irradia la luz del Amor de Dios encarnada en toda la formación personal, plasmando toda la formación personal —todo su crecimiento y desarrollo— a imagen y semejanza de Dios Amor, de tal forma que irradiamos Su luz al mundo en la medida en que encarnamos más y más el Amor de Dios en toda la formación personal, consagrándonos más y más a vivir la caridad con todo cuanto somos, hacemos, crecemos e irradiamos, viviendo más y más la esperanza del Amor, viviendo más y más la fe cuya luz informa, conforma, transforma y reforma a toda la formación personal al abrirnos más y más a la Caridad del Espíritu que sigue actuando hoy en la Iglesia como interacción del corazón creyente con la Caridad de Dios Amor. Esta interacción de la fe con el Amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. Ese es el conocimiento desde el cual se ha emprendido en primer lugar la teología de la luz: el conocimiento de la fe, el conocimiento contemplativo que viene de la luz acogida en el palpitar conoce en creciente unidad de corazón a Corazón. La fe conoce por estar vinculada al Amor, en cuanto el mismo trae una luz. La comprensión de la fe —esta teología de la luz— nace cuando recibimos el gran Amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da nuevos ojos para ver la realidad… Quien ama comprende que el Amor es experiencia de verdad, que El mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada —abriendo así los ojos a la contemplación de toda la formación personal como una plasmación viva del Amor de Dios vivo y encarnado—. En este sentido, san Gregorio Magno ha escrito que ‘amor ipse notitia est’, el amor mismo es un conocimiento —es una teología de la luz— que lleva consigo una lógica nueva. Se trata de un modo relacional de ver el mundo —un modo relacional de ver la formación personal, que se forma en un constante ayudar: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer, ayudar a irradiar…—, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro o visión común de todas las cosas. Guillermo de Saint Thierry, en la Edad Media, sigue esta tradición cuando comenta el versículo del Cantar de los Cantares en el que el amado dice a la amada: ‘Palomas son tus ojos’ (Ct 1,15). Estos dos ojos, explica Guillermo, son la razón creyente y el amor, que se hacen uno solo para llegar a contemplar a Dios, cuando el entendimiento se hace ‘entendimiento de un amor iluminado’ (Lumen Fidei 26 y 27). Este nuevo entendimiento es nueva visión de todo el crecimiento y de todo el desarrollo de la formación personal que se hace ícono vivo del Amor de Dios vivo y encarnado, haciendo vida una nueva visión de toda la formación persona, nueva visión que completa todo el recorrido y nos permite situarnos en el gran proyecto de crecimiento de Dios; sin esa visión, tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido… Gracia a la unión con la escucha a Su Corazón, el ver a la luz de Su mirada también forma parte del seguimiento de Jesús Caridad, y la fe se presenta como un ‘camino de la mirada’, en el que los ojos se acostumbran a ver con Su mirada, con Su profundidad, tocando con el corazón (Lumen Fidei 30 y 31).


Esta teología de la luz va de la mano a una filosofía de la luz que integra la reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad de la mirada frente a la luz. Igual que la palabra requiere una respuesta libre, así la luz tiene como respuesta una imagen que refleja, tiene como respuesta el elegir plasmar en toda nuestra formación personal una imagen viva de Dios Amor vivo encarnado, el elegir convertirnos en un ícono vivo de Jesús Caridad. San Agustín, asociando escucha y visión, puede hablar entonces de la ‘palabra que resplandece dentro del hombre’. De este modo, la luz se convierte, por así decirlo, en la luz de una palabra, porque es la luz de un Rostro personal —que se encarna en nuestro rostro al encarnar Su Rostro en toda la formación personal —, una luz que, alumbrándonos, nos llama y quiere reflejarse en nuestro rostro para resplandecer desde dentro de nosotros mismos… Cuando encontramos la luz plena del amor en Jesús Caridad, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay ya un tenue reflejo de aquella luz y percibimos cual es su meta (Lumen Fidei 32-33). La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar todos los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad, y por supuesto también puede iluminar todas las interrogantes del crecimiento y desarrollo de la formación personal de todo ser humano (Lumen Fidei 34), reconociendo los signos de Dios en las experiencias cotidianas de la vida, en el ciclo de las estaciones, en los procesos de crecimiento personal y desarrollo social, en la fecundidad de la tierra y en todo movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que los buscan con sincero corazón, por aquellos que están en camino y están dispuestos a dejarse guiar para encontrarse con el Dios Amor que sorprende siempre, contemplando la luz humana que no se disuelve en la inmensidad luminosa de Dios, sino que se hace más y más brillante cuanto más próxima está del fuego originario, del fuego de Dios Amor, como espejo que refleja Su esplendor, pues es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del Amor, cuando nos acercamos más y más a El (Lumen Fidei 35).


Para emprender esta teología de la luz hay que estar dispuestos a plasmar una teología que no consiste solo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios Amor no puede ser reducido a un objeto. El es Sujeto que se deja conocer, que se revela en relación de corazón a Corazón, que se manifiesta en relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios Amor, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios Amor y a Su revelación viva y encarnada más profundamente. Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios Amor tiene de Sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios Amor, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios Amor nos dirige, palabra que Dios Amor pronuncia sobre Sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión,y admite al hombre y a la mujer en ese diálogo. Así, pues, la humildad que se deja ‘tocar’ e irradiar más y más por Dios Amor forma parte fundamental de esta teología de la luz, reconociendo los límites ante Su misterio, lanzándonos a explorar, con la disciplina propia de la razón, las insondables riquezas de este misterio de Amor que nos revela el como plasmar todo el crecimiento y desarrollo de la formación personal a imagen y semejanza de la Trinidad, a imagen y semejanza de Su comunión viva y encarnada, a imagen y semejanza de la Eucaristía, como sacramento vivo de Su Amor, participando juntos como familia luz en la forma eclesial de la fe, pues Su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia. Esto requiere que la teología esté al servicio de la fe y del crecimiento de los cristianos, que se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos, y también requiere que integre el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él, bebiendo de la Palabra de Dios en su integridad (Lumen Fidei 36).
Al ser emprendida, la teología de la luz irradia sobre toda la formación personal la luz de Cristo que brilla como espejo en el rostro de los cristianos que progresivamente se van convirtiendo en ícono vivo de Jesús Caridad. Al ser emprendida, la teología de la luz hace posible que participemos en Su visión y que reflejemos a otros Su luz encarnada en toda la formación personal, encarnando el cirio pascual en toda la formación personal, cirio vivo cuya luz enciende muchas otras velas al vivir una fe que nace del encuentro personal que se produce con El Amado e ilumina el camino a lo largo del tiempo, transmitiéndose a lo largo de los siglos de tal forma que a todos llega la luz del Rostro de Jesús Caridad, encarnada en toda nuestra formación personal, haciendo vida el conocimiento de Su formación personal en nuestra formación personal, haciendo vida el conocimiento de como Jesús Caridad crece y se desarrolla, participando así en una Luz más grande, en una memoria más grande (Lumen Fidei 36-38).


Emprendamos, pues, esta teología de la luz como misión eclesial que es revolución de la luz emprendida como misión laical.


III. Misión Laical


¿Cómo es la llamada del laico a ser “revolucionario de la luz”, encendiendo más y más al mundo entero en la luz de Su comunión? ¿Cómo es la vocación del laico que concreta una y otra vez en la vida ordinaria el cómo hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado irradiando más y más luz en más y más unidad humana, eclesial y civil? Sí, hermanos, un laico también está llamado a emprender esta misión de luz, esta revolución de luz, esta misión eclesial y también humana y civil, esta misión que es testimonio sacramental y fraterno del Amor de Dios que comienza en el corazón de la familia humana: “La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aún del gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio” (Papa Francisco, 19 de mayo de 2014).


¿Cómo le corresponde al fiel laico emprender la misión de iluminar, de amar, de servir, de hacer posible un mundo más unido, libre, feliz, solidario, fraterno, humano y pacífico, un mundo donde todos crezcan como hermanos? Según la Lumen Gentium 3: “Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las cosas terrenas, de las realidades temporales, ordenándolas según Dios… A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor”. Los laicos son especialmente enviados para iluminar haciendo visible el Amor de Dios como sal y luz en medio de la sociedad: “Los laicos son enviados para comprometerse en medio de la sociedad, para que el reino de Dios pueda crecer entre los hombres” (You Cat 139). Los laicos, al testimoniar el Amor de Dios vivo y encarnado en medio de la sociedad, participan plenamente de la misión eclesial irradiando más y más en medio del mundo el don de la comunión viva, sacramental y fraterna de Jesús Caridad: “Todo laico, por los mismos dones que ha recibido, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma, ‘según la medida del don de Cristo’ (Ef 4,7)” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 33). ). El testimoniar el Amor de Dios, la conciencia del Amor indestructible de Dios, es lo que sostiene a los laicos en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo y crecimiento de todos, entre éxitos y fracasos, emprendiendo la tarea constante de dar un recto ordenamiento de todas las realidades humanas, viviendo más y más el orden de la caridad como laicos que testimonian con más y más correspondencia a la gracia el Amor de Dios que nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente… Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque El es nuestro todo, nuestra esperanza más grande (Caritas in Veritate 78). El nos da la fuerza para ser laicos que no cesan de servir al bien común concretando con todos sus talentos y dones la misión eclesial irradiando más y más luz a la sociedad plasmando más y más sociedad comunión, haciendo posible el crecimiento y el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres al encarnar la comunión trinitaria de Dios Amor con todo lo que es, hace, crece e irradia, iluminando al mundo al hacer más y más vida la misión profética, la misión sacerdotal y la misión real que todo cristiano es llamado a emprender al dejarse plasmar por el Espíritu como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, transformándonos en testimonio de fe viva y encarnada en medio del mundo, en testimonio vivo y encarnado de Su luz, de Su esperanza, de Su comunión y de Su Amor para el mundo, en testimonio de gracia encarnada en medio de la vida ordinaria, en medio del mundo, que es lo propio de un laico: en la escuela, en la universidad, en la vida profesional, en la vida social, en la vida científica, en la vida cultural, en la vida política, en la vida artística, en la vida económica, en la vida pública, en la vida familiar y comunitaria… Por medio de esta vocación profética, sacerdotal y real a irradiar luz laicalmente cumplimos la misión de iluminarlo todo ayudando a ser como personas de bien, ayudando a ser como ciudadanos de bien, haciendo posible una sociedad donde todos se puedan concebir como la mejor persona que puedan ser, conforme a su dignidad humana.


La misión profética del laico consiste en ser profetas del Amor de Dios en medio del mundo, testimoniando con humildad y sencillez de corazón la verdad —Dios es Amor que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia—, testimoniando más y más la comunión y la gracia en medio del mundo: “Cristo… realiza su función profética… no solo a través de la jerarquía… sino también por medio de los laicos. El los hace Sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la Palabra” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 35). Los laicos profetizan evangelizando con testimonio vivo de la fe en medio del mundo, haciendo más y más visible la Caridad de Dios en medio del mundo: “Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la Palabra. En los laicos, esta evangelización adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 35). Al vivir esta misión eclesial laical de profetizar el Amor de Dios lo anunciamos absolutamente a toda la sociedad, transformando toda ocasión de vida social y doméstica en ocasión de enseñar con lecciones vivas la Buena Nueva y el Evangelio, en ocasión de irradiar con la vida la luz del Amor de Dios, con apostolado de la luz: “Este apostolado no consiste solo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con Su Palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles” (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem 6). Los laicos somos llamados a profetizar el Amor de Dios con toda nuestra formación personal encarnada a la luz de la Palabra, profetizando con lecciones vivas, a la usanza del Maestro, viviendo más y más la caridad, viviéndola en más y más correspondencia al Cielo, viviendo más y más la comunión, viviendo más y más la Buena Nueva que somos llamados a profetizar absolutamente a todos… profetizando con profecía viva y sacramental el cómo Dios Amor ama absolutamente a toda la humanidad al hacer posible una sociedad donde se aprendan valores, donde se aprenda a hacer honradamente, sirviendo juntos al bien común de todos, de toda la Iglesia, de toda la Patria, de toda la humanidad.


La misión sacerdotal del laico consiste en consagrar absolutamente toda la sociedad en la que vivimos y el mundo entero al Amor de Dios vivo y encarnado, haciendo resplandecer ala humanidad entera en comunión al vivir más y más unido a la ofrenda Eucarística que hace posible que la sociedad entera resplandezca en más y más comunión, realizando todo en más y más unidad de corazón a Corazón, en más y más unidad al Espíritu, adorando más y más a Dios Amor con todo el crecimiento al realizar todo lo que se realiza en medio del mundo: “Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta santa, consagran al mundo mismo a Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 34). Al hacer vida la misión sacerdotal laical transformamos al mundo adorando más y más a Jesús Caridad con todo el crecimiento humano, sacramental y social, hasta consumar Su alianza, Su consagración, Su obra viva de Amor, Su plan, Su proyecto, Su revolución… participando más y más del sacerdocio de Cristo al ofrendar todo cuanto realizamos, ofrendándolo todo como ofrenda sacramental, familiar, viva y agradable a Sus ojos, consagrados más y más a vivir la caridad en toda circunstancia, consagrados a formar una sociedad luz y una cultura luz donde todos puedan crecer como hermanos amados, plenos, felices, santos, iguales, dignos, libres, llamados a una misión única, elegidos para hacer visible el Amor de Dios de una forma en que nadie más lo hará, consagrados a vivir más y más la caridad… consagrados a plasmar una sociedad luz y una cultura luz donde todos crezcan conforme a la dignidad de hijos del Creador, conforme a la dignidad de toda persona.. Así, los laicos consagramos el mundo al Amor de Dios vivo y encarnado al plasmar sociedad luz y cultura luz amándonos haciendo más y más vida Su ofrenda sacramental, viviendo más y más Su mandato: “Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos” (Jn 13,34).


La misión real del laico consiste en hacer vida la libertad real (la libertad regia) de los hijos de Dios, dominándonos a nosotros mismos hasta que sea Cristo Quien reine en nosotros: “Por Su obediencia hasta la muerte, Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad real (la libertad regia) para que vencieran en sí mismos, con la propia renuncia y con una vida santa, al reino del pecado” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 36). Al Cristo reinar en nosotros hacemos vida Su reino de luz al hacer visible Su Amor vivo y encarnado, de tal forma que El también pueda reinar en la sociedad al irradiar Su luz, al construir juntos una civilización del Amor, promoviendo la realización humana, eclesial y civil más plena posible al irradiar todas las estructuras sociales con la luz de Su comunión: “Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas se conviertan a las normas de la justicia y favorezcan, en vez de impedir, la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 36). Al renunciar al reino del pecado y dejar que Jesús Caridad reine en nosotros hacemos posible que al irradiar Su luz, al hacer visible a la sociedad Su Amor vivo y encarnado, El también pueda reinar en el mundo al dejarnos guiar en todo momento —también en la vida doméstica y social— por la conciencia cristiana, haciendo visible así la luz de Su Reino de Amor en todos los aspectos y ambientes de la sociedad, promoviendo el desarrollo más luminoso y plenificante posible de toda la sociedad —resplandecer juntos en más y más comunión, como familia de hermanos—, promoviendo la comunión social, promoviendo la justicia social, promoviendo una democracia plena —que afirme tanto el estado de justicia y de derecho, incluyendo el aplicar los derechos humanos a absolutamente toda persona, y que afirme también a la persona rectamente comprendida, abarcando toda su formación personal en unidad— al ayudar a irradiar a todos como la comunidad luz que somos llamados a ser, como la Patria Luz y la Iglesia luz que somos llamados a ser, como familia humana y como familia de Dios, resplandeciendo juntos como hermanos.


El You Cat 440 afirma que “Es una misión especial de los fieles laicos comprometerse en la política, en la sociedad, en la economía, según el Espíritu del Evangelio, la caridad, la verdad y la justicia…” Eso es cierto. Sin embargo, al proponer esta revolución de luz, esta opción misionera irradiativa, esta servidora propone otra misión especialísima de los laicos: hacer familia humana fraterna, hacer familia humana, eclesial y civil según el plan de Dios. El hacer familia de tal forma que todos resplandezcan como los hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible que se honre incondicionalmente la dignidad de todos y que todos crezcan incondicionalmente amados, es también misión especialísima de los laicos, llamados a hacer posible que toda la sociedad resplandezca como la familia humana que todos somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser. La dignidad humana comienza a reconocerse creciendo en familia: para que todo ser humano crezca dignamente, desde la concepción hasta la muerte natural —se sigue creciendo toda la vida, no solo somos meramente llamados a sobrevivir a lo largo de la vida, somos llamados a seguir creciendo más y más a lo largo de toda la vida, hasta el último instante, siempre creciendo y siendo fecundos—, ha de crecer en familia. Esta misión laical es misión familiar, misión sacramental y misión fraterna que se hace misión doméstica. Esto puede denominarse, usando palabras de la Evangelii Gaudium, fraternidad mística, o mística familiar: los laicos son los que hacen posible, con su espiritualidad propia, con su espiritualidad doméstica y fraterna propia, la mística de contemplar en todo prójimo un hermano cuya dignidad ha de ser honrada incondicionalmente en todo momento, desde la concepción hasta la muerte natural, haciendo posible que todos crezcan en familia, según su dignidad dada por Dios Amor. Sí, la fraternidad sacramental doméstica propia de los laicos, la fraternidad que hace vida esta fraternidad mística al dejarnos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser, haciendo más y más vida Su orden de la caridad, es camino de mística familiar. Los laicos son especialmente llamados a afirmar con profecía viva a la familia según el plan de Dios, no solo como camino de plenitud social, sino también como camino sacramental de santidad, afirmando de esta manera incondicionalmente, al vivir la fraternidad mística que es también mística familiar, la dignidad de la persona, hasta hacer posible que todos resplandezcan en más y más comunión, en más y más fraternidad, siendo auténticamente libres, olvidándonos de nosotros mismos, tomando la cruz y siguiendo al Maestro que nos envía a irradiar Su comunión, entregándonos más y más como Jesús Caridad se entrega a la Iglesia, entregándonos más y más al hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, al encontrar la propia felicidad en el bien de los demás, en el crecimiento compartido en comunión —de la misma forma que Jesús Caridad se comparte al compartir la fracción del pan, nosotros hemos de compartir también el crecimiento en comunión con toda la sociedad—, en respeto y en obediencia a lo que la fe y la dignidad humana exigen, promoviendo juntos más y más el Amor, la fraternidad y la entrega fecunda. Sí, la familia es la vía de la Iglesia (Amoris Laetitia 69), y crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión es la vía de los laicos, la misión especialísima de los laicos.


Sí, estimado hermano lector, ha leído bien: la misión laical por excelencia es consagrarse a vivir la caridad haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, haciendo posible que todos resplandezcamos juntos en más y en más comunión, comenzando por la familia doméstica, hasta hacer posible que toda la humanidad resplandezca como la familia humana y como la familia de Dios Amor que somos llamados a ser. ¿Cómo concretamos esta misión laical profética, sacerdotal y real a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más unido, fraterno, libre, feliz, luminoso, humano, pacífico y solidario, donde todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor que somos llamados a ser, como la familia luz que somos llamados a ser haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad? Ha llegado el momento de hablar de iglesia doméstica y de la misión propia de la iglesia doméstica: el proyecto de evangelización familiar, el ayudar a ser, el ayudar a hacer, el ayudar a crecer y el ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y en más comunión, resplandeciendo juntos más y más sacramentalmente, a imagen y semejanza de la Trinidad. Comencemos hablando de qué es eso de ser iglesia doméstica.

IV. Iglesia Doméstica


¿Qué es ser iglesia doméstica, qué es ser familia cristiana, familia formada a la luz de la Palabra y del Magisterio? Hablemos en primer lugar de nociones bíblicas de la concepción de familia. Para esto me serviré de las excelentes citas bíblicas que encontré en los primeros capítulos del libro Family Ministry and The Church, de Chris Shirley, PhD. No es un libro católico, pero creo que sus fundamentos bíblicos del concepto de familia son aplicables en cualquier denominación cristiana. De momento, no he encontrado un libro de ministerio familiar en denominación católica, así que usé este. Ojalá este texto que estoy escribiendo evolucione más adelante hacia un libro de ministerio familia católico, pero de momento, usemos los fundamentos bíblicos de Family Ministry and the Church.


El primer paso para fundamentar a la familia como iglesia doméstica es leer qué dicen las escrituras acerca de la familia. Nótese que Dios Amor creó a la familia desde el inicio de la creación, como plenitud de la creación. Génesis 1 y 2 nos cuenta la creación de la primera familia, Adán y Eva, hombre y mujer los creó, creados a Su imagen y semejanza, unidos en una relación de alianza que llamamos matrimonio. La alianza matrimonial es descrita en las escrituras como permanente (Mat 19,6), exclusiva (Ex 20,14), mutua (Ef 5,33), íntima (Gen 2,23) y sagrada (Ef 5,25). De esta relación de alianza, de esta alianza matrimonial, la familia es formada con propósito y misión. En Génesis 1,28 Dios da a la primera familia su primera encomienda: “Sean fecundos, colmen la tierra y sométanla. Dominen a los peces del mar, a los pájaros del cielo, y a cada criatura que vive en la tierra”. Creados a imagen y semejanza de Dios, y unidos bajo Su autoridad, al hombre y a la mujer se les da la misión de reproducirse y de dominar la tierra. Aunque la caída en el pecado frustra la capacidad del ser humano de consumar completamente esa misión, el ideal permanece intacto. Las familias comienzan con una alianza matrimonial entre un hombre y una mujer, que se unen bajo la autoridad de Dios para cumplir juntos el propósito divino y dar gloria a Dios juntos en el mundo. Todos los que son integrados en esta alianza relacional, ya sea biológicamente, sacramentalmente o legalmente, son miembros de la familia.
El ideal bíblico de familia no es siempre realidad, ni siquiera en las mismas Escrituras. La Biblia describe una variedad de modelos de familia más allá del concepto tradicional de familia, el concepto de padre, madre e hijos:

  1. Padres solteros con niños: Agar e Ismael (Gen 16, la viuda de Sarepta (1 Re 17,7-16)
  2. Padres solteros con hijos adoptados: la hija del Faraón y Moisés (Ex 2, 5-10)
  3. Familias integradas con hijos adoptivos: las esposas de Jacob con sus niños (Gen 29); el rey David, sus esposas y sus hijos (2 Sam 3,2-5)
  4. Abuelos o relativos criando niños: Joada/Joseba y Joas (2 Re 11)
  5. Parejas sin hijos: Abraham y Sara: Zacarías e Isabel (durante sus años de juventud) (Gen 16,1: Lc 1,5-7)
  6. Guardianes o padres adoptivos que tutelan aunque no son los padres biológicos: Eli y Samuel (1 Sam 1,19-20), José y Jesús (Mat 1,18-25)

La Biblia también provee una lista de consecuencias del debilitamiento y corrupción de la estructura familiar y de las relaciones familiares: divorcio (Deut 24:1-4) —Jesús prohíbe el divorcio sacramental en el Nuevo Testamento—, cohabitación (Jn 4,17-18), muerte infantil (2 Sam 12,19), infidelidad (2 Sam 11), hijos rebeldes (1 Sam 2,12-26), odio entre hermanos (Gen 37), barrenness (1 Sam 1, 1-15), incesto (2 Sam 13; 1 Cor 5,1), hijos fuera del matrimonio (Gen 38), poligamia (1 Re 11,3), entre otras consecuencias del pecado en la familia.

A lo largo de las escrituras se pueden encontrar referencias a Dios y Su pueblo en términos de matrimonio y familia, tal cual podemos leer, por ejemplo, en el libro de Oseas. En el Antiguo Testamento Dios es descrito como el Novio e Israel como la novia (Is 62:5). También hay partes del Antiguo Testamento que hablan de Dios enseñando a caminar a Israel tal cual lo haría un Padre. En el Nuevo Testamento también es usado el concepto de matrimonio entre Cristo y la Iglesia (Rev 19,7: Ef 5). El matrimonio entre Cristo y la Iglesia ya ha comenzado y se consumará completamente cuando estemos en Su Presencia. El Señor honró al matrimonio al seleccionarlo como su metáfora favorita para describir su relación con nosotros, Su Iglesia. Jesús se relaciona con Su Iglesia con alianza esponsal, somos Su Esposa, amada y ayudada a crecer.

El matrimonio es el símbolo físico de la relación espiritual que representa nuestra alianza y nuestro compromiso con Cristo, y el Suyo con nosotros, que San Pablo describe en Efesios 5: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño de agua y la fuerza de la Palabra, y presentándola resplandeciente ante Sí mismos, sin mancha, ni arruga ni cosa parecida, sino santa e e inmaculada… Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todos.

En Efesios 1,22-23, San Pablo indica que Dios Padre ha dado a el Hijo suprema autoridad sobre la Iglesia y que Su Presencia permea la Iglesia: Sometió todo bajo sus pies y lo constituyó Cabeza suprema de la Iglesia,que es su  cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todo. Jesús no solo manda en la Iglesia, también la construye como proyecto familiar, como conciudadanos de santos y familiares de Dios: Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas. Y la piedra angular es Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios mediante el Espíritu.

Sin embargo, la verdad más profunda no es que Jesús manda en la Iglesia, sino que El es la Iglesia. En Efesios 3,10-12 y 21, Pablo revela el propósito de la Iglesia: representar la sabiduría multifacética de Dios, que  se consuma en Jesús… La Iglesia existe como Esposa, como familia de Dios, para declarar Su gloria a toda la creación, testimoniando Su Amor, predicando la Palabra de Dios, cuidando al prójimo, viviendo las obras de misericordia. Jesús ha de ser el punto focal de todo cuanto La Iglesia hace, incluyendo ser el centro de la iglesia doméstica y el ministerio familiar. La Iglesia funciona como familia desde el tiempo del Evangelio los primeros cristianos. Jesús describe el hacerse cristiano como nacer en el Espíritu, como ser dados a luz por el Espíritu (Jn 3,5-8), de tal forma que nos convertimos en hijos de Dios (Jn 1,12) y Dios se convierte en nuestro Padre, tal cual nos enseña Jesús (Rom 8,15). Los creyentes son hermanos y hermanas (Hech 15,36;1 Tim 5,2). En cuanto la nueva Iglesia fue formada comenzaron a vivir la nueva identidad como familia espiritual. Comían comidas juntos, compartían la Eucaristía, compartían sacrificios y posesiones, adoraban juntos y daban a luz a nuevos hijos de Dios (Hech 2, 42-47).

En Mateo 12,48-50 Jesús expresa la  importancia de la Iglesia como familia espiritual, afirmando que Su familia —su madre y sus hermanos— son los que cumplen la Palabra de Dios Por supuesto Jesús no está rechazando a Su Madre, a quien nos entrega como Madre de la Iglesia en la cruz (Jn 19-26-27), sino que está estableciendo la naturaleza del vínculo familiar de la Iglesia, llamando a Sus seguidores a una nueva forma de relacionarse: creciendo juntos como familia de Dios, como iglesia doméstica, como familia cristiana.

Así, descubrimos a la familia cristiana, a la iglesia doméstica, como el proyecto familiar y misionero de Jesús Caridad, como el proyecto de Amor más hermoso del corazón de Dios, que quiso hacer posible que el hombre pudiera crecer y ser formado a imagen y semejanza de la Trinidad, haciendo vida Su proyecto de comunión trinitaria como proyecto de comunión personal, como proyecto de comunión doméstica que irradia Su comunión trinitaria encarnada, haciéndonos así familia que es sal y luz del mundo. La familia cristiana ha sido querida por Dios Amor desde principios del mundo, cuando no quiso que el hombre estuviera solo y con el “creced y sed fecundos” del Génesis fundó a la primera familia humana, capacitando a ambos para ser signos vivos del Amor de Dios uno para el otro. La Familiaris Consortio 14 nos habla de la familia cristiana y de la iglesia doméstica como “ser para los miembros de la familia signo vivible del mismo Amor de Dios, ser sacramento vivo de la Eucaristía, signo del Amor de Jesús por la Iglesia, ser sacramento vivo de la comunión de la Trinidad, a cuya imagen y semejanza somos llamados a crecer conforme a la dignidad humana dada incondicionalmente a toda persona”. La iglesia doméstica es el reflejo vivo del Amor de Dios vivo y encarnado como comunidad doméstica que también es comunidad civil y comunidad sacramental que promueve el vivir la comunión, el vivir la caridad, el vivir la fraternidad sacramental doméstica, y el crecer juntos resplandeciendo en comunión, llenos de gracia, aprendiendo a crecer juntos en más y más libertad en la medida en que nos entregamos juntos como Jesús Caridad se entrega a la Iglesia: “La familia es la primera escuela de valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad” (Amoris Laetitia 274). En la familia aprendemos a vivir los valores humanos, cristianos y civiles de tal forma que aprendemos a socializar y a crecer juntos contemplándonos como hermanos: “La familia es el ámbito de la sociabilización primaria, porque es el primer lugar donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a respetar, a ayudar, a convivir (Amoris Laetitia 276). La iglesia doméstica no es solo comunidad doméstica, comunidad sacramental y comunidad  civil: es comunidad fraterna que hace posible que toda la humanidad resplandezca como la familia humana que es llamada a ser. La iglesia doméstica también es patria doméstica y humanidad doméstica que hace posible que toda la nación y toda la humanidad resplandezca en más y más comunión, resplandeciendo como la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, resplandeciendo como la tierra de comunión que somos llamados a ser, tierra de libertad y land of the brave que hacen posible que toda la humanidad resplandezca en más y en más comunión.

Además de ser comunidad doméstica y comunidad fraterna, la iglesia doméstica es comunidad sacramental, comunidad conyugal, comunidad matrimonial que se hace familia: comunidad conyugal entablada  sobre el consentimiento de los esposos y sobre la vida sacramental de los esposos. Sí, en la iglesia doméstica familia y sacramento van unidos, matrimonio y familia van unidos. Según el proyecto de Dios Amor, matrimonio y familia van de la mano a la luz de la Palabra —lo que Dios ha unido,que no lo separe el hombre (Mt 19,6)— como un hermoso proyecto sacramental de la Trinidad —sin la gracia no podemos emprender este proyecto, de ahí que sea “proyecto sacramental”: para realizar este proyecto necesitamos hacer vida el sacramento— que quiere hacer partícipes a los esposos no solo del don de crecer juntos en comunión, sino que también quiere hacerles partícipes del don de la fecundidad Trinitaria: dar vida a la usanza de la Trinidad, dar vida como desbordamiento de Amor que refleja la entrega de Cristo a Su Iglesia. En palabras de la Amoris Laetitia 292: “El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y Su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad”. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos, a la procreación y educación de los hijos y a la evangelización que se emprende domésticamente, sacramentalmente y fraternalmente, la que enciende a la sociedad y a la Iglesia en más y más comunión, irradiando así más y más salvación del pecado y de la dehumanización: “La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (Catecismo, 1603). Proponer a las nuevas generaciones la hermosura del matrimonio y la familia es una necesidad no solo cristiana sino también social e incluso económica: “Se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y el matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. Los estados están llamados a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula primordial y vital de la sociedad, haciéndose cargo también de sus problemas económicos y fiscales, en el respeto de su naturaleza relacional” (Caritas in Veritate 44)

En palabras del Papa Pablo VI: “El matrimonio no es efecto de la casualidad o  producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad Su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia” (Humanae Vitae 8). La Humanae Vitae 9 al 11 hace una bella descripción de las características el amor conyugal:

  1. Es un amor plenamente humano, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
  2. Es un amor total, es una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio cónyuge, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.
  3. Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo. El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no solo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera.
  4. Es un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas, conformando su conducta a la intención creadora de Dios —cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida—. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen de sobremanera al bien de los propios padres.

El amor conyugal también es amor evangelizador: amor que comunica el Amor de Dios vivo y encarnado, amor que hace visible el Amor de Dios vivo y encarnado encendiéndolo todo en más y más comunión, comunicando más y más comunión. Al matrimonio y a la familia le corresponden encender al mundo en más y más comunión creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen a imagen y semejanza de la Trinidad, a imagen y semejanza de la entrega de Cristo a Su Iglesia, introduciendo a la persona humana en la familia humana y en la familia de Dios al introducirla a la comunión trinitaria, a la comunión eclesial: “En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal, paternidad/maternidad, fiiación, fraternidad— mediante los cuales toda la persona humana queda introducida en la ‘familia humana’ y en la ‘familia de Dios’ que es la Iglesia” (Familiaris Consortio 15). La familia es santuario de la Trinidad, santuario de la vida, santuario de la comunión, santuario social y santuario de la gracia: “De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el Amor de Dios y vivir la vida de comunión” (Amoris Laetitia 63). La iglesia doméstica en cuanto familia humana, familia civil y familia de Dios está llamada a ser testimonio vivo del Amor de Dios que quiere que todos sus hijos crezcan conforme a su dignidad, ayudándose también a convertirse en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser. Cada cónyuge es para el otro ese sacramento vivo del Amor de Dios donde contemplan la imagen viva de Dios Amor vivo y encarnado: “Cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor, que no nos deja solos: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’ (Mt 28,70)” (Amoris Laetitia 319). Hemos de contemplar en el cónyuge la imagen viva del Amor de Dios que nos entrega a ese hermano para ayudarle a crecer conforme a Su voluntad, pues es realmente Suyo: “Hay un punto donde el Amor de la pareja alcanza su mayor liberación y se convierte en espacio de sana autonomía: cuando cada uno descubre que el otro no es suyo, sino que tiene un Dueño mucho más importante, su único Señor” (Amoris Laetitia 320). Así funciona la entrega matrimonial sacramental entre los esposos de la iglesia doméstica: somos uno del otro porque somos del Señor primero, y es Jesús Caridad Quien hace posible que hagamos vida Su Alianza esponsal celestial entregándonos El uno al otro, entregándonos el uno al otro como instrumentos de Dios Amor, que nos llama a ayudarnos a crecer como el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, como iglesia doméstica que se va convirtiendo progresivamente en más y más sacramento vivo del Amor de Dios en medio del mundo. “Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, ayuda a captar toda en su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona. En este sentido, Sara llegó a ser madre por la fe, contando con la fidelidad de Dios a sus promesas (cf. Hb 11,11)” (Lumen Fidei 52).

De hecho, al plasmarse y configurarse como iglesia doméstica los esposos no son solo llamados a contemplar el rostro de Jesús Caridad en el cónyuge: también son llamados a contemplar Su rostro en los hijos, a los cuales han de hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado una y otra vez, pues de eso se trata la fecundidad de la iglesia doméstica. Esta fecundidad no solo da nueva vida, sino que lo hace buscando una y otra vez formas de ayudarse a crecer como Amor de Dios vivo y encarnado, buscando constantemente nuevas formas para hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado, encarnando una fecundidad sacramental que “hace presente el Amor de Dios en medio de la sociedad” (Amoris Laetitia 184), comenzando en el propio hogar. Como proyecto sacramental de la Trinidad la familia cristiana, la iglesia doméstica, es necesariamente un proyecto necesariamente creativo —necesariamente fecundo— porque el Amor necesariamente crea, el Amor siempre genera nueva vida que resplandece en comunión, haciendo más y más vida la fecundidad sacramental de la Trinidad: la fecundidad de hacer visible el Amor de Dios en todo cuanto se es, en todo cuanto se hace, en todo cuanto se crece y en todo cuanto se irradia, resplandeciendo juntos en más y en más comunión. Es decir, la fecundidad sacramental que está llamada a vivir la iglesia doméstica, la fraternidad sacramental doméstica que esta llamada a vivir la iglesia doméstica, no solo comunica vida: comunica bendición,  comunica el Amor de Dios vivo y encarnado, comunica vida nueva no solo a la misma familia sino también a la sociedad entera al irradiar más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad. Ese ha de ser el modelo de la iglesia doméstica: la Trinidad, la familia de Dios Amor. Hemos de custodiar a la iglesia doméstica y a los hijos que Dios Amor nos conceda de la misma forma que Dios Padre nos ayuda a ser, como Dios Hijo nos ayuda a hacer, como Dios Espíritu Santo nos ayuda a crecer, como la Santísima Trinidad nos ayuda a irradiar, como la Iglesia nos ayuda a resplandecer juntos en más y más comunión, aceptándonos, custodiándonos y respetándonos tal cual hemos sido creados, custodiando nuestra humanidad y también nuestra llamada a la santidad, aceptando gozosamente los hijos que Dios Amor quiera dar, aceptando gozosamente la vocación que Dios Amor les quiera dar, ayudándolos a discernirla y a crecer plenamente, amándoles como la Trinidad y la Madre Iglesia les aman.

Al vivir la comunión y la fecundidad en unidad, la iglesia doméstica plasma ecología integral, ecología humana: “La familia es el sujeto protagonista de una ecología integral, porque es el sujeto social primario, que contiene en su seno los dos principios-base de la civilización humana sobre la tierra: el principio de comunión y el principio de fecundidad” (Amoris Laetitia 277). Al vivir la fecundidad sacramental los hijos —en la medida de lo posible—provienen de la comunión de los padres, del amor de los padres: “Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con los hijos una familia. Dios quiere que del amor de los padres, en la medida de lo posible, procedan los hijos. Los hijos que están confiados a la protección y cuidados de sus padres tienen la misma dignidad que sus padres” (You Cat 368). Toda iglesia doméstica se perfecciona al vivir más y más la comunión y la fecundidad sacramental, que no solo se trata de  la apertura a la vida sino también de la apertura a la fraternidad y a la gracia, honrando incondicionalmente la dignidad de todos: “Lo que la Iglesia es en lo grande, la familia lo es en lo pequeño: una imagen del Amor de Dios en la comunión de personas. Todo matrimonio se perfecciona en la apertura a otros, a los niños, que son don de Dios, en la acogida mutua, en la hospitalidad, en la disponibilidad para otros” (You Cat 271). Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde vivir una acogida, tan social y humana como sacramental, que honra la dignidad de todos. Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde afirmar con más contundencia, con profecía viva y sacramental, al vivir la comunión doméstica y la fecundidad sacramental: “Cada vida es sagrada e inviolable” (You Cat 49). Es a la iglesia doméstica a la que le corresponde hacer posible que cada hijo crezca según su dignidad, su llamada a crecer plenamente en familia, pues de eso se trata el estar abiertos a la vida —no solo es ayudar a concebir y ayudar a nacer, sino también ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión—, tanto de acoger la vida como de reconocer incondicionalmente la dignidad de todo hijo de Dios al hacer posible que crezca y se desarrolle conforme a esa dignidad. El vivir incondicionalmente abiertos a la vida y a la gracia es u gran don para toda la sociedad y también para toda la Iglesia: “La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 50,2). El crecimiento, el desarrollo y la santificación de cada miembro de la iglesia doméstica, tanto los cónyuges como los hijos, no solo son fruto de la apertura a la vida y a la gracia de todos los miembros de la familia, que se ayudan generosamente a crecer en más y más comunión hasta convertirse en quienes son llamados a ser: son juntos el sueño de Dios para la humanidad, pues Dios Amor no deja de soñar que todos crezcan como familia de Dios, que todos crezcan en más y más comunión, que todos crezcan en paz y unidad, que todos crezcan como hermanos, que todos crezcan como familia humana donde se honra incondicionalmente la dignidad de todos. Cada hijo y cada miembro de la iglesia doméstica es un resplandor de la luz del Amor de Dios, una estrella del Cielo llamada a iluminar de forma única, clara y hermosa a la humanidad. He aquí el sueño de Dios: que todos resplandezcamos como la luz que somos llamados a ser.

Sí, hermanos, hacer familia es realizar el sueño de Dios: “No es posible hacer una familia sin soñar…” (Amoris Laetitia 169) y no es posible hacer familia sin que Dios la sueñe primero. “Al querer formar una familia nos animamos a ser parte del sueño de Dios, animándonos a soñar con El, animándonos a construir con El, animándonos a jugarnos con El esta historia de construir un mundo donde nadie está solo… (Discurso en la Fiesta de las Familias y vigilia de oración en Filadelfia) animándonos a jugarnos con El esta historia de construir la iglesia doméstica que El, Jesús Caridad, Dios Amor-con-nosotros, sueña: una iglesia doméstica que es faro vivo de comunión, faro vivo de conversión, dejándonos convertir en los pastores domésticos que somos llamados a ser para hacer vida Su fraternidad sacramental doméstica, creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, que crean Cielo, que crean Eucaristía, que crean paz, que crean misericordia, que crean don, que crean fe, que crean esperanza, que crean caridad, que crean entrega, que crean alegría, que crean plenitud, que crean santidad, que crean nueva vida, que crean luz… La iglesia doméstica que Dios Amor sueña es una familia que elige servir a Dios sirviendo a la familia, a la Iglesia y a la Patria al servir juntos al bien común como les corresponde hacerlo, haciéndole en todo cuanto son, hacen, crecen e irradian más y más visible como Jesús Caridad que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia… siendo familia que hace más y más vida Su fraternidad sacramental doméstica obrando juntos en más y más unidad a Su Corazón, obrando en más y más unidad de ser y acto, de palabra y obrar, de manos y de corazón a Su Corazón, a Su obrar, haciendo juntos más y más familia humana, eclesial y civil según Su plan. La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña hace familia dejándose convertir en ofrenda familiar, sacramental, viva y agradable a Sus ojos, dejándose convertir en culto vivo y nuevo de comunión, en culto sacramental ofrecido por sacerdotes domésticos y sacerdotes del corazón, haciendo vida la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu con más y más avivamiento sacramental, dejándose convertir en ipse Christus que ayudan a ser, que ayudan a hacer, que ayudan a crecer y que ayudan a irradiar resplandeciendo en más y más comunión, resplandeciendo más y más sacramentalmente, a imagen y semejanza de la Trinidad.

Dios Amor sueña con una iglesia doméstica que haga más y más vida la alegría de dar a luz juntos a la Palabra, de dar a luz juntos a Jesús Caridad, de dar a luz juntos a Su pueblo-familia del nuevo albor, irradiando juntos más y más Su luz como profetas de la familia, como profetas de la caridad, como profetas de la vida, como profetas de la comunión, como profetas de la paz, como profetas de la fraternidad, como profetas de la luz, como profetas de la gracia, como profetas que profetizan con profecía viva y sacramental Su llamada a la conversión, Su llamada a la alegría, Su llamada a la nueva vida que da el Amor, Su llamada a hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan… Jesús Caridad sueña con una iglesia doméstica que haga resplandecer más y más Su nuevo albor sacramental, Su nuevo horizonte de paz, de prosperidad, de comunión, de gracia, de luz, de fraternidad, de bendición… dejándonos convertir en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser, en el pueblo alegría, en el pueblo bendición, en el pueblo paz, en el pueblo regocijo, en el pueblo comunión, en el pueblo don, en el pueblo esperanza, en el pueblo prosperidad, en el pueblo bendición… que somos llamados a ser, confiando en Sus planes que son de esperanza y de prosperidad, confiando en Su proyecto de luz que nos mueve a hacer más y más vida Su sueño plasmando más y más persona luz y familia luz, plasmando más y más cultura luz, cultura de nueva vida, una cultura que no esté corrompida y en la que ya no se reconoce una verdad objetiva o unos principios universalmente válidos (Fratelli Tutti 206)… plasmando más y más estado luz, estado de justicia y de derecho, estado comunión, estado del nuevo albor, estado de nueva fraternidad, estado de gracia… plasmando más y más nación luz, nación de Amor que resplandece en más y más comunión… plasmando más y más humanidad luz, humanidad unida y fraterna en la paz que viene de Su Corazón, que hace posible que todos resplandezcamos como hermanos… plasmando más y más sociedad luz, sociedad en la que todos resplandecemos como la luz que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor que somos llamados a ser, como la familia humana, eclesial y civil que somos llamados a ser…

La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña evangeliza más y más al hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado con todo el crecimiento, evangelizando adorándole con todo el crecimiento, como familia luz más y más consagrada a vivir la caridad, a hacer vida Su alianza de la caridad, a hacer vida Su sueño emprendiendo más y más Su proyecto de evangelización familiar como sueño profético que transforma todo haciendo vida Su imaginación de la caridad, liberando en la familia “Las energías de la esperanza, traduciéndolos en sueños proféticos, acciones transformadoras e imaginación de la caridad” (Amoris Laetitia 3), ingeniando todos los días nuevas formas de promover el crecimiento mutuo (Amoris Laetitia 276), de promover el crecimiento más pleno posible, de promover una Iglesia, una Patria y una humanidad más y más resplandecientes en comunión… La iglesia doméstica que Jesús Caridad sueña es un hogar sacramental, civil y fraterno donde sus miembros son capaces de conocer el Amor de Dios comenzando por lo vivido en la familia, haciendo así auténtica pastoral familiar, auténtica pastoral sacramental doméstica: “También en el corazón de cada familia hay que resonar el kerygma, a tiempo y a destiempo, para que ilumine el camino. Todos deberíamos ser capaces de decir, a partir de lo vivido en nuestras familias: ‘Hemos conocido el Amor que Dios nos tiene’ (1 Jn 4,16). Solo a partir de esta experiencia, la pastoral familiar podrá lograr que las familias sean a la vez iglesias domésticas y fermento evangelizador de la sociedad” (Amoris Laetitia 290). Esta pastoral familiar sacramental que Jesús Caridad sueña pinta a cada miembro de la familia como la imagen viva de Dios Amor que es llamado a ser, como el sacramento vivo del Amor de Dios que es llamado a ser, como el ícono vivo del Amor de Dios que es llamado a ser: “Cada uno, con cuidado, pinta y escribe en la vida del otro: ‘Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones… no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo’” (Amoris Laetitia 322).

Jesús Caridad sueña con una iglesia doméstica que viva la honra experiencia de dejarse convertir en el templo doméstico del Espíritu Santo que es llamada a ser, encarnando más y más la eucaristía doméstica cultivando más y más comunión sacramental, fraternal y familiarmente, ayudándose a crecer contemplándose con los ojos de Dios, haciendo vida la mirada de Dios Amor, reconociendo a Jesús Caridad en la mirada del ser querido, afirmando así su dignidad, no solo humana y fraternalmente, sino también sacramentalmente: “Es una honda experiencia espiritual contemplar a cada ser querido con los ojos de Dios y reconocer a Cristo en él o ella. Esto reclama una disponibilidad gratuita que permite valorar su dignidad” (Amoris Laetitia 323). Es en la familia que se afirma con mayor resplandor la dignidad sacramental de todo cristiano: la dignidad de crecer juntos en comunión, ayudándose a convertirse juntos en el sacramento vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, viviendo juntos más y más en El, por El y con El, como custodia viva de la Eucaristía, como custodia doméstica de la Eucaristía, contemplando más y más en quienes ayudamos a ser, a hacer, a crecer y a irradiar resplandeciendo en más y más comunión la mirada de Jesús Caridad, mirando con Su punto de vista, mirando con Sus ojos, participando en Su modo de ver (Lumen Fidei 18).

Sí, todo cristiano tiene dignidad sacramental, que es hecha vida creciendo juntos en más y más comunión, hasta convertirnos juntos en los sacramentos vivos del Amor de Dios que somos llamados a ser, encarnando juntos más y más Su comunión, Su sacramento. La iglesia doméstica tiene una espiritualidad muy particular: revelar Su comunión, revelar la comunión de la Trinidad, revelar el Amor de Dios vivo y encarnado como comunión doméstica, a la usanza de la intimidad de la Trinidad, afirmando más y más la dignidad humana, fraterna y sacramental al revelar esa comunión: “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión de la Iglesia, de la comunión eclesial —que hace vida la comunión de la Trinidad—; por eso… puede y debe decirse ‘iglesia doméstica’” (Familiaris Consortio 21). La espiritualidad de la iglesia doméstica posee en la Iglesia una importancia singular, como aparece en el Nuevo Testamento (EF 5, 21-6; Col 3, 18-20; 1 Pe 3,1-7), con un claro énfasis en dar a luz a la Palabra (Hágase en nosotros según Su Palabra; Lc 1,38), en cumplir el sueño de Dios (Una vez que despertó del sueño, José hizo como el ángel del Señor le había mandado; Mt 1,24), en ayudar a crecer en sabiduría, gracia y comunión (El niño crecía, se fortalecía y se iba llenando de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con El: Lc 2,40) y en cumplir juntos la voluntad del Padre (El les dijo: ‘Y, ¿por qué me buscan? ¿No saben que debo estar en casa de Mi Padre?’; Lc 2,49) (Pues todo el que cumpla la voluntad de Mi Padre de los Cielos, ese es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre; Mt13,50). El carisma sacramental de la espiritualidad doméstica es el carisma de crear hogar, Iglesia y humanidad a imagen y semejanza de la Trinidad: “En su modo y estado de vida, los esposos cristianos tienen su carisma propio en el pueblo de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 11). Este carisma de crear hogar resplandeciente en feliz comunión, evangelizando desde la vida doméstica, ha estado presente en la Iglesia desde los primeros cristianos que celebraban la Eucaristía en sus casas, junto a un ágape fraterno, plasmando así Iglesia que es Iglesia familia: “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de José y María. La Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, ‘con toda su casa’, habían llegado a ser creyentes (Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase ‘toda su casa’ (Hch 16, 38; 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente” (Catecismo 1655).

Como puede verse, la espiritualidad de los laicos debe asumir características peculiares por razón de estado de matrimonio y familia (Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem 4): los laicos son especialmente llamados a revelar el Amor de Dios en familia de tal forma que toda la sociedad resplandezca en comunión, encarnando la comunión doméstica que evangeliza creando hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, a la usanza de los primeros cristianos, haciendo familia con vínculos de luz, con vínculos sacramentales, con lazos de fraternidad, con vínculos que hacen familia que se deja habitar más y más por el Amor de Dios, pues la espiritualidad matrimonial es la espiritualidad del vínculo habitado por el Amor Divino (Amoris Laetitia 315). El vínculo de esta espiritualidad doméstica se hace más y más viva en la medida en que se encarna más y más la Eucaristía como eucaristía doméstica: “El alimento de la Eucaristía es la fuerza y estímulo para vivir cada día la alianza matrimonial —y la vida doméstica— como ‘iglesia doméstica’” (Lumen Gentium 11). Toda la espiritualidad familiar de la iglesia doméstica ha de girar en torno a crear hogar lleno de gracia, a crear hogar donde se encarna la eucaristía doméstica, transformando así al mundo como iglesia doméstica y patria doméstica que irradia más y más comunión… Esto es todo un proyecto de gracia, crear hogar, Iglesia y humanidad que hacen más y más vida la eucaristía doméstica irradiando comunión viva en todos los ambientes, siendo reflejo de la comunión de la Trinidad en todos los ambientes, también en el ambiente social, haciendo más y más vida la eucaristía doméstica encarnada también como amor social: “El Amor social, reflejo de la Trinidad, es en realidad lo que unifica el sentido espiritual de la familia y su misión fuera de sí, porque hace presente el kerygma con todas sus exigencias comunitarias. La familia vive su espiritualidad propia siendo al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar al mundo” (Amoris Laetitia 324). Esto significa que transformar al mundo con amor social, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos, como familia humana y civil que todos somos llamados a ser, es parte también de la espiritualidad laical familiar de la iglesia doméstica. No solo hacemos posible que la propia familia doméstica resplandezca en comunión, sino que también hacemos resplandecer en comunión a toda la Iglesia universal, a toda la Patria, a toda la humanidad. Somos familia, somos Iglesia. Smos familia, somos Patria. Somos familia, somos humanidad.

Esta espiritualidad laical familiar tiene un fin concreto: la santificación familiar, el ser hogar donde se enseña a vivir como ciudadanos luz, como hermanos luz, como santos: “El hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo” (Amoris Laetitia 287). Es en el hogar que aprendemos a vivir la fraternidad mística doméstica, la mística doméstica que hace camino de santificación al crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más santidad, en más y más adoración de corazón a Corazón: “Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios” (Amoris Laetitia 316). Sí, es posible llegar a las cumbres de la unión mística y de la  santificación encarnando la comunión doméstica, la comunión familiar, la eucaristía doméstica, como los pastores domésticos que somos llamados a ser: “Puesto que la persona humana tiene una innata y estructural dimensión social y la expresión primera y originaria de la dimensión social de la persona es el matrimonio y la familia, la espiritualidad se encarna en la comunión familiar. Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la  vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística” (Amoris Laetitia 316). La familia no solo está llamada a la santidad: es camino de santidad en sí misma, es camino místico en sí mismo, es proyecto de santidad, proyecto de nueva vida. Todo el sentido de la vida doméstica ha de ser hacer vida la eucaristía doméstica como proyecto de santidad, como proyecto de nueva vida, viviendo más y más la caridad, viviendo más y más unidos a Dios en el Amor, correspondiendo juntos a los deseos de Dios Amor, permitiendo a Dios Amor vivir en nuestra casa y en nuestra formación personal, dejando que sea Dios Amor Quien viva en nosotros hasta decir como San Pablo: “Es Cristo Quien vive en mí”. Eso es ser santos: dejar que Jesús Caridad viva Su vida en nosotros, encarnar Su mirada en nuestra mirada, encarnar Su Amor en nuestros corazones. Dios Amor nos ha creado para la santidad, así que somos llamados a santificarnos en familia, tal cual el ser humano es llamado a crecer conforme a su dignidad, creciendo en más y más unidad al Amor de Dios vivo y encarnado, reflejando la obra de Dios al santificarnos juntos creando hogar, Iglesia y humanidad que reflejan la comunión de la Trinidad: “La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa —y social— es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra —la liturgia doméstica— fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera” (Catecismo 2205). La iglesia doméstica está llamada a ser muy consciente de su misión laical de santificar creando hogar, Iglesia y humanidad resplandecientes y radiantes en comunión, a la usanza de una Nueva Jerusalén, haciendo del hogar el primer lugar de encuentro con el Amor de Dios, para así convertirnos juntos en la familia misionera que somos llamados a ser, siendo más y más familia misionera en la medida en que hacemos más y más posible el encuentro con el Amor de Dios vivo y encarnado, asumiendo el protagonismo misionero que nos corresponde asumir como laicos y como bautizados (Evangelii Gaudium 120). Hablemos, pues, de esta misión laical propia de la iglesia doméstica: el proyecto de evangelización familiar.

V. Proyecto de Evangelización Familiar

El proyecto de evangelización familiar hace posible que la iglesia doméstica cumpla su misión respondiendo a la llamada del Maestro a hacer visible Su Amor amando como El nos manda a hacerlo —Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos (Jn 13,34)— para así hacer vida juntos el llamado a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más feliz, libre, unido, humano, fraterno, pacífico y solidario, un mundo que resplandezca en más y más comunión, un mundo donde todos resplandezcan como hermanos, un mundo donde todos crezcan incondicionalmente amados… Toda iglesia doméstica, por los mismos dones que ha recibido, es a la misma vez testigo e instrumento vivo de la misión eclesial, participando en esa misión ‘según la medida del don de Cristo’ (Ef 4,7). La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de la iglesia doméstica, que al cumplir su misión propia —el proyecto de evangelización familiar— hace posible que todos lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo (EF 4,13). Así, al crecer y desarrollarnos como la iglesia doméstica que somos llamados a ser, como la patria doméstica que somos llamados a ser, como la Iglesia Luz y la Patria Luz que somos llamados a ser, emprendemos nuestra misión propia como iglesia doméstica tal cual nos corresponde hacerlo, en medio del mundo, siendo faros vivos de comunión en medio del mundo, siendo faros vivos de conversión en medio del mundo, siendo faros vivos del Amor de Dios vivo y encarnado en medio del mundo, llevando en medio del mundo una vida según Cristo… apresurando así la venida del Reino de Dios, Reino de justicia, de verdad  y de paz, al emprender juntos el proyecto de evangelización familiar sin abandonar las tareas terrenas, evangelizando al cumplir todas las tareas siendo fieles al Maestro en lo cotidiano, cumpliendo con todos los deberes propios de hacer familia cristiana con rectitud, paciencia, creatividad, fecundidad, fe y amor, evangelizando al hacer visible el Amor de Dios vivo y encarnado comenzando con crear hogar que es “lugar donde los hijos reciben el primer anuncio de fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente ‘iglesia doméstica’, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana” (Catecismo 1666). Al cumplir su misión la iglesia doméstica plasma toda la formación personal a la luz de la Palabra, a imagen y semejanza de la Trinidad —modelo de la iglesia doméstica—, haciendo vida la entrega del Cuerpo y la Sangre de Jesús Amor al encarnar juntos la eucaristía doméstica consagrándole toda la formación personal al hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan, haciendo más y más vida Su consagración a vivir la caridad, ayudando a ser, ayudando a hacer, ayudando a crecer y ayudando a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión, resplandeciendo juntos más y más sacramentalmente, a la usanza de la comunión trinitaria.

El proyecto de evangelización familiar, como misión propia de la iglesia doméstica, es también proyecto de Amor, proyecto de comunión, proyecto de fe, proyecto sacramental, proyecto creativo, proyecto de nueva vida, proyecto de luz, proyecto de gracia, proyecto social, proyecto de santidad, proyecto de fraternidad y proyecto de plenitud, evangelizando juntos como iglesia doméstica que hace más y más visible desde la formación personal —que necesariamente crece y se desarrolla en familia— el Amor de Dios vivo y encarnado. Esta misión propia de la iglesia doméstica —este proyecto de evangelización familiar— crea hogar, Iglesia y humanidad que hacen más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado al ayudar a resplandecer juntos en más y más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, haciendo familia humana, eclesial y civil según Su plan, ayudando a ser informados según la voluntad del Padre, ayudando a hacer conforme a la acción del Hijo, ayudando a crecer transformados por la realización del Espíritu Santo, ayudando a irradiar reformados por la proyección de la Trinidad, resplandeciendo en más y más comunión como familia del Amor-con-nosotros, emprendiendo así una nueva humanización, una nueva eclesialización, una nueva fraternización, una nueva evangelización… una nueva familiarización que plasma Su obra viva de Amor, Su plan, Su proyecto, Su revolución de luz. Hablemos, pues, de este proyecto de evangelización familiar que emprendemos como ministros de crecimiento en comunión, como pastores domésticos que acogen más y más Su envío doméstico y sacramental, Su misión doméstica y sacramental, Su ministerio sacramental, Su ministerio de crecimiento en comunión. Las cinco fases o énfasis del Proyecto de Evangelización Familiar (PEF) son las siguientes:

  1. Ayudar a Ser: Nueva Humanización
  2. Ayudar a Hacer: Nueva Eclesialización
  3. Ayudar a Crecer: Nueva Fraternización
  4. Ayudar a Irradiar: Nueva Evangelización
  5. Resplandeciendo Juntos en Más y Más Comunión: Nueva Familiarización

Hablemos de cada una de ellas.

  1. Ayudar a Ser: Nueva Humanización

El Evangelio nos cuenta que cuando a María se le preguntó si accedía a concebir a Jesús, si accedía a ayudar a ser a Jesús, ella respondió: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu Palabra” (Lc 1,26). Como iglesia doméstica somos llamados a ayudar a ser de la misma forma en que lo hizo María: dejando que la Palabra de Dios sea en toda nuestra formación personal, plasmando todo cuanto somos a la luz de la Palabra —tal cual lo hace el modelo de formación personal integractivo—, dejándonos informar —formar desde dentro, pues la fe en Cristo nos salva porque en El la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma desde dentro, que obra en nosotros y con nosotros (Lumen Fidei 20)— juntos por la Palabra, por la voluntad del Padre. En la medida en que aprendemos a recibirlo todo del Padre somos capaces de ayudar a ser dando cuanto nos corresponde dar según Su voluntad, dando también vida, amando y sirviendo como nos corresponde hacerlo. Al informarnos totalmente según la Palabra y de acuerdo a la encarnación de Jesús —revelación viva de la voluntad del Padre— encarnamos más y más la Palabra en toda nuestra formación personal, ofreciendo quienes somos humanamente, eclesialmente y fraternalmente a la familia que somos llamados a formar, a los hermanos que somos llamados a santificar según la voluntad del Padre, acogiendo toda vida que viene de El. En la medida en que aprendemos a amar a Dios con todo nuestro ser, amando como Jesús ama, aceptando Su Palabra, aceptando Su testimonio del Amor de Dios, porque El es veraz (cf Jn 6,30), acogiéndole personalmente en nuestra vida, confiando en El, uniéndonos a El mediante el amor y siguiéndole a lo largo del camino (Lumen Fidei 18)… aprendemos a ayudar a ser como iglesia doméstica que afirma la vida, la formación y la fraternidad de toda persona, comenzando con la propia iglesia doméstica, afirmándola según el Amor de Dios, según el Amor de Jesús Caridad, encarnando Su eucaristía doméstica, dando más y más a luz a la Palabra, engendrando la vida divina a la usanza de los primeros cristianos: “En las Actas de los mártires leemos este diálogo entre el prefecto romano Rústico y el cristiano Hierax: ‘¿Dónde están tus padres?’, pregunta el juez al mártir. Y este responde: ‘Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre, la fe en él’. Para aquellos cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo, era una ‘madre’, porque los daba a luz —los ayudaba a ser—, engendraba en ellos la vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el final” (Lumen Fidei 5).

¿Cómo somos capaces de ayudar a ser como Dios Padre nos ayuda a ser? Antes de preguntarle a María la pregunta que le hace, el ángel la llama “llena de gracia”. Para concebir a la Palabra de Dios en toda la formación personal, de tal forma que ayudemos a ser como Dios Amor ayuda a ser —encarnando la Palabra, dando testimonio público de Su luz dando a luz a la Palabra— tenemos que estar llenos de gracia, tenemos que ser familia llena de gracia. Esto comienza con recibir y vivir el bautismo, con vivir los sacramentos, con escuchar juntos la Palabra y vivirla a la luz de la voluntad del Padre… Este es el comienzo del proyecto de evangelización familiar, su primer énfasis: ayudar a ser viviendo juntos los sacramentos, encarnando juntos la Palabra, de tal forma que tengamos la gracia para ayudar a concebir la vida según Su voluntad, haciendo posible juntos que todos puedan convertirse en la mejor persona que puedan ser, haciendo posible que todos puedan ser la persona que el Padre les llama a ser, que todos puedan descubrir y encarnar Su llamada, haciendo posible que nazcamos no solo a la vida natural, sino también que nazcamos a la nueva vida en el Espíritu, a la vida sobrenatural… aceptando en esta misión natural de la iglesia doméstica la voluntad del Padre como brújula creativa del ser de la formación personal, ser que se revela a la imagen y semejanza de la encarnación del Hijo, aprendiendo a ser como Jesús Caridad, nuestro modelo de forma de ser: “Durante toda su vida Jesús se muestra como nuestro modelo (Rm 15,5; Flp 2,5): El es el hombre perfecto que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (Jn 13,15); con su oración atrae a la oración (Lc 11,1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (Mt 5, 11-12)” (Catecismo 520; Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 38). Hemos de ser iglesia doméstica que ayuda a ser viviendo la Palabra encarnada que se modela en Jesús Caridad: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo con El y que El lo viva en nosotros. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo a todo hombre. Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con El; nos hace comulgar en cuanto miembros de Su Cuerpo, en lo que El vivió en Su carne por nosotros y como modelo nuestro” (Catecismo 521; Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 2). Es ser como el Maestro lo que da la plenitud perfecta a la formación personal y al ser quienes somos.

Al ayudar a ser como iglesia doméstica transmitimos tanto la vida natural y la vida sobrenatural en la que descubrimos la vocación humana esencial, la vocación al amor: “En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de los padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe… La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (Lumen Fidei 53). Al transmitir la vida sobrenatural aprendemos a ver como el Padre ve al otro, tal cual lo aprendemos en Su Amor comunicado en Jesús: “El Amor del Padre se nos comunica en Jesús, también mediante la presencia del hermano. La fe nos enseña que cada hombre es una bendición para mí, que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano” (Lumen Fidei 54).

Al ayudar a ser no solo transmitimos la vida natural y la vida sobrenatural, sino que también la vida fraterna, siendo el primer lugar donde se vive y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. La familia es el ámbito privilegiado para ayudar a ser transmitiendo la fe y la fraternidad desde aquellos simples gestos de devoción que los padres y madres enseñan a sus hijos, ayudando a tomar conciencia de la responsabilidad de cada cual a construir una sociedad más viva, humana y fraterna, tomando conciencia de la responsabilidad que tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, de la fraternidad, de la comunión, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia (Fratelli Tutti 114). En la familias se aprende desde muy niños el vivir la solidaridad como deber, y que compartir los deberes recíproco moviliza mucho más que la mera reivindicación de derechos (Caritas in Veritate 43). El transmitir la vida natural y la vida fraterna son parte de transmitir la vida sobrenatural, son parte de transmitir la fe tal cual somos llamados a hacerlo: “La Iglesia, como toda familia, transmite a sus hijos el contenido de su memoria. ¿Cómo hacerlo de manera que nada se pierda y, más bien, todo se profundice cada vez más en el patrimonio de la fe? Mediante la tradición apostólica, conservada en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, tenemos un contacto vivo con la memoria fundante. Como afirma el Concilio Vaticano II: ‘lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que se cree’… Lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca a la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros…” (Lumen Fidei 40) Esa es la fe que transmiten los padres en la iglesia doméstica: fe que se hace encuentro personal, fe que se hace encuentro fraterno, fe que se abre a la vida, a la comunión y a la gracia del Padre, haciendo posible que todos crezcan más plenamente humanos y más plenamente hermanos.

La transmisión de la fe se realiza en primer lugar mediante el bautismo. Aunque parezca que el bautismo es una forma de simbolizar la confesión de fe, un acto pedagógico para quien tiene necesidad de imágenes y gestos, unas palabras de San Pablo nos recuerdan que no es así. San Pablo dice que por el bautismo ‘fuimos sepultados en él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva’ (Rm 6,4). Mediante el bautismo nos convertimos en criaturas nuevas y en hijos adoptivos del Padre. El bautismo nos recuerda que la fe no es obra de un individuo aislado, no es un acto que el hombre pueda realizar contando solo con sus fuerzas, sino que tiene que ser recibida, entrando en la comunión eclesial que transmite el don de Dios: nadie se bautiza a sí mismo, igual que nadie nace por su cuenta… Tras el bautismo, corresponde confirmar la fe viviendo los sacramentos progresivamente, pues la fe tiene estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre, por un avivamiento sacramental de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno, al misterio del Amor de Dios que hace posible que cumplamos como iglesia doméstica la misión sobrenatural y natural de ayudar a ser como personas cada vez más plenas, como hijos de Dios cada vez más santos, como comunidad cada vez más fraterna y humana… como misión que es también misión sacramental que abre toda relación a la comunión de la Trinidad. La fe se vive dentro de la comunidad de la Iglesia y de la comunidad humana, se inscribe en un nosotros comunitario, en una sinergia entre la Iglesia y la familia en la transmisión de la vida, de la fe y de la fraternidad (Lumen Fidei 40-43), proclamando una y otra vez el misterio de la nueva vida de la fe como camino de comunión con el Dios vivo que se hace relación viva y encarnada en la familia y en la humanidad (Lumen Fidei 45), haciéndose historia concreta que El comparte con nosotros, haciéndose historia de Amor que es historia viva y compartida (Lumen Fidei 47).

Al ayudar a ser informados según la voluntad del Padre no solo cumplimos con la misión natural y la misión sobrenatural de la iglesia doméstica —ayudar a vivir, ayudar a concebir la vida tal cual la concebimos, ayudar a nacer, también a la nueva vida del Espíritu—. Al ayudar a ser informados según la voluntad del Padre emprendemos también una misión humana, una nueva humanización que afirma a toda la persona conforme a la dignidad dada por el Padre y que afirma la dignidad de toda persona conforme a la voluntad del Padre —tal cual lo hace el modelo integractivo de la formación personal— reconociendo a todos como hermanos, reconociendo a todos como personas, reconociendo a todos como la luz que son llamados a ser… Al emprender esta nueva humanización, reconocemos que toda vida es sagrada, desde la concepción hasta la muerte natural, reconociendo incondicionalmente los derechos humanos de todos, incluyendo los de los niños no nacidos, pues el Padre nos llama desde el vientre materno (Is 49, 1-6) y como cristianos somos llamados a reconocer incondicionalmente los derechos humanos de todos, estamos llamados a ayudar a ser a absolutamente todos como seres humanos: “La defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada  etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de  turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, ‘toda violación de la dignidad personal del ser humano grita  venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador’” (Evangelii Gaudium 213).

Esta es la forma en que la iglesia doméstica está llamada a ayudar a ser: haciendo posible que todos sean a imagen y semejanza de Dios Amor, ayudando a concebir la vida según la voluntad del Padre, emprendiendo así una nueva humanización que honra incondicionalmente la dignidad de todos al concebir a toda persona y a toda la persona según la dignidad dada por El a todo ser humano, de tal forma que se ayude a ser abarcando todas las dimensiones de la naturaleza de la formación personal —somos cuerpo vivo (dimensión orgánica); somos entidad racional (dimensión ontológica); somos sujeto social (dimensión filial)— informadas según la voluntad del Padre, haciendo familia que crea hogar, Iglesia y humanidad que al honrar la dignidad de la persona honra a la persona tal cual es según la voluntad del Padre, hasta hacer posible que absolutamente todos —comenzando por la iglesia doméstica— resplandezcan como las personas luz que somos llamados a ser, como las personas felices, amadas, plenas, santas, iguales, dignas, libres, llamadas, elegidas, consagradas que somos llamados a ser, como la luz viva que somos llamados a ser, como los seres humanos que somos llamaos a ser…

Una gran herramienta para ayudar a ser honrando incondicionalmente los derechos humanos de todos y la dignidad humana de todos, viviendo juntos más y más el mandatum novum, son las obras de misericordia, que imitan la forma en que Jesús ama y es, pues El es misericordia. Hemos de ser misericordiosos de la misma forma que Jesús Amor es la misericordia misma, de tal forma que al ser misericordiosos honramos la dignidad de todos haciendo visible incondicionalmente el Amor de Dios vivo y encarnado, siendo iglesia doméstica que vive la misericordia, que hace vida las obras de misericordia incondicionalmente, de tal forma que todos pueden ser según su dignidad inalienable. Hay tres tipos de obra de misericordia: las obras de misericordia corporales, las obras de misericordia espirituales y las obras de misericordia sociales.

Las obras de misericordia corporales son:

  1. Alimentar a los hambrientos.
  2. Dar de beber a los sedientos.
  3. Refugiar a los que no tienen techo.
  4. Visitar a los enfermos.
  5. Visitar a los presos.
  6. Enterrar a los muertos.
  7. Dar limosna a los necesitados.

Las obras de misericordia espirituales son:

  1. Dar buen consejo.
  2. Instruir al que no sabe.
  3. Corregir al pecador.
  4. Consolar a los afligidos.
  5. Perdonar injurias.
  6. Ser paciente ante los errores.
  7. Rezar por vivos y difuntos.

Las obras de misericordia sociales son:

  1. Afirmar a la familia según el plan de Dios.
  2. Afirmar la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
  3. Honrar todos los derechos humanos de todos.
  4. Ayudar a crecer incondicionalmente en comunión.
  5. Ayudar a los más vulnerables.
  6. Trabajar por la paz.
  7. Cuidar la creación

No lo olvidemos: “Somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (Evangelii Gaudium 264). Así hemos de ayudar a ser: humanizando, ayudando a llevar una vida nueva, emprendiendo una nueva humanización, pues el hombre no es capaz de gobernar por sí mismo su propio crecimiento y desarrollo, su propio progreso, porque él solo no puede fundar un verdadero humanismo. Solo si pensamos que se nos ha llamado individualmente y como comunidad a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos, seremos capaces de forjar un pensamiento nuevo que saque nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdadero, de un humanismo integractivo que plasme toda la formación personal a imagen y semejanza de la Trinidad al plasmar un modelo integractivo de la formación personal, haciendo posible una nueva humanización que haga posible hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado al honrar la dignidad de todos y al honrar la dignidad de toda la persona según la voluntad del Padre, humanizando haciendo más y más vida Su caridad, comunicando más y más Su luz, Su comunión, Su paz, Su plenitud, Su creatividad, haciendo el bien a todos. En palabras de la Fratelli Tutti 60: “’Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas’ (Mt 7,12). Este llamado es universal, tiende a abarcar a todos, sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre celestial, ‘hace salir el sol sobre malos y buenos’ (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama: ‘Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso’ (Lc 6,36)”. Hemos de ser misericordiosos escuchando la pregunta que Dios Amor sigue haciendo resonar hoy, de la misma forma que fue hecha en el Génesis: ‘¿Dónde está tu hermano, Abel?’ (Gn 4,9). No podemos responder como Caín. Hemos de elegir ser misericordiosos, haciéndonos responsables del hermano, sin importar si el hermano es de aquí o de allá, siguiendo el contexto de la parábola del buen samaritano: “Al amor no le importa si el hermano herido —si el hermano necesitado— es de aquí o de allá. Porque es el ‘amor lo que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. (…) Amor que sabe de compasión, de misericordia y de dignidad” (Fratelli Tutti 62).

2. Ayudar a Hacer: Nueva Eclesialización

El Evangelio nos dice que cuando María se percató de que en las bodas de Caná les faltaba el vino, ella les dijo a los sirvientes: “Haced lo que El os diga” (Jn 2,5). Eso es lo que tenemos que hacer en nuestra vida ordinaria doméstica, en nuestra celebración ordinaria de comunión doméstica como formadores de crecimiento en comunión, en orden a ayudar a hacer: hacer juntos lo que Jesús Amor nos diga. ¿Qué nos dice Jesús Caridad que hagamos? Lo podemos descubrir y aprender en la última cena, en la ley del Amor: “Mandatum novum do vobis: ut diligatis invicem sicut dilexi vos” (Jn 13:34). Jesús nos manda a hacerlo todo amando como El ama. ¿Cómo nos amó Jesús? Nos amó humanamente, sacramentalmente y fraternalmente hasta el fin, hasta el extremo, conformándonos según Su memoria en todo cuanto nos enseñó a hacer: “Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Este es Mi Cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía’” (Lc 27,19). Vivir para hacer vida Su memoria, vivir para amar como El ama, es vivir litúrgicamente, de tal forma que al vivir litúrgicamente —a la usanza de una liturgia doméstica— hacemos visible el Amor de Dios encarnado litúrgicamente también en el hogar, haciendo de la vida doméstica y de la formación personal una ofrenda viva, sacramental, familiar y agradable a Sus ojos. Somos llamados a ayudar a hacer de este modo, encarnando Su memoria en todo cuanto hacemos, encarnando Su memoria en toda la vida doméstica, encarnando Su eucaristía doméstica en toda la acción de la formación personal y en toda la vida doméstica, de tal forma que aprendemos a hacerlo todo como El lo hace, haciendo visible el Amor de Dios con toda la acción de la formación personal conformada según la acción del Hijo. Somos llamados a ayudar a hacer haciendo lo que El nos enseña a hacer: actuar eucarísticamente, eucaristizando toda nuestra formación personal hasta convertirnos en pan doméstico para nuestros hermanos al actuar de la misma forma que actúa Jesús Caridad al hacerse comunión viva para nosotros, plasmando juntos más y más Su memorial al ofrendar todo cuanto hacemos y todos nuestros actos a Dios Amor, tal cual Jesús Caridad lo pide al decirnos “Hagan esto en memoria Mía”.

Cuando ayudamos a hacer somos llamados a afirmar toda la formación personal —todo su crecimiento y desarrollo—actuando como Jesús Caridad actúa, actuando conforme a la imagen y semejanza a Dios Amor, actuando conforme a como El nos ama. Cuando ayudamos a hacer de esta forma somos llamados a convertirnos en modelos de fe que ayudan a discernir pensamientos, emociones, aptitudes y talentos de acuerdo a la mirada de Jesús, ayudando a actuar como El actuaría. Cuando ayudamos a hacer somos llamados a amar a Dios Amor con toda nuestra mente, origen de toda acción: hemos de tomar cada pensamiento y someterlo todo a Cristo (2 Cor 10,5). Hemos de educar par actuar como Cristo, ordenando la acción a hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado. Este es el segundo énfasis, la segunda fase del proyecto de evangelización familiar: conformar nuestra acción eucarísticamente, según la acción del Hijo, ayudando a hacer al desarrollar todos los factores y expresiones de la acción personal a la luz de la Palabra. No podemos permitir que nuestras mentes, y por lo tanto también nuestra acción, se mundanicen y se desacralicen —la formación personal es templo doméstico del Espíritu Santo, por lo tanto la mundanización de la acción es desacralizar ese templo, esto es desacralización personal—. Tenemos que ofrendar la mente y desarrollar la acción para el Amor de Dios, en orden a hacer visible Su Amor, en orden a vivir más y más la caridad en más y más correspondencia al Cielo.

Para conformar nuestra mente y nuestra acción ayudando a actuar conforme a la acción del Hijo necesitamos una intensa formación educativa en todo el sentido de la palabra: educación humana —educación en valores que hagan posible que nos convirtamos en personas de bien—, educación escolar y profesional —educación que desarrolla el intelecto y nos brinda un oficio para sostenernos y aportar a la sociedad como ciudadanos de bien— y, por supuesto, también educación en la fe —educación que nos enseñe a actuar viviendo la fe, actuando como Jesús Caridad actúa, plasmando liturgia de la luz—. Esta misión educativa es la misión profética de la iglesia doméstica, que ha de emprenderla haciendo posible que a nadie falte la educación necesaria para convertirse en un ser humano de luz, en un cristiano luz, en un ciudadano luz, comenzando por la misma iglesia doméstica. El ayudar a hacer conforme a la acción del Hijo — que es Maestro— no solo eucaristiza la acción: también irradia oportuniddes y posibilidades de aprendizaje y formación para todos en la sociedad, en la nación y en la humanidad, tal cual lo hizo Jesús al dedicarse a enseñar y a anunciar el Evangelio a todos, contemplando a todos como hijos del Padre. Al ayudar a hacer la iglesia doméstica profetiza con lecciones vivas, con profecía viva y sacramental, modelando lo que enseña con ayuda del Espíritu Santo, cumpliendo Su misión profética enseñando como Jesús Caridad enseña, profetizando el Amor de Dios vivo y encarnado con lecciones vivas, plasmado en la formación personal misma, siendo iglesia doméstica que es formadora de discípulos del Maestro, siendo iglesia doméstica que emprende la tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente y la hondura espiritual que hacen falta para dar auténtica calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que aprenda a reaccionar ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos que atentan contra una formación auténticamente familiar (Fratellli Tutti 167).

Los padres y los miembros de la familia han de ser modelos de vida y modelos de fe que enseñan con lecciones vivas el cómo conformar toda la acción según la acción humana, sacramental y fraterna del Hijo, aprendiendo así desde el hogar a hacer vida la alegría del Magnificat, la alegría de servir juntos y de ofrendar la propia vida para hacer vida el sueño de Dios: “El hogar es la primera escuela de vida cristiana y escuela del más rico humanismo (Concilio Vaticano II, Gaudium et Sper 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo 1657). La catequesis familiar ha de ser parte fundamental de cumplir la misión profética de la iglesia doméstica, parte fundamental de la educación familiar en la fe: “La educación en la fe debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana, y de acuerdo con el Evangelio la catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza en la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 11). Hemos de hacer de la vida sacramental y de la catequesis familiar el centro de ayudar a hacer, de tal forma que los hijos aprendan a discernir la acción al aprender a actuar como cristianos en primer lugar en la familia.

Para esta catequesis familiar se ha de crear por las autoridades eclesiales competentes un catecismo familiar, un catecismo doméstico, un Fam Cat, a la usanza del Do Cat y del You Cat, pero diseñado especialmente para que las iglesias domésticas puedan cumplir su misión profética, usando ese catecismo familiar, ese Fam Cat, para impartir catequesis familiar diaria —un tiempo diario de compartir la fe en familia, en el mismo hogar— que en el lapso de un año aborde las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica y también de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Mientras el Do Cat y el You Cat están creados para leerse en preguntas aleatorias, el Fam Cat ha de ser diseñado de tal forma que hayan unas pocas preguntas diarias relacionadas, preguntas que apliquen tanto el contenido del Catecismo de la Iglesia Católica como el de la Doctrina de la Iglesia Católica en cada día del año, preguntas que la iglesia doméstica usará a modo de currículo doméstico para impartir la catequesis doméstica cada día. También se puede complementar el contenido diario con breves citas de valores humanos y cívicos relacionados con lo que se lea, o con citas de documentos eclesiales relacionados, tal cual lo hacen el Do Cat y el You Cat en los bordes de las páginas y al final de los capítulos. Es decir: cualquiera que lea el Fam Cat diariamente en el lapso de un año habrá tenido acceso a los principios fundamentales del Catecismo de la Iglesia Católica y de la Doctrina de la Iglesia Católica. El Fam Cat no es para leerse secuencialmente alrededor de temas, sino para leerse diariamente a lo largo del año —-su lectura no debería tomar más de 15 0 20 minutos diarios, para que la familia también tenga el tiempo de rezar el rosario y de meditar las lecturas de la misa diaria— de tal forma que se pueda profundizar el Magisterio de la Iglesia de una forma amena y familiar, complementando la catequesis parroquial de tal forma que se aprenda a profetizar a la luz de la verdad y del Amor, encarnando más y más el Amor de Dios al anunciar juntos a Cristo resucitado con el testimonio vivo de la Palabra y del Magisterio, con el testimonio de vida, comunión y de fraternidad aprendido en el hogar.

Al ayudar a hacer la iglesia doméstica emprende su misión profética como misión profunda y apasionadamente educativa y formadora: la familia ha de ser la primera escuela, la que conforme la acción del cristiano como escuela de valores, como escuela vocacional —donde se descubre qué hacer con la propia vida de acuerdo a la llamada de Cristo— y como escuela de fe. Los padres —y los hijos también, en la medida que crecen y maduran en la fe— han de educar en el hogar como hombres y mujeres cabales, con actitud de servicio y de entrega, dando lo mejor que tienen con virtud y fe. Al ayudar a hacer se ayuda a actuar conforme a valores e ideales evangélicos, humanos y fraternos que engrandecen a la persona, viviendo juntos más y más la caridad, viviendo juntos más y más el mandatum novum, de tal forma que al ayudar a hacer también se emprende una nueva eclesialización en toda la Iglesia, formando una Iglesia viva que profetiza encarnando el Amor de Dios en toda la formación personal, dando testimonio vivo del Amor de Dios en todo cuanto hacen, formando una Iglesia viva de cristianos que profetizan viviendo lo que Jesús Caridad enseña, adorándole juntos con todo el crecimiento y con todo crecimiento, eucaristizando todo cuanto se hace, emprendiendo una renovación eclesial que hace vida la opción misionera de la Evangelii Gaudium como opción misionera irradiativa que comienza en la formación personal, que comienza en el hogar, haciendo Iglesia familia que ayude a crecer incondicionalmente en más y en más comunión, haciendo Iglesia más y más doméstica, más y más familia, más y más resplandeciente en comunión, a la usanza de la Eucaristía, una Iglesia más y más resplandeciente en medio de la sociedad como sal y luz del mundo, como Iglesia de estrellas del Cielo que plasman vida doméstica que es también vida sacramental y vida fraterna, formando juntos iglesias doméstica que encarnan más y más la Eucaristía como eucaristía doméstica, como memorial sacramental, fraterno y doméstico que hace vida Su memorial también en el altar doméstico, formando pastores domésticos que encarnan Su fraternidad sacramental doméstica como sacerdotes domésticos y sacerdotes del corazón que hacen vida la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu al crear hogar, Iglesia y humanidad que resplandecen en más y más comunión, que crean Cielo, que crean Reino, que crean Eucaristía, que crean fe, que crean esperanza, que crean caridad, que crean paz, que crean luz, que crean entrega, que crean don, que crean misericordia, que crean alegría, que crean plenitud, que crean santidad, que crean justicia, que crean nueva vida…

Esta nueva eclesialización afirma a una Iglesia universal que es más y más doméstica, integrando en toda la estructura eclesial una formación eclesial más y más familiar y una formación familiar más y más eclesial, edificando parroquias que son más y más iglesia doméstica, edificando en cada diócesis un santuario de la vida que coordine el apoyo parroquial a la formación de las iglesias domésticas como corresponde, llevando adelante una formación de iglesias domésticas más y más eucaristizadas al brindar atención formativa eclesial enfocada en el matrimonio y la familia —esto ha de incluir formación teológica, formación sacramental, formación humana, formación psicológica… abarcando tareas como la atención pastoral a la formación de novios al matrimonio, la atención pastora; a matrimonios en crisis y procesos de nulidad matrimonial, la atención pastoral a casos de violencia doméstica, la atención pastoral a jóvenes que aún no conocen a la persona con la que se van a casar pero que se preparan para la vocación matrimonial…—. También se han de integrar matrimonios consagrados —también ha de existir la vocación a la castidad consagrada— en los distintos órganos de gobierno eclesial —por ejemplo: incluir a un matrimonio consagrado en la Congregación de Doctrina de la Fe— y en la gobernanza y servicios eclesiales de parroquias, incluso haciendo posible la administración de parroquias por matrimonios consagrados. Hay que emprender juntos, con parresía, una nueva eclesialización que recupere el sentido de iglesia familia de los primeros cristianos, haciendo resplandecer a la Iglesia viva como Iglesia doméstica, como Iglesia hogar, como Iglesia que busca ayudar a crecer a todos sus hijos, haciendo posible que todos aprendan a encarnar los sacramentos que reciben y a encarnar la fe, dando formación eclesial familiar que haga posible la formación de auténticas iglesias domésticas que resplandezcan como faros de comunión en medio del mundo, encarnando la Eucaristía del altar también en el altar doméstico, haciendo juntos familia humana, eclesial y civil de la misma forma que un sacerdote consagra en el altar la Eucaristía, haciendo vida en el hogar Su envío y Su misión como envío doméstico y sacramental, como misión doméstica y sacramental, haciendo más y más vida juntos Su ministerio de crecimiento en comunión como ministerio sacramental, como ministerio de luz, como ministerio de eucaristía doméstica, como ministerio de buena esperanza, como ministerio de gracia, como ministerio de misericordia, como ministerio de nueva vida… como ministerio de sacerdocio doméstico y sacerdocio del corazón, de pastores domésticos que obran —que hacen— todo en unidad a Su ofrenda, en unidad de manos y de corazón, de ser y de acto, de palabra y de obrar a Su obrar, haciendo vida juntos Su orden de la caridad como orden del corazón que también es orden sacramental, orden doméstico, orden social y orden eclesial…

Sí, emprender nueva eclesialización es emprender un orden de la caridad que ordene todo el cuerpo eclesial más y más a vivir la caridad haciendo posible que todos crezcan en más y más comunión, encarnando así la Eucaristía sacramental como sacramento doméstico, convirtiendo del hogar en sacramento vivo del Amor de Dios, en sacramento vivo de la comunión Trinitaria, comenzando con la conversión del corazón, raíz de toda revolución, consagrando más y más el corazón a vivir la caridad para así consagrar a la familia a vivir la caridad, emprendiendo una formación eclesial que haga posible hacer familia que es templo vivo de eucaristía doméstica, templo doméstico del Espíritu Santo, hasta transformar a toda la sociedad y al mundo entero al hacer posible —desde la encarnación de la Eucaristía y desde la eucaristización familiar del cuerpo eclesial que se hace más y más Iglesia doméstica que irradia más y más comunión en medio del mundo— una sociedad donde todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser, como la luz que somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, familia colmada de profetas de la luz, de profetas de la familia, de profetas de la paz, de profetas de la vida, de profetas de la alegría, de profetas de la comunión, de profetas que profetizan a toda la humanidad Su llamada a la conversión, la nueva vida que da el Amor, Su llamada a hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan… Su llamada a profetizar emprendiendo familiar y eclesialmente una misión educativa que abarque a toda la persona: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar juntos en más y más comunión, como el sacramento vivo de la Eucaristía que somos llamados a ser juntos, obrando juntos como Jesús mismo lo hace…

3. Ayudar a Crecer: Nueva Fraternización

El evangelio nos cuenta que cuando la Sagrada Familia cumplió las prescripciones de la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, donde el Niño Amor creció y se hizo fuerte, colmado de sabiduría y gracia, y el favor de Dios Amor estaba con El (Lc 2, 39-40). La iglesia doméstica, también está llamada a ayudar a crecer en gracia, en edad, en madurez, en comunión y en sabiduría, obedeciendo juntos los mandatos del Señor como nos corresponde obedecerlo. Quiero decir: solamente obedecer al Señor no es suficiente, pues hasta los demonios le obedecen. Hemos de obedecerle juntos por correspondencia, por corresponder más y más a Su Amor al amarnos como hermanos y hermanas. No hemos de asumir la vida espiritual doméstica como un mero “deber de obedecer” que lleva al cansancio, al aburrimiento e incluso a la rebeldía. La verdadera obediencia al Espíritu Santo nos enseña a amar a Dios Amor según Su Caridad, no enseña a obedecer creativamente por corresponder más y más a ese Amor tan grande, amándole y amando como El lo pide, como El lo desea: con todas las fuerzas, con todo el ser, con toda la vida, con toda la mente, con todo el crecimiento… dejándonos santificar más y más por ese Amor que nos hace capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos como hermanos: “El amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de amistad, residen en los corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo —y la familia— son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos” (Fratelli Tutti 89). Realmente ese Amor es lo que nos transforma en confesión viva: Dios es Amor… “La fe cristiana es fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el mundo. ‘Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos credo en El’ (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad  —sobre el que se asienta toda nuestra realización— y su destino último” (Lumen Fidei 15).

¿Cómo ayudamos a crecer de tal forma que se generan causas para realizarnos plenamente, dejándonos transformar más y más por el Espíritu de Amor? A través del apostolado, ayudándonos a crecer como apóstoles del Amor que hacen más y más posible acoger a todos, que hace más y más posible que todos crezcan como hermanos plenos, ofrendando todo nuestro crecimiento y toda nuestra voluntad fiel y obedientemente, obedeciendo con más y más humildad, creatividad y asombro al Espíritu Santo que no deja de mostrarnos con Su fecundidad a afirmar el crecimiento de toda la persona y de toda persona a imagen y semejanza de Dios Amor que se hace comunión encarnada y eucaristía doméstica. El apostolado, lo que nos hace crecer como iglesia doméstica y como Iglesia familia, ha de ser algo ordinario de toda iglesia doméstica, comenzando con el apostolado con los propios miembros de la familia, pues cuando nos encontramos con Jesús Amor, con Jesús Eucaristía, encontrándonos con El en el sacramento y también en el servicio al prójimo, no podemos evitar vivir el apostolado, el querer que todos conozcan ese Amor tan grande al que no podemos evitar corresponder, Amor que no podemos contener para nosotros mismos, sino que tenemos que necesariamente darlo, pues ese Amor necesariamente crece. El apostolado doméstico es la realización del crecimiento que hace visible a Dios Amor como ministerio familiar que evangeliza manifestando el carisma sacramental que no enseña Jesús Caridad, Jesús Sacerdote: ayudar al hermano a crecer hasta convertirse en el sacramento vivo del Amor de Dios que es llamado a ser, en el sacramento vivo de Su Eucaristía que es llamado a ser, en el sacramento vivo de la Trinidad que es llamado a ser. Este apostolado doméstico es generado por medio de tres causas que realizan la formación personal de toda la iglesia doméstica: crear comunión, crear familia y crear comunidad. El apostolado doméstico crea comunión, crea familia y crea comunidad de acuerdo a la voluntad de Dios Amor, en obediencia al Espíritu que no deja de ayudar a crecer a la familia, a la humanidad y a la Iglesia. El apostolado doméstico nos transforma juntos en la luz de gracia del Espíritu, en la luz de Su unidad, creando hogar, Iglesia y humanidad donde todos crecen como hermanos, como familia de Dios. El apostolado doméstico es discipulado que nos transforma no solo a nosotros como iglesia doméstica, sino también a la sociedad, haciéndola sociedad más fraterna. Esta transformación no es mero fruto de manejo de datos o de modificación de conductas, o de cambios de imagen. Esta transformación es fruto de un discipulado familiar, de encarnar a Jesús Caridad y a la Palabra en toda nuestra formación familiar, creciendo juntos de tal forma que al vivir el apostolado doméstico “domesticamos” también a la sociedad, creando lazos y vínculos de luz, creando cultura del encuentro con el hermano, consumando juntos el crecimiento en el Amor de Dios como crecimiento en el Amor a los hermanos, como crecimiento en el Amor social.

Este discipulado doméstico crea fraternidad humana, sacramental y civil, ayudando a crecer en una cultura de Amor, una cultura de luz, una sana cultura que sea abierta y acogedora por naturaleza, una cultura con valores universales (Fratelli Tutti 146), una cultura que haga posible una experiencia de comunión que se realiza que se desarrolla en contraste y en sintonía con las experiencias de otros que viven a comunión en contextos culturales diferentes (Fratelli Tutti 147), una cultura viva que integra novedades a su modo, con sana apertura, (Fratelli Tutti 148), una cultura que es cultura de encuentro. “La palabra ‘cultura’ indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una ‘cultura; en el pueblo, eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de ‘cultura del encuentro’ significa que como pueblo —como familia— nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y estilo de vida que hace posible una auténtica paz social que es paz artesanal (Fratelli Tutti 216-217), se ha convertido en un pacto social hecho cultura: reconocer al otro como hermano, reconocer incondicionalmente a todos como parte de la familia humana, ayudando a crecer a todos como cultura viva, como cultura comunión, como cultura familia (Fratelli Tutti 218), pues ignorar la existencia y los derechos de otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada… Un encuentro social pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población, haciendo posible un pacto social donde todos resplandezcan como patria familia, un pacto social realista e inclusivo, un pacto cultural que respete y asuma la diversidad de todos como hermanos (Fratelli Tutti 219), reconociendo auténticamente al otro como solo el amor lo hace posible, colocándonos en el lugar del otro para descubrir lo que hay de auténtico en todos (Fratellli Tutti 221), no entendiendo la identidad cultural como algo monolítico sino respetando la diversidad, ofreciendo a todos como hermanos caminos de promoción humana y de integración social (Fratelli Tutti 220), cultivando juntos la amabilidad social hecha cultura, facilitando la búsqueda de consensos y abriendo caminos para ayudar a crecer juntos allí donde la exasperación destruye todos los puentes (Fratelli Tutti 224), ayudando a crecer abriendo juntos caminos de paz que lleven a cicatrizar heridas, siendo artesanos de la paz, artesanos de crecimiento dispuestos a generar procesos de sanación, de renovación, de reencuentro fraterno (Fratelli Tutti 225). La fe no solo se presenta como un camino, sino como una edificación, como la preparación de un lugar, de un hogar, de una cultura familiar en el que el hombre pueda convivir, desarrollarse y crecer con los demás (Lumen Fidei 50).

Este discipulado doméstico crea fraternidad humana, sacramental y civil, ayudando a crecer a todos como cultura familia plasmando juntos como iglesia doméstica y patria doméstica una cultura de comunión y de encuentro donde todos resplandezcan como hermanos, donde todos crezcan como hermanos, cautivando a todos —con ayuda de la gracia— con el atractivo de una vida que vive para vivir la caridad, para hacer crecer más y más el Amor de Dios, plasmando más y más todo el crecimiento y todo crecimiento —también el crecimiento social— a imagen y semejanza de Cristo y Su comunión. Este apostolado doméstico confronta con el Amor de Dios otras formas culturales de amor que no son ni tan grandes ni tan verdaderas, ayudando a crecer a todos más y más unidos a ese Amor tan grande que nos supera y nos colma de alegría ante la grandeza del Señor y Su comunión, que nos colma la vida de entrega, de plenitud, de sentido. En el apostolado doméstico aprendemos a crecer juntos como apóstoles que evangelizan viviendo más y más el Amor: nada que contradiga el Amor de Dios vale la pena, ni mucho menos la vida. Este apostolado doméstico requiere obediencia a la Palabra y al Espíritu que nos mueve a crecer en más y más fraternidad y comunión, y también requiere un profundo discernimiento de como concretar en el día a día las formas con las que hacemos visible el Amor de Dios vivo y encarnado: todo tiene que hacerse según el Espíritu.

Ayudar a crecer realizándonos según la voluntad de Dios Amor es una de las características básicas de la familia de Jesús: “He aquí Mi madre y Mis hermanos, pues quien cumple la voluntad de Dios es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre” (Mc 3, 34-35). Cualquier actividad que ayuda a crecer haciendo visible el Amor de Dios y que es realizada para ayudar a crecer en plenitud al hermano puede convertirse en apostolado doméstico cuando elegimos realizarla en correspondencia a Su voluntad. Esta es la tercera fase, el tercer énfasis, del proyecto de evangelización familiar: ayudar a crecer transformando nuestra realización personal apostólicamente, creciendo en constante realización apostólica, ayudando a crecer como apóstoles que crean comunión, que crean familia y que crean comunidad de acuerdo a Su voluntad, plasmando más y más persona luz, familia luz y comunidad luz. El apostolado doméstico no es una llamada extraordinaria ni es un acto de generosidad fortuita derivada de un mero impulso personal: es una manifestación del carisma sacramental que se nos da en el bautismo que realiza nuestra participación en el ministerio sacerdotal de Jesús, en el llamado a la misión sacerdotal de la iglesia doméstica, en el llamado a consagrar la iglesia doméstica y de la sociedad al Amor de Dios vivo y encarnado, a vivir más y más la caridad hasta hacer posible que todos crezcan resplandeciendo en más y en más comunión. Al concretar esta misión sacerdotal hacemos más y más vida Su consagración sacramental consumada como comunión personal trinitaria: somos enviados por el Padre, somos uno con Jesús y somos vivificados por el Espíritu. El apostolado doméstico solo puede consumarse si ayuda a crecer más y más en el Amor Trinitario, en la unidad del Espíritu, en Su comunión de Amor. A través del apostolado doméstico bendecimos a los hermanos y a la iglesia doméstica con los dones, vínculos y valores que se nos conceden al crecer en Su comunión, dejándonos convertir en don del Espíritu, dando gratuitamente lo que gratuitamente se nos ha dado.

Este ayudar a crecer viviendo el apostolado doméstico es la misión sacerdotal de la iglesia doméstica: ayudar a crecer consagrando toda la formación personal, transubstanciarnos en Su Cuerpo y en Su Sangre —transconsagrar el corazón— al convertirnos juntos en los apóstoles que somos llamados a ser, en los discípulos domésticos que somos llamados a ser, ayudando a crecer al transformarnos juntos en la realización del Espíritu que se nos ha dado para crear comunión, para crear familia y para crear comunidad que resplandecen a imagen y semejanza de la Trinidad, acogiendo más y más al Espíritu que se nos ha dado para acompañar a la Iglesia hasta el fin de los tiempos, acogiendo más y más en el Espíritu el envío de Jesús Caridad, caminando juntos hacia el Cielo dando mucho fruto apostólico… Hemos de realizarnos transformados en el Espíritu hasta convertirnos en los santos que somos llamados a ser, en la familia de santos que somos llamados a ser, en la comunidad de santos que somos llamados a ser: “De manera particular, los padres participan de la misión de santificación impregnando de Espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos” (Catecismo 902). La iglesia doméstica está llamada a ser manantial de santidad, manantial de laboriosidad apostólica y de espíritu misionero, manantial de caridad y de luz en medio del mundo, ejercitando de manera privilegiada su misión sacerdotal, su misión apostólica: “Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre y madre de familia, en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el Amor que se traduce en obras” (Lumen Gentium 10). Ese “Amor que se traduce en obras” es el ministerio familiar que fundamenta el apostolado familiar de tal forma que al crecer juntos es Cristo Quien crece en cada miembro de la iglesia doméstica, haciendo vida las palabras de Juan el Bautista: “Conviene que El crezca y que yo disminuya”.

No puede haber apostolado doméstico ni se puede ayudar a crecer como apóstoles domésticos sin una sólida vida interior. En el libro El alma de todo apostolado J.B. Chautard nos habla de cómo todo apostolado —también el apostolado doméstico— siempre va unido a una sólida vida interior para así dar frutos apostólicos y fraternos abundantes: “Los esposos cristianos que se consideren como obligados el uno para con el otro a un apostolado que a su vez ejercen sobre sus hijos con el fin de formarlos en amor e imitación al Salvador —imitando Su ofrendar, imitando en la vida doméstica Su entrega—… ¡Ojalá comprendan mejor la necesidad de una vida, no solamente piadosa, sino también interior, para hacer eficaz su celo y embalsamar sus hogares con el Espíritu de Jesucristo y con esa paz inalterable que, a pesar de las pruebas y trabajos, continuará siendo siempre el patrimonio de las familias verdaderamente cristianas” (Final del capítulo 1, El alma de todo apostolado, J.B. Chautard). Para fomentar la vida interior de la iglesia doméstica, haciendo posible así el hacer vida la misión sacerdotal con un apostolado doméstico fecundo que consagre a toda la formación, a toda la familia y a toda la sociedad al Amor de Dios, se ha de hacer posible un ministerio familiar que se encarne como liturgia doméstica: una liturgia para el hogar cuyo obrar cotidiano impregne la vida doméstica de profunda unidad a Jesús Caridad y de profunda vida interior, convirtiendo toda la vida doméstica en ofrenda viva, familiar, sacramental y agradable a Sus ojos, viviendo en el hogar una vida de Espíritu cristiano, verdadero patrimonio de la iglesia doméstica.

Esta liturgia doméstica ha de profundizar la misión sacerdotal de la iglesia doméstica imitando la misa en la vida doméstica, encarnando la misa en la vida familiar, haciendo de la vida doméstica una ofrenda a Dios Amor, plasmando misa doméstica en el hogar al vivir ciertos rituales domésticos —a la usanza de los rituales de la misa en el altar— que hacen vida Su memoria, que hacen visible el Amor de Dios vivo y encarnado de la misma forma que lo hacen los rituales de la misa dominical, el ritual de Su memorial, consagrando así a la familia y a la vida doméstica a vivir el Amor de Dios, a vivir la caridad haciendo visible sacramental, humana y fraternalmente el Amor de Dios. Esta liturgia doméstica impregna la vida cotidiana de la familia de comunión sacramental viva, plasmando misa doméstica que colma a la iglesia doméstica de presencia de Dios Amor con rituales vivos como la lectura y meditación en familia de las lecturas de la misa diaria, estudio bíblico semanal, estudio en familia diario del Fam Cat, rezo diario del rosario en familia, bendiciones para el momento de comer, o dormir, o despertarse, besar una cruz doméstica al entrar y salir de la casa, practicar la dirección espiritual doméstica —el cada cónyuge ser director espiritual del otro—, tener un altar doméstico con devociones familiares, tener un “cirio doméstico” —una vela como la vela que tienen los altares en la parroquia para revelar la presencia del Santísimo Sacramento, solo que esta vela revela la presencia de la Trinidad, es una vela de tres mechas— que sea signo visible de la presencia comunión de la Trinidad que enciende a la familia en más y más comunión… entre otras costumbres que fomentan la vida doméstica que verdaderamente encarna la fe, costumbres como ratos de oración en silencio o ayudados de un libro apropiado, tener una habitación adecuada para usar como altar doméstico, fomentar las devociones a santos…

Cada pareja de esposos ha de componer una liturgia doméstica que encarne la ofrenda de misa y la acción de dar gracias dela misa en la vida doméstica cotidiana, haciendo de la convivencia familiar un constante ayudar a crecer en la gracia del Espíritu, un constante ayudar a crecer que realice más y más la transformación del Espíritu en cada miembro de la familia, creando comunión, creando familia y creando comunidad que transforme todo —también al mundo y a la sociedad—- al hacer más y más visible el Amor de Dios vivo y encarnado. Las obras de misericordia sociales, espirituales y corporales, y las obras de caridad, también han de ser parte de la liturgia doméstica, promoviendo un ministerio familiar que haga visible a toda la sociedad el Amor de Dios vivo y encarnado al hacer posible un hogar, una Iglesia y una humanidad donde todos crezcan como hijos de Dios y como hermanos dignos, iguales, libres, amados, plenos, felices, santos, llamados, elegidos, consagrados… ¡Cuánto podemos transformar al mundo irradiando juntos más y más la realización del Espíritu Santo, la acción del Paráclito, haciendo más y más vida el ministerio familiar que somos llamados a emprender, el apostolado doméstico que somos llamados a encarnar como pastores domésticos que hacen más y más vida Su fraternidad sacramental doméstica al emprender su misión sacerdotal como sacerdotes del corazón y sacerdotes domésticos que hacen vida el sacerdocio de Jesús Caridad en la vida doméstica, haciendo visible la acción de Dios Amor de la misma forma que lo hace un sacerdote en el altar, encarnando Su comunión sacramental como eucaristía doméstica en la vida familiar, como misa doméstica, como ministerio de crecimiento en comunión que acoge con más y más fecundidad sacramental la maternidad sacramental y la paternidad sacramental del Espíritu!

De esta forma, se emprende la misión sacerdotal de la iglesia doméstica como misión apostólica cuyo ministerio familiar hace vida la transformación del Espíritu transformando a todos los miembros de la iglesia doméstica en los íconos vivos del Amor de Dios que son llamados a ser, en las personas santas que son llamados a ser, ofrendando todo —no solo la vida doméstica, sino también el trabajo y la vida social— a la usanza de una misa doméstica, a la usanza de la Eucaristía. La iglesia doméstica ha de santificar a todas las personas que la componen, formando apóstoles que al ayudar a crecer irradian más y más la luz del Amor de Dios que se encarna en toda la formación personal, de tal forma que el matrimonio y la familia se convierten en auténtico camino de comunión, de santidad, de fraternidad, procurando juntos la perfección de vida y la plenitud, haciendo posible que todos crezcan como hermanos plenos, como personas plenas, como santos… Es así, ayudando a crecer incondicionalmente en más y más comunión, ayudando a crecer como personas luz, como hermanos luz, como cristianos luz, como ciudadanos luz… que se emprende una nueva fraternización: fraternizar a toda la familia y a toda la sociedad consagrándola al Amor de Dios, consagrándola como apóstoles domésticos consagrados a vivir la caridad haciendo posible que todos crezcan como hermanos, viviendo el apostolado como redes de caridad encarnada con las que se pesca reconociendo a todos como hermanos, plasmando Iglesia más y más familia y plasmando también humanidad más y más familia, plasmando nación más y más familia al hacer posible una sociedad donde se ayuda a crecer a todos incondicionalmente como hermanos, movidos más y más por la realización del Espíritu Santo que al realizar plenamente a la persona y a la iglesia doméstica —a la patria doméstica— con sus dones y frutos también hace posible la realización más plena de la sociedad, plasmando juntos una cultura luz, una cultura de Amor, una cultura de comunión, una cultura de nueva vida, una cultura de encuentro… que hace vida el culto vivo y nuevo de comunión de la iglesia doméstica, ofrecido por ella como culto sacramental que consuma la eucaristía doméstica como ministerio familiar que repercute en una transformación cultura, plasmando juntos cultura luz que ayuda a crecer a todos incondicionalmente en más y más comunión, según la dignidad que el Creador da a todo hermano, a todo hijo de Dios…

Así, la iglesia doméstica plasma cultura luz que ayuda a crecer a todos en fraternidad social, como los hermanos que somos llamados a ser, como la sociedad familia que somos llamados a ser, como la ciudad de santos que somos llamados a ser…. plasmando juntos cultura luz que crea más y más comunión de luz, que crea más y más familia luz, que crea más y más comunidad de luz. Esta es la misión apostólica de la iglesia doméstica, la misión sacerdotal de la iglesia doméstica: ayudar a crecer transformando todo en la realización del Espíritu, plasmando así no solo familia más y más santa, sino también cultura más y más resplandeciente en comunión, cultura más y más fraterna, haciendo vida un ministerio familiar que es también ministerio de crecimiento en más y en más comunión, acogiendo incondicionalmente la vida y la gracia, reconociendo incondicionalmente la dignidad de todos, reconociendo incondicionalmente la luz que todos son llamados a ser al plasmar más y más cultura que confiesa el Amor concreto de Dios Amor, cultura de nueva vida en el Amor: “Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios Amor, de su acción en el mundo. Pensamos que Dios Amor solo se encuentra más allá, en otro nivel de la realidad, separado de nuestras relaciones concretas. Pero si así fuese, si Dios Amor fuese incapaz de intervenir en el mundo, su amor no sería realmente poderoso, verdaderamente real, y no sería entonces ni siquiera verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad que promete. En tal caso, creer o no creer en El sería totalmente indiferente. Los cristianos, en cambio, confiesan el amor concreto y eficaz de Dios Amor, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final, amor que se deja encontrar, que se ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo” (Lumen Fidei 17).

4. Ayudar a Irradiar: Nueva Evangelización

Además del bautismo de Jesús, donde toda la familia Trinitaria del Amor de Dios es revelada, hay otra lectura de la Biblia en la cual la voz del Padre es escuchada:

“Seis días después, tomó Jesús consigo a Pablo, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Tomó Pedro la palabra y dijo a Jesús: ‘Rabbi, está bien que nos quedemos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’ —es que no sabía qué responder, pues estaban atemorizados—. Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra, y llegó una voz desde la nube: ‘Este es Mi Hijo Amado, escuchadle’. Al momento miraron en derredor y ya no vieron a nadie, más que a Jesús con ellos” (Mc 9, 2-8).

La iglesia doméstica está constantemente reformando su proyección —su proyecto de nueva vida— de acuerdo al proyecto de la Trinidad, de acuerdo a su escucha a Jesús Caridad, a través de la escucha de la Palabra, de la vida sacramental y de la vida interior doméstica. Los miembros de la iglesia doméstica están siendo constantemente trasfigurados, reformándose con más y más precisión, con más y más fidelidad y correspondencia a la obra viva de Amor que somos llamados a ser. Cuando acometemos este proceso de reformación de nuestra proyección, escuchando más y más al Hijo Amado, encarnando progresivamente más y más la comunión de la Trinidad, somos progresivamente transfigurados en los testigos de la resurrección que somos llamados a ser, en testigos de la nueva vida que da el Amor, en testigos que testimonian a toda la sociedad la luz viva de la resurrección a la usanza de María Magdalena, primera testigo de la resurrección según el Evangelio: “María Magdalena fue y anunció a los discípulos: ‘He visto al Señor,’ diciéndoles lo que El les dijo” (Jn 20,18). Noten que este testimonio se fundamenta en el encuentro personal con el Resucitado, en el encuentro personal con Dios Amor vivo y encarnado, con Jesús Caridad vivo y resucitado. Nuestro testimonio ha de ser un testimonio de luz en la medida es un testimonio de encuentro personal con el “Dios de una persona, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, capaz de entrar en contacto con el hombre y establecer una alianza con él. La fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre” (Lumen Fidei 8). Nuestro testimonio ayuda a irradiar más y más luz en la medida en que nos encontramos más y más con Jesús Caridad, en la medida en que caminamos más y más en la luz, en la medida en que caminamos más y más como El caminó, creyendo más en Sus promesas: “La fe ‘ve’ en la medida en camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios. Esta Palabra encierra además una promesa: ‘tu descendencia será numerosa, serás padre de un gran pueblo’ (cf. Gn 13,16; 15,5; 22,17)… Para Abrahán, la fe en Dios ilumina las raíces más profundas de su ser, le permite reconocer la fuente de bondad que hay en el origen de todas las cosas, y confirmar que su vida no procede de la nada o la casualidad, sino de una llamada y un amor personal” (Lumen Fidei 9 y 10). ¡Para dar testimonio de luz toda nuestro crecimiento ha de ser un proyecto de fe, un proyecto de nueva vida, un proyecto que testimonia más y más Su resurrección haciendo vida la fe que es un don gratuito de Dios que exige humildad y el valor de fiarse y confiarse al emprender Su proyecto de nueva vida, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, Su historia de salvación! (Lumen Fidei 14)

Al ser iglesia doméstica que reforma toda la proyección de acuerdo al proyecto dado por el Padre (ayudar a ser), por el Hijo (ayudar a hacer) y por el Espíritu Santo (ayudar a crecer) damos testimonio de la resurrección por medio de la conversión personal constante y progresiva en la obra viva de Amor que somos llamados a ser para ayudar a irradiar la luz de la comunión trinitaria: nos hemos encontrado con Jesús Caridad, lo hemos visto y tocado, nos hemos convertido en Su Amor, por Su Amor y con Su Amor. La luz transfiguradora de esa experiencia pascual nos reforma una y otra vez, conmemorando la luz recibida en el bautismo a lo largo de toda la vida, una y otra vez, cada vez con un poco de más correspondencia al proyecto de la Trinidad, a Su proyecto para irradiar más y más Amor, hasta plasmar a toda la sociedad irradiativamente —irradiando la comunión de la Trinidad al testimoniar la nueva vida que da el Amor— como sociedad luz, como sociedad comunión, como civilización del Amor. Por medio de esta constante reformación aprendemos a irradiar más y más luz amando como Jesús ama a la Iglesia y a la humanidad, ofrendando todo cuanto somos, haciendo más y más vida el poder de la luz al irradiar más y más la luz de la fe. “La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de San Juan se presenta con estas palabras: ‘Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’ (Jn 12,46). También San Pablo se expresa en los mismos términos: ‘Pues el Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas, ha brillado en nuestros corazones’ (2 Co 4,6)… Conscientes del vasto horizonte que la fe les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero sol, ‘cuyos rayos dan vida’… Quien cree ve, ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (Lumen Fidei 1). Hemos de ayudar a irradiar más y más de tal forma que hagamos vida el carácter luminoso de la fe, “pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios” (Lumen Fidei 4).

¿Cómo ayudamos a irradiar plasmando el Amor de Dios de tal forma que se hace proyección viva que abarca todas las claves de nuestra obración, de nuestro proceso de convertirnos en la obra viva de Amor que somos llamados a ser? Reformando absolutamente toda nuestra proyección, todo nuestro proyecto de nueva vida, de tal forma que todo se ordene a dejarnos plasmar como la obra viva de Amor que somos llamados a ser juntos como iglesia doméstica que es Iglesia viva fiel al Divino Esposo, Rey del Universo y de nuestras vidas. Hemos de dejar que Dios Amor transfigure nuestra vocación vital, nuestra plenitud vital, nuestra comunicación vital, nuestra identidad Vidal, como obra encarnada en constante proceso de reformación a lo largo de la vida, en constante proceso de re-conversión a Dios Amor y a Su designio, a Su voluntad. Podremos luchar contra el pecado, la acaridad y la afraternidad, incluso nos podremos distraer y encontrar difícil amar como nos corresponde amar, pero igual perseveraremos en el propósito de reconvertirnos al Amor, igual seguimos acogiendo la llamada a dejarnos convertir una y otra vez en Su Amor, eligiendo convertirnos una y otra vez, reformándonos más y más a lo largo de la vida, reformando más y más nuestra proyección de acuerdo al proyecto de nueva vida de la Trinidad, convirtiéndonos pascualmente en quienes somos llamados a ser hoy a hoy y para siempre: hijos e hijas resucitados de Dios Amor, pueblo transfigurado de Dios Amor.

Esta es la cuarta fase del proyecto de evangelización familiar, su cuarto énfasis: ayudar a irradiar reformando nuestra obración pascualmente, ayudando a irradiar proyectando la vocación vital, la identidad vital, la comunicación vital y la plenitud vital de acuerdo a la Trinidad, como testimonio vivo de la resurrección, como testimonio vivo de la nueva vida que da el Amor, como testimonio vivo del encuentro vivo y personal con el Amor de Dios que nos cambia la vida, que nos transfigura, irradiando así más y más comunión a toda la sociedad. Esta vida es una constante reformación, una reconversión permanente, una conversión continua, un continuo ayudar a irradiar en más y más unidad a la Trinidad, una preparación para nuestra vida eterna, una constante irradiación de la luz de la resurrección que lo convierte todo, no solo a nosotros mismos como iglesia doméstica, sino también a la sociedad… pues al vivir como resucitados también plasmamos nueva creación en toda la sociedad.

La misión real de la iglesia doméstica hace vida ese proceso de conversión constante al hacer vida la libertad real de elegir —más y más desprendidos de nosotros mismos— dar más y más testimonio vivo de la presencia de Dios Amor vivo y encarnado en nuestros corazones y en el mundo, revelando ese Amor encarnado en toda la formación personal que en la iglesia doméstica se plasma a imagen y semejanza de la Trinidad, como obra viva de Amor, pues es en la iglesia doméstica que aprendemos a vivir encontrándonos constantemente con el Amor de Dios vivo y encarnado, con Jesús Caridad vivo y resucitado. Ese encuentro no nos deja indiferentes, nos mueve a ayudar a irradiar más y más luz al mundo, nos mueve a responder a Su Amor con un proceso de conversión personal, que se da al irradiar juntos en comunión, al irradiar juntos en la iglesia doméstica —donde todos se ayudan a convertirse en la obra viva de Amor que son llamados a ser—. Ese encuentro con Jesús Caridad nos mueve a responderle con testimonio vivo de Su Amor a toda la sociedad, haciendo más y más presente Su reino en toda la sociedad, al estilo de María Magdalena, testimoniando más y más la nueva vida que da el Amor, irradiando más y más la luz de la resurrección que plasma nueva creación, nueva sociedad. Es así como se es cristiano. No se es cristiano –ni mucho menos iglesia doméstica— por creer en una idea o fe abstracta. Nuestra fe es una fe personal, una fe viva, una fe encarnada. Creemos en una Persona con la que nos relacionamos y a la misma vez nos enseña a relacionarnos de forma nueva al encontrarnos una y otra vez con El, que nos cambia la vida con Su Amor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que crean tengan vida eterna’ (Jn 3,16)” (Deus Caritas Est 1).

Es en este nuevo horizonte que se abre con el encuentro con Jesús Caridad, resplandeciendo como Iglesia más y más viva, que hacemos vida la misión real de la iglesia doméstica descubriéndonos como príncipes y princesas del Cielo, encarnando la misión real como familia de sacerdotes, profetas y reyes en los que Jesús Caridad reina, dejando que El reine en la iglesia doméstica en la medida en que encarnamos más y más la eucaristía doméstica, haciendo del irradiar la comunión trinitaria todo un proyecto de nueva vida, toda una proyección viva que irradia a la sociedad entera de más y más comunión, irradiando más y más la luz del Amor de Dios encarnada en la formación personal, transparentada por la iglesia doméstica que se transfigura en faro vivo de comunión en medio del mundo, plasmando así todo un proyecto de crecimiento en comunión que es tanto misión real como misión social de la iglesia doméstica: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar haciendo posible que todos resplandezcan en más y en más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, plasmando más y más nueva sociedad con mística fraterna que hace vida la comunión trinitaria en toda la sociedad.

Sí, la mística fraterna de la eucaristía doméstica también es mística social, también tiene un eminente carácter social. Quien se encuentra con el Amor de Dios no puede evitar irradiarlo a los demás, y quien queda irradiado por el Amor de Dios no puede evitar ayudar a otros a irradiar también. Al ayudar a irradiar encarnando humana, fraternal y sacramentalmente la eucaristía doméstica como proyecto de nueva vida, como proyecto de comunión, como proyecto de crecimiento en comunión, no podemos evitar Su luz y comunión a la sociedad al crecer juntos a imagen y semejanza de la Trinidad, sacramentalizando así a la sociedad, haciéndola resplandecer como el sacramento vivo de la Trinidad que es llamado a ser, sociedad donde todos irradian resplandeciendo en comunión, plasmando así Reino de Dios en el mundo, plasmando así reino de comunión al dar más y más testimonio vivo de nuestro encuentro con el Amor de Dios vivo y resucitado con el que nos encontramos en primer lugar en la iglesia doméstica.

Es en la iglesia doméstica que aprendemos a reconocer a Jesús Caridad en cada prójimo, donde aprendemos a reconocer a Dios Amor vivo y encarnado en todo hermano. Así también aprendemos a reconocernos como sociedad luz, como sociedad en la que todos son llamados a irradiar, ayudando a irradiar plasmando juntos civilización de Amor en la medida en que hacemos vida en toda la sociedad —en todos los ambientes sociales— la revelación del Amor cristiano que nos mueva a ayudar a irradiar más y más la luz de Su comunión, plasmando Su obra viva de Amor no solo en toda la formación personal y en toda la iglesia doméstica, sino también en toda la sociedad, cumpliendo más y más con nuestra misión social como iglesia doméstica al testimoniar juntos más y más el Evangelio vivo y encarnado, al afirmar más y más a toda la persona y a toda persona conforme a la dignidad dada por Dios Amor, comprendiendo así con más y más profundidad las leyes de la vida social: “La revelación cristiana… nos conduce a una comprensión más profunda de las leyes de la vida social (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 23,1). La Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conforme a la sabiduría divina” (Catecismo 2419).

Sí, al hacer vida la misión real de la iglesia doméstica como vocación a plasmar un proyecto de vida que también es proyecto de crecimiento en comunión —proyecto que plasma reino de comunión, civilización del Amor—-, descubrimos también la misión social de la iglesia doméstica como vocación a irradiar comunión personal, ayudando a irradiar a toda la sociedad al irradiarle el esplendor de la nueva vida en Cristo, plasmando nueva creación como iglesia doméstica que ayudar a irradiar en la luz de la resurrección que plasma más y más civilización de Amor que resplandece en más y más comunión. Para llevar adelante esta misión social de la iglesia doméstica e ha de emprender una nueva pastoral familiar en todas las parroquias y diócesis del mundo, coordinadas por los santuarios de la vida: una pastoral familiar donde las parroquias alienten y fomenten el crecimiento en comunión de las iglesias domésticas y de la misma parroquia como familia de familias, asignándole a esta pastoral parroquial todo lo referente a formación familiar parroquial, incluyendo la preparación remota y próxima al sacramento del matrimonio, la preparación de medios formativos para la familia, la coordinación de catequesis familiar… Esta pastoral ha de ser tan importante como cualquier otro ministerio de la parroquia —ministerio de liturgia, ministerio de catequesis, pastoral juvenil, ministerio de música, ministerio de ministros extraordinarios de la comunión, etc…—, enfocándose esta pastoral en promover el crecimiento en más y más comunión de toda la parroquia y de todas las iglesias domésticas, el promover el crecimiento de toda la parroquia como parroquia más y más familia, haciendo posible el crecimiento de todos a imagen y semejanza de la Trinidad. Desde la pastoral familiar parroquial —que ha de ser llevada adelante por pastores domésticos, por ministros de crecimiento en comunión— se ha de animar el ministerio familiar de todas las iglesias domésticas, el ministerio familiar descrito al hablar de ayudar a crecer, plasmando así una Iglesia más y más familia que hace resplandecer a toda la sociedad en más y en más comunión, a la usanza de la Trinidad. Esto es todo un proyecto de crecimiento humano, eclesial y sacramental en más y en más comunión: hacer posible el crecimiento de familias —hacer posible el crecimiento de la sociedad— donde todos resplandezcan en comunión, donde se reconozca la llamada a irradiar de todos, donde se reconozca la dignidad de todos. Misión real y misión social van de la mano en la iglesia doméstica: ella cumple su misión real al dejar que Dios Amor reine en la familia, al dejar que El delinee el proyecto de irradiación familiar como proyecto de crecimiento en comunión, de tal forma que así Dios Amor también reina en la sociedad, que resplandece más y más como sociedad luz, como sociedad comunión, como sociedad fraterna.

Esta es la misión real de la iglesia doméstica, misión que es necesariamente misión social: ayudar a irradiar reformados según la proyección de la Trinidad, emprendiendo un proyecto de crecimiento en comunión que al plasmar familia que crece en comunión también plasma sociedad que crece en más y en más comunión, a imagen y semejanza de la Trinidad, encarnando así la relación viva de Dios Amor-con-nosotros como irradiación doméstica, eclesial y social de comunión. Así se emprende una nueva evangelización desde la iglesia doméstica: irradiando a la familia, a la Iglesia y a la sociedad de más y más comunión, plasmando más y más familia comunión, Iglesia comunión y Patria comunión, desde la conversión personal en la obra viva de Amor que somos llamados a ser juntos, conversión personal que es fruto del encuentro personal con Jesús Caridad vivo y resucitado que nos cambia la vida que se hace relación de Amor personal que se irradia como proyecto de nueva vida, como proyecto de crecimiento en comunión que irradia más y más a la sociedad de nueva vida que resplandece en comunión de Amor, hasta convertirnos juntos en la civilización de Amor que somos llamados a ser, a imagen y semejanza de la comunión de la Trinidad.

Desde la pastoral familiar se han de hacer y emprender iniciativas comunitarias que no solo fomenten una Iglesia más y más comunión sino también una sociedad más y más comunión, iniciativas que ayuden a irradiar a todos en más y más comunión, creciendo juntos en familia, a la luz de la comunión trinitaria, ayudando a irradiar más y más comunión en todo ambiente social. Ejemplos de actividades sociales de esta pastoral familiar que plasma más y más Iglesia familia y más y más sociedad familia pueden ser: cursos de formación familiar impartidos en la parroquia a los que pueda asistir cualquier matrimonio del barrio; cursos de derechos humanos impartidos en la parroquia para facilitar que todos en la comunidad se contemplen como hermanos, tanto desde la fe como desde la fraternidad civil; ágapes fraternos donde familias de la comunidad y de la parroquia se reúnan e intercambien experiencias del ministerio familiar; pasadías familiares donde se promueva la sana convivencia de todas las familias de la comunidad; retiros familiares donde se encomie a las  familias a una sana espiritualidad familiar, invitando también a familias de la comunidad…

Desde la mirada de Jesús Caridad se emprende nueva evangelización plasmando iglesia doméstica cuya pastoral familiar también es misión social, sirviendo a la Iglesia y a la sociedad desde la iglesia doméstica que irradia más y más comunión, haciendo más y más vida la proyección de la  Trinidad, hasta convertir a toda la sociedad en civilización de Amor, haciendo vida así el proyecto de comunión de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: que todos resplandezcan feliz, plena, fraternal y santamente a imagen y semejanza de la comunión trinitaria, plasmando Iglesia, sociedad y familia donde todos irradien la luz que somos llamados a irradiar, como los hermanos que somos llamados a ser, como la familia del Amor-con-nosotros que somos llamados a ser, viviendo más y más como familia las obras de misericordia y las obras de caridad de tal forma que en toda la sociedad se reconozca la dignidad de todos… plasmando así Reino de Dios en este mundo al emprender juntos una nueva evangelización que va de la mano al desarrollo propio de una nueva familiarización: el ayudar a ser, el ayudar a hacer, el ayudar a crecer y el ayudar a irradiar que también ayuda a la vez a todos a resplandecer en más y más comunión, plasmando así humanidad que resplandece como humanidad luz, como humanidad familia, como familia luz.

5. Resplandecer Juntos en Más y Más Comunión: Nueva Familiarización

En Apocalipsis 21,5 la Biblia nos dice: “Voy a hacer nuevas todas las cosas”. Jesús Caridad —que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones y toda la historia— nos exhorta como iglesia doméstica a crear un mundo nuevo, una humanidad nueva, donde todos resplandecen en más y más comunión, donde todos resplandecemos como una luz única que cambia a la humanidad, donde todos resplandecemos como estrellas del Cielo, resplandeciendo a la luz de la Estrella de la Mañana (Ap 22,16). Ya hablé de la misión natural de la iglesia doméstica, y también ya hablé de la misión profética, sacerdotal y real de la iglesia doméstica. Ahora hablemos de una última misión de la iglesia doméstica: la misión fraterna, la de hacer posible que toda la nación y toda la humanidad —toda la sociedad civil— resplandezca en más y más comunión, como la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, como el estado de nueva fraternidad que somos llamados a ser, como la humanidad familia que somos llamados a ser. Esta misión también puede denominarse la misión civil de la iglesia doméstica: hacer posible una sociedad civil donde todos crezcamos como la familia humana que somos llamados a ser, resplandeciendo juntos en más y más comunión como las estrellas vivas, las estrellas de nueva fraternidad y las estrellas del Cielo que somos llamados a ser, declarando juntos nueva fraternidad —todos hemos de considerarnos hermanos y hemos de tratarnos como hermanos incondicionalmente, honrando los derechos humanos de todos, sanando en nuestra historia todo lo que nos impida resplandecer y caminar juntos como hermanos— y declarando también nueva adoración —hemos de adorar juntos a Dios Amor con todo el crecimiento y con todo crecimiento, no solo plasmando todo el crecimiento de la formación personal a imagen y semejanza de la Trinidad, sino también haciendo posible el crecimiento más pleno posible de todos en la sociedad civil—. Declarar nueva adoración y nueva fraternidad repercute también en una nueva historia: una historia de la salvación que se sigue haciendo vida en nuestros días como nueva historia de Amor, una historia de Amor que irradia de la comunión de la Trinidad a absolutamente toda la nación y a toda la humanidad, convirtiéndonos juntos en el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, en el ícono vivo de Jesús Caridad que somos llamados a ser haciendo más y más vida la primacía del Amor. Así plasmamos juntos más y más sociedad donde se vive el amor —donde se vive la caridad— como lo primero de todo: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es ‘el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana’. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13)” (Fratelli Tutti 92). Si queremos hacer posible una sociedad que haga vida la primacía del amor, donde todos crezcan amados incondicionalmente, hay que hacer posible que todos crezcan como parte de una familia humana, donde todos resplandezcamos juntos en más y más comunión, estimulando una sana relación entre amor a la Patria e inserción en la humanidad como familia de hermanos: “cada persona que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más grande —a una sociedad más grande— sin la que no es posible comprenderse en plenitud” (Fratelli Tutti 149).

La vida de toda nación y de todo estado depende de la familia, de aprender a resplandecer juntos en más y en más comunión. En palabras del Do Cat 119: “La familia es ante todo el lugar donde se perpetúa la sociedad… en ella se imparten virtudes, valores y tradiciones de índole cultural, ética, social e intelectual y religiosa que son esenciales para todo hombre libre y responsable… a la familia se le encomienda también el deber de mantener a todos sus miembros y de garantizarles un espacio de protección, desarrollo y descanso privado… en la familia encuentran amor y sustento todos aquellos miembros de la casa que estén enfermos o que tengan minusvalías o pocos recursos…” La pobreza social más desgarradora es la falta de familia, la falta de amor incondicional. Es en una familia que se hace vida la riqueza más básica: el crecer incondicionalmente amados. La iglesia doméstica tiene la misión fraterna de hacer posible con todo tipo de iniciativas que todo hijo del Creador, que todos en la sociedad civil, que todos en la nación, que todos en la humanidad… crezcan conforme a su dignidad, crezcan en familia, resplandeciendo juntos en más y más comunión, conscientes de ser incondicionalmente amados, en primer lugar por Dios Amor. La iglesia doméstica tiene la misión fraterna de hacer posible que todo ser humano —comenzando por la familia doméstica y los más cercanos a ella— resplandezca en más y más comunión, resplandeciendo juntos como familia humana, conforme a la dignidad de todo ser humano, haciendo resplandecer la belleza de la comunión fraterna y del Amor de Dios que se hace fraternidad incondicional, de tal forma que nadie está sin familia en este mundo: “Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están cansados y fatigados (Mt 11,28)” (Familiaris Consortio 85). Hemos de hacer posible que absolutamente todos puedan crecer como la familia humana que somos llamados a ser, como la sociedad civil fraterna que somos llamados a ser, recordando que “la tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio” (Redemptoris Missio 55).

Esta es la quinta fase, el quinto énfasis, del proyecto de evangelización familiar: hacer resplandecer a toda la sociedad civil —al pueblo, al estado, a la nación, a la humanidad— como la familia humana que somos llamados a ser, como la familia luz que somos llamados a ser, haciendo posible que todos resplandezcan en más y más comunión, haciendo posible que todos resplandezcan como hermanos. Así, emprendemos juntos un proyecto de luz: ayudar a ser, ayudar a hacer, ayudar a crecer y ayudar a irradiar resplandeciendo juntos en más y más comunión, plasmando juntos persona luz y familia luz; plasmando juntos cultura luz, cultura de nueva vida; plasmando juntos estado luz, estado de comunión, estado de justicia y derecho, estado del nuevo albor, estado de nueva fraternidad; plasmando juntos nación luz, nación de Amor que resplandece en comunión; plasmando juntos humanidad luz, humanidad unida y fraterna que resplandece en la paz que viene de Dios Amor, la paz que hace posible que todos resplandezcamos como hermanos; plasmando juntos sociedad luz donde todos resplandecemos como la luz que somos llamados a ser, como la familia que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser… más y más consagrados a vivir la caridad, sirviendo juntos al bien común, al crecimiento en comunión de todos.

Esta misión fraterna es la misión propia del servicio al bien común de la iglesia doméstica, que emprende este proyecto de luz como servicio al bien común que al servir a la sociedad hace más y más visible al mundo el Amor de Dios vivo y encarnado, de tal forma que toda la nación, todo el pueblo, todo el estado y toda la humanidad —todo el hogar común— resplandecen como la familia civil que somos llamados a ser, como la familia de hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible que todos crezcan en comunión fraterna, haciendo posible que todos crezcan en familia, haciendo posible el desarrollo civil más pleno posible y una promoción humana donde se honre incondicionalmente la dignidad humana de todos como familia humana en la que todos resplandecemos juntos en más y más comunión: “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que El mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás…” (Evangelii Gaudium 178). Esta misión fraterna de la iglesia doméstica desea, busca y cuida el bien de toda la familia humana haciendo posible una sociedad civil en la que todo ser humano se desarrolle lo más plenamente posible, haciendo posible un desarrollo donde todos crezcan en familia, como los hermanos que son llamados a ser, como la mejor persona que puedan ser, haciendo vida el “sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se fundamenta toda sociedad civil” (Laudato Si 23)… haciendo posible una sociedad civil en la que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, como constructores de un nuevo vínculo social, haciendo resplandecer un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esa finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano, su proyecto de comunión… haciendo posible una sociedad civil que rehacen comunidad, nación y humanidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común, evitando las actitudes de personas que solo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana, de la plenitud humana, recordando que hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el Amor, así que no es una opción vivir indiferentes ante el dolor, no es una opción dejar que nadie quede ‘a un costado de la vida’, no es una opción no dejarnos interpelar ante el sufrimiento humano… eso es crecer juntos en dignidad (Fratelli Tutti 66-68).

Al resplandecer juntos en más y más comunión hacemos posible una sociedad civil donde los países se ayudan mutuamente a lograr el desarrollo más pleno posible de todos como humanidad familia, enriqueciéndonos así todos con más y más comunión: “La ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un país que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos desarrollar esta conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie —o crecemos todos o no crece nadie—. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas, familias y pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a causa de la pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a todos” (Fratelli Tutti 137). Solo creciendo juntos como sociedad civil que resplandece en más y más comunión podemos hacer posible que toda la humanidad resplandezca como la familia luz que es llamada a ser, como la familia humana que es llamada a ser: “La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no solo como país, sino también como familia humana” (Fratelli Tutti 141). Al pensar juntos como familia humana hacemos posible una sociedad civil que resplandece en más y más comunión, haciendo posible un auténtico desarrollo para todos los pueblos: el tema del desarrollo de los pueblos está íntimamente unido al desarrollo de cada hombre conforme a su dignidad. La persona humana tiende por naturaleza a su propio desarrollo, pero este no está garantizado por una serie de mecanismos naturales —tal cual sucede con el instinto de la supervivencia—, sino que cada uno de nosotros es consciente de su capacidad de decidir libre y responsablemente por plasmar una sociedad más fraterna para todos, una sociedad que resplandece en más y en más comunión (Caritas in Veritate 68). Que quede claro: el verdadero desarrollo de toda la sociedad no consiste solo en que meramente hagamos determinadas cosas, no consiste solo en mera técnica, en meros proyectos sociales, sino que hemos de ser capaces de entender lo técnico captando juntos el verdadero significado plenamente humano del quehacer del hombre, el como ese quehacer se ordena y conduce a una sociedad que resplandece en más y más comunión (Caritas in Veritate 70). Hemos de desarrollarnos juntos como humanidad familia, pero el desarrollarnos juntos como humanidad familia nunca estará plenamente garantizado por fuerzas que en gran medida automáticas e impersonales, ya provengan de leyes de mercado o de políticas de carácter nacional e internacional. El desarrollo de una sociedad que resplandece en más y más comunión siempre será imposible sin hombres y mujeres rectos, sin operadores económicos, agentes políticos y ciudadanos luz que sientan fuertemente en su consciencia su llamada a servir al bien común (Caritas in Veritate 71), convirtiendo todo en ocasión de humanización, de familiarización, orientándolo todo a la luz del desarrollo de toda persona y del bien común que refleje los valores universales de una sociedad que resplandece en más y más comunión.

Para hacer posible una sociedad civil que resplandezca en más y más comunión no solo hace falta la colaboración de todos como hermanos: en primer lugar hace falta gracia. Por eso, parte de esta misión fraterna de la iglesia doméstica y de la Iglesia como Familia de familias es consagrar a toda la nación —a todo Estados Unidos, incluyendo a Puerto Rico— a Jesús Caridad, consagrando tanto a toda la nación y como a cada iglesia doméstica y a cada patria doméstica a vivir la caridad, consagrándonos a vivir la caridad haciendo posible que todos resplandezcamos en comunión, haciendo posible que todos resplandezcamos como hermanos. Cualquiera —no solo los católicos— puede consagrarse a vivir la caridad, pues hacer posible que todos resplandezcan como hermanos ha de ser misión fraterna de todos. Todos somos llamados a vivir la caridad: “El amor –‘caritas’- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta” (Caritas in Veritate 1). Es solo viviendo juntos la caridad, consagrándonos a vivir la caridad haciendo posible que todos resplandezcan en más y más comunión, que hacemos posible el auténtico desarrollo del que habla la Populorum Progressio, un desarrollo que “debe ser integral, que debe promover a todos los hombres y a todo el hombre” (Caritas in Veritate 17). Sí, nos corresponde como cristianos el consagrarnos a vivir la caridad haciendo posible juntos un auténtico desarrollo: “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor” (Caritas In Veritate 79).

Consagrarnos a vivir la caridad es anunciar la verdad del Amor de Dios en toda la sociedad (Caritas In Veritate 5). En palabras de la Caritas In Veritate: “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)… Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica ‘Dios es caridad’ (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza (Caritas In Veritate 2). Se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter público. Solo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente (Caritas in Veritate 3). La caridad es amor recibido y ofrecido. Es ‘gracia’ (charis). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y ‘derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo’ (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad (Caritas In Veritate 5). La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo (Caritas in Veritate 6). Al consagrarnos a vivir la caridad también vivimos la fe que revela el Amor de Dios invitándonos a buscar modelos de desarrollo que no se basen solo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores, identificando formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común (Lumen Fidei 55).

Al consagrarnos a vivir la caridad como iglesia doméstica y patria doméstica nos comprometemos a vivir juntos el Amor de Dios como nos corresponde: amando a Dios en todo cuanto hacemos, dejándonos convertir en el ícono vivo del Amor de Dios que somos llamados a ser, y amando al hermano y a nosotros mismos como parte de ese Amor a Dios, convirtiendo en toda nuestra vida en una obra viva de Amor que hace vida Su plan, Su proyecto, Su revolución de luz, haciendo posible que todos crezcan como hermanos, como la familia luz que somos llamados a ser, siendo familia que sirve al bien común eligiendo servir a la familia, a la Iglesia y a la nación haciendo más y más visible la caridad de Dios en el día a día cotidiano. Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos vida la vocación a la santidad de todo laico, pues mientras más vivimos la caridad, más consumamos la llamada universal a la santidad de la que nos habla el Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, siendo así iglesia doméstica más y más santa. Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos vida una Iglesia más y más familia de Dios en el mundo, donde no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario, teniendo cuenta que al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen samaritano sigue siendo criterio de comportamiento y muestra de universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado ‘casualmente’ en nuestro día a día cotidiano… (Deus Caritas Est 25) Al consagrarnos a vivir la caridad nos comprometemos a hacer vida una acción caricativa que puede y debe abarcar a todos los hombres y a todas sus necesidades (Deus Caritas 30)… nos comprometemos a vivir la caridad una y otra vez como respuesta a las necesidades inmediatas y concretas de cada determinada situación (Deus Caritas Est 31), de tal forma que hagamos constantemente visible el Amor de Dios vivo y encarnado al hacer posible que todos crezcan conforme a su dignidad, creciendo incondicionalmente amados, resplandeciendo juntos en más y más comunión… Al consagrarnos a vivir la caridad nos comprometemos a vivir una caridad que es independiente de partidos e ideologías, una caridad que no es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y que no está al servicio de estrategias mundanas, sino que está al servicio de la fraternidad,  sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita… Además, al consagrarnos a vivir la caridad como cristianos nos comprometemos a vivir una caridad que no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo sino que es amor gratuito, que no se practica para obtener otros objetivos. Esto no significa que al vivir la caridad debamos, por así decirlo, dejar de lado a Dios y a Cristo. Al consagrarnos a vivir la caridad hemos de tener claro que siempre está en juego todo el hombre y que con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios, así que hemos de ofrecer la luz de Su Amor a absolutamente todos, sin tratar jamás de imponer a los demás la fe de la Iglesia, pues el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios Amor en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre El, dejando que hable solo el amor. Sabe que Dios es Amor (1 Jn 4, 8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar (Deus Caritas Est 31), en los momentos en que no se hace más que vivir la caridad. Las personas comprometidas a vivir la caridad hemos de dejarnos guiar por la fe que actúa por el amor (cf Ga 5,6). Al consagrarnos a vivir la caridad como cristianos, como iglesia doméstica, hemos de ser personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertándose así en nosotros el amor al prójimo. El criterio inspirador de nuestro vivir la caridad ha de ser lo que se dice en la segunda carta a los Corintios: ‘Nos apremia el amor de Cristo’ (5,14). La conciencia de que, en El, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para El y, con El, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que esta sea cada vez expresión e instrumento del amor que proviene de El. Quien vive la caridad en la iglesia católica la vive en unidad eclesial con el fin de que el amor se Dios se difunda en el mundo y todos puedan crecer y desarrollarse dignamente, conforme a la dignidad que Dios Amor da a todos. Al consagrarnos a vivir la caridad deseamos, haciendo vida nuestra participación en el servicio de amor de la Iglesia, ser testigos de Dios Amor y de Cristo, y precisamente por eso, vivimos la caridad haciendo el bien gratuitamente a todos los hombres, a toda la humanidad (Deus Caritas Est 33), dándonos más y más a nosotros mismos en todo cuanto damos. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un vivir la caridad en el que necesariamente nos damos a nosotros mismos: para que el don no humille al otro, no debemos darle solamente algo nuestro, sino a nosotros mismo; hemos de ser parte del don como personas (Deus Caritas Est 34), conscientes de que damos lo que damos porque el Señor nos concede ese don, haciéndonos más y más humildes al servir dándonos (Deus Caritas Est 35), buscando en todo momento más y más el bien de todos.

Al consagrarnos a vivir la caridad nos consagramos a buscar el bien del hermano gratuitamente, a buscar el bien de la nación y de la humanidad gratuitamente, haciendo vida el aprecio y la valoración que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es ‘caro’ para mí, la nación es ‘cara’ para mí, toda la humanidad es ‘cara’ para mí, ‘estimados como de alto valor’, y ‘del amor por el cual cada uno le es la otra persona, la nación, la humanidad… depende que le dé algo gratis’. De esa forma vivir el amor, vivir la caridad, implica algo más que una serie de acciones benéficas. Las acción de vivir la caridad brota de una unión que se inclina más y más hacia el otro, hacia el hermano, considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de apariencias físicas o morales. El amor al otro por ser quien es nos mueve a buscar lo mejor para su vida. El amor por la Patria y la humanidad nos mueve a buscar lo mejor para cada hermano. Solo el cultivo de esa forma de relacionarnos, viviendo más y más la caridad, hace posible la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos, reconociéndonos como nos reconoce Jesús Caridad: ‘todos ustedes son hermanos’ (Mt 23,8)… Al consagrarnos a vivir la caridad vivimos la fraternidad que va más allá de los propios límites, plasmando sociedad abierta que integra a todos, incluso de distintas culturas, regiones y países, haciéndonos conscientes de que todos compartimos un destino común, sembrando la vocación de formar una sociedad luz compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos por los otros a pesar de la diversidad de etnias y culturas, resplandeciendo juntos en más y más comunión, reconociendo a todos como personas de igual dignidad (Fratelli Tutti 93-96), haciendo vida un amor que es “amistad social” que hace  posible una apertura universal, aprendiendo a vivir juntos como familia humana colmada  de armonía y paz, sin necesidad e ser todos igualitos (Fratelli Tutti 100).

Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos posible juntos un auténtico desarrollo social fundamentado en la fraternidad que encarna el Amor de Dios vivo y encarnado en toda la sociedad. Como cristianos somos llamados a vivir la caridad haciendo posible un desarrollo cuyo principal factor sea el anuncio del Amor de Dios vivo y encarnado que hace posible que todos crezcamos como hermanos: El anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo y hemos de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad, abriendo nuestra vida al don en la verdad originaria del Amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente y que hace posible esperar un desarrollo de todo hombre y de todos los hombres, que hace posible transitar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, venciendo juntos las dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino… Solo con la caridad, viviendo la caridad iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. El compartir los bienes y los recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura solo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad (Caritas In Veritate 8 y 9). Al consagrarnos a vivir la caridad somos Iglesia viva que, en todo su ser y obrar, anuncia, celebra y actúa en la caridad —cuando nos consagramos a vivir la caridad—, tendiendo a promover el desarrollo integral de todo hombre y de todo el hombre, haciendo posible un desarrollo que abarca de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas las dimensiones, haciendo vida una visión trascendente de la persona humana (Caritas in Veritate 11). Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos posible el desarrollo de una sociedad que afirma firmemente el valor de la dignidad humana, el valor de la justicia, el valor de la paz, testimoniando la caridad de Cristo mediante las obras de justicia, paz y desarrollo, lo que forma parte de la evangelización porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo hombre y todo el hombre (Caritas In Veritate 15). Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos posible el progreso de toda persona, reconociendo en la vida de todo hombre una vocación al Amor, haciendo vida un verdadero humanismo que reconoce en todos una vocación que da la idea verdadera de la vida humana, haciendo posible un desarrollo libre, un desarrollo integralmente humano, un desarrollo que respete la verdad (Caritas in Veritate 17-18). Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos del Evangelio un elemento fundamental del desarrollo, recordando que Cristo, como revelación viva del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente la humanidad a la propia humanidad (Caritas in Veritate 18). La visión del desarrollo como vocación comporta que su centro sea la caridad. El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento y de recursos: es la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos. Esta fraternidad no pueden lograrla los hombres solos. La sociedad, cada vez más globalizada, nos hace más cercanos, pero no nos hace más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad… Es la unidad de la caridad de Cristo, el vivir la caridad, lo que nos llama a participar, como hijos, en la vida de Dios Amor vivo, Padre de todos los hombres. La caridad de Cristo nos impulsa a buscar juntos un desarrollo que alcance la auténtica fraternidad entre todos los hombres (Caritas In Veritate 19 y 20), haciendo del hombre autor, centro y fin de todo desarrollo (Caritas in Veritate 25), recordando que la apertura a la vida, la apertura a la dignidad de todos, está en el centro de todo desarrollo (Caritas in Veritate 28) y que la violencia siempre frena el auténtico desarrollo e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y social (Caritas in Veritate 29).

Al consagrarnos a vivir la caridad hacemos vida una caridad que al ser vivida mano a mano junto a la verdad nos plantea un compromiso inédito y creativo, vasto y complejo: ensanchar el corazón y la razón y hacerlos capaces de conocer y orientar nuevas e imponentes dinámicas, haciendo posible una civilización del amor, de la cual Dios Amor ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura (Caritas in Veritate 33), recordando que todo ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente (Caritas in Veritate 34) y recordando también que todos somos llamados vivir la caridad haciendo posible una ecología humana que sea una ecología fraterna, una ecología familiar que ayude a crecer a todos conforme a su dignidad, creciendo en familia, pues una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad: todas las otras pobrezas, incluídas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar. El desarrollo de todos los pueblos depende sobre todo de que todos se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro, por seres que se ayudan a resplandecer incondicionalmente en más y más comunión (Caritas in Veritate 53). Al consagrarnos a vivir la caridad reconcemos que el tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de valores fundamentales de la justicia y la paz, dejándonos asociar por la realidad trinitaria de la comunión, asumiendo la comunión como modelo de desarrollo, siendo instrumentos de comunión, instrumentos de unidad (Caritas in Veritate 56).

Al consagrarnos a vivir la caridad ofrecemos algo positivo a la libertad y a la igualdad de la sociedad: la fraternidad cultivada conscientemente, con una voluntad social, económica y política de fraternidad, educando para la fraternidad, para el diálogo y para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo de valores, haciendo vida la infinita riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor (Fratelli Tutti 103). Sí, al consagrarnos a vivir la caridad hacemos posible una política puesta al servicio del verdadero bien común (Fratelli Tutti 154), haciendo posible una política que piense con visión amplia y que lleve adelante un replanteo integral, sana política capaz de reformar instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas (Fratelli Tutti 177), haciendo posible una política que obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo, asumiendo como deber el crecer como proyecto nación, como familia nación, abriendo camino a oportunidades diferentes, que no implican detener el progreso de la nación ni la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientando esa energía con cauces nuevos (Fratelli Tutti 179)… viviendo una caridad que también es caridad política: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el ‘campo de la más amplia caridad, la caridad política’. Se trata de avanzar hacia un orden social y político —un orden de la caridad— cuya alma sea la caridad social” (Fratelli Tutti 180). Sí, hemos de consagrarnos a vivir la caridad también como caridad política, haciendo posible una política puesta al servicio del crecimiento de todos como nación familia, resplandeciendo como pueblo luz que lleva adelante un proyecto fraterno común, un proyecto de luz común: que todos crezcan conforme a su dignidad, que todos crezcan en más y más comunión, que todos crezcan en familia, conforme a su dignidad, que todos crezcan incondicionalmente amados, haciendo del vivir la caridad parte de nuestra identidad común como pueblo, una identidad común hecha de lazos sociales, culturales y sacramentales, siendo pueblo vivo, dinámico y con futuro que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente, dispuestos a evolucionar juntos generando recursos para el desarrollo de todos, para que todos puedan sostener su vida en familia, con esfuerzo y creatividad (Fratelli Tutti 160-161). Hemos de hacer del American Dream un Family Dream: que todos podamos resplandecer juntos en más y más comunión, que todos crezcan conforme a su dignidad, que todos crezcan en más y más comunión, como la familia humana que todos somos llamados a formar como tierra de libertad y tierra de comunión, asegurando a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, con su visión, con su capacidad, con sus fuerzas, con su iniciativa, con su creatividad, asegurando una sociedad que haga posible el crecimiento de todo como parte de una familia humana.

Hemos de consagrarnos a vivir la caridad viviendo juntos la verdadera caridad, la que se expresa en el encuentro incondicional de persona a persona, la que es capaz de llegar a todo hermana o hermano lejano e incluso ignorado, haciendo posible que todos crezcan en familia a través de los diversos recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces de generar, siendo realistas y no desperdiciando nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a todos, incluyendo a los últimos (Fratelli Tutti 165), negándonos a perder la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones, en los hábitos y en los estilos de vida (Fratelli Tutti 166). La consagración a vivir la caridad no solo es un cambio en los hábitos y en los estilos de vida de la nación: es en primer lugar una consagración del corazón y una consagración doméstica que hace posible una auténtica revolución de luz que brota desde el corazón, a la usanza del ejemplo de la revolución que emprende Jesús Caridad, reconociendo que “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Por esa razón, el amor —el vivir la caridad— no solo se expresa en las relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista —y partidista—: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no solo individualmente, sino también en la dimensión social que las une. Cada uno es plenamente persona —y toda familia es plenamente familia— cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona” (Fratelli Tutti 181-182).

Al consagrarnos a vivir la caridad, al consagrar a Estados Unidos y a cada iglesia doméstica y cada patria doméstica a vivir la caridad, consagramos a toda la nación a vivir el amor social que hace posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podemos sentirnos convocados como familia humana. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, una nación nueva, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es la fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas de la nación y del mundo de hoy, y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos necesarios para resplandecer como la familia nación que somos llamados a ser (Fratelli Tutti 183). Al consagrarnos a vivir la caridad, al consagrar a Estados Unidos y a la iglesia doméstica y la patria doméstica a vivir la caridad, hacemos vida un amor imperado que nos impulsa a crear juntos instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias, dirigiendo los esfuerzos a hacer posible que todos puedan crecer dignamente, como parte de un familia humana digna, de tal modo que ningún prójimo tenga que padecer miseria ni pobreza (Fratelli Tutti 186), haciendo vida el amor preferencial por los más vulnerables, resolviendo todo lo que atente contra los derechos humanos fundamentales, globalizando los derechos humanos, viviendo una caridad abierta a todos, haciendo posible que nadie padezca hambre como mínimo impostergable (Fratelli Tutti 189), viviendo más y más la caridad en todas las relaciones interpersonales sociales cotidianas, conscientes de que “amar al más insignificante de los seres humanos como un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el tiempo (Fratelli Tutti 193), amando con ternura, también en la política, conscientes de que si ayudamos a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de nuestra vida (Fratelli Tutti 194-195), preguntándonos cuanto amor hemos puesto en nuestro trabajo por el bien común, como hemos hecho avanzar a nuestro pueblo, que marca dejamos en la vida de la sociedad, qué lazos reales construímos, que fuerzas positivas desatamos, cuanta paz social sembramos, que provocamos en nuestra Patria (Fratelli Tutti 197), pues todo país crece promoviendo el diálogo y la fraternidad en el pueblo, pues todos somos pueblo, todos tenemos capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad y a la hermandad, dialogando juntos constructivamente entre las diversas culturas (Fratelli Tutti 199), construyendo Patria viva juntos en común.

Al consagrarnos a vivir la caridad, al consagrar a Estados Unidos y a la iglesia doméstica y la patria doméstica a vivir la caridad, hacemos vida el sueño de Dios, que todos resplandezcamos juntos en más y más comunión, como la familia nación que somos llamados a ser, como la sociedad civil fraterna que somos llamados a ser. En la medida en que consagramos a la nación a vivir la caridad hacemos posible que también toda la humanidad resplandezca como la familia humana que somos llamados a ser, como la familia de hermanos que somos llamados a ser, haciendo posible la paz que viene de Dios, la paz que hace posible que todos resplandezcamos como los hermanos que somos llamados a ser… En la medida que nos consagramos más y más a vivir a caridad emprendemos juntos una revolución de luz, revolucionando al mundo al hacer posible que absolutamente todos crezcan conforma su dignidad, como la familia humana que todos somos llamados a formar, cada cual haciendo posible desde su trinchera que todos crezcan como la familia civil que somos llamados a ser, familia donde se honran todos los derechos humanos de todos, hasta plasmar juntos una nueva humanidad que resplandece de tal forma que todos crecen incondicionalmente amados, resplandeciendo juntos en más y más comunión, más y más colmados de luz, más y más colmados de fraternidad, de paz, de libertad, de servicio a la vida y al bien común, de Amor, de solidaridad. Cada cual —cada iglesia doméstica— está llamada a aportar un rayo de luz único, resplandeciendo juntos como estrellas del Cielo, para hacer posible juntos una humanidad luz que resplandezca más y más como familia viva, como humanidad viva, como Patria viva. ¡Esta revolución de luz es todo un proyecto de fraternidad humana que hace vida un auténtico servicio al bien común irradiado al consagrarnos más y más a vivir la caridad como nos corresponde! En palabras de la Caritas in Veritate 7: “Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese ‘todos nosotros’, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que solo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y de caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura como polis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales”.

Hay muchas formas de servir al bien común irradiando rayos de luz que hagan posible una humanidad más y más luminosa, una nación más y más luminosa, emprendiendo juntos una revolución de luz que haga posible que todos resplandezcan como más y más hermanos, como la luz que somos llamados a ser. Tengo claro cual es el rayo de luz que me corresponde irradiar en este momento como iglesia doméstica —soy iglesia doméstica en unidad a la Trinidad— para hacer posible una humanidad más y más luminosa, para emprender juntos una revolución de luz. Por un lado, me corresponde proponer un movimiento profético que haga posible que todos resplandezcan como hermanos, una fundación que haga posible la defensa incondicional de todos los derechos humanos de todos, que haga posible el reconocimiento de la dignidad de todos, del valor incondicional de todos, ayudando a percibir cuando vale todo ser humano, cuando vale toda persona, siempre y en cualquier circunstancia, caminando juntos hacia la amistad social y la fraternidad social (Fratelli Tutti 106). Ese movimiento profético ha de llamarse All Lives Matter, y ha de afirmar el como toda vida importa, como nada justifica que algunas personas vivan con menos dignidad, como nada justifica que a algunas personas se les niegue vivir una vida con dignidad, resplandeciendo como la luz que son llamados a ser. All Lives Matter ha de llevar adelante todo tipo de iniciativas que hagan posible el pleno reconocimiento de todos los derechos humanos de todos, como el hacer una Human Rights Fair, una feria escolar nacional —a la usanza de una feria científica— que promueva la aplicación de todos los derechos humanos por niños y jóvenes. Además, también me corresponde como iglesia doméstica y como patria doméstica el hacer posible una plena aplicación de todos los derechos humanos de todos al hacer posible que todos crezcan conforme a su dignidad, que todos crezcan incondicionalmente amados, que todos crezcan como parte de una familia humana, proponiendo una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana: proponiendo la redacción de una declaración de derechos básicos de la familia humana que declare que All Loves Matter, que haga posible que todos crezcan en familia a lo largo y ancho del mundo, de tal forma que podamos hacer posible, todos juntos, en todos los pueblos y naciones del mundo, que todos puedan crecer en familia, que todos resplandezcamos como humanidad más y más enriquecida de comunión, como humanidad más y más familia, haciendo posible que absolutamente todo ser humano crezca resplandeciendo en más y más comunión, haciendo posible una sociedad civil donde todos crezcan como hermanos, en familia, incondicionalmente amados. La Declaración Universal de Derechos Humanos declara que All Lives Matter. La Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana declara que All Loves Matter. Entonces, la Human Rights Fair no es solo una Human Rights Fair: también es un Human Family Fair que afirme que All Lives Matter, All Loves Matter. Este movimiento profético que también incluye el promover una Declaración Universal de los Derechos de la Familia Humana ha de ser un auténtico movimiento popular de solidaridad humana: “Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero… La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (Fratelli Tutti 116).

Luego de haber afirmado la misión de todo ser humano, la misión eclesial de todo cristiano, la misión de todo laico y la misión de toda iglesia doméstica a iluminar, a amar, a servir, a hacer posible un mundo más libre, feliz, unido, fraterno, humano, pacífico y solidario, un mundo que resplandezca en más y más comunión, donde todos crezcan como hermanos, incondicional y gratuitamente amados, creciendo juntos honrando la dignidad de todos… propongo una revolución de luz cuya solidaridad viva no es solo misión fraterna de la iglesia doméstica sino que realmente es misión fraterna de toda persona de buena voluntad en todo pueblo y nación: proponer juntos una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, sirviendo juntos al bien común de tal forma que todos podamos resplandecer como hermanos dignos, libres, iguales, amados, felices, plenos, llamados, elegidos, consagrados… y en el caso de los cristianos, también santos, resplandeciendo juntos en más y más comunión fraterna emprendiendo juntos una nueva familiarización que abarque a toda la humanidad, de tal forma que todos resplandezcamos como la familia humana que somos llamados a ser, siendo revolucionarios que encienden al mundo en más y más comunión, en más y más luz… emprendiendo juntos una nueva familiarización que solo es posible colaborando todos juntos como hermanos, de tal forma que juntos hagamos posible un desarrollo que no se orienta a la acumulación creciente de unos pocos, sino que es un desarrollo que asegura los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos de todos, en toda la sociedad, en toda la nación y en toda nación y en todo pueblo, un desarrollo que haga posible que todos crezcamos como la familia humana que somos llamados a ser, pues hay derechos fundamentales que preceden a cualquier sociedad, porque manan de la dignidad otorgada a cada persona en cuanto creada por Dios, que nos llama a reconocer a toda persona como mi hermano y mi hermana, como mi familia humana (Fratelli Tutti 124-125).

El desarrollo propio de esta nueva familiarización es un auténtico desarrollo que nos mueve a vivir la caridad reconociendo la dignidad incondicional de todos, haciendo posible que todos crezcan como parte de la familia humana que todos somos llamados a formar, aceptando juntos el desafío de soñar juntos una nueva humanidad donde todos crecemos conforme a nuestra dignidad: “Si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo —y familia— para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y duradera solo es posible ‘desde una ética global de solidaridad y corresponsabilidad entre toda la familia humana’” (Fratelli Tutti 127). Emprendamos, pues, este camino de paz, esta nueva familiarización, esta propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana, como nos corresponde hacerlo, afirmando que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, afirmando que todos somos llamados a crecer en familia, afirmando una fraternidad humana familiar que no es mera abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, planteándonos una serie de retos que hemos de asumir juntos como nación y como humanidad, asumiendo nuevas perspectivas y desarrollando nuevas iniciativas y reacciones (Fratelli Tutti 128), respetando incondicionalmente el derecho de todo ser humano a encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona y como familia humana (Fratelli Tutti 129), dando a lugar a un nuevo desarrollo que hace posible que todos crezcan como la familia humana que nos corresponde ser, haciendo vida la unidad deseada por Dios Amor en su plan providencial para las naciones: resplandecer juntos como familia humana que resplandece en más y en más comunión.

VI. Una Revolución de Luz: Propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana

Literalmente he derramado sangre, una y otra vez, por afirmar a la iglesia doméstica como lo estoy haciendo. Literalmente me he quedado sin aire —intoxicada al estilo Auschwitz— mientras escriba este texto. Literalmente estoy siendo torturada en estos momentos, mientras escribo estas líneas, por elegir hacer familia humana, eclesial y civil según el plan de Dios Amor. Sin embargo, con toda esta pasión sacramental que se me ha concedido para profetizar el como hemos de hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan no solo estoy llamada a hacer vida el matrimonio y la familia según la visión de Su mirada: también estoy llamada a hacer posible que absolutamente todo ser humano pueda hacer familia según su denominación religiosa, sus creencias y su conciencia. En palabras del You Cat 296: “Nadie puede ser obligado a actuar en contra de su conciencia —nadie puede ser impedido de hacer familia según su conciencia— mientras su acción se sitúe dentro de los límites del bien común. Quien pasa por alto la conciencia de un hombre, la ignora y la presiona, atenta contra su dignidad. Pocas cosas hacen más hombre al hombre que el don de poder distinguir por sí mismo el bien del mal y poder elegir entre ellos. Esto es válido incluso cuando la decisión, vista desde la luz de la Verdad, es errónea. Si una conciencia se formó rectamente, la voz interior habla en coincidencia con lo que es razonable, justo y bueno ante Dios”. Esto significa que nada justifica que se impida a ser humano alguno hacer familia según su propia conciencia y valores, incluyendo su propia fe religiosa. Un hermano judío, un hermano musulmán, un hermano budista… tienen exactamente el mismo derecho que tengo yo a hacer familia según mi fe. Todo ser humano ha de tener la libertad para hacer familia conforme a su fe, valores y creencias. Ningún estado, pueblo o nación puede atentar contra ese derecho humano: “La familia es elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, art 16, sec 3). Todo ser humano tiene derecho a crecer en familia a lo largo de su vida, desde la concepción hasta la muerte natural —sin importar las circunstancias de su concepción—, conforme a su dignidad humana inalienable. Nadie puede impedir a un ser humano vivir y crecer en familia. La familia, célula básica de toda sociedad, ha de ser honrada incondicionalmente.

Proponer esta revolución de luz no se trata de que solo los católicos afirmen el matrimonio y la familia según el plan de Dios Amor, transformando a toda la Iglesia en Iglesia más y más familia en ese proceso de opción misionera irradiativa: también se trata de hacer posible una sociedad donde absolutamente todo ser humano pueda crecer como parte de una familia humana, se trata de hacer posible el despertar el sueño de una sociedad fraterna para todos, donde todos crezcan conforme a su dignidad, aceptando acercarnos los unos a los otros como familia humana para ayudar a todos a ser más y más ellos mismos, liberándonos de todo deseo de dominio sobre los demás, sirviendo como los últimos al ayudar a ser, al ayudar a hacer, al ayudar a crecer y al ayudar a irradiar a absolutamente todos resplandeciendo en más y más comunión (Fratelli Tutti 4). ¿Cómo definir familia humana para hacer posible una sociedad fraterna para todos? Tal cual la definí al inicio de este texto: comunidad doméstica ordenada gratuita e incondicionalmente al crecimiento más pleno posible de todos sus miembros y al desarrollo más pleno de toda la sociedad, reconociendo juntos la dignidad y los derechos humanos de todos, haciendo vida juntos la llamada al amor —vocación fundamental e innata de todo ser humano— como comunión de vida, como comunión que sirve gratuita e incondicionalmente a la vida y al bien común. Nótese el uso de la palabra “gratuita”, una gratuidad que acoge: “Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio… Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio” (Fratelli Tutti 139-140). Esta definición de familia, contemplada en sueños con Jesús Caridad, hace posible que ayudemos a absolutamente todos a crecer como familia humana, hace posible un sueño de fraternidad que no se queda en las palabras (Fratelli Tutti 5), hace posible que reconozcamos la dignidad de cada persona humana, que podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad (Fratelli Tutti 8). Esta definición de familia abarca todo rango de situaciones familiares posibles en la sociedad civil, no solo a familias de madre y padre sino también a familias de madres solteras, a familias de abuelos que crían a nietos, a familias de tíos que crían a sobrinos, a niños que viven en foster care, a ancianos que viven en cuidos… esta definición abarca incluso a comunidades religiosas.

Hemos de servir al bien común de toda la sociedad haciendo posible una sociedad civil donde absolutamente todo ser humano pueda crecer en familia, incluso si son solo familias de unión civil —o sea: no son familias sacramentales, como está llamado a serlo toda iglesia doméstica—. Aunque las uniones civiles no sigan el modelo de familia sacramental en sí mismas —un matrimonio sacramental es una unión civil, pero no solo es una unión civil— como católica no estoy llamada a “imponer civilmente” —ni de ninguna otra manera, dicho sea de paso— el modelo de matrimonio y familia bíblico: el matrimonio y la familia sacramentales son una vocación que solo los llamados pueden vivir. Como católica defiendo una sociedad civil en la que todos, absolutamente todos, puedan hacer familia según su fe, creencias y recta conciencia, incluso cuando por razones de fe no esté de acuerdo o incluso cuando son solo uniones civiles, o incluso si son de otra religión. Tal cual puede notarse en este texto, tengo muy claro el cómo soy llamada a emprender esta revolución de luz como católica, desde mi fe… tengo muy claro el cómo soy llamada a plasmar iglesia doméstica y patria doméstica, el cómo soy llamada a vivir mi vocación de hacer matrimonio y familia según Su plan, sacramentalmente… pero también soy llamada a emprender una revolución de luz civil, afirmando una sociedad civil que resplandece como sociedad familia, como sociedad donde todos pueden hacer familia según si fe, valores, creencia y recta conciencia, una sociedad de Amor donde todos resplandecen en más y más comunión, conforme a la libertad humana que ha de ser respetada en toda persona. Sí, esto también es revolución de luz: no es solo afirmar como católica el matrimonio y la familia sacramental y una Iglesia más y más familia, tal cual lo he hecho al hablar de la misión de todo ser humano, de todo cristiano, de todo laico y de toda iglesia doméstica… sino que también he de afirmar una humanidad, una nación y una sociedad civil donde todos, absolutamente todos, puedan crecer en familia, conforme a su dignidad humana inalienable. Esto no lo digo solo por mí, que he derramado sangre y he sido torturada por años —también mientras escribo estas líneas— por afirmar el matrimonio y la familia según el plan de Dios Amor. La realidad es que hay un sinfín de naciones en las que se prohíbe contraer matrimonio cristiano o se obstaculiza, haciéndolo de facto sumamente difícil, especialmente en naciones que se rigen por la ley Sharia. Hay muchísimas naciones en las que se fuerza a niñas a casarse siendo niñas. Hay muchísimas naciones en las que las mujeres son forzadas a casarse por acuerdos nupciales, sin consentimiento de su parte. Hay muchísimas naciones en las que hay parejas de jóvenes que no pueden casarse por la pobreza. La verdad es que hay aún muchos lugares en el mundo en los cuales no todo ser humano puede hacer familia conforme a sus valores, su fe, sus creencias y su recta conciencia, viviendo su vocación inalienable al amor, en pleno ejercicio de su libertad humana. Esto tiene que cambiar. Hemos de hacer posible, juntos, que toda persona en toda la humanidad pueda crecer en familia conforme a sus valores, fe, creencias, libertad humana y recta conciencia: All Loves Matter. Esto es todo un proyecto de crecimiento de crecimiento familiar. Esto es todo un proyecto de crecimiento en comunión. Esto es todo un proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana (Fratelli Tutti 26). Esto es todo un proyecto de luz. Esto es toda una revolución de luz que hace posible una inclusión social y fraterna cada vez mayor! “¡Qué bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí! (Fratelli Tutti 31)”.

Hemos de servir al bien común de la humanidad pensando y gestando un mundo abierto y luminoso para todos, haciendo posible un proyecto fraterno que plasme un mundo donde todos puedan realizarse plenamente, donde todos puedan crecer en familia, comunicando plenamente cuanto son, creciendo plenamente en el amor para el que somos hechos: “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud ‘si no es en la entrega sincera de sí mimo a los demás’. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: ‘Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro’. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar —sin una familia concreta a quien amar—. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque ‘la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer solo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte’. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros ‘una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser’. Por ello ‘en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo’” (Fratelli Tutti 87-88). De eso se trata emprender una revolución de luz: irradiar más y más comunión saliendo más y más de nosotros mismos, haciendo más y más familia humana que resplandece en más y más comunión, haciendo posible un mundo donde toda persona crezca en familia, con dignidad y oportunidades adecuada de desarrollo integral: “El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral” (Fratelli Tutti 118).

Para emprender esta revolución de luz hemos de proponer juntos una Declaración de Derechos Universales de la Familia Humana que haga posible que todos, absolutamente todos, en todo pueblo y nación, puedan crecer en familia, puedan crecer como hermanos, en comunión, conforme a su dignidad, creciendo incondicionalmente amados. En esto es algo que la Declaración Universal de Derechos Humanos se queda corta: en toda la declaración no se menciona la palabra “amor’ ni una sola vez, negando al ser humano el reconocimiento del derecho familiar universal fundamental de crecer incondicionalmente amado, tal cual es propio crecer en una familia humana, tal cual es propio a la dignidad de todo ser humano. Una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana subsanaría esa omisión de la Declaración de Derechos Humanos, a la usanza de una “declaración de amor universal” a la humanidad: All Loves Matter. Cuando se construya el Santuario del Divino Amor en Los Angeles esta Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana ha de estar en algún lugar, pues las iglesias domésticas también han de ser consideradas parte de esa declaración, de la misma forma que una familia budista, una familia musulmana, una familia judía… hasta hacer posible que todo el mundo resplandezca en Amor civil, no solo en amor sacramental, hasta hacer posible que todos resplandezcan como hermanos, creciendo en una familia humana, creciendo juntos como parte de la familia humana. En palabras de la Fratelli Tutti 8: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”.

Esta revolución de luz hace posible al proponer una Declaración de Derechos Universales de la Familia Humana el afirmar que All Lives Matter, All Loves Matter: todo ser humano tiene derecho a vivir conforme a su dignidad inalienable y todo ser humano tiene derecho a crecer en familia, tiene derecho a crecer amado incondicionalmente, vinculado a una familia donde sea amado incondicionalmente, sin vivir como un descartado sino como fraternalmente acompañado. En palabras de la Fratelli Tutti: “Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para al fraternidad ni para la supervivencia de la humanidad… ‘Mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal’. Una sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no solo para asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacados… para que puedan crecer naturalmente abiertos a vínculos, con sus derechos inalienables” (Fratelli Tutti 107, 110-111). Al afirmar All Lives Matter, All Loves Matter renunciamos a la degradación moral, a la superficialidad, al odio, a la violencia, a la destrucción humana, a enfrentarnos unos con los otros para preservar los propios intereses, a burlarnos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad… eligiendo volver a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, caminando juntos hacia un crecimiento genuino e integral donde todos crezcan conforme a su dignidad, asegurando como sociedad que los valores fraternos y humanizantes se transmitan, negándonos a difundir el odio, el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la indiferencia, la cultura de la muerte, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en intereses individuales (Fratelli Tutti 113).

Esta revolución de luz —All Lives Matter, All Loves Matter— se emprende desde un contexto mundial muy concreto: una pandemia mundial. Esta revolución de luz es una forma de transformar la pandemia de Covid 19 en un nuevo albor de amor fraterno para toda la humanidad. En palabras de la Fratelli Tutti 35: “Ojalá que al final —de la pandemia— ya no estén ‘los otros’, sino sólo un ‘nosotros’. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia, del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una nueva forma de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”. Algo que Jesús Caridad me ha dado a contemplar muchas veces es que la destrucción capaz de destruir a la humanidad es la destrucción de la fraternidad, la deshumanización, la desfraternización, la desocialización y la desfamiliarización de la humanidad. Cuando Jesús Caridad habla de salvar a la humanidad no habla meramente de superar el covid o de superar cualquier guerra, violencia y odio: se trata de hacer posible que todos crezcan como hermanos, que todos crezcan como familia humana, que todos crezcan conforme a su dignidad, que todos crezcan en comunión. La raíz de toda destrucción humana no es meramente una pandemia, o una guerra. La raíz de toda destrucción humana, también la destrucción masiva o incluso también la destrucción ecológica, es el no contemplarnos y tratarnos como hermanos, el deshumanizarnos los unos a los otros. Si queremos la paz de la humanidad y el crecimiento de la humanidad necesitamos emprender una revolución de la luz que haga posible que absolutamente todos crezcan como familia humana, superando así juntos todo lo que nos impida resplandecer juntos en comunión, también toda pandemia o toda guerra, transformando absolutamente toda oscuridad en irradiación de la nueva vida que da el Amor a absolutamente toda la humanidad, haciendo posible con la paz que viene de Su Corazón que todos resplandezcamos como hermanos. Jesús Caridad —nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en Su Corazón (Fratellli Tutti 56)— no desea la destrucción de la humanidad ni de ningún pecador sino nuestro crecimiento en más y más comunión, nuestra conversión fraterna, haciendo posible nuestra salvación al hacer posible que todos resplandezcamos como hermanos, como la familia humana que somos llamados a ser emprendiendo juntos Su revolución de luz, creando oportunidades de crecimiento en familia para todos, haciendo posible que todos sueñen con un futuro mejor, colmado de dignidad humana, haciendo más y más vida juntos el “sentido de la responsabilidad fraterna sobre el que se basa toda sociedad civil” (Fratelli Tutti 40), haciendo de la fraternidad el estilo de vida familiar de la familia humana, recorriendo un camino de fraternidad, local y universal, que es recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales (Fratelli Tutti 50) los unos con los otros, generando relaciones de pertenencia y creando lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades, rompiendo círculos que aturden el sentido fraterno alejándonos cada vez más los unos de los otros (Fratelli Tutti 53), derramando en la humanidad más y más semillas de comunión, más y más semillas de bien (Fratelli Tutti 54), caminando juntos con una esperanza audaz, que sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirnos a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna (Fratelli Tutti 55).

Para emprender juntos esta revolución de luz propongo que todos los interesados en emprenderla también hagan su propia propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia humana, exponiendo —tal cual lo ha hecho esta servidora— el cómo son llamados en sus circunstancias y desde sus respectivas creencias y recta conciencia, valores y denominación religiosa, a hacer posible que todos crezcan en familia, exponiendo también el como son llamados a hacer familia y el como esos derechos universales también han de aplicar a su familia, para luego proponer una lista de derechos concretos que han de aplicarse absolutamente a toda familia humana a lo largo y ancho del mundo, de tal forma que entre todos —uniendo propuestas de todo el mundo, denominaciones, creencias, valores…— redactemos una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana que aplique literalmente a toda familia humana, en todo pueblo y nación, haciendo posible así una humanidad luz que resplandezca como humanidad más y más familia, donde todos crezcan conforme a su dignidad humana, donde todos crezcan incondicionalmente amados, como los hermanos que todos somos llamados a ser, como la humanidad familia que todos somos llamados a ser. No hay otro camino a la dignidad humana y a la fraternidad humana plenas, a la paz plena, a la comunión plena, a la solidaridad plena… que no sea el erradicar de la faz de la tierra toda pobreza de familia —el hacer posible que todos crezcan en familia—, pues esa es la peor de las pobrezas sociales, haciendo posible el erradicar eventualmente toda pobreza de dignidad, toda pobreza de paz, toda pobreza de equidad, toda pobreza de comunión, toda pobreza de fraternidad… En palabras de la Fratelli Tutti 21, “Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el “crecimiento”, pero no así para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que ‘nacen nuevas pobrezas’”. La pobreza de familia es una de esas nuevas pobrezas de las que habla la Fratelli Tutti. La Fratelli Tutti no pone entre comillas la palabra “crecimiento”: eso lo puso esta servidora. ¿Por qué? Porque todo crecimiento que no repercuta en un desarrollo integral del ser humano no es verdadero crecimiento humanizante, sino sencillamente solo crecimiento económico, sin más. El crecimiento económico por sí solo, si no se ordena al crecimiento auténticamente humanizante, no nos ayuda a crecer como familia humana. Hemos de hacer posible el crecimiento de una humanidad más y más familia, con un capitalismo integractivo que no solo busca net profts sino también social profits: que busque erradicar todo tipo de pobreza social, también la pobreza de familia, haciendo posible que todos crezcan en familia, que todos crezcamos como familia humana, que todos crezcan dignamente en sociedad, pues el capital humano más importante es el que nos hace una mejor sociedad, el crecer juntos como familia humana. No hay otro camino a la plenitud de la humanidad que no sea el camino de aprender a crecer juntos como familia humana. Al vivir la caridad en la verdad necesitamos dar forma y organización a iniciativas económicas que, sin renunciar al beneficio, quieren ir más allá de la lógica del intercambio de cosas equivalentes y del lucro como fin en sí mismo (Caritas in Veritate 38). Hay que esforzarnos incesantemente por favorecer una orientación cultural personalista, comunitaria y familiar, abierta a la trascendencia, abierta a la fraternidad universal, abierta al proceso de integración planetaria, viviendo y orientando la globalización de la humanidad en términos de relacionalidad, comunión y participación (Caritas in Veritate 43). La economía tiene necesidad de la ética y de considerar la inviolable dignidad de la persona humana para su correcto funcionamiento (Caritas in Veritate 45). La cooperación internacional necesita personas que participen en el proceso del desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, el acompañamiento, al formación y el respeto (Caritas in Veritate 47).

Solamente hay dos requisitos para redactar y proponer una propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana:

1.Que se honren todos los derechos humanos de todos.

2. Que se busque servir al bien común de toda la nación o pueblo al que se pertenezca, y también al bien común de toda la humanidad.

En el caso de quienes propongan esta declaración desde la fe, como esta servidora, esta propuesta también han de servir al bien común de su denominación religiosa, de la misma forma que yo estoy sirviendo al bien común de la Iglesia Católica al proponer esta revolución de luz. Toda las religiones auténticas son una gran herramienta al servicio de la fraternidad en el mundo, al servicio de una nueva fraternización de toda la humanidad: “Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad… Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que solo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros. Porque la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad… Los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos… La Iglesia no puede ni debe quedarse al margen den la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que construyen un mundo mejor… La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y de educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal” (Fratelli Tutti 271-272; 274; 276).

Al proponer esta propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia como parte de mi práctica de fe tengo muy en cuenta que para la Iglesia el manantial de la dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De El surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se le da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a honrar los derechos humanos y la dignidad de todos, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos (Fratelli Tutti 277). Vivir la fe es compatible con servir al desarrollo de todos, pero la religión pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa ‘carta de ciudadanía’ de la religión cristiana. No se me puede negar el derecho a vivir la fe públicamente con todas las consecuencias, incluyendo el proponer una Declaración Universal de la Familia Humana: la negación del derecho a profesar públicamente la propia religión con todas las consecuencias y a trabajar para que las verdades de la fe inspiren también la vida pública, tiene consecuencias negativas sobre el verdadero desarrollo (Caritas in Veritate 56) y además sería una violación de derechos humanos. Como católica creo que el verdadero desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual y religioso, porque el hombre es cuerpo y alma, nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente. El ser humano ha de tener oportunidad de desarrollarse creciendo también espiritualmente, conociéndose a sí mismos y a la verdad que Dios ha impreso germinalmente en nosotros al dialogar con nosotros mismos y con nuestro Creador, de la misma forma que yo lo he hecho mientras he desarrollado esta propuesta… No hay desarrollo pleno ni un bien común sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo (Caritas in Veritate 76).

Al proponer esta propuesta de Declaración Universal de la Familia Humana como parte de mi práctica de fe pongo la luz de la fe al servicio concreto de la justicia, el derecho y de la paz, una fe que nace del encuentro con el Amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida… Estoy viviendo una fe que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por Su Amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del Amor, que desea que todos puedan crecer conforme a su dignidad, que todos puedan crecer conscientes de ser incondicionalmente amados. La luz de esta fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común y de hacer posible que todos crezcan conforme a su dignidad. Esta fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo, reconociendo que sin un amor fiable, nada podría mantener unidos a los hombres, que sin un amor fiable no hay forma de promover el honrar todos los derechos humanos y la dignidad personal de todos. Para esta servidora, el plasmar una sociedad que honre todos los derechos humanos de todos, que honre incondicionalmente la dignidad de todos, es parte de vivir la fe. Al vivir la fe de esta forma la fe se convierte un bien para todos, también un bien social, esta fe es un bien común, su luz no luce solo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá, sino que nos ayuda a edificar la sociedad, avanzando juntos hacia el futuro con esperanza… Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican civilización de amor, viviendo juntos más y más la caridad, edificando una ciudad construida sobre relaciones que tienen como fundamento el amor de Dios vivo y encarnado (Lumen Fidei 51).

Tal cual dije antes, honrar todos los derechos humanos de todos es parte fundamentalísima de cualquier propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana. En palabras de la Fratelli Tutti 22: “El respeto a estos derechos ‘es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común’. Pero ‘observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados’. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?” Todo el que quiera proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana ha de procurar que se honre la igual dignidad de todos ser humano al proponerla, de tal forma que se ayude a erradicar toda forma de injusticia, inequedidad y capitalismo deshumanizante que solo busca el net profit, sin interesarse en el social profit. Solo erradicando toda afrenta a la dignidad humana podremos evitar la “tercera guerra mundial en etapas” (Fratelli Tutti 25) que se desencadena al proponer cualquier cosa sin interesarse en servir al bien común, buscando meramente intereses económicos o otros intereses que no corresponden al bien común de la humanidad, que no responden a buscar un crecimiento común verdaderamente humanizante.

Pondré un ejemplo claro de lo que quiero decir al decir que es indispensable que se honren todos los derechos humanos de todos al proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana: es imposible justificar el acceso al aborto como un derecho universal de toda familia humana porque se está violando el derecho de la vida del niño no nacido. Insisto: para proponer una propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana es necesario honrar en primer lugar todos los derechos humanos de todos al proponerla. Ambas declaraciones —la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana— van de la mano: una habla de la naturaleza humana y otra habla del desarrollo humano –crecimiento en el Amor—, y tanto el ser humano como la familia humana son entidades universales que no pertenecen a ningún estado, pueblo o nación, son patrimonio social de toda la humanidad, no responden a ninguna ideología ni partidismo o denominación particular, sino que ha de responder al bien común. Entiéndase bien común como “el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permitan a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes). Trabajar juntos por el bien común de todas las familias quiere decir asumir responsabilidades para que todos crezcan conforme a su dignidad, para que todos puedan crecer en familia. Esto tiene todo que ver con justicia social: “La justicia social se construye allí donde se respeta la dignidad inviolable de cada ser humano y se garantizan y ponen en práctica los derechos que se derivan de ella, sin ninguna restricción. A ello pertenece también el derecho a la participación activa en la vida política, económica y cultural de la sociedad. La base de toda justicia es el respeto a la dignidad inviolable del hombre, que ‘nos ha sido confiada por el Creador, y de la que son rigurosa  y responsablemente deudores los hombres y mujeres de cada coyuntura de la historia’ (San Juan Pablo, Sollicitudo Rei Socialis). De la dignidad humana se derivan directamente los derechos humanos —y también se han de derivar los derechos de la familia humana— que no puede abolir o cambiar ningún Estado. Los Estados y las autoridades que pisotean estos derechos son regímenes injustos y pierden su autoridad. Pero una sociedad no se perfecciona mediante leyes, sino mediante el amor al prójimo, que, ‘sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como otro yo’ (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 27,1)” (You Cat 329). Es decir: al hacer posible que todos crezcan en familia también construimos auténtica justicia social, pues hacemos posible que todos crezcan conforme a su plena dignidad humana. Al proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana que afirme al ser humano como llamado a crecer incondicionalmente amado y que afirme a la familia como el recurso más auténtico y profundo de la vida social, de la política, de la economía, de la educación, de la salud… también construimos justicia social, también construimos una humanidad más luminosa, justa, unida, fraterna, feliz, solidaria, pacífica… una humanidad más plena para todos, una humanidad más viva para todos.

Dicho lo dicho, solo me resta proponer mi lista de derechos universales de la familia humana, propuestos desde mi fe, honrando todos los derechos humanos de todos y sirviendo al bien común de la humanidad, de mi nación —Estados Unidos—, de mi pueblo —Puerto Rico—, de mi Iglesia —la Iglesia Católica— y también sirviendo al bien común de la futura iglesia doméstica y patria doméstica que soy llamada a formar:

  1. Toda familia tiene derecho a existir y a progresar como familia. Todo ser humano, especialmente aún siendo pobre, tiene derecho a fundar una familia y a tener los medios apropiados para sostenerla.
  2. Toda familia tiene derecho a ejercer su responsabilidad en el campo de la transmisión de la vida y educación de los hijos.
  3. Toda familia tiene derecho a la protección de la estabilidad familia y de la intimidad familiar.
  4. Toda familia tiene derecho a la estabilidad del vínculo y de la institución familiar.
  5. Toda familia tiene derecho a creer y profesar la propia fe y difundirla.
  6. Toda familia tiene derecho a educar a sus hijos de acuerdo con las propias tradiciones y valores, también valores religiosos y culturales, con los instrumentos, medios e instituciones necesarios.
  7. Toda familia tiene derecho a obtener la seguridad física, social, política y económica, especialmente para los pobres y enfermos.
  8. Toda familia tiene derecho a una vivienda adecuada, para una vida familiar digna.
  9. Toda familia tiene derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa y a tener un trabajo o sustento.
  10. Toda familia tiene derecho a la atención médica —incluyendo cuidado prenatal y cuidados paliativos—, a la asistencia a personas ancianas, a la asistencia al cuidado de niños e infantes, a la asistencia a miembros de la familia que estén discapacitados, y a los subsidios familiares.
  11. Toda familia tiene derecho a la libre comunicación doméstica —correo, internet, celulares— y a la libre expresión.
  12. Toda familia tiene derecho a la protección de la seguridad, especialmente del peligros como el narcotráfico, la pornografía, el tráfico humano, los crímenes de odio, el alcoholismo…
  13. Toda familia tiene el derecho de expresión y representación ante las autoridades públicas, económicas, sociales, culturales y cualquier otra, tanto por sí misma como por medio de asociaciones.
  14. Toda familia tiene derecho a crear asociaciones con otras familias e instituciones para cumplir adecuada y esmeradamente su función.
  15. Toda familia tiene derecho a proteger a los menores y dependientes vulnerables mediante instituciones y leyes adecuadas, protegiéndolos de los vicios, de los medicamentos y hormonas perjudiciales, de la pornografía, el alcoholismo, etc…
  16. Toda familia tiene derecho a un justo tiempo libre que favorezca a la vez a los valores de la familia.
  17. Toda familia tiene derecho a recibir asistencia para cuidar a niños, ancianos y enfermos de tal forma que se pueda tener una vida profesional compatible con la vida familiar.
  18. Toda familia tiene derecho a la libertad de emigrar como familia, para buscar mejores condiciones de vida.
  19. Toda familia tiene derecho a recibir todos los medios necesarios para hacer posible una sana compatibilidad de vida familiar y vida profesional. Por ejemplo: recibir acomodo razonable familiar y espacio para atender gestiones y emergencias familiares sin amenaza de despido, recibir compensación económica por baja de maternidad y paternidad —ya sea  dada por el patrono laboral o por la seguridad social del Estado—, cuido de niños accesibles a la zona de trabajo, tiempo de lactancia en el trabajo, tiempo para asistir a la escuela de los hijos…
  20. Toda familia que sea víctima de violencia doméstica por parte de uno de los tutores o progenitores tiene derecho a recibir toda la asistencia necesaria para garantizar la seguridad e integridad de todos los miembros familiares agredidos o amenazados.
  21. Toda familia tiene derecho a tener acceso a servicios de planificación familiar compatibles con los derechos humanos y con los valores de la familia. Por ejemplo: los ginecólogos no han de imponer el uso de anticonceptivos a personas que somos católicas y creemos en la planificación familiar natural. Los ginecólogos y profesionales han estar entrenados para orientar según la preferencia de planificación familiar de la familia.
  22. Toda familia tiene derecho a poder tener mascotas con seguridad e integridad.

En relación a la estructura de la Declaración Universal de los Derechos de la Familia Humana, también tengo una sugerencia concreta. Los Derechos Universales de la Familia Humana (DDFF) serán parte del modelo de formación personal integractivo que mencioné al hablar de ayudar a ser: un modelo de formación personal que abarca a toda la persona de tal forma que sea posible reconocer la dignidad dada por Dios Amor absolutamente a todos y para que sea posible plasmar toda la formación personal a la luz de la Palabra. Para integrarlos a ese modelo tienen que ser 14 artículos, así que esbocé la declaración en 14 artículos que abarcan todos los derechos concretos posibles de toda familia humana.

La estructura general de la Declaración de Derechos Universales de la Familia Humana es esta:

Preámbulo: Principio de Filiación Familiar Universal (Todos son llamados a crecer en familia, a nadie se le ha de impedir vivir y crecer en familia, todos han de crecer incondicionalmente amados conforme a su dignidad humana)

Artículo 1: Institución Familiar (Definición de Familia Humana)

Artículo 2: Planificación Familiar

Artículo 3: Crianza Familiar (Hijos y Menores de edad)

Artículo 4: Dependientes Familiares (Ancianos, Discapacitados y Adultos No Independizados)

Artículo 5: Vivienda Familiar

Artículo 6: Educación Familiar

Artículo 7: Salud Familiar

Artículo 8: Economía Familiar (Sustento Familiar, Trabajo, Subsidios Familiares)

Artículo 9: Libertad Familiar (Libertad Civil, Libertad Religiosa, Libertad de Expresión, Libertad de Emigración)

Artículo 10: Convivencia Familiar (Intimidad Doméstica, Vida Social, Vida Cultural, Comunicación Doméstica)

Artículo 11: Integridad Familiar (Seguridad de todos los miembros de la familia, incluyendo mascotas; garantizar la seguridad de víctimas de violencia doméstica, incluyendo menores de edad y mujeres vulnerables)

Artículo 12: Patrimonio Familiar (Propiedad Privada y Herencias)

Artículo 13: Política Familiar (Asociaciones y Representación Familiar)

Artículo 14: Aplicación Universal de estos Derechos (Conclusión: estos derechos han de aplicarse a toda familia, indiferentemente cual sea su raza, denominación religiosa, nacionalidad, etc…)

En palabras de Nelson Mandela: “Ser libre no es solo romper tus cadenas, sino vivir respetando y mejorando la libertad de los demás”. Este 4 de julio de 2021, día de la independencia de mi nación, Estados Unidos, día de la libertad, lo celebro haciendo posible para todos la libertad de hacer familia en correspondencia a sus valores, fe y recta conciencia. Este 4 de julio lo celebro haciendo posible un mundo y una nación donde todos crezcan en familia, todos crezcan incondicionalmente amados: “Nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte” (Fratelli Tutti 87). Este 4 de julio lo celebro haciendo posible un mundo y una nación donde todos crezcan como hermanos, soñando juntos: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli Tutti 8). Este 4 de julio lo celebro haciendo vida para el mundo y para mi nación grandes valores de fraternidad, haciendo vida el sueño de plasmar una humanidad más familia para todos: “En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva a una especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este camino de la desilusión o de la decepción. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí” (Fratelli Tutti 30). Este 4 de julio lo celebro consagrando mi nación a vivir la caridad, viviendo juntos un auténtico amor social, yendo al encuentro los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión… buscando más y más la paz con más y más amor social: “A partir del «amor social» es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos” (Fratelli Tutti 183).

Este 4 de julio lo celebro haciendo posible una nación y un mundo donde todos puedan iluminar, amar, servir… en una humanidad y nación más fraterna, libre, feliz, humana, unida, justa, pacífica y solidaria, en una humanidad y una nación más familia, donde todos crezcan como la familia luz que somos llamados a ser, como los hermanos que somos llamados a ser, creciendo juntos en más y más comunión, más y más consagrados a vivir la caridad, más y más consagrados a hacer posible que todos resplandezcan en más y más comunión, honrando incondicionalmente la dignidad de todos, haciendo posible que todos crezcan domésticamente, humanamente. Nos cuenta el zorro del Principito: “Domesticar significa ‘crear lazos’. Para mí todavía no eres más que un niño parecido a cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me domesticas nos necesitaremos el uno al otro” (El Principito, Antoine de Saint-Exupery). Sí, este 4 de julio celebro la libertad de crear lazos, de tal forma que creamos juntos como la Patria luz y la Iglesia Luz que somos llamados a ser, como Patria más y más doméstica, como Iglesia más y más doméstica, como humanidad más y más doméstica, como mundo más y más colmado de lazos de luz, de declaraciones de amor, donde todos resplandecen como la familia humana que somos llamados a ser, donde todos resplandecen como la luz que somos llamados a ser, emprendiendo juntos esta revolución de luz, cada cual afirmando a la familia desde su trinchera, desde su corazón abierto al amor incondicional, hasta resplandecer juntos como la Patria familia que somos llamados a ser, como la Iglesia familia que somos llamados a ser, como la humanidad familia que somos llamados a ser, pues nos necesitamos unos a otros para convertirnos juntos en la familia humana plena que somos llamados a ser.

Somos hombres en una única y sola familia, dijo Juan XXIII Todos somos llamados a caminar, a crecer y a resplandecer como la familia humana que somos llamados a ser juntos. ¡Esta revolución de luz es para todos!

Y tú, ¿qué propones como propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana?

¡Emprendamos juntos esta revolución de luz!

VII. Conclusión: Vivir el Encanto, Vivir la Caridad

A modo de conclusión, en esta parte del texto escribiré acerca del contexto civil que me ha rodeado durante los años en los que he contemplado las ideas contemplativas compartidas en las secciones precedentes de este escrito.

Me es imposible proponer una revolución de luz eclesial —el proyecto de evangelización familiar— y una revolución de luz humana —la propuesta de Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana— sin proponer también una revolución de luz civil que aplique a mi patria y a mi pueblo. Con disculpas a los lectores internacionales que me lean, advierto de antemano que en esta conclusión me referiré más en concreto a Puerto Rico como mi pueblo y a Estados Unidos como mi nación. Ambos son mi Patria.

Hace muchos años atrás, alrededor del 2010, di unas clases voluntarias de arte en las cuales coordiné una exposición de arte para los estudiantes que participaron en esas clases. Esa exposición se tituló “Vivir el Encanto”, y en esa exposición se suponía que se compartiera por primera vez la pintura de Jesús Caridad. No pude hacerlo: mi hermano progenitor rompió el lienzo y no era prudente transportarlo de esa forma si quería evitar más daño estructural. En el discurso de esa noche, que fue un 19 de marzo, expuse como somos llamados como puertorriqueños a vivir el encanto aportando el mejor crecimiento posible a Puerto Rico, no solo siendo isla del encanto sino viviendo el encanto juntos, haciendo posible el crecimiento más pleno de todos, aportando el mejor crecimiento posible a nuestro pueblo al convertirnos en la mejor persona que podamos ser.

A lo largo de los años he descubierto, muy poco a poco, todo lo que se ha hecho a mi alrededor para literalmente impedir mi crecimiento más pleno posible y sobre todo para impedir que comunique y desarrolle mi vida de fe, con evidentes repercusiones en la vida cultural y política puertorriqueña. De hecho, mientras he escrito este mismo texto he sido literalmente torturada al estilo Auschwitz, con diversos gases tóxicos. Realmente me han torturado por años con todo tipo de gases que causan diversos efectos secundarios —congestión nasal, congestión pulmonar, bradicardia o aumento en la frecuencia cardiaca, dolor de pecho, incontinencia urinaria o fecal, lacrimeo intenso, ardor de ojos, olor de ajo, orina rojiza, calambres, adormecimiento de extremidades, somnolencia, tics faciales o en el cuerpo, náuseas y vómitos, dolor de cabeza, parálisis facial y también en las piernas, somnolencia súbita, visión borrosa, dolor abdominal… por solo mencionar ALGUNOS de los efectos secundarios que he tenido a lo largo de los años…— pero no es hasta estos días, mientras he escrito este texto, que he descubierto que el nombre “oficial” de lo que han usado para intoxicarme, además de arsénico y monóxido de carbono, es “gases nerviosos”. Ojalá pudiera decir que lo peor que han hecho ha sido usar gases nerviosos, pero no, han llegado más lejos que meramente usar gases nerviosos para torturar: también han torturado a niños y a mascotas con los mismos gases nerviosos que han usado con esta servidora. No solo se me ha forzado a vivir torturada: se me ha forzada a ver cómo han torturado a otros para torturarme a mí —incluso llegaron a matar a uno de los perros—, a seres totalmente indefensos. Eso es horrendamente crudo, especialmente cuando se trata de niños incapaces de ser incluso conscientes de como eran usados y abusados, pero pasó, y la verdad tiene que ser dicha como parte del proceso de sanación civil que nos corresponde emprender.

Todo esto que estoy describiendo, que quede claro, nunca ha sido un “hecho aislado”. Esto ha sucedido con la colaboración civil y profesional de muchas personas: doctores, sacerdotes y diáconos, policías, jueces, trabajadores sociales, enfermeros, empleados en diversas tiendas en las que suelo comprar habitualmente… hasta maestros y patronos laborales. Por supuesto, todo esto también ha sucedido en las narices de todas las autoridades federales, estatales y eclesiásticas, que sabiendo que estaba siendo torturada, no actuaron. Para que se cometan crímenes de odio hacen falta dos cosas: criminales que los cometan… y autoridades que lo permitan. Tanto unos como otros son igual de responsables ante los crímenes de odio, que quede claro. Todo esto no es solo responsabilidad de los torturadores, sino también de quienes, aunque no torturaron directamente, lo permitieron. Todos hemos de ser responsables de hacer posible una sociedad libre de todo tipo de crímenes de odio, libre de todo tipo de dehumanización, de todo tipo de violaciones de derechos humanos.

Todavía no me he enterado de la razón concreta para tanto odio. ¿Todo esto fue meramente para impedir que difunda lo que he contemplado en unidad a Jesús Caridad, o sea, odio a la fe? ¿Impedir que se desencadene un cambio político por como Jesús Caridad insiste en que nos corresponde como puertorriqueños ser ciudadanos iguales de Estados Unidos como estado de nueva fraternidad, o sea, odio político? ¿Mi propuesta —que también contemplé gracias a Jesús Caridad— de un modelo de formación personal integractivo que da al traste con las movidas de ideología de género y las diversas deformaciones ideológicas de izquierda, o sea, odio ideológico? ¿Mi insistencia en que no se debe usar la iglesia puertorriqueña para promover que Puerto Rico es un “país”, o sea, odio eclesial, si es posible hablar de semejante cosa? Como pueden notar, esencialmente cualquiera de las opciones incluye odio a la fe, pero no es exactamente el mismo tipo de odio en cada opción. Hay que recordar que el odio nunca es racional, así que es posible que tal vez nunca se descubra exactamente su razón detonante.

Sea como sea, sí que tengo algunas cosas claras.

La primera cosa que tengo muy clara: todo este odio ha durado muchísimos años, aunque aún no sé si fue literalmente desde nacimiento, y a lo largo de los años han sido MUCHISIMAS las personas que han sido parte de la explotación psicológica que ha sucedido a mi alrededor, incluyendo a todos los relativos de sangre por ambos lados. Digo “relativos” porque no actuaron como familia. Eso no es familia humana. Familia humana es mucho más que solo lazos de sangre, tal cual describí en la propuesta de Declaración Universal de Familia Humana.

La segunda cosa que tengo clara: realmente hay que estar muy mentalmente enfermo para hacer lo que se ha hecho en esta casa de torturas. No hay forma de que mis hermanos progenitores estén psiquiátricamente sanos. No la hay. Punto. Sencillamente el extremo narcisista ha llegado a extremos absolutamente irreales y criminales —los hermanos vecinos subieron súbitamente el reguetón al escribir esto. Suelen subir el reguetón a modo de burla cuando escribo determinadas cosas—. De hecho, mientras he estado escribiendo estas líneas —mientras estoy haciendo una recopilación de como he sido torturada a lo largo de los años y de cómo sigo siendo torturada en estos momentos— los hermanos progenitores están gritando (hacen eso cuando quieren ser escuchados a la fuerza) exageradamente, con tono de celebración, “alegría”, carcajadas y regocijo enfermizo y artificial (todo lo que hacen es absolutamente artificial, pero de cuando en cuando exageran más lo de artificial y fingido), gritando tan y tan alto la palabra “felicidades” que a pesar de tener la radio justo a mi lado, escuchándola a un volumen relativamente alto, se escucha perfectamente lo que ellos gritan mientras escribo a una distancia considerable de donde están ellos. Jamás he entendido como ha sido posible que la tortura que han emprendido contra esta servidora durara tantos años, como tuvieron los recursos, las colaboraciones, las conexiones para sostener el abuso narcisista por tantos años. Créanme, no tengo la menor idea. El solo detalle de la inmensa cantidad de dinero y recursos humanos que se ha gastado a mi alrededor y en esta casa de torturas a lo largo de los años para hacer viable la estructura de abuso narcisista y criminal es, literalmente, una millonada. ¿De donde han sacado todo ese dinero? No lo sé, pero estoy segura de que no es dinero legítimo. Eso también lo tengo muy claro. ¿Narcotráfico? Nunca he tenido evidencia para demostrar esa suposición, pero es lo que siempre he pensado como su fuente de ingresos para financiar la tortura y los abusos cometidos a mi alrededor a lo largo de los años. Créanme, he conocido “familiares” cuyo estilo de vida era sencillamente incompatible con los ingresos que podrían tener razonablemente con sus respectivos trabajos —los hermanos vecinos vuelven a subir el reguetón súbitamente al escribir esto. Como tantos vecinos pagan los sistemas de sonido para subir y bajar el reguetón tantas veces al día, desde puntos diferentes casi siempre, tampoco tengo la menor idea— y que además no dudaban en ostentar esa discrepancia luciendo todo tipo de artículos y viajes innaccesibles a la mayoría.

También tengo claro que no soy responsable de lo que se ha hecho en esta casa y el abuso criminal que se ha permitido que sucediera a lo largo de los años. No hay forma de ser capaz de imaginar que sea posible una maquinaria de control psicológico, médico y social como la que han emprendido en esta casa. Literalmente no hay forma. No soy en lo absoluto responsable de no haber descubierto antes todos los crímenes de odio y la tortura que se han hecho a mi alrededor durante años. Incluso teniendo sospechas de que algo andaba mal —que las tuve—, he tardado literalmente años en descubrir cada detalle del abuso criminal que se ha emprendido a mi alrededor, descubriendo todo con una lentitud abrumadora. Como ya dije, recién acabo de descubrir que lo que provocaba la constante alergia que he tenido tantísimas veces a lo largo de los años —en concreto, recuerdo especialmente el día de Reyes antes de la JMJ de Río de Janeiro, cuando me provocaron una alergia severísima, delante de todos los “familiares”, mientras preparaba la presentación de Jesús Caridad en Río de Janeiro… y también recuerdo el día de Reyes antes del terremoto, cuando me torturaron entre 12 a 18 horas seguidas, esa ha sido la tortura continua más larga causada con aire intoxicado a lo largo de los años…— era causado por uso de gas nervioso encubierto con una supuesta “sinusitis crónica” a lo largo de los años. Cada cosa que he descubierto me ha tomado larguísimo tiempo… tengo claro, muy claro, que no hay forma de evitar un abuso como este. Literalmente la única forma de evitar los crímenes de odio y el abuso narcisista y criminal que han pasado a mi alrededor a lo largo de los años fue algo que nunca pasó: que las respectivas autoridades identificaran lo que pasaba a mi alrededor y lo detuvieran. De que hubo indicios, los hubo, incluso sin yo misma ser consciente de ellos, o incluso sin que yo fuera totalmente consciente aún de exactamente qué estaba mal. A pesar de todos los indicios que hubo y a pesar de toda la evidencia que compartí en mis redes sociales una vez que comencé a ser consciente de ser víctima de crímenes de odio y de crímenes de guerra —el uso de gases nerviosos no es solo un mero crimen de odio: es un crimen de guerra… y si a eso se incluye el hecho que intentaron disfrazar el uso de gas nervioso con inyecciones forzadas de haldol y otras supuestas condiciones médicas, el paralelismo con los experimentos médicos de Auschwitz es escalofriante: aquí también hubo doctores de la muerte que usaron la medicina para torturar y violar derechos humanos— las autoridades nunca actuaron. Sencillamente permitieron que fuera torturada frente a todos. Ese hecho siempre ha sido más difícil de tragar que cualquier medicina forzada.

Hay una cosa que no tengo clara, pero pudo haber pasado: que se me hiciera abortar sin yo misma saberlo. En su momento se usó a mujeres embarazadas a mi alrededor como herramienta de terror y explotación social —de la misma forma que en su momento se usaron animales muertos o personas con bastón o sillas de ruedas o perros—, pero nunca he estado consciente de estar embarazada. Dadas las circunstancias, de facto pudo haber pasado perfectamente sin darme cuenta: durante años me dormían de tal manera que se metían dentro del cuarto de noche y yo no me despertaba en lo absoluto. Me enteraba porque al despertar las cosas no estaban colocadas como yo las dejé al irme a dormir, o porque literalmente pintaban mi cuerpo y mi cama y al despertar descubría la pintura que no estaba en mi cuerpo al ir a dormir. Al escribir esto hermanos vecinos se ríen a carcajadas en la lejanía, en una carcajada tremendamente exagerada (tengo la radio puesta y se escuchó por encima de la radio) desde una zona del patio donde la casa más cercana está a unos tres solares a distancia. Hay que reírse bien exageradamente para reírse como mínimo a tres solares más abajo y que se escuche. Es algo que suelen hacer muy a menudo a mi alrededor: resaltar la crueldad extrema. Sí, lo que estoy describiendo no es solo horrendamente criminal: también es horrendamente cruel. Los hermanos vecinos han colaborado con el abuso durante años de diversas maneras, como por ejemplo: hacer ruidos de gritos con un “juego de pelota” para interrumpir mi oración contemplativa… y a la misma vez hacer ruidos de falsos gallos en pleno día, delante de absolutamente todos —no solo delante de quienes juegan pelota, sino también de hermanos vecinos y los hermanos progenitores en los patios— sin que nadie, absolutamente se inmute ante ruidos de gallos que absolutamente cualquiera puede reconocer como falsos. Eso es explotación social cruda y dura.

Creo que en este momento me corresponde mencionar un detalle solamente para que los lectores de este texto lo tengan expresamente claro, aunque yo misma lo tengo claro y lo he mencionado muchas veces en mis redes sociales: la inmensa mayoría de todo lo que escrito en este texto, la teología de la luz, el proceso de contemplar a Jesús Caridad, el modelo integractivo de la formación personal, el proyecto de evangelización familiar… las contemplé sin ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor, o al menos sin ser consciente de qué exactamente era lo que estaba mal, sin saber exactamente qué, o pensando que quien estaba mal era yo. Quiero decir: por ejemplo, al plasmar el proyecto de evangelización familiar y al contemplar a Dios Amor como Jesús Caridad, no tenía la más mínimamente consciente de que se estaba usando a la mismísima familia como institución como herramienta de terrorismo doméstico. No me refiero a terrorismo doméstico solo en el sentido de que lo que se ha hecho a mi alrededor es terrorismo dentro de Estados Unidos —esa es la noción más común de terrorismo doméstico—, sino al hecho de que se literalmente se ha convertido la vida doméstica y la vida social familiar en una cruenta herramienta de terror. Eso también es terrorismo doméstico, convertir literalmente la vida doméstica un arma social para aterrorizar. Es una absoluta desfamiliarización que también conlleva desfraternización, deshumanización y desocialización…. Lo que sí contemplé cuando ya era bastante consciente de que era víctima de crímenes de odio —sin ser consciente aún de cual era el extremo de la tortura acometida a lo largo de los años— es el tema de la revolución de la luz. El tema de consagrar a Estados Unidos y a Puerto Rico a vivir la caridad tampoco fue contemplado cuando era consciente de la violencia y la desocialización —la corrupción social, el uso de la mismísima vida social como arma de exclusión social y terror social— que sucedía a mi alrededor.

Hablando de desocialización, tengo claro también que, por mucho que se haya insistido en disfrazarlo y en negar la verdad, lo que ha pasado a mi alrededor a lo largo de los años es propio de algo que va mas allá del mero terrorismo doméstico: es propio de toda una guerra civil, incluyendo el uso de niños y ancianos como agentes de terror —mientras escribo esto los hermanos vecinos suben el reguetón a la distancia—. Los crímenes que han sucedido a mi alrededor no son meros crímenes de odio: son crímenes de guerra. No me refiero ya solo al uso de gas nervioso y de tortura, como dije antes, sino al hecho de que se han acometido crímenes que, para que fuera posible acometerlos, se requiere todo un sistema de violencia social propio de la desocialización y deshumanización que se ve en una guerra civil. Créanme, jamás he entendido porqué las autoridades no solamente eligieron no actuar para detener las torturas, sino que tampoco reconocieron la verdad como correspondía para evitar que hubiera niños, discapacitados y ancianos inocentes que fueran forzadas a ser víctimas de crímenes de guerra. Esto no solo ha pasado en Puerto Rico, en Miami pasó exactamente igual, entre otros lugares de Florida. Es decir: cuando hablo de guerra civil, me refiero a Estados Unidos. Esto pudo haber sido evitado con las medidas oportunas, pero las autoridades sencillamente eligieron no actuar, sencillamente eligieron permitir la instrumentalización de la mismísima vida civil como herramienta de terror. De la misma forma que con “terrorismo doméstico” nos solo me refiero a terrorismo acometido en pleno Estados Unidos sino al uso de la mismísima vida doméstica como arma de terror, con “guerra civil” no solo me refiero a una guerra acometida entre ciudadanos de una misma nación: me refiero también a una guerra que ha sido acometida usando la mismísima vida civil de nuestra sociedad como arma de guerra, con el propósito expreso de aterrorizar y de provocar violencia.

Todo esto que he descrito es el crudo contexto civil en el cual todas las ideas contemplativas que he compartido en este texto han germinado y crecido: el contexto de una cruenta guerra civil. Sí, la crueldad a mi alrededor siempre ha sido extrema: no solo se ha pretendido disfrazar por años la tortura con todo tipo de “condiciones médicas” que en realidad o no existían o si en algún momento existieron fueron provocadas por la misma tortura, sino que una vez siendo yo consciente, poco a poco, de como he estado siendo torturada, en lugar de detenerse han recrudecido la tortura con más gaslighting y con más gastoxication, frente a autoridades que sencillamente no solamente han permitido un mínimo de 14 años todo tipo de torturas y esclavitud médica, económica y civil, sino que además de eso al atreverme a denunciar las torturas en mis diversas redes sociales tampoco reconocieron la verdad de lo que estaba sucediendo. Ambos extremos han sido horrendamente crueles: el extremo de la tortura a mi alrededor —los hermanos vecinos están haciendo ruidos de falsos gallos que se escuchan literalmente en todo el barrio mientras escribo esto, cosa que han hecho durante años y años a todas horas del día y de la noche, especialmente justo cuando me despierto… así ha sido el extremo del control social al que se me ha sometido: mis torturadores saben exactamente cuando me despierto y hacen sonar falsos gallos en ese momento, falsos gallos que se escuchan por todo un barrio que no se inmuta y no detiene la tortura— y también el extremo de la inacción de las autoridades que so solo han permitido el horror de las torturas que han sucedido a mi alrededor, sino que también las han intentado disfrazar con todo tipo de positivismo tóxico, negando la realidad exactamente de la misma forma que lo han intentado quienes me han torturado. No entiendo como a las autoridades nunca les estremeció el hecho de que ya la humanidad ha conocido a doctores de la muerte y el uso de gas para torturar y matar en Auschwitz… pero esta vez se ha hecho en pleno Estados Unidos.

Esto nos enseña otra lección como humanidad: realmente ninguna nación está exenta de la posibilidad que los horrores del Holocausto se repitan en ella. Mientras exista el aborto social, mientras no se aprenda la lección del Holocausto —todos los derechos humanos de todos son incondicionales, la dignidad de todo ser humano ha de ser reconocida incondicionalmente en todas las etapas de su crecimiento— la humanidad estará siempre a un paso de la destrucción social colectiva, una destrucción tan tóxica y tan dañina como el uso de una bomba nuclear al estilo de Hiroshima. Mientras se siga tolerando el aborto social —incluyendo el aborto de niños no nacidos—, los Auschwitz seguirán apareciendo en la historia de la humanidad y seguirán surgiendo más guerras civiles, más fraticidios, más dehumanización. Los hermanos vecinos siguen haciendo sonar ruidos de falsos gallos que se escuchan en todo el barrio mientras escribo estas horrendas palabras. El aborto social es un arma de destrucción social masiva tan eficaz como lo fueron Auschwitz y la bomba atómica, No hace falta ingenieros ni millones para practicar el aborto social. Basta con hacer lo que mis hermanos vecinos están haciendo justo en estos momentos mientras escribo esto: usar la vida social y la vida doméstica para dehumanizar a algunos. Basta hacer lo que las autoridades están haciendo en estos momentos: permitir tortura, permitir dehumanización acometida adrede delante de todos durante años, no aplicar estado de justicia y de derecho ante claros crímenes de odio. El aborto social es el arma de destrucción social masiva de nuestros tiempos. El ser incapaces de contemplar al prójimo como hermano, sea quien sea, es el arma de destrucción social masiva de nuestro tiempo. Conste que esto no lo digo solo por lo que está pasando a mi alrededor. ¿Cuántos hermanos a lo largo y ancho del mundo morirán hoy de hambre por no recibir las ayudas necesarias para vivir una vida digna? Eso también es desfraternización. Eso también es dehumanización selectiva. Eso también es aborto social, y no podemos permitirlo. En palabras de Pablo VI en la Populorum Progressio: “Hay que actuar pronto y a profundidad. Hay que poner en práctica transformaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender sin esperar más, reformas urgentes”.

De esa destrucción es la que Jesús Caridad desea salvar a toda la humanidad: no solo de la destrucción del pecado, sino también de la destrucción social masiva del aborto social, de la dehumanización, la desfraternización, la desocialización la desfamilairización… de la descomunión, de la acaridad y de la afraternidad que nos destruyen como humanidad viva, como Patria viva, como familia humana, como sociedad humana. Jesús Caridad salva de absolutamente todo lo que nos impida resplandecer como hermanos. Jesús Caridad desea la salvación de absolutamente todos, que todos crezcamos como hermanos. La venida de Jesús Caridad hace posible una profunda transformación de nuestra sociedad, de tal forma que transformemos esta guerra civil en revolución de luz. Con razón, cuando el 6 de junio de 1944 los Aliados dispusieron hacer la inmensa invasión a Europa en Normandía, con 2,200 barcos de guerra, 11,000 aviones bombarderos y 3 millones de soldados armados hasta los dientes, invasión con la cual iban a obtener la victoria de la Segunda Guerra Mundial, un oficial le dijo al jefe máximo de todos esos ejércitos, el General Eisenhower: “Hoy es el día más grande de la historia”, y el gran comandante respondió: “No, hoy no es el día más grande de la historia. El día más grande de la historia fue el 25 de diciembre del año 1, cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo”. Sí, es que en aquel día empezó la gran invasión de la gracia de Dios para combatir a los enemigos del alma. Desde ese 25 de diciembre se reveló el gran secreto o misterio de Dios: reunir bajo un solo Jefe, Jesucristo, todos los seres del cielo y de la tierra. Los seres humanos nos hallábamos en una verdadera guerra civil y guerra mundial: cada uno dentro de sí mismo luchando, y todos guerreando contra todos. Y era necesario que llegara un Jefe Supremo capaz de atraernos a todos y gobernarnos a todos y acabar con nuestras guerras internas y externas para traernos la verdadera paz, la paz que viene de Su Corazón, la paz que hace posible que todos resplandezcamos como hermanos.

También tengo claro otra cosa, la más importante de todas las cosas que tengo claras: tras toda esta guerra civil, tras toda esta guerra fratricida, nos corresponde recorrer juntos el camino de perdón y de la reconciliación civil. Lo digo con toda humildad, consciente de que es Dios Amor quien da la gracia para escribir estas palabras y de que si puedo hacerlo es porque lo he aprendido de Jesús Caridad: perdono de todo corazón a absolutamente todos los que me han torturado y a absolutamente todos los que han permitido la tortura. Como pueblo puertorriqueño y como nación estadounidense no podemos responder odio con odio, violencia con violencia, guerra con guerra, oscuridad con oscuridad. Hay que abrir caminos de reconciliación, paz y perdón, y ya Jesús Caridad mismo abrió ese camino al proponer la consagración de todo Estados Unidos, incluyendo a Puerto Rico, a vivir la caridad. Insisto, al contemplar el deseo de Jesús Caridad de consagrar a Estados Unidos y Puerto Rico a vivir la caridad… no tenía ni idea de que había toda una guerra civil en progreso, no tenía idea de que estaban sucediendo crímenes de odio y de guerra, ni siquiera tenía idea del terrorismo doméstico. Los hermanos vecinos volvieron a subir súbitamente el reguetón a la distancia al escribir esa última oración. Vuelvo a repetir: no podemos responder odio con odio, violencia con violencia, guerra con guerra, oscuridad con oscuridad, violaciones de derechos humanos con más violaciones de derechos humanos. Ese no es un camino cristiano, pero sobre todo, ese no es un camino de fraternidad civil… y no puede haber paz si no nos reconocemos todos como hermanos. Entonces, el vivir la caridad ya no es una mera propuesta para vivir el encanto: este vivir la caridad es toda una revolución de luz civil que abarca a todo Puerto Rico y a todo Estados Unidos.

Como one nation under God, somos llamados a emprender esta revolución de luz civil como misión de luz, como envío de luz. Somos llamados a dejarnos convertir en Su pueblo profeta, en Su pueblo del nuevo albor, profetizando la llamada de Dios Amor a la conversión, profetizando Su llamada a hacer familia humana, eclesial y civil según Su plan. Al hablar del proyecto de evangelización familiar propongo una revolución de luz eclesial, una revolución de luz que irradia a la familia eclesial. Al proponer una Declaración Universal de Derechos de la Familia Humana propongo una revolución de luz humana, una revolución de luz que irradia a la familia humana. Al proponer consagrar a Estados Unidos a vivir la caridad estoy proponiendo una revolución de luz civil, una revolución que irradia a la familia civil, haciendo posible una sociedad donde todos nos comprometamos a hacer posible que todos crezcamos conforme a nuestra dignidad inalienable, una sociedad donde todos resplandezcamos juntos en más y más comunión como la familia nación que somos llamados a ser, resplandeciendo juntos como los hermanos que somos llamados a ser, como la luz que somos llamados a ser.

De la misma forma que en su momento Moisés hizo posible para su nación una nueva vida conforme a la voluntad de Dios, como cristianos luz somos llamados a dar testimonio vivo del Dios que es Amor —Yo Soy El que Soy, le dice Dios a Moisés— que nos envía a liberar a nuestra Patria de toda corrupción profetizando el Amor de Dios vivo y encarnado, dejándonos convertir en discípulos de la luz, en discípulos de comunión, en discípulos de la caridad, en discípulos de paz, acogiendo juntos más y más Su llamada a navegar juntos más y más duc in altum, haciendo resplandecer juntos vínculos de caridad y fraternidad, pescando juntos con redes de caridad encarnada, siendo discípulos que hacen posible un pueblo nuevo, un pueblo mejor, un pueblo unido, un pueblo reconciliado, sirviendo al bien común haciendo posible que todos resplandezcan como ciudadanos iguales de la nación, haciendo posible un pueblo libre de toda violación de derechos humanos posibles, también libre del colonialismo que es la violación de derechos fundamental a todos los puertorriqueños que a desencadenado toda esta violencia. En algún momento de este texto mencioné, creo que citando a la Fratelli Tutti, que allí donde es negada la igualdad y los derechos humanos de algunos suelen surgir situaciones de violencia, muchas veces inesperadas. Pues eso mismo es lo que ha sucedido en Puerto Rico: una situación política de desigualdad e inequidad crónica a lo largo de los siglos —esto comenzó mucho antes de 1898, lo sabemos todos, lo que pasó en el tratado de París puede denominarse “la excusa” que ha desencadenado la debacle sociopolítico puertorriqueño que comenzó mucho antes, puesto que como parte de España también éramos ciudadanos desiguales de la nación a la que pertenecíamos— ha sido caldo de cultivo para toda una guerra civil. Lecciones que debieron ser aprendidas en el Holocausto no han sido aprendidas: nunca es lícito el aborto social, el aplicar selectivamente los derechos humanos a solo algunos ciudadanos —tal cual se ha hecho con los derechos humanos de los puertorriqueños que han sido forzados a vivir como ciudadanos de segunda de Estados Unidos— o, dicho de forma negativa, el no aplicar todos los derechos humanos a todos, tal cual se hace con los niños abortados a los que se niega el derecho humano de la vida —de ahí el nombre de “aborto social”: negar derechos humanos selectivamente es el equivalente social a abortar selectivamente a un ser humano—. Al permitir la deshumanización de algunos nos deshumanizamos todos como sociedad. Al permitir el que se aborte socialmente a algunos, al permitir que se nieguen los derechos humanos a algunos, abortamos a la sociedad entera —Los hermanos vecinos volvieron a subir exageradamente el reguetón al escribir esto—.

Jesús Caridad ha sido quien nos ha propuesto, hermanos puertorriqueños, la forma en que somos llamados a vivir el encanto para resplandecer como nueva isla luz, como nueva isla del encanto, como nuevo pueblo luz: hemos de vivir el encanto viviendo la caridad, creciendo siendo la mejor persona que podamos ser al elegir vivir la caridad como nos corresponde vivirla, al elegir servir juntos al bien común como nos corresponde, al elegir hacer posible juntos una sociedad donde todos podamos crecer como hermanos, como la luz que somos llamados a ser, como el pueblo familia que somos llamados a ser, como los ciudadanos luz que somos llamados a ser, como los ciudadanos iguales que somos llamados a ser, poniendo fin a toda violación de derechos humanos —incluyendo el colonialismo—y a toda guerra civil que nos impida resplandecer creciendo juntos en más y más comunión, encontrando y afirmando puntos de encuentro entre las diversas visiones culturales que nos conforman como pueblo puertorriqueño. Esto de vivir la caridad no es meramente una propuesta de fe: es toda una propuesta cultural para transformar a Puerto Rico entero —y a Estados Unidos también— en la tierra fraterna y de paz que somos llamados a ser, en la tierra del encanto que somos llamados a ser, en el land of the brave que somos llamados a ser haciendo vida la valentía de elegir la paz, el perdón, la fraternidad.

Esto es otra cosa de la que he hablado antes en mis redes sociales pero que conviene mencionar expresamente ahora: en mi opinión, la consagración a vivir la caridad no es algo que necesariamente tenga que hacerse necesariamente solo como consagración religiosa católica. Cualquier ciudadano, sea cual sea su denominación religiosa, puede comprometerse a vivir la caridad. Vivir la caridad es un compromiso civil —si es posible hablar de tal cosa, puede llamarse “consagración civil”— que compete a todo ciudadano. Todos somos llamados a hacer posible una nación de Amor que resplandezca en más y más comunión. Todos somos llamados —cada cual desde sus creencias y formas, incluyendo a ateos— a hacer posible una sociedad donde todos resplandezcamos como hermanos, donde todos resplandezcamos en comunión, donde se honre la dignidad de todos, donde todos podamos crecer incondicionalmente amados. El vivir la caridad es toda una revolución de luz que no solo apela a los cristianos —que hemos de verlo como consagración religiosa porque creemos que necesitamos la gracia para vivir la caridad en más y más correspondencia al Cielo en todas las dimensiones de nuestra vida, no solo la civil— sino a cualquier ciudadano consciente de su llamada civil a servir incondicionalmente al bien común de toda la nación, tal cual le corresponde hacerlo a todo ciudadano luz.

Hace muchos años atrás, al contemplar por primera vez la llamada de Jesús Caridad a consagrar a Estados Unidos, incluyendo a Puerto Rico, a vivir la caridad, pensaba que entre las razones para ello estaba el hecho de que Estados Unidos, como la nación más materialmente rica del mundo, ha de tener una llamada especial a vivir la caridad con los más necesitados. Esta es la noción más típica del vivir la caridad: vivir la caridad generalmente se entiende cómo ayudar a los más necesitados, aunque claramente esta servidora nunca ha entendido el vivir la caridad solo como eso. De hecho, he contemplado muchas razones para justificar esta llamada a consagrar a Estados Unidos a vivir la caridad. Créanme, jamás imaginé que esa consagración a vivir la caridad se convertiría en toda una revolución civil, en toda una revolución de luz en el contexto de una guerra civil y de terrorismo doméstico, en toda una revolución de luz que emprende un gran proyecto social: plasmar juntos una sociedad donde todos resplandecemos con igual dignidad, donde todos resplandecemos como hermanos, donde todos resplandecemos juntos en más y más comunión. Esta revoluciónde luz es vivir la caridad como opción preferencial por el Amor: ante toda circunstancia, Jesús Caridad nos llama a elegir vivir la caridad, vivir la fraternidad, vivir la comunión, vivir la paz, vivir el Amor, y vivirlo desde el corazón, consagrando el corazón, a la familia y a la nación a vivir la caridad. En cierta forma, es convertir a la tierra de la libertad en la tierra del amor civil, el usar la libertad para elegir amarnos como hermanos.

Cuando digo que literalmente hemos de hacer vida la opción preferencial por el Amor en toda circunstancia, eligiendo vivir la caridad una y otra vez, lo digo mientras estoy siendo torturada a tal extremo que no pude proseguir escribiendo por el dolor intenso en la nariz, que no dejaba de tener congestión —constante agua que baja por la nariz que no deja de arder por dentro— provocada por algún tipo de gas nervioso… tuve que esperar unas dos horas para ser capaz de proseguir escribiendo por el intenso dolor y ardor que me provocó el gas nervioso dentro de la nariz. Esto mismo que hicieron hoy lo han hecho durante más de 14 años. La diferencia es que ahora soy consciente tanto de que están usando gas nervioso como del hecho de que las autoridades están permitiendo adrede la tortura. Si, créanme, siempre podemos hacer vida la opción preferencial por el Amor. Siempre. Ese es el futuro de Puerto Rico, de Estados Unidos y de la humanidad: elegir vivir la caridad, elegir vivir el encanto, elegir vivir en la luz, elegir construir juntos la nación nueva que somos llamados a ser, el pueblo nuevo que somos llamados a ser, la humanidad nueva que somos llamados a ser. Esta llamada a vivir la caridad es para absolutamente todos. Esta llamada a la conversión, esta llamada a dejarnos convertir en los hermanos que somos llamados a ser, es para absolutamente todo el pueblo, toda la nación, toda la humanidad. Solo podemos salvarnos juntos. Solo podemos crecer juntos. Solo podemos dejar atrás toda guerra civil, toda guerra fratricidio, toda dehumanización, toda desfraternización, toda desfamiliarización, toda desocialización… dejándonos convertir juntos en la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser, acogiendo juntos Su llamada a la conversión, acogiendo juntos la llamada a la reconciliación reparadora que nos resucitará, perdiendo el miedo a todo lo que nos impida resplandecer como hermanos, acogiendo con valentía la llamada a hacer resplandecer un nuevo futuro sobre nuestro pueblo y sobre nuestra nación, perdonándonos mutuamente y eligiendo caminar juntos como hermanos, declarando nueva adoración y nueva fraternidad.

A Puerto Rico le corresponde hacer vida un profundo perdón histórico por todas las injusticias vivida a lo largo de su historia, tanto en su historia como parte de España como en su historia como parte de Estados Unidos. Sí, las injusticias han sucedido. Por ejemplo, por mencionar solo uno: el uso de mujeres puertorriqueñas como conejillos de indias para experimentar con pastillas anticonceptivas. Solo el perdón histórico puede abrir la puerta a un nuevo futuro en Puerto Rico, un futuro en el que resplandezcamos declarando nueva fraternidad: somos ciudadanos hermanos a los que les corresponde resplandecer como ciudadanos iguales de su nación, Estados Unidos. No hay forma de consagrar a Estados Unidos y a Puerto Rico a vivir la caridad sin acometer este perdón histórico de ambas partes, haciendo posible un nuevo futuro colmado de comunión para absolutamente todos.

Yo sé por experiencia propia lo difícil que puede resultar perdonar determinadas crueldades extremas que han sucedido —permitidas por todas las autoridades que debieron haberlas impedido y denunciado— a lo largo de la propia historia… pero también sé que si nos perdonamos unos a otros sencillamente seguiremos en una espiral de odio que no nos lleva a convertirnos en la obra viva de Amor que somos llamados a ser, en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser, en la nación de Amor que somos llamados a ser. Si se lo pedimos a Jesús Caridad, El concederá la gracia necesaria para perdonar, para emprender un nuevo futuro, dejando atrás todo vestigio de crueldad y de odio para abrazar el nuevo horizonte que hace resplandecer Jesús Caridad para todos. Esto también es parte de consagrarnos a vivir la caridad, consagrarnos a un nuevo modo de ver nuestro orden civil, haciendo vida una nueva forma de ver nuestra vida civil, un nuevo orden que haga posible que todos resplandezcamos como hermanos, dejando atrás toda manipulación ideológica, ampliando nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal y una dimensión civil capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos (Fratelli Tutti 83) de tal forma que hagamos posible una sociedad donde todos resplandezcamos como hermanos.

El elegir la opción del perdón histórico no significa negar la verdad de lo que ha sucedido, negar los hechos, disfrazar la realidad como se ha hecho a lo largo de los años, sino que podemos reconocer la verdad y transformar todo lo que sucedió en lección viva de lo que jamás debe volver a suceder en nuestra historia, transformando todo en el fundamento de un nuevo camino de paz, negándonos a la venganza. En palabras de la Fratelli Tutti: Solo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprendernos mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza. Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite, ‘los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis recurrente. El pueblo tiene derecho de saber qué pasó’. En efecto, la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas (…). La verdad no debe, de hecho conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón… Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas (…) La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible” (Fratelli Tutti 226-227)

Hemos de hacer posible el perdón social, el perdón histórico, eligiendo vivir la caridad con un Amor que se abre a todos (Fratelli Tutti 82). Entonces, al perdonar y contemplarnos todos como hermanos reconciliados, ya no decimos que tenemos ‘prójimos’ a quienes debemos ayudar, sino que nos sentimos llamados a volvernos nosotros prójimos de los otros (Fratelli Tutti 81), dejándonos convertir en sembradores de cambio, en promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía social… dejándonos convertir en poetas sociales que trabajan, proponen, promueven y liberan haciendo posible una nueva sociedad colmado de desarrollo humano integra… (Fratelli Tutti 169), haciendo posible juntos una sociedad en la que ningún individuo o grupo humano se pueda considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales (Fratelli Tutti 171), haciendo posible con la aportación de esta revolución de luz una concreción real de nación familia, de pueblo familia, de humanidad familia, de familia de naciones, una concreción real del concepto de familia humana (Fratelli Tutti 173), emprendiendo una revolución de luz al desarrollar juntos, viviendo la caridad, esfuerzos admirables pensando en el bien común, realizando juntos gestos verdaderamente heróicos que muestran de cuanta belleza, fraternidad y luz es capaz nuestra humanidad (Fratelli Tutti 175).

Emprender juntos esta revolución de luz civil significa muchas cosas. Significa emprender juntos un camino hacia una mejor convivencia, reconociendo la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal (Fratelli Tutti 228). Sí, los hermanos que se han equivocado a lo largo de los años —los hermanos vecinos suben el reguetón mientras escribo estas líneas— deben tener la oportunidad de enmendarse y aportar también a esta nueva sociedad, haciendo vida juntos una verdadera reconciliación que se alcance de manera proactiva, formando juntos una nueva sociedad basada en el servicio a los demás, más que en el deseo de dominar e imponer; una sociedad basada en compartir con otros lo que uno posee y es, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor riqueza posible y por el mayor poder posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres humanos, como hermanos y como ciudadanos luz es definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este la familia, la nación, la raza o la cultura… (Fratelli Tutti 229)

Esta revolución de luz civil también significa atrevernos a construir juntos una nueva paz para nuestra Patria. Nunca hay punto final en la construcción de la paz social de un país, sino que es una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de absolutamente todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer entre todos una cultura del encuentro, colocando en el centro de toda acción política, social y económica a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común (Fratelli Tutti 232), poniendo en el centro de toda acción civil el compromiso de vivir la caridad, el compromiso de hacer posible una sociedad donde todos resplandezcamos juntos en comunión, donde todos podamos crecer dignamente, donde todos podamos crecer en familia, donde todos podamos crecer como hermanos. La paz no solo es ausencia de guerra civil sino el compromiso incansable de absolutamente todos de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de cada hermano nuestro, para que puedan sentirse los principales protagonistas del destino de su nación, para que puedan sentirse parte de la nación familia que todos somos llamados a ser (Fratelli Tutti 233), creciendo juntos como los hermanos que somos llamados a ser. Quienes pretendemos pacificar a una sociedad no debemos olvidar que la inequidad, la acaridad, la descomunión, la desfraternización y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. Para generar paz hemos de hacer posible iguales oportunidades de crecimiento, de tal forma que las diversas formas de agresión y de guerra no encuentren un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión violenta, tal cual ha pasado en Puerto Rico. Cuando la sociedad niega la dignidad a algunos, cuando se practica el aborto social, deshumanizando a algunos, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de la inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Hemos de volver a empezar todas las veces que sea necesario para crear juntos una sociedad de paz, empezando siempre desde los últimos (Fratelli Tutti 235). Esta consagración a vivir la caridad es una oportunidad a volver a comenzar, recordando siempre que como cristianos estamos llamados a fomentar la paz siempre, que Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia (Fratelli Tutti 238), ni siquiera en contra de quienes nos hayan oprimido.

Esta revolución de luz civil significa hacer más y más vida la fraternidad civil de tal forma que reconozcamos que estamos llamados a amar a todos, sin excepción, reconociendo también que amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Esta revolución de luz civil significa reconocer que perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal o terrorista continúe haciendo daño, pues quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente o un terrorista nos hace daño —los hermanos vecinos suben el reguetón al escribir estas líneas— nadie nos prohíbe que exijamos justicia y que nos preocupemos para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañar a nadie. Nos corresponde evitar que cualquier terrorista o criminal haga daño, y el perdón no anula esa necesidad sino que la reclama. La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior y ninguna sociedad alcanza la paz social ni se reconcilia con la vida de esa manera. La verdad es que ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales. Así no se gana nada y se pierde todo (Fratellli Tutti 241-242).

Emprender una revolución de luz civil significa ponernos todos de acuerdo para encontrar formas creativas para vivir la caridad de tal modo que logremos un Puerto Rico y un Estados Unidos libres de violaciones de derechos humanos, libres de todo aquello que nos impida resplandecer juntos como hermanos. Esto aplica a una variedad de circunstancias. Por supuesto, aplica a poner fin definitivo a la situación colonial de Puerto Rico, convirtiéndonos en los ciudadanos iguales de nuestra nación que somos llamados a ser, convirtiéndonos en el estado de nueva fraternidad que somos llamados a ser… pero también aplica al reconocimiento pleno de los derechos humanos de los más vulnerables entre nosotros, comenzando por los niños no nacidos, y también aplica al poner fin a todo discrimen y a todo racismo que nos impida resplandecer como la nación familia que somos llamados a ser: all lives matter, all loves matter. No podemos cesar en el empeño de convertir esta guerra civil en una nueva oportunidad para plasmar juntos la nación luz que somos llamados a ser todos juntos, incluyendo a absolutamente todos.

La historia que ha vivido Puerto Rico ha sido difícil y dura, pero con esta consagración a vivir la caridad Jesús Caridad la está transformando en un don para todo Estados Unidos, haciendo resplandecer a toda la tierra de la libertad como tierra de comunión, como tierra de fraternidad, como tierra luz. Ahora nos corresponde seguir adelante transformando nuestra memoria en memoria luz. Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Necesitamos mantener viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió que despierta y preserva de esta manera al recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y de destrucción… no me refiero solo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer la memoria del bien (Fratelli Tutti 249). Si, también hemos de recordar el bien, dejando que la luz del bien triunfe ante toda oscuridad, dejando que esa luz proclame con orgullo quienes somos ante Dios: somos nación, somos luz; somos pueblo, somos luz; somos humanidad, somos luz.

Que quede claro: el perdón no implica olvido del horror. Se trata de reconocer que todo lo que ha pasado —toda la guerra civil, toda la tortura, todo el abuso, toda la explotación, todos los crímenes de odio, todas las violaciones de derechos humanos…— de ninguna manera puede ser negado, relativizado, disfrazado o disimulado… y, sin embargo, aún recordándolo todo, podemos perdonar. Se trata de que aún siendo conscientes de que cuanto ha pasado jamás debió ser tolerado, justificado o excusado, podemos perdonar. Se trata de que aunque sabemos que por ninguna razón debemos permitir olvidar, podemos perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aún quien se resiste al arrepentimiento es incapaz de pedir perdón. Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción para plasmar nueva nación, nueva sociedad, nuevo pueblo. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, como los que han sucedido en esta guerra civil,  que hacer sufrir a quienes los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar a los terroristas, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que hemos sufrido. La venganza, en definitiva, no resuelve nada, solo destruye… El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido (Fratelli Tutti 250-252).

Emprender esta revolución de luz significa entender que la guerra jamás lleva a nada que nos haga crecer como nación y como humanidad, sea la guerra que sea. La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión a la nación. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, si verdaderamente se quiere el crecimiento de todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar toda guerra, consagrándonos a vivir la caridad de tal forma que esto que ha sucedido, que esta guerra civil que ha sucedido, no vuelva a suceder jamás en nuestra historia… negándonos a optar por la guerra detrás de todo tipo de excusas supuestamente humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a falsedades como la manipulación de información o la manipulación social (Fratelli Tutti 257-258). No podemos responder guerra con más guerra. Como decía San Juan XXVIII, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado… Las razones de la paz siempre son más fuertes que todo cálculo de intereses particulares y que toda confianza en el uso de las armas. Nos corresponde aprovechar adecuadamente toda ocasión de compartir una visión de futuro colmada de esperanza que hace vida una profunda conciencia compartida sobre nuestro destino común (Fratelli Tutti 260). Toda guerra deja a la nación y al mundo peor de como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la fraternidad, de la ley y el orden, de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal (Fratelli Tutti 261). Al elegir consagrarnos a vivir la caridad nos corresponde transformar toda guerra en oportunidad de un nuevo comienzo que plasme más y más nueva nación, nación de Amor que resplandece en más y más comunión.

Emprender una revolución de luz civil como cristianos significa reconocer que un verdadero culto a Dios, un culto sincero y humilde, jamás lleva a la discriminación, al odio y a la violencia, sino al respeto incondicional de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás y al compromiso amoroso con todos, al compromiso de hacer posible que todos crezcan como hermanos, dando más y más testimonio vivo y encarnado del amor que nos mueve, porque Dios es Amor. (1 Jn 4,8). (Fratelli Tutti 283). Ese culto no se limita a un culto dado en un edificio o templo, sino que se irradia a toda la sociedad, haciendo posible una sociedad en la que se consume más y más el mandatum novum, de tal forma que se nos conozca como Tus discípulos por como nos amamos, por como hacemos posible una sociedad más y más luz, donde todos pueden resplandecer como la luz que somos llamados a ser.

Emprender una revolución de luz civil significa pedir a Dios que prepare nuestros corazones al encuentro con todo los hermanos con los que conformamos nuestro pueblo y nuestra nación, más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión, haciendo posible que todos sean ungidos con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias, haciendo vida la gracia de ser enviados, con humildad y mansedumbre, a los caminos arriesgados pero fecundos de la búsqueda de la paz (Fratelli Tutti 254). Sí, cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas de diálogo, abriendo sendas de nuevos comienzos y no levantando nuevos muros (Fratelli Tutti 284), recordando que Dios Amor, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que Su nombre sea usado para aterrorizar a la gente, sino para hacer posible un llamamiento civil de paz, justicia y fraternidad… (Fratelli Tutti 285), siendo hermanos de todos.

Mientras escribo estas líneas estoy extremadamente agotada tras varias horas de tortura especialmente cruenta con gas nervioso que me provocó un dolor severo de nariz, tras un periodo especialmente prolongado de runny nose intenso… pero sé como quiero y me corresponde acabar este texto. Tuve que esperar un buen rato para encontrar las energías para poder seguir escribiendo —tras momentos de tortura física especialmente cruenta me dan periodos de agotamiento físico— pero luego de rezar un rato con una de mis manos extendidas de tal forma que era como si Jesús Caridad estuviera a mi lado sosteniéndola, ya tengo fuerzas para seguir escribiendo un rato. Además, mientras escribo estas líneas —los hermanos vecinos están subiendo el reguetón una vez más— ya se celebra la fiesta litúrgica del Beato Charlie (en estos momentos es lunes, 12 de julio de 2021: las fiestas litúrgicas comienzan a celebrarse desde las 4 de la tarde del día anterior a la fiesta litúrgica—, el primer beato puertorriqueño.

Aprovechemos esta fiesta del Beato Charlie, hermanos puertorriqueños, para dar gracias por este nuevo albor para todo nuestro pueblo. Aprovechemos esta fiesta, hermanos boricuas, para celebrar el Amor de Dios que nos ha querido unir de este modo, emprendiendo juntos una revolución de luz civil que haga posible que todos resplandezcamos como la luz que somos llamados a ser, como los ciudadanos iguales que somos llamados a ser, como el nuevo pueblo que somos llamados a ser. Jesús Caridad eligió a Puerto Rico como nuevo Belén para darse a conocer a la humanidad como Dios Amor vivo y encarnado, y jamás me arrepentiré de haber elegido darle a luz en esta, Su tierra más pequeña. Demos gracias juntos por esta gran bendición que nos hace tierra del Amor, tierra de fraternidad, tierra del encanto que es tierra de gracia. Acojamos la gracia que nos da Jesús Caridad para resplandecer juntos como la tierra de luz que somos llamados a ser, haciendo posible que la humanidad entera resplandezca a la luz del Amor de Dios que nos mueve a hacer posible que todos caminemos como la familia humana y fraterna que somos llamados a ser. Dejemos que Jesús Caridad transforme toda nuestra historia en luz para toda la nación y toda la humanidad.

Ya es martes, 13 de julio de 2021, mientras escribo estas líneas. Ya es día del beato Charlie. Ya es día del primer santo puertorriqueño, al que le agradezco el tener la salud en estos momentos para escribir lo que estoy escribiendo. Fue otro día difícil, como suelen ser los días en los que me propongo hacer algo en especial —me propuse acabar hoy este escrito—: Minnie, una de mis peludas que me acompaña a lo largo de las horas que estoy encerrada en el cuarto desde el cual estoy escribiendo, lloró constantemente durante casi toda la noche, lo que me impidió dormir bien, aunque sí que soñé con Jesús Caridad. Me levanté exhausta, como siempre, escuchando a los hermanos vecinos hacer sonar los falsos gallos al levantarme. Usualmente nunca me quedo “dormida” durante el día, pero hoy me quedé dormida desde las 5:30 am a las 8:30 am, totalmente ida, sin recordar un solo ruido a mi alrededor hecho durante ese lapso de tiempo. Durante esas horas usualmente escucho los falsos gallos de los hermanos vecinos, los ruidos que hacen los hermanos progenitores en la cocina, al hermano vecino que tose exageradamente, sin contar los ruidos de las peludas, que también están en el cuarto a esa hora —son tan fieles que solo salen una media hora al día, el resto del tiempo están conmigo dentro del cuarto donde permanezco para evitar, en lo posible, el abuso de mis hermanos progenitores—. Curioso, Minnie lloró varias veces durante la noche, pero en este lapso de tiempo no la escuché llorar ni una sola vez. Lo tengo claro: cuando Minnie llora es porque hay algo en el aire que lo provoca. Durante años han provocado que Minnie llore durante la noche para impedir que duerma… pero incluso teniendo poco sueño, jamás me duermo de tal forma que no escuche ruidos a mi alrededor… salvo que la somnolencia sea provocada. Es decir: mi falta de control sobre mi cuerpo es tal que no solo no puedo impedir que mis hermanos progenitores me fuercen a vivir medicada con medicinas psiquiátricas que sencillamente me fuerzan a usar para disfrazar la tortura del gas nervioso y también con propósitos de gaslighting, sino que además tampoco puedo controlar siquiera mis horas de sueño. Es decir: mis hermanos progenitores pueden perfectamente impedir que duerma a las horas que suelo dormir, y también pueden provocar que duerma en las horas que suelo estar despierta. Eso ha sido un factor común a lo largo de los años: la total incapacidad de establecer una rutina diaria estable para desenvolverme según mis propios propósitos establecidos. Ya sea por tortura o por fallos tecnológicos o porque sencillamente desaparecen mis cosas, no hay forma de tener una rutina estable diaria en esta casa.

En estos momentos, en el periodo de 5:30 am a las 8:30 am suelo hacer, entre otras cosas, el periodo de oración contemplativa: un periodo mas o menos de una hora en el cual contemplo lo soñado al compartir con Jesús Caridad en sueños, además de leer una meditación de las lecturas de la misa del día. Hoy comencé a hacerla a eso de las 9:15 de la mañana, porque al quedarme dormida no pude hacerla a la hora que suelo hacerla. En ese periodo sencillamente estoy en la cama escuchándolo todo a mi alrededor, pero concentrada en la oración contemplativa. Suelo cubrirme la cabeza con la manta para evitar en lo posible que me provoquen alergia, pero hoy me la provocaron igual. Luego de unos 6 estornudos consecutivos y cierta irritación en los ojos, comencé el periodo de oración contemplativa de hoy.

Ya dije que no suelo quedarme dormida durante el día, pero hoy me volví a quedar dormida en el momento de la oración contemplativa. No fue un sueño como el de las 5:30 a 8:30, periodo en el cual no recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Esta vez estaba escuchando todo a mi alrededor al dormir, y también estaba contemplando a Jesús Caridad en sueños, que me animaba a escribir en este texto lo que le pareciera bien al Padre, que fuera transparente, que fuera fiel a la voluntad de Dios, que eligiera irradiar la bondad de Dios Amor, que hiciera más y más vida Su bondad como Maestro del Corazón, y me hizo una pregunta a modo de examen de conciencia para concluir este texto. Compartiré la pregunta al acabar este texto.

Justo tras hacerme Jesús Caridad la pregunta el sueño fue interrumpido: la hermana progenitora me llamaba desde fuera de la puerta. No venía a hablar conmigo desde julio 2, cuando tocó la puerta brevemente para decir que se iban a la boda de mi hermana biológica menor y que “todos me extrañarían mucho”. Leyeron bien: desde el 2 de julio hasta el 13 de julio no he hablado con ser humano alguno que no sea Jesús Caridad. Antes del 2 de julio no me habían hablado en más de una semana también. Así son ellos. Son las cosas que no le dicen al juez cuando van a solicitar una hospitalización psiquiátrica forzada por un juez.

Abrí la puerta y escuché las mentiras que tenía que decirme mi hermana progenitora: insistió en que tenía que salir del cuarto, en que ellos querían “solo lo mejor para mí” y ayudarme, en que tenía que conseguir un empleo —en estos momentos ni siquiera tengo internet ni celular, elementos básicos para encontrar un trabajo— y arreglar la computadora… y preguntó, como si no supiera nada de lo que sucede dentro del cuarto, como si no fueran ellos mismos los que provocan los problemas de sueño, como si no estuvieran al tanto de absolutamente todo lo que escribo, todo lo que digo, todo lo que hago dentro del cuarto y fuera de él, si estaba durmiendo bien. Por dar un ejemplo grotesco de hasta que punto llega la explotación social en esta casa, cuando fui a evacuar al baño un rato antes de esa conversación los hermanos vecinos hicieron sonar falsos gallos que se escuchan en todo el barrio, incluyendo por los mismos hermanos progenitores. Sencillamente vienen a tener esas “conversaciones” solo para provocar odio, para provocar coraje, para provocar violencia.

Mientras hablaba con ella no me dio coraje alguno por su forma de mentir tan cruel. De hecho, me sorprendió darme cuenta que no tenía reacción alguna. Ni la odié, ni busqué en lo absoluto su afecto. Sencillamente le seguí la corriente en todo. Al final de la conversación la perdoné en silencio… y al rato después me di cuenta de que eso que había pasado era una absoluta gracia por la cual me correspondía dar gracias. Voy a explicar con lujo de detalle lo que quiero decir con esto.

Esa persona que estaba delante de mí en esa conversación, al igual que la otra persona que estaba en alguna parte del barrio o de esta casa rondando y posiblemente escuchando todo lo que pasaba en la conversación con mi hermana progenitora… son las personas que me han torturado con gas nervioso por al menos 14 años —los hermanos vecinos hacen sonar ruido de falso camión en reversa al escribir esto… es el ruido de un falso camión en reversa que han querido hacer pasar por verdadero, pero hace muy poco descubrí que era falso—. Son las personas que por disfrazar su abuso narcisista, su tortura, su absoluta explotación humana, económica, social, médica, psicológica, legal… me han hospitalizado a la fuerza unas diez veces, más o menos —siendo muy franca, ya perdí la cuenta de todas las veces que los hermanos progenitores me han hospitalizado a la fuerza; mientras escribo esto hablan en voz exageradamente alta los dos debajo de la ventana, tengo que prender la radio para no escucharlos—. Esas personas son las personas que llevan manipulándome psicológicamente a lo largo de toda una vida, disfrazando una y otra vez su narcisismo con todo tipo de movidas. Tengo recuerdos, claros recuerdos, de como a lo largo de absolutamente toda la vida –incluyendo infancia muy temprana— estas dos personas ya perdían cosas de esta servidora y hasta provocaban daño físico en esta servidora, disfrazándolo como si me lo hiciera yo misma o provocando con explotación psicológica que yo misma me lo provocara. Estas dos personas son las responsables de toda una vida llena de torturas y de odio, de toda una vida llena de manipulaciones emocionales, consentidas por todo tipo de personas, desde “familiares’ y personas en la parroquia hasta personas en las escuelas donde estudié y personas que me “cuidaban”. Estas dos personas son las responsables de que a lo largo de los años tuviera innumerables “problemas médicos” que realmente eran provocados. Estas dos personas son responsables de que a lo largo de los años me sintiera como una rara, como una diferente, como una outsider en la propia casa en que vivía. Estas dos personas son las responsables de que en estos momentos toda mi vida social, absolutamente toda mi vida social, sea inexistente. No puedo salir a la playa. No puedo salir a Costco. No puedo ir a Walmart. No puedo ir a ningún lugar sin que se me explote socialmente a mi alrededor, gracias a la explotación social a la que me han sometido estas dos personas a lo largo de los años.

Mientras escribo estas palabras hacen llorar otra vez a Minnie, como lo hicieron por la noche. Lo que me hace recordar: estas dos personas son responsables no solo de que fuera posible la tortura de muchísimos niños y ancianos —incluyendo sus propios progenitores— sino que además fueron directamente responsables de que se dieran las circunstancias para que hermanos vecinos mataran a uno de los perros que vivía en esta casa, sin contar las fotos de perros muertos que tienen en determinados lugares de la casa —en concreto: tienen fotos de perros muertos junto a información de tumores del cerebro (los gases tóxicos pueden provocar tumores, tal cual ha pasado con los perros y con mis senos hace años atrás) y junto a las pesas para ejercitar la mano que solía usar hace años atrás—. Estas dos personas son las responsables de que básicamente haya vivido como esclava durante toda mi vida, comparándome una y otra vez con un perro al dejar una y otra vez objetos de perros donde están en mis cosas. Estas dos personas son las responsables que en estos momentos viva como una incapacitada funcional: no puedo salir del cuarto porque se me tortura psicológicamente, pero incluso eligiendo permanecer en el cuarto se me tortura físicamente y sensorialmente. Estas dos personas literalmente han transformado el vínculo social más sagrado de toda la vida, el vínculo entre padres e hijos, en terrorismo doméstico… y además lo han hecho con extremísima violencia psicológica, disfrazando sus crímenes con todo tipo de movidas legales y médicas, incluyendo el extremo de conseguir psiquiatras que fueran cómplices de su narcisismo social y de conseguir el uso de fondos del mismísimo gobierno de Puerto Rico para subvencionar su tortura física, médica, social, legal, sensorial… Esas dos personas son las responsables de que a mis 35 años todavía no pueda vivir una vida independiente, con mi propia familia, con mi propio hogar. Esas dos personas son las responsables que la única vida social que tuviera disponible durante años o fuera viviendo forzada a vivir como una enferma mental, o forzada a vivir con perros todo el día. Por supuesto, han intentado evitar de todas las formas posibles que tenga vida interior porque mi única relación humana ha sido, literalmente durante años, con Jesús Caridad, el único ser humano que me ha tocado humanamente —abrazos, sostenerme la mano, descansar en Su pecho, besos en mi alianza de la caridad— durante muchos, muchos, muchos, muchos años.

Esto no para aquí. Aunque no lo crean, no para aquí. La hermana progenitora no se limitó a meramente forzarme a hablar con ella. Poco después de esa conversación la hermana progenitora se fue de la casa. El hermano progenitor, que estaba fuera, volvió, pero estaba afuera, en el patio. Decidí entrar en el cuarto de ambos para ver si conseguía el router para conectarme a internet. Sí, leyeron bien. Esos progenitores que supuestamente me “solo me desean lo mejor” me impiden conectarme a internet escondiendo el router y mintiendo deliberadamente acerca de la disponibilidad de internet, diciendo que es de Liberty cuando claramente es de ATT, entre otras mentiras varias.

En fin, entré al cuarto. Por supuesto, no encontré el router de internet. Eso significa que si quiero compartir este texto en mi blog tengo que ir a algún Burger King a compartirlo usando su Wi-Fi abierto a todos —esta casa está repleta de conexiones WiFi cerradas, sin tener ni idea de dónde salen esas conexiones, que no pueden venir todas ni con esa intensidad de casas de los vecinos—. Sin embargo, al entrar al cuarto encontré otras cosas curiosas que dejaron expuestas adrede. Encontré en una libreta exactamente igual a las que yo uso —las toman de mi cuarto sin preguntarme— una lista de invitados de una comida que van a dar en esta casa, una lista de invitados de conocidos de la parroquia, incluyendo el mismísimo diácono, que ha usado el mismísimo Santísimo Sacramento y las mismísimas homilías para torturarme y explotarme socialmente. Apunte curioso: los hermanos progenitores invitan a personas de la parroquia a comer a la casa a la misma vez que no me compran comida suficiente para comer, yo tengo que hacer “arreglos” para rendir mi comida —como no puedo ir a Costco, les doy a ellos una lista para que me compren comida— porque de la lista de comida que les doy a comprar solo compran parte de la lista, no me compran comida para todo el mes.

Además, también encontré dos libros en su mesa de noche. Uno era un libro mío que robaron de entre mis cosas, de la misma forma que han literalmente hecho desaparecer una y otra vez a lo largo de toda la vida cosas de mi cuarto a su antojo. El libro es “El nombre de Dios es misericordia” del Papa Francisco. Ellos no compran libros del Papa Francisco, ni siquiera leen libros, los tienen solo con propósito de explotación psicológica. El otro libro que tenían en su mesa de noche no era mío, ese sí lo compraron ellos. Es un libro titulado “¡No estoy enfermo, no necesito ayuda! Como ayudar a un enfermo mental a aceptar el tratamiento”. El autor de ese libro es Xavier Amador, PhD. Me reí al ver el libro: insisten una y otra vez en el gaslighting en todas las formas posibles. Insisten una y otra vez en imponerme su identidad de “enferma mental” —de hecho, la única forma de vivir en esta casa es ser forzada a vivir como enferma mental, así ha sido por años (los hermanos vecinos suben el reguetón tras escribir eso)—. Son tan y tan crueles que a sabiendas de que sé que estoy siendo torturada, a sabiendas de que sé que son ellos lo que me han estado torturando por años, años y años con su narcisismo criminal, a sabiendas de que incluso he mostrado evidencia en redes sociales que innegablemente los pone en evidencia, aunque solo muestren a los jueces los tweets que les conviene mostrar para que me hospitalicen a la fuerza… a sabiendas de que sé que lo han hecho durante toda la vida y de que en estos mismos momentos siguen torturando… ponen ese libro en su mesa de noche. Dicho sea de paso: es absolutamente erróneo decir eso de que “Como ayudar a un enfermo mental a aceptar el tratamiento”. Se debe escribir “como ayudar a una persona a aceptar el tratamiento de salud mental”. Jamás se debe convertir una enfermedad, ninguna, ni siquiera de salud mental, la identidad de una persona. Una persona nunca deja de ser persona. No se trata de “ayudar a un enfermo mental”: se trata de “ayudar a una persona”. Solo por ese detalle no me interesa en lo absoluto leer ese libro. Ha sido algo que se ha hecho una y otra vez a mi alrededor: forzar a asumir socialmente la identidad de “enferma mental” como mi identidad ontológica. Eso lo esperas de abusadores como mis hermanos progenitores y quienes han colaborado con sus crímenes de odio, pero es un absoluto error que se haga desde un libro de “autoayuda”.

Confieso que luego de reírme al ver el libro —que si no fuera porque tiene casa editorial concreta pensaría que es un libro totalmente inventado por ellos: les ha encantado jugar con la palabra “ayudar” a lo largo de los años porque todo el proyecto de evangelización familiar se enfoca en ayudar a crecer incondicionalmente en comunión— y de apuntar el título para citarlo en este texto, tal cual lo hice, pensé en cambiarles el libro por un libro que tengo en la mesa de noche de mi cuarto, un libro de gaslighting y de abuso narcisista… pero realmente no vale la pena responder a sus juegos narcisistas con más mind games, eso es actuar de la misma forma que lo hacen ellos y Jesús Caridad no me llama a eso. Decidí llevarme el libro del Papa Francisco, que es mío, y dejar el otro libro, el de “ayudar a un enfermo mental a aceptar el tratamiento” que usan para gaslighting, debajo de la estatua de la Virgen que tienen en el cuarto. Esa Virgen es una estatua de una Virgen de Fátima que yo misma compré cuando visité el Santuario de Fátima en el 2005. Entonces descubrí que en el altar de la Virgen de Fátima tenían una tarjeta de la última hospitalización forzada, con el nombre del médico que ignoró totalmente lo que le dije acerca de la intoxicación con monóxido de carbono y los falsos ruidos de gallo, entre otras cosas que conté, y les siguió el juego a los hermanos progenitores ordenando la hospitalización a la fuerza —el hermano progenitor grita “¿qué pasó?” debajo de la ventana al escribir esto. Es otro de sus hobbies, hablar debajo de mi ventana, ya sea por teléfono o con la hermana progenitora. Luego otros vecinos o otras personas que están en los lugares donde estoy repiten exactamente la misma frase que dicen ellos debajo de la ventana o en otro lugar de la casa donde me fuercen a escucharlos—. Me llevé también esa tarjeta porque hasta este momento no sabía el nombre de ese doctor. Solo sabía el nombre del doctor que me “atendió” —eso no fue un tratamiento médico, eso fue torturar— y que me inyectó haldol a la fuerza, al puro estilo Auschwitz, pero hasta ahora no sabía el nombre del doctor que decidió creerle a los hermanos progenitores, haciendo caso totalmente omiso a lo que dije yo y sin hacerme los laboratorios que pedí para probar la intoxicación de monóxido de carbono (en ese momento aún no sabía de la intoxicación con gases tóxicos). Ese primer doctor también hizo otra cosa: me inyectó Ativan a la fuerza, sin darme opción de tomarla en pastilla o de no tomarla. Ya sé su nombre, aunque ya había rezado por él sin saber su nombre.

En fin, acabo de describir gráficamente un poco, solo un poco, de toda la crueldad a la que se refieren estas dos personas al decir que “solo quieren lo mejor” para mí. Así lo han hecho toda la vida, así han jugado conmigo psicológicamente toda la vida, solo que ahora soy consciente de ello, y ellos son conscientes de que soy consciente de lo que hacen… pero insisten en su extrema crueldad y su extremo abuso.

Es curioso. Ayer tuve un fuerte ataque de frustración por el intenso dolor que sentía en la nariz por la intoxicación del aire del cuarto. No solo intoxicaron el cuarto una vez, durante toda la mañana, de tal forma que me dejaron la nariz hinchada, palpitante y ardiendo, siendo totalmente incapaz de escribir. Lo hicieron otra vez por la noche, al escribir los poemas contemplativos de la noche. En esos momentos lo que me alivia es poner un papel toalla mojado y frío sobre la nariz, y lavar los orificios de la nariz con agua para que me deje de arder la nariz por dentro.

Sí, como pueden notar, la crueldad de los hermanos progenitores es reiterada, extrema y atroz… Sin embargo, hoy no tuve un ataque de frustración, como lo tuve ayer mientras me dolía la nariz, cuando la hermana progenitora vino a la puerta del cuarto a hablar de esa forma, interrumpiendo mi sueño con Jesús Caridad. Ni siquiera tuve un ataque de frustración al ver el libro que tenían en su mesa de noche y al darme cuenta de que siguen insistiendo en esconder el router de internet, impidiéndome comunicarme con el mundo en mis redes sociales. Hoy sencillamente tuve la fuerza del Cielo —literalmente esta fuerza viene de lo alto, no puedo ser yo, esto no es humanamente posible, necesitas gracia para hacer esto— para vivir la caridad como me correspondía hacerlo: eligiendo el poder de la luz, eligiendo el poder de la luz, eligiendo el poder de la paz.

Explicaré a lo que me refiero con “poder de la luz”.

Ante lo que me ha pasado, evidentemente tengo varias elecciones. Podría elegir actuar de la misma manera que me han tratado a mí, siendo cruel y respondiendo al abuso narcisista con más y más mind games, convirtiendo mi vida en una constante reacción a lo que hacen ellos, pero no, a eso no es a lo que me llama Jesús Caridad. He renunciado a toda crueldad y a todo juego psicológico posible. También podría elegir humillar. De hecho, eso lo tuve muy presente esta mañana, al hablar con la hermana progenitora. Pude haber elegido tomar el medidor de monóxido de carbono —CO meter—, con el que descubrí que estaban intoxicando el cuarto con monóxido de carbono y en el que ellos pusieron un sticker con el mensaje “You Did It!”, y preguntarle quién puso ese sticker en mi CO meter, restregándole en la cara que sé perfectamente el juego de tortura que han jugado durante toda mi vida. No, no lo hice, y fue una decisión deliberada: elegí no humillar de la misma forma que se me ha humillado a mí a lo largo de los años de todas formas. Sabía que podía elegir humillar y elegí no hacerlo. De hecho, podría decir muchas cosas más que por no humillar elijo no decir. Sencillamente estoy diciendo lo imprescindible para que se entienda lo que estoy viviendo y expresando.

También podía elegir querer vengarme, querer causar el mismo daño a quienes me han torturado. No, créanme, no hay un ápice de sentimiento de venganza en el interior de esta servidora. Como dije antes, los hermanos progenitores —y el resto de personas que han colaborado con su abuso, incluyendo psiquiatras, enfermeros, psicólogos y trabajadores sociales que han disfrazado el abuso— ni me causan odio y me causan querer su afecto: sencillamente les deseo la cárcel de por vida… pero noten el por qué les deseo la cárcel. No se trata de querer la cárcel para cualquiera de esas personas para que sufran lo mismo que sufrí yo al perder el control de mi vida y de mi cuerpo durante todos estos años… no, créanme, no se trata de eso en lo absoluto. Se trata de desearles la cárcel por una razón de bien común y hasta de sentido común: personas que han llegado a ese extremo de criminalidad, ilegalidad y abuso son un auténtico y legítimo peligro para toda la sociedad y deben estar en la cárcel por el bien de todos. Unos progenitores que son capaces de torturar a su propia hija deben estar en la cárcel para evitar que hagan daño a alguien más. Un doctor que se ha servido de una hospitalización forzada para colaborar con el abuso de criminales debe estar en la cárcel y perder la licencia, por el bien de toda la sociedad. Lo mismo aplica a todos los que han colaborado con la tortura a la que he sido sometida a lo largo de los años: no se trata de desearles la cárcel por causarles el mismo daño que me han causado a mí y por querer vengarme, sino por evitar que puedan hacer a alguien más, especialmente a niños y a personas indefensas, el mismo daño que me han causado a mí. A lo que puedan ser rehabilitados deben ser rehabilitados y se les debe dar la oportunidad de una vida digna. No le deseo a nadie, ni siquiera a quienes me han torturado, la misma vida indigna que me forzaron a vivir a mí a lo largo de los años. De hecho, que quede claro: no les deseo la pena de muerte a mis hermanos progenitores. No creo en la pena de muerte… pero algo me dice  que este caso, sea cuando sea que sea radicado, va a ser un caso de pena de muerte en la corte federal. Una vez sugerí que debería existir una ley llamada mandatum novum que impida que un reo sea condenado a muerte si la víctima del crimen se niega a su aplicación por razones religiosas. El colmo de haber sido torturada por vivir mi fe durante tantos años sería ser forzada a no vivir mi fe al ser forzada por el sistema judicial a consentir que quienes me han torturado precisamente por vivir mi fe sean condenados a muerte, en contra de mis creencias religiosas cristianas.

También podría hacer algo que hice durante la mayor parte de toda mi vida: negar lo que ha sucedido, negar la realidad. Me explico.

A veces te enfrentas con una crueldad de tal magnitud que lo más fácil es negar la realidad, negar que lo que está sucediendo alrededor de hecho está sucediendo, disfrazándolo de todo tipo de excusas posible. Voy a poner dos ejemplos de esto. Podría poner muchos de asincronías sociales —saber que no era posible que lo que estaba sucediendo no fuera posible de otra forma que no fuera si no estaba pasando algo sumamente cruel y malo, pero no quería reconocerlo—, créanme en ello, pero solo pondré dos.

El primer ejemplo son los efectos secundarios neurológicos que he tenido a lo largo de los años. En teoría, primero quise creer que los causaba una “narcolepsia” y luego supuestamente los causaba el “haldol” (la medicina forzada que me inyectan hace años gracias a las hospitalizaciones psiquiátricas forzadas de los hermanos progenitores). Es tan, tan, tan cruel el asumir el hecho de que mis propios progenitores han estado intoxicando el aire que respiro a lo largo de los años que una vez fue ineludible pensar que era el aire y no ninguna medicina lo que estaba causando los efectos neurológicos –-todos, no solo algunos, sino todos— que he sufrido a lo largo de los años que una vez descubierto ese hecho, también fue un decisión reconocer lo que estaba sucediendo. Este proceso realmente ha sucedido gradualmente a lo largo de los años, pero llegó a su punto culminante cuando descubrí que los hermanos progenitores han estado usando arsénico, monóxido de carbono y gases nerviosos a lo largo de los años… hasta hoy mismo. Dejaron de usar monóxido de carbono porque tengo un medidor de CO en el cuarto, pero el resto los han seguido usando sencillamente porque no hay forma de medirlos con detector alguno. Reconocer semejante crueldad, créanme es una decisión deliberada, pero la verdad es evidente por sí misma… y la verdad es que desde que dejaron de usar monóxido de carbono cesaron ciertos síntomas… y para más crueldad aún, haciendo memoria a lo largo de los años, no recuerdo ni una sola vez que haya tenido efectos neurológicos que supuestamente causaba el haldol… en aire abierto. Por ejemplo: no he tenido tics ni movimientos involuntarios ni una sola vez cuando he estado en Costco, o cuando he estado caminando en la parte del patio donde no pueden provocar contaminación con absolutamente nada. Una vez te das cuenta de que eso es un hecho, reconoces que las personas que tienes por delante no son solo narcisistas, son criminales de guerra al estilo Auschwitz. Sí, reconocer eso es una decisión deliberada. Durante muchos años preferí construir la realidad alrededor de la supuesta enfermedad mental antes de reconocer abiertamente ese hecho, por la extrema crueldad que implica.

El segundo ejemplo que tengo de la decisión deliberada de reconocer la verdad acaba de pasar en estos momentos, mientras escribo estas líneas (2 de la tarde, 13 de julio de 2021). Mientras rezaba el rosario caminando en el cuarto Jesús Caridad hizo que contemplara un detalle que faltaba del último Jesús Caridad que tallé: olvidé pintar el color plata en el cíngulo. El color plata simboliza el “sí dar”: decir sí a la voluntad de Dios… y darnos a nosotros mismos como Jesús Caridad nos enseña a darnos. En fin, al ver la talla de Jesús Caridad más de cerca me di cuenta de que la talla tenía unas manchas que están puestas como si las hubiera hecho yo accidentalmente, pero estoy absolutamente segura de que al acabar la talla no había mancha alguna. En concreto: la talla ahora tiene pequeñas manchas color verde esperanza y color turquesa en el pelo, y pequeñísimas manchas doradas en la túnica. Ninguna de esas manchas estaban ahí al acabar la talla… y reconocer que mis hermanos progenitores no solo mutilaron esa talla sino que han mutilado por años todas mis obras artísticas, absolutamente todas, es una decisión deliberada. Esto que hicieron con la talla de Jesús Caridad no es nuevo. Mientras pintaba a Iesu Amor hace años atrás pasaron todo tipo de cosas que pensaba que eran mi culpa: huecos en el lienzo, hongos reiterados y misteriosos, pinceladas que no hice yo, manchas de pintura que parecían descuidos míos pero a la misma vez sabía que no era yo… incluso aparecían pelos púbicos pegados en el lienzo cuando yo sabía que eso era absolutamente imposible. En lugar de reconocer la realidad, que se estaba saboteando la pintura adrede, durante muchísimo tiempo pensé que todo eso era, de alguna forma, mi culpa. Si hubiera reconocido los hechos desde un principio y hubiera atado los cabos como me correspondía me hubiera ahorrado bastante sufrimiento y de paso hubiera salvado la pintura, pero elegí la vía de no reconocer la verdad… hasta muchos años después, cuando obra tras obra se repetía una y otra vez la misma dinámica tóxica en cada obra artística y hasta intelectual que hacía. A Iesu Amor lo acabé de pintar y plasmar a mediados del 2012, si mal no recuerdo (el año de la JMJ en Brazil). Hoy, año 2021, los hermanos progenitores siguen con la misma dinámica, dañando la última talla de Jesús Caridad que hice, la que irá en mi altar doméstico cuando tenga una casa sacramental y una familia sacramental como me corresponde tenerla conforme a la dignidad y vocación que Jesús Caridad me ha dado. Créanme, asumir que los hermanos progenitores han llegado a todos los extremos posibles para hacer daño a todas mis obras artísticas e intelectuales es una decisión deliberada. Una vez más, durante años elegir creer que el problema era yo por lo extremo de la crueldad que implica reconocer esta verdad. Ya no más: ya elijo reconocer la verdad tal cual es. De hecho, mientras estoy escribiendo estas líneas estoy restaurando el daño que provocaron los hermanos progenitores en la talla y más adelante en la tarde añadiré el color plata al cíngulo.

Reconocer la verdad es importante: no hay forma de restaurar el daño social y el daño personal causado si en primer lugar no se reconocen los crímenes de odio, los crímenes de guerra y la guerra social que ha sucedido a lo largo de estos años. No hay forma de emprender la renovación de luz que nos corresponde emprender como pueblo puertorriqueño y como nación estadounidense si no se reconocer de frente y abiertamente la verdad: lo que ha sucedido en esta casa de torturas ha sido un auténtico horror al estilo Auschwitz, lo que ha sucedido en Puerto Rico y en Estados Unidos son horrores que no deben repetirse, lo que ha sucedido a mi alrededor a lo largo de los años ha sido una horrenda guerra civil que no debe volver a repetirse jamás en la historia de la humanidad. Se ha abusado de niños, ancianos y mascotas, se ha abusado de muchísimas personas vulnerables por causa de pobreza o de condiciones de salud, se ha explotado a seres humanos de forma cruenta y horrible, se han cometido violaciones de derechos humanos a diestra y siniestra, y se ha pretendido encubrir una y otra vez. También nos corresponde reconocer como puertorriqueños la verdad de nuestra propia historia: hemos sido una colonia durante toda nuestra historia, primero de España y luego de Estados Unidos, y eso tiene que acabar ya. No podemos seguir tolerando el ser forzados a vivir como ciudadanos desiguales de la nación a la que pertenecemos, sin igualdad de derechos y deberes, como si fuéramos ciudadanos de segunda clase. No podemos seguir tolerando más violaciones de derechos humanos por parte de Estados Unidos hacia los puertorriqueños: hemos de ser ciudadanos iguales de la nación a la que pertenecemos de nacimiento, hemos de ser estado del nuevo albor, estado de nueva fraternidad, estado comunión, estado luz, estado de justicia y de derecho.

Solo reconociendo la verdad de los horrores de mi historia, y también de la historia de Puerto Rico, también podemos reconocer la verdad de la gran luz que está resplandeciendo en estos momentos: Jesús Caridad vino en este momento de la historia, en este lugar, en esta circunstancia, a hacer nuevas todas las cosas, todos los corazones, toda la historia. Jesús Caridad me ha salvado de la dehumanización más extrema, de los pecados más extremos, de la corrupción social más extrema… y desea hacer nueva no solo mi vida, sino la vida de todos los puertorriqueños y todos los estadounidenses consagrándonos a vivir la caridad de tal forma que resplandezcamos juntos como el estado del nuevo albor que somos llamados a ser, como el estado de nueva fraternidad que somos llamados a ser, como el estado luz que somos llamados a ser, como el estado de comunión que somos llamados a ser, como el estado de justicia y derecho que somos llamados a ser, como el estado paz que somos llamados a ser… como la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser, como la nación familia que somos llamados a ser, resplandeciendo juntos como los hermanos que somos llamados a ser, como la luz que somos llamados a ser. Cuando Jesús Caridad salva, no salva a una sola persona sola, salva a toda la familia. En este caso, salvar a toda la familia significa salvar a todo un pueblo, a toda una nación. Sí, esa verdad también tiene que ser reconocida a viva voz… pero va de la mano a reconocer abiertamente la verdad de todos los horrores de los que nos ha salvado con la irradiación incondicional de Su Amor y Su llamada a consagrarnos a vivir la caridad.

Créanme, no escribo lo que escribo porque me crea mejor que nadie. Soy tan pecadora como cualquiera. Sencillamente estoy reconociendo con total humildad la verdad: Dios es Amor que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones, toda la historia… si reconocemos nuestra necesidad de conversión al Amor, a la fraternidad, a la paz, a la comunión, a la caridad, a la luz. Si no reconocemos los horrores que necesitan ser convertidos en luz Jesús Caridad no podrá transformarlos en luz tal cual desea hacerlo. Por horrendas que sean algunos de los hechos que han pasado en nuestra historia —me refiero tanto a mi historia como a la historia de Puerto Rico—, hemos de reconocer toda la verdad para que todo pueda ser transformado en luz, reconociendo tanto el inmenso bien que hemos recibido como lo que hemos de erradicar de nuestra sociedad para que no vuelvan a suceder los horrores que han sucedido… nunca más, a nadie más.

La humanidad debió haber aprendido esta lección en Auschwitz: hay horrores tan horrendos que no pueden ser permitidos en la historia de la humanidad a nadie más, nunca más. Como dije hace párrafos atrás, mientras se siga permitiendo la dehumanización que trae el aborto social, seguirán sucediendo Auschwitzs a lo largo de la historia de la humanidad. Mientras se siga negando el horror del aborto social, seguirán pasando Auschwitz a lo largo de la historia. Esa es la destrucción de la que Jesús Caridad nos quiere salvar: no solo la destrucción del pecado, sino de la destrucción de la dehumanización, la descomunión, la desfraternización, la desocialización, la desfamiliarización.. de la destrucción de no vivir la caridad. Mientras escribo estas palabras sigo restaurando la talla de Jesús Caridad, consciente de que toda esta restauración social, toda esta renovación de luz, es realmente obra Suya. Dicho sea de paso: por casualidades de vida, la talla de Jesús Caridad que estoy restaurando está secando justo encima del libro del Papa Francisco que recuperé del cuarto de los hermanos progenitores, “El nombre de Dios es misericordia”. Siempre pongo las tallas que hago a secar en el lugar donde puse el libro porque es donde hay más ventilación en el cuarto, y la ventilación ayuda a la pintura a secar más rápido. Al poner el libro ahí no planificaba que fuera a trabajar en la talla de Jesús Caridad hoy.

En definitiva: podría elegir actuar como se ha actuado conmigo, podría elegir humillar, podría elegir vengarme y hacer el mismo daño que se me ha causado, podría elegir negar la verdad… pero elijo vivir el poder de la luz, elijo vivir el poder del Amor, elijo vivir el encanto, elijo vivir la caridad… elijo vivir el poder de la caridad de Dios, el poder del Amor de Dios.

Acabo de descubrir que también mutilaron la talla del otro Jesús Caridad —tallé dos Jesús Caridad, uno para la Iglesia Católica de Irak y otro para mi altar doméstico— y también al San José del Nuevo Albor. No tengo ni idea de cuando mutilaron esas tallas, las revisé el fin de semana del 4 de julio y todas estaban intactas. No he salido desde entonces, siempre he estado en el cuarto salvo cuando hice salidas muy breves. Para mutilar obras de arte de esa manera necesitan acceso a mi cuarto de al menos 15 minutos, para hacer el daño con la precisión que lo hicieron —no son meras manchas, son muy pequeñas, hechas deliberadamente a pincel, de tal forma que no son meros splashes de pinturas casuales de pintura ni trazos accidentales—, y estoy totalmente segura de que nunca han tenido 15 minutos de acceso a este cuarto, no al menos yo estando consciente, En fin, ya que lo descubrí, procedo a restaurarlas mientras escribo estas palabras. A la talla del Jesús Caridad de Irak le descascararon la túnica en la parte de abajo. Al San José del Nuevo Albor lo mancharon con manchas color misericordia y color crear hogar en la mano y en el delantal. Mientras restauro la talla rezo también por mi futuro esposo, porque sea capaz de elegir vivir el poder del Amor tal cual lo estoy eligiendo yo. Después de todo, todo el daño que me han hecho a mí también se lo habrás hecho a él. Rezo muchísimo porque podamos vivir un matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo, un amor que se convierte en el ícono vivo de la relación de Dios Amor con su pueblo y, viceversa, un amor en el que nos amemos de tal forma que el modo de amar de Dios se convierte en la medida de nuestro amor humano (Deus Caritas Est 11).

Sí, elijo, hermanos, vivir el poder del Amor de Dios que no deja jamás de amar a Su pueblo. Elijo vivir el poder de la luz. Elijo vivir el poder de la caridad de Dios, el poder de la caridad del Cielo, el poder de la caridad va más allá de la justicia del mundo, porque amar es dar, ofrecer de lo ‘mío’ al otro… amar es vivir la caridad que lleva a dar al otro lo que es ‘mío’, caridad que me mueve a ofrecer a todos, a absolutamente, el Amor de Dios vivo y encarnado, lo que les corresponde en virtud de su ser humanos y de su obrar como nos corresponde hacerlo, siendo justo con todos como Dios es justo, como Dios es misericordioso… (Caritas in Veritate 6) Elijo vivir el poder de la caridad que nos hace testigos del cumplimiento de las promesas de Dios y del surgimiento de nueva vida para nuestro pueblo y de nuestra Patria, a la usanza de Nuestra Señora del Nuevo Albor, viviendo juntos la fe que da su mejor fruto, llenándonos de alegría, signo más evidente de la grandeza del Amor de Dios, signo más evidente que hacemos vida Su movimiento de Amor, Su comunicación de Amor, su poder de la luz…

Elijo, hermanos, vivir el poder de la caridad, el poder de la luz, el poder del amor que ya no es solo un mandamiento, sino una respuesta al don del Amor, con el cual viene a nuestro encuentro, un Amor que mueve a suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana a Amor Divino (Deus Caritas Est 1), viviendo el Amor para que realice plenamente su promesa humana y divina. Elijo vivir el poder del Amor que es ocuparse del otro y preocuparse por el otro, Amor que ya no se busca a sí mismo, que no busca sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca… Ciertamente, vivir este Amor es ‘éxtasis’, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia mi liberación en la entrega de mí misma, y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro conmigo misma y con el hermano, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: ‘El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará’ (Lc 17,33), dice Jesús en una sentencia suya que, con algunas variantes, se repite en los Evangelios (cf Mt 10,39; 16,25; Mc 8,35; Lc 9,24; Jn 12,25). Con estas palabras, Jesús Caridad describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante, describiendo también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en El llega a su plenitud, la esencia del Amor y de la existencia humana en general (Deus Caritas Est 6), la esencia del Amor que al ser dado también es acogido como don, convirtiéndonos en ríos de los que manan más y más nueva vida. De hecho, al elegir vivir el poder del Amor, al elegir vivir la caridad, descubrimos que es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, hemos de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesús Caridad, de cuyo corazón traspasado brota el Amor del Dios (cf Jn 19,34) (Deus Caritas Est 7) que nos ama personalmente con un amor de predilección. Sí, Dios Amor ama tanto al hombre con amor ágape que, haciéndose hombre El mismo, lo acompaña incluso en la muerte y el horror, tal cual yo he sido acompañada a lo largo de los años, y, de este modo, reconcilia la justicia y el Amor (Deus Caritas Est 10).

Elijo, hermanos, vivir el poder del Amor que hace de la cruz su forma de Amor más radical: God is Love. Este es “radicalismo” auténticamente cristiano: amar radicalmente como Jesús Caridad ama. Quienes definen el amor radical cristiano con ideologías de izquierda o de derecha se equivocan: el amor radical cristiano se ve en la cruz, donde puede contemplarse la entrega total de vida a partir de la cual se debe definir el amor, desde Su mirada, encontrando de El la orientación para vivir y amar (Deus Caritas 12), la orientación para emprender esta renovación de luz que transformará a nuestro pueblo y a nuestra nación en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser juntos, dejando atrás todo lo que nos impida resplandecer como hermanos.

Elijo, hermanos, vivir el poder del Amor que hace más y más vida la Eucaristía —que aunque recibí físicamente por última vez el 19 de noviembre del 2020, he estado recibiendo en cada sueño desde entonces, de la misma forma que la recibía en sueños cuando por estar hospitalizada a la fuerza no podía ir a misa—, que hace más y más vida el culto vivo y nuevo de comunión que soy llamada a encarnar como culto sacramental que incluye a la vez el ser amados y el amar a los otros como los hermanos que son ante Dios. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor, una eucaristía que no implique el amor al hermano, es fragmentaria e incompleta. Al vivir el poder el Amor de Dios hago vida la Eucaristía contemplando a mi prójimo en cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Al vivir el poder de la caridad Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús Caridad mismo y en Jesús Caridad encontramos a Dios Amor mismo. Que quede claro: Amor a Dios y amor al prójimo están tan estrechamente entrelazados que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos al prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios (Deus Caritas Est 14-16). Sé que siempre encontraré a Jesús Caridad en el hermano al que soy llamado a amar ayudando a crecer incondicionalmente en comunión, recordando que Dios se hace visible en Jesús Caridad y que Jesús Caridad se hace visible de muchas maneras, pues El siempre viene a nuestra encuentro a través de los hombres en los que El se refleja, mediante Su Palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, en los hermanos… El me ha amado primero y seguirá amándome primero; por eso, yo también puedo corresponder también con el amor… Al elegir vivir el poder de la caridad Dios no nos impone un sentimiento que no podemos suscitar en nosotros mismos: El nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este ‘antes’ de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta. Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad. Sí, el encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados, requiriendo de nuestra voluntad y entendimiento. Sí, el amor nunca se da por concluido y completado; se transforma en el curso de la vida y, precisamente, por ello, permanece fiel a sí mismo… Al vivir el poder del Amor descubrimos que la historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. Crece entonces el abandono en Dios, crece entonces el poder de vivir más y más colmados de Su Amor y Dios Amor se convierte en nuestra alegría más profunda y más grande (cf Sal 73, 23-28) (Deus Caritas Est 17).

Elijo vivir el poder del Amor de Dios que me enseña a mirar a esta otra persona —también a quienes nos desagradan o que no conozco— no ya solo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesús Caridad, pudiendo ofrecerle la mirada de amor tal cual El me la ha ofrecido a mí y me ha enseñado a ofrecerla al hermano. De esta forma el mandatum novum deja de ser un ‘mandamiento externo’ que impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. Al elegir vivir el poder del Amor descubrimos que el Amor crece a través del amor, que el Amor es ‘divino’ porque proviene de Dios Amor y a Dios Amor nos une hoy a hoy y para siempre, y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un nosotros que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, en un solo pueblo, hasta que al final Dios Amor sea todo para todos (cf 1 Co 15,28) (Deus Caritas Est 18). Sí, Dios Amor quiere hacer de nuestro pueblo y de nuestra nación una sola familia, Dios Amor quiere hacer de la humanidad una sola familia, y hacia ese fin hemos de elegir una y otra vez vivir la caridad, de tal forma que hagamos visible juntos el Amor de Dios vivo y encarnado al hacer posible que todos crezcamos como hermanos. El amor al prójimo enraizado en el amor de Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad humana, eclesial y civil, en todas sus dimensiones (Deus Caritas Est 19-20).

Sí, elijo vivir el poder de la caridad, elijo vivir el poder de esta alianza de la caridad que estoy llamada a regalar al presidente de Estados Unidos que consagre a la nación a vivir la caridad, que se comprometa a hacer posible un Estados Unidos donde todos resplandezcamos como hermanos, que todos resplandezcamos como la familia del Amor que  somos llamados a ser, que todos resplandezcamos incondicionalmente amados, que todos resplandezcamos conforme a nuestra dignidad, en una sociedad donde se honren los derechos humanos de todos, desde la concepción hasta la muerte natural… Esto, que puede parecer una intromisión de la Iglesia en la vida del Estado, créanme, no lo es en lo absoluto. Hacer del vivir la caridad el auténtico poder de Estados Unidos no es inmiscuirse en el Estado en lo absoluto, es enriquecerlo. Sí, vivir la caridad es el principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, pero esa Doctrina jamás ha pretendido otorgar a la Iglesia poder alguno sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que todo lo que es justo y fraterno, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica en toda la sociedad… Al consagrar a la nación a vivir la caridad no se busca dominar al Estado sino la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que corresponde, mediante el cual se hace posible que todos resplandezcan como hermanos, mediante el cual se hace posible una sociedad que honre todos los derechos humanos de todos, tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación para que el horror de Auschwitz y el Holocausto, el horror de la deshumanización y la destrucción, el horror de la guerra civil… no se vuelvan a repetir… Esta tarea le compete a todos, y la Iglesia también está llamada a colaborar con ella. Aunque no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa y luminosa en comunión posible, puede colaborar con la gracia, consagrando a la nación y a todas las iglesias domésticas y patrias domésticas a vivir la caridad. La Iglesia no puede ni debe sustituir al Estado, pero puede colaborar en la tarea de hacer posible una sociedad justa para todos, una sociedad fraterna para todos, sin quedarse al margen en la lucha por la justicia y la fraternidad al consagrar a toda la nación a vivir la caridad… El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor, el servicio a la paz, el servicio a la comunión, el servicio a la comunión… Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad que necesite ser remediada. Siempre habrán hermanos necesitados de ayuda para ayudar a ser, para ayudar a hacer, para ayudar a crecer y para ayudar resplandeciendo juntos en más y más comunión. Siempre se darán en el Estado también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo… Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, o que impida esta consagración a vivir la caridad, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsiriadidad, todas las iniciativas que surgen en las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de Amor y de auxilio (Deus Caritas Est 28).

Elegir vivir el poder de la luz, vivir el poder del Amor, el poder de la comunión, el poder de la paz… es elegir hacer posible una renovación de luz que restaure toda nuestra sociedad de la misma forma que yo estoy restaurando las tallas de Jesús Caridad y de San José del Nuevo Albor mientras escribo estas palabras: haciendo más y más visible en todo cuanto hacemos el Amor de Dios, haciendo vida el encuentro con el Dios Amor vivo que nos enseña el beato Charlie, pues la naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón y de meramente obedecer las leyes del estado (Deus Caritas 28). Al elegir vivir el poder de la luz elegimos perdonar, elegimos reconciliarnos, elegimos caminar juntos como hermanos, elegimos irradiar la luz del Amor de Dios al elegir vivir más y más la caridad, al elegir vivir juntos el poder de la luz, el poder de transformarlo todo en irradiación del Amor de Dios que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones, toda la historia. Parafraseando una de las frases al final de la Deus Caritas Est: El Amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El Amor es posible y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios Amor. Vivir el amor —vivir la caridad— y así, llevar la luz de Dios a la nación y al mundo: a esto quisiera invitar con esta revolución de luz, con esta consagración doméstica y nacional a vivir la caridad.

Elijamos, pues, hermanos puertorriqueños, vivir el encanto. Elijamos dejar atrás todo lo que nos impida resplandecer juntos como hermanos, como los ciudadanos iguales de nuestra nación que somos llamados a ser. Elijamos, hermanos estadounidenses y puertorriqueños, el poder de vivir la caridad. Elijamos vivir la comunión. Elijamos vivir la paz. Elijamos convertirnos en el pueblo-familia del nuevo albor que somos llamados a ser, en el estado del nuevo albor que somos llamados a ser, en el estado de nueva fraternidad que somos llamados a ser… en la nación de Amor que resplandece en comunión que somos llamados a ser. Elijamos transformarlo todo en luz emprendiendo juntos esta revolución de luz que hace de la historia de nuestro pueblo un atisbo de la historia del Amor con la que Dios Amor ama a toda la humanidad. De la misma forma que hemos sido salvados por el Amor de Dios vivo y encarnado del odio y la violencia, toda la humanidad debe conocer esta luz de tal forma que todos resplandezcamos como humanidad familia, como humanidad de hermanos.

Ya restauré todas las tallas de santos que estaban mutiladas. De esa misma forma, restaurándolo todo al hacer más y más visible la luz de Jesús Caridad plasmando cuanto nos corresponde, dándonos como nos corresponde darnos, hemos de hacer posible que toda la humanidad resplandezca como humanidad luz al dejarnos renovar juntos por el Amor de Dios que hace nuevas todas las cosas, todos los corazones, toda la historia.

Hace bastantes párrafos atrás dije que compartiría más adelante la pregunta que Jesús Caridad me hizo en la oración contemplativa de hoy, haciéndomela justo antes de ser interrumpida por mi hermana progenitora, danzando de corazón a Corazón, sosteniéndonos la mano como El mismo me enseñó a hacerlo, a la usanza del proyecto de evangelización familia que nos corresponde emprender juntos día a día: somos humanidad, somos iglesia, somos hermanos, somos misión, somos luz… Jesús Caridad, con una sonrisa entrañablísima, colmado de felicidad y ternura, besando mi alianza de la caridad una vez más, me preguntó…

—“Princesa del Cielo, estrella del Cielo, ¿has dado lo mejor de ti? ¿Alguna vez te has negado a dar lo mejor de ti?

—Sí, Amadísimo Jesús Caridad, he dado lo mejor de mí… Jamás me he negado a dar lo mejor de mí…

—Sigue haciéndolo —me abrazó con una profundísima unidad de corazón a Corazón—… Sigue diciendo sí a dar siempre lo mejor de ti como te corresponde hacerlo, sigue irradiando luz en unidad a Mi Corazón, más y más colmada de Mi Espíritu Santo, más y más colmada de la comunión de la Trinidad, haciendo más y más visible el Amor de Dios, la bondad de Dios Amor, la bondad del Maestro de Tu Corazón… dándote como te corresponde darte, ayudando a ser, ayudando a hacer, ayudando a crecer, ayudando a irradiar resplandeciendo juntos en más y en más comunión, hoy a hoy y para siempre…

Y con ese beso en la alianza, desperté escuchando a la hermana progenitora llamarme tras la puerta… Como dije, fue todo un milagro, considerando el ataque de frustración que tuve ayer, el no sentir un ápice de coraje, no solo por haber interrumpido mi oración contemplativa, sino por insistir en la crueldad y en mentir, a sabiendas de que saben que sé lo que hacen… pero elegí vivir el poder de la luz, elegí vivir la caridad, elegí vivir el Amor tal cual me ha enseñado Jesús Caridad, dejándome convertir en la verdadera estrella del Cielo que soy llamada a ser: Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por autonomasia, el Sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta El necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Jesús Caridad, de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía (Spe Salvi 49). Esto es vivir el poder de la luz, el poder del Amor, el poder de vivir la caridad: dejarnos convertir en las estrellas del Cielo que somos llamados a ser, estrellas del Cielo que eligen irradiar el Amor de Dios, renovándolo todo, también a la sociedad civil que nos rodea, también a Toa Alta, a Puerto Rico, a Estados Unidos… como irradiación viva y encarnada de Su Amor.

Al escribir estas palabras ya completé todo lo que había que hacer para completar el Jesús Caridad de mi altar doméstico: ya pinté el color si dar que había que plasmar tras restaurar todo lo que había que restaurar. ¡No dejemos de dar el sí a la voluntad de Dios, dando siempre lo mejor de nosotros mismos, jamás negándonos a irradiar la luz que nos corresponde irradiar! A todos nos corresponde emprender esta revolución de la luz dándonos como nos corresponde darnos: viviendo el encanto, viviendo la caridad, aportando el mejor crecimiento posible a nuestra Patria —a nuestro pueblo, a nuestra nación— para así ser juntos la Patria Luz que somos llamados a ser, convirtiéndonos en la mejor persona que podamos ser para así dar lo que nos corresponde dar a nuestras comunidades y a nuestra Patria, haciéndola resplandecer juntos en más y más comunión, convirtiéndonos juntos en la mejor persona que podamos ser, en el ciudadano luz que somos llamados a ser, en las estrellas del Cielo que somos llamados a ser, en la luz que somos llamados a ser.

Dejemos que esta renovación de luz, que esta revolución de luz que es humana, eclesial y civil, que la historia de Puerto Rico y de Estados Unidos, transformada en historia luz, ilumine a toda la humanidad de tal modo que podamos creer que es posible crear un mundo mejor… juntos, como humanidad familia, viviendo juntos el encanto, viviendo juntos la caridad, viviendo juntos el Amor, con más y más afán de encontrarnos con Jesús Caridad en el hermano al que somos llamados a ayudar a crecer incondicionalmente en comunión, con más y más afán de encontrarnos con Dios Amor vivo y encarnado, como nos enseñó el beato Charlie, viviendo para esa noche, viviendo para irradiar la luz de la resurrección, viviendo para irradiar la luz de la nueva vida que resplandece en el Amor, viviendo para adorar a Dios Amor con todo el crecimiento, haciendo posible que todos resplandezcan como la luz que somos llamados a ser. Parafraseando a Charlie: la salvación del mundo depende del santo que yo llegue a ser; la salvación del mundo depende de la luz que yo llegue a ser, de la luz que cada cual llegue a ser. Elijamos emprender esta revolución de la luz haciendo vida juntos el encanto que ha de caracterizar a Puerto Rico ante el mundo: el encanto de vivir la caridad, el encanto de hacer posible un mundo más luminoso para todos, el encanto de elegir vivir el poder de la luz, eligiendo en todo momento irradiar toda la luz que podamos irradiar. Elijamos emprender esta revolución de la luz haciendo vida juntos el poder que ha de caracterizar a Estados Unidos ante el mundo: el poder de vivir la caridad, el poder de la luz, el poder de la paz, el poder de la libertad de darnos como nos corresponde darnos, el poder del Amor, el poder de la fraternidad.

Si, hermanos puertorriqueños y estadounidenses, demos gracias a Jesús Caridad por este nuevo albor, eligiendo resplandecer como jíbaros del nuevo albor, como americanos del nuevo albor, haciendo resplandecer a nuestro pueblo como pueblo alegría, como pueblo paz, como pueblo bendición, como pueblo prosperidad, como pueblo nueva vida… eligiendo emprender este nuevo camino de luz, esta nueva historia de luz, declarando juntos nueva fraternidad y nueva adoración, eligiendo vivir el poder de la luz, eligiendo vivir la caridad haciendo posible un Puerto Rico, un Estados Unidos y una humanidad donde All Lives Matter, All Loves Matter.

¡Jesús Caridad, te adoramos con todo el crecimiento!

Escrito el martes, 13 de julio de 2021, día del Beato Charlie, en Toa Alta, Ciudad de la Revolución de Luz

Compartido el viernes, 16 de julio del 2021, día de la Virgen del Carmen, desde Casa Dominicana, San Juan, Puerto Rico, USA